Amenazas y muchas lágrimas

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“El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla”
(Manuel Vincent)

La broma había sido todo un éxito, y Remus estaba feliz por ello. Se alegraba enormemente de ver a la gente reír al pasar por el pasillo, pero los profesores habían encontrado un contrahechizo para retirar la escarcha. El profesor Fliltwick había rogado a la profesora McGonagall dejarle conservar un pedazo de la escarcha, pues era un encantamiento brillante.
Remus se había sonrojado por el cumplido que le habían echo sin saberlo.
Sin embargo, la felicidad no duraba para siempre. Su tía le había mandado un búho, advirtiéndole de lo que le esperaba al llegar a casa. El chico se había clavado con fuerza las uñas en el brazo, hasta hacerlo sangrar. Se levantó pálido por la impresion y fue al baño de chicos. Se encerró allí, para asegurarse de que no lo interrumpían. Se lavó la cara con agua, en un intento de tranquilizarse pero sin que él pudiera hacer nada, las lágrimas empezaron a caerle por las mejillas. Se secó los ojos violentamente. Odiaba llorar. Realmente lloraba por dos motivos. El primero y más importante para él era de que estaba solo, completamente solo y era un monstruo horrible, era un asesino a sus ojos, por asesinar a sus padres. Y su tía estaba encantada por recordárselo para verlo sufrir. La segunda era, más bien por la que lloraba el lobo. El motivo eran las quemaduras echas por la plata. Pues dolía terrible y espantosamente. Se derrumbó en el suelo, y siguió llorando. Deseó que todo volviera a ser como antes e impedir a su yo antiguo salir de la cama. Pero no podía cambiarlo. Era su culpa, solamente suya.
Entonces alguien llamó a la puerta con suavidad. Remus se levantó, limpió las lágrimas y echó agua en la cara, intentando borrar los surcos hechos por las lágrimas. Salió con la vista baja pues tenía los ojos un poco hinchados. Fue entonces cuando vio la alta silueta del profesor Jonas. Cogió a Remus por los hombros con suavidad. El chico lanzó una especie de gruñido que se asemejó al de un lobo. Este estaba demasiado cerca de la superficie y sus emociones estaban a flor de piel.
-Remus, ¿ocurre algo? -le preguntó preocupado. Los ojos del chico estaban ocultos por el flequillo, pero aún así el profesor notó el brillo salvaje de sus ojos.
-Nada, profesor -contestó con voz ronca. El hombre sabía que mentía pero decidió descubrirlo más tarde cuándo estuviese más tranquilo.
-¿Qué te parece si vienes esta tarde a mi despacho y tomamos un té? -preguntó con amabilidad. El niño asintió lentamente. El profesor Jonas vio como el pequeño licántropo se marchaba cerrando la puerta tras si con suavidad.

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Remus consiguió relajarse de la mejor forma que el sabía, refugiándose en la biblioteca más específicamente en su rincón. La señora Prince lo saludó como era habitual y él de devolvió un gesto brusco a modo de saludo. Fue la transformaciones y cogió varios libros de buen grosor. También seleccionó algunos de Defensa Contra las Artes Oscuras. Ya con los brazos con una pila de libros se fue a su rincón y empezó a leer. Poco a poco el lobo retrocedió lentamente y el niño se sintió muy aliviado pues temía herir a alguien. Estaba tan inmerso en la lectura que se le olvidó la comida y fue a tiempo de tomar algo solo porque la bibliotecaria lo aviso sobre la hora. El niño guardó los libros en su estante y fue al comedor. Remus comió deprisa pues se había quedado en un capítulo muy interesante sobre la transformación de animales a objetos. Sintió como una mirada se posaba en el como tantas otras veces. No le hizo falta volverse para saber quién era el dueño de aquella. Pertenecía a Sirius. Siguió comiendo con normalidad pues para el niño se había convertido en algo tan natural que el ojigris lo mirara cuando lo tenía cerca que ya se había acostumbrado. Realmente no sabía por qué lo hacía pero le gustaba creer que era porque se preocupaba por él. Cuando acabó se levantó y fue a la sala común. Se dedicó a matar el tiempo leyendo más libros y paseándose por su habitación. Entraron los tres bromistas y empezaron a hablar sobre el encantamiento bombarda. El no dijo nada pues los dejaba hacer sus cosas. Remus tenía ganas de ir a tomar un té con el profesor Jonas. Por fin llegó la hora. Guardó las cosas en su baúl y se encaminó a la puerta.
-¿Dónde vas, Lunático? -le preguntó James. Sirius y Peter lo observaban desde atrás esperando su respuesta.
-Voy a ver al profesor Jonas -murmuró en voz baja. Los tres asintieron conformes.
Remus bajó las escaleras de dos en dos, rumbo al salón de Defensa Contra las Artes Oscuras. Llamó con suavidad a la puerta y lo recibió el profesor Jonas con su típica media sonrisa.
-Bienvenido, Remus.
-Gracias por invitarme, profesor -agradeció el niño con una sonrisa de cordialidad. Pasó al interior de la habitación. Era algo pequeña con una mesa preparada para el té, con dos sillas bajas para sentarse. Había varios tanques con criaturas para las clases y muchos libros de Defensa Contra las Artes Oscuras. El profesor lo invitó con un gesto a sentarse y a continuación el tomó asiento también.
-¿Un terrón o dos? -le preguntó mientras cogía el azucarero y le servía el té en una de las tazas.
-Dos, porfavor -respondió Remus. El profesor echo dos terrones en la taza de Remus y para él solo uno. Jonas tomó un sorbo y miró con seriedad a su alumno.
-Dime Remus, ¿por qué llorabas esta mañana?
El niño se tensó, y tomó un sorbo a su té.
-No sé que está diciéndome, profesor -contestó Remus con algo de nerviosismo. El hombre levantó una ceja y lo observó.
-¿A no? Tu tía te escribió está mañana, ¿cierto? -demandó con seriedad.
-Así es, s-solo quería saber cómo estaba -informó con la voz algo temblorosa.
-¿Seguro? -preguntó. El niño asintió violentamente con la cabeza-. Remus...dime, ¿hay algo que quieras contarme?
El chico bajo la vista a la taza. Le gustaría contarle al profesor todo lo que pasaba pero simplemente no podía.
-No, profesor. Absolutamente nada.
El hombre suspiró.
-Ah, Remus. ¿Sabes que veo cuando te miro? Veo a un niño demasiado maduro que carga con un peso demasiado grande para su corta edad. Por eso, eres admirable. Gente mucho más mayor que tú no ha soportado el peso de su identidad.
El niño asintió de nuevo, sin saber que más hacer. Tomó un trago al té por hacer algo con las manos. El hombre lo miró y a Remus le dio la impresión de que sabía todo lo que pensaba, sus problemas y lo que le pasaba por dentro. Incómodo acabo su té y se levantó.
-H-ha sido un placer tomar el té con usted profesor, pero debo irme ya -se despidió algo nervioso. El hombre asintió despacio y vio desaparecer a su alumno tras la puerta, preguntándose qué ocultaba en verdad.

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