Capitulo 34

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Miami
(1 semana después)

Dana se apoyaba en la barandilla del balcón mientras el sol calentaba su piel y el poco viento que soplaba hacía que su vestido se meciera lentamente.

Daniel cepilló su pelo con la mano observándola y sonrió para sus adentros.
Sus pies descalzos se pegaban a la madera y su pelo caía en su frente como una pequeña cascada rubia.
Su espalda desnuda se tensaba y destensaba con cada paso que daba más cerca de la ojiverde.

Pasó sus brazos por la cintura de Dana y la abrazó con fuerza posando la barbilla en su hombro.

- ¿En qué piensas? - susurró en su oído y ella sonrió.

- En nada. - le miró de reojo y devolvió la vista a la pequeña playa.

- ¿Sabes? Hubiera sido mejor si hubieras dicho que pensabas en mí.

La chica rió negando y le encaró con una sonrisa.

- Pensaba en tí Daniel. - acarició el rostro del rubio lentamente - En tus ojos, - le miró a los ojos directamente - en tus mejillas - pasó las yemas de sus dedos por los pómulos del chico - en tu pelo - acarició su pelo y Daniel suspiró cerrando los ojos. Lo estaba disfrutando. - en tus labios... - los acarició con su dedo pulgar y acercó su rostro al de él.

Sus labios se rozaron por segundos, todavía sin hacer total contacto. Daniel abrió los ojos encontrándose con los de Dana de inmediato.
Después miró los labios de la ojiverde y volvió a cerrar los ojos para besarla de una vez.

El sonido des su bocas rozando y sus respiraciones agitadas chocando era lo único que los dos oían añadiendo las olas del mar.

- Me convenciste. - susurró Daniel sobre su boca y bajó lentamente sus manos de la cintura de Dana hasta sus muslos. - Yo también pensaba en tí.

Levantó su vestido con cuidado acariciando su piel.
Ladeó su cabeza con la boca medio abierta y avanzó hacia su cuello.
Lo besó humedamente y despacio, desplazando sus labios por todos los accesos que veía.

Dana agarró sus hombros y cerró los ojos jadeando.
El rubio seguía acariciando sus piernas y jugando con la tela de su ropa interior.

- Daniel... - murmuró Dana débilmente.

El chico estiró el cuello de repente y la miró preocupado.

- ¿Dana...? ¿Qué pasa?

Los ojos de la chica se desplazaron sin fuerza hasta él y balbuceó algo que no pudo entender. Su piel se había tornado blanca y se podían ver sus venas con perfecta claridad. Sus ojos estaban dilatados y sus labios habían perdido color.
La agarró con fuerza cuando las piernas de Dana fallaron y le sujetó su rostro con la mano que le sobraba.

- Dana, Dana. - la llamó asustado - ¿Qué pasa? ¿Me oyes?

- A-ayúdame... - susurró y comenzó a temblar descontroladamente.

- No, no, no, no. Dana, despierta - miró a los lados con los ojos llorosos y encontró su móvil en una pequeña mesa de cristal.

Se movió con ella al lado hacía allí y marcó el número de emergencias.

- ¿En qué podemos ayudarle? - preguntó la voz distorsionada de una mujer.

- Mi... Esposa está convulsionando y no sé qué hacer.

- Vale señor, tranquilicese, ¿Le tomó el pulso?

Daniel cogió la muñeca de Dana y se quedó callado un momento.

- Sí, es frecuente, pero creo que débil. - hablaba rápido y con miedo, mirando a Dana y al teléfono constantemente.

- ¿Su mujer tiene antecedentes médicos? ¿Le ha pasado alguna otra vez?

- No, nunca le ha pasado esto. Al menos conmigo no. - tragó saliva - Tiene cancer de pecho y... Me dijeron que iba a morir pero... Díganme que ahora no, le dieron cinco meses más de vida hace una semana, todavía no, porfavor. - comenzó a sollozar abrazando a Dana con fuerza.

- No se preocupe señor, hemos localizado su teléfono, en seguida vamos para allá. Mientras tanto yo le diré todo lo que debe hacer.

(…)

Un zumbido constante se apoderó de los oídos de Daniel mientras sus piernas se movían nerviosas por toda la sala de espera.

Llevaba allí más de tres horas y todavía no tenía noticias de Dana.

¿Preocupado? Eso no podía compararse con todo los que sentía ahora mismo.
No quería perderla. No estaba preparado aún.

- ¿Señor Seavey?

Se giró de inmediato y corrió hacia el doctor.

- ¿Cómo está? ¿Está bien? ¿Qué le pasa? ¿Puedo verla? - cuestionó rápidamente y angustiado.

- Relájese Señor. Venga conmigo.

Recorrieron un largo pasillo con puertas a cada lado.
El doctor empujó la puerta de la penúltima habitación y Daniel entró corriendo.

Dana se encontraba tumbada en la camilla con los ojos medio abiertos y lágrimas recorriendo su rostro.

- Dana... - se acercó a ella rápidamente y la abrazó - ¿Estás bien? ¿Qué pasa?

La ojiverde iba a hablar, pero las palabras no le salían de la boca. Tenía miedo.

Miró al Doctor y le aclaró con la mirada lo que tenía que hacer.

- Señor Seavey. - Daniel se giró hacia el hombre - Su esposa está embarazada.

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