Licantropía (parte 2)

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 "Eres una buena persona a la que le han sucedido cosas malas"
(Harry Potter y la orden del Fénix)

La vida del pequeño Remus era un infierno. Todo se vino más abajo la noche en la que el lobo asesinó a sus padres. Sólo recordaba a verse despertado y el olor metálico de la sangre, le hiciera tener náuseas. Recorrió la estancia con al mirada. Todo estaba más desordenado y en peor estado que antes, a sin que Remus supuso que el lobo se había vuelto más violento aquella noche. Fue entonces cuando vio en una esquina los cuerpos sin vida de sus padres. La carne estaba desgarrada y tenían atroces mordiscos en el cuerpo. En el rostro tenían su última mueca, una de auténtico terror y pánico. Remus se desmayó poco después.

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Se despertó varios días más tarde, absolutamente dolorido y con la mente nublada. Se miró el cuerpo y lo vio cubierto en vendas. Remus suspiro aliviado. Sólo había sido una maldita pesadilla. Esperó pacientemente a que llegara su madre, como sucedía después de sus transformaciones, pero la persona que entró no era ella. Una mujer muy parecida a Danna Lupin entro a la estancia. Miró con un asco, ira y dolor tan profundo que Remus se sorprendió. Su tía se acercó a la cama y le abofeteó. El niño se quedó pasmado, sin saber que hacer. Y entonces lo comprendió: sus padres habían muerto, y su tía estaba allí para cuidarlo. Un profundo asco y desprecio por si mismo recorrió a Remus. ¿Cómo había podido arrebatarle la vida a sus padres? Cuando su tía se cansó de pegarle se fue de allí, dejando solo al pequeño Remus.

Remus se recuperó lentamente. El niño había asumido que era el asesino de sus padres, y decidió que cumpliría la promesa que les hizo. No fue tarea fácil, pues su tía lo mantenía encerrado en el desván, y le daba de comer cada poco tiempo, lo cual llevo a que tuviese peor aspecto que de costumbre. Casiopea le decía a Remus que lo hacía por su bien y le recordaba cómo había asesinado brutalmente a sus padres.
A si pues, Remus cambio completamente. Dejó de ser el niño inocente y feliz que sonreía a todo el mundo se había convertido en alguien tímido, silenciosos y que no sabía relacionarse con la gente. Raramente sonreía y si lo hacía era una mueca amarga y triste. El cuerpo y el alma del niño estaban dañados. Remus se sentía culpable por ser lo que era, y su cuerpo sufría un dolor demasiado fuerte como para poder soportarlo. Su transformaciones habían empeorado, pues su tía no lo atendía para nada, y era el propio Remus el que se curaba a si mismo. También ella había empleado un método, que según ella, era por su propio bien y para contener a la bestia. El “método” consistía en castigarlo y quemarlo con plata. Era obvio que disfrutaba haciendo sufrir a Remus pero él no hacía otra cosa que cerrar los ojos y dejarla hacer. El lobo aullaba de dolor en su interior y Remus sufría con él. La tortura solía durar mucho tiempo y Remus se derrumbaba en la cama, totalmente exausto. Nuevas cicatrices cubrían su marcado cuerpo, muchas de ella echas por el lobo, pero otras por su tía.

Así fueron pasando lentamente los días entre dolor y sufrimiento, cansancio y hambre. Sin embargo, un día sucedió algo que hizo que el pequeño Remus gritara de alegría.

Desayunaba una mustia tostada, mientas su tía leía el Profeta. El niño miraba con hambre el gran desayuno de su tía, pero no se atrevió a decir nada. Fue entonces cuando una gran lechuza negra como la tinta entro por la ventana. Casiopea ahogó una exclamación de sorpresa y vio como Remus cogía las cartas que venían atadas a la pata de la lechuza.
El niño abrió las cartas con las manos temblando de la emoción. Había reconocido el escudo de Hogwarts, no en vano había leído varios libros que hablaban sobre el colegio. Leyó la carta y dió un pequeño grito de alegría y sorpresa. La carta decía así:

COLEGIO HOGWARTS DE MAGIA Y HECHICERÍA

Director: Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore.

Estimado señor Lupin:
Tenemos el placer de informarle de que dispone de una plaza en el colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Por favor, observe la lista del equipo y los libros necesarios. Las clases comienzan el 1 de septiembre. Esperamos su lechuza antes del 31 de julio.

Muy cordialmente,
Minerva McGonagall

Remus leyó la carta un par de veces, sin poder creerse que podía asistir a Hogwarts. Su tía, le arrebató la carta y la leyó. Su rostro compuso una máscara de la ama auténtica sorpresa.
- Pero...no puede ser...seguro no saben de tu condición... - balbuceó Casiopea, sin poder creerselo. Remus, le pasó a su tía la carta que había abierto y leído. Sus ojos ambamarinos brillaban de emoción y alegría. Su tía cogió la carta con rabia y la leyó.

Señor Lupin:
Somos conscientes de su condición como licántropo, pero aún así nos gustaría que asistiera al colegio. El director Dumbledore a habilitado un espacio donde puedas transformarte sin herir a nadie. Esperamos su respuesta.

Cordialmente,
Minerva McGonagall

Remus miraba a su tía esperando su respuesta. Casiopea pensó en ello. Por un lado no vería a su maldito sobrino en mucho tiempo y ella no se tendría que preocupar de sus transformaciones.
- Está bien, irás allí - cedió ella - pero, como me enteré de que has echo algo malo... - saco un sickle de plata y lo presionó contra su brazo. Remus se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. Asintió enérgicamente, y su tía lo retiró de su brazo. Remus cogió las cartas y se retiró al desván. Cerró la puerta y apretó el correo contra su pecho, como si fuera su posesión más preciada. Las escondió bajo una tabla suelta del suelo, para que no se rompieran mientras se convertía en licántropo. Allí había varias cosas escondidas, como una fotografía mágica de sus padres y él cuando todavía no era un licántropo. Había también, un cuaderno de cuero viejo, que estaba en blanco. Era importante para el porque había pertenecido a su padre. Dejó las cartas dentro del libro y la seguro bien. Remus se fue dirigió a su cama y se acurrucó bajo las mantas, y por primera vez en mucho tiempo, una sonrisa se asomó en el rostro de Remus Lupin.

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Remus caminaba un poco perdido por la estación de King's Cross. Arrastraba tras si un pesado baúl, de segunda mano, que para él no pesaba lo más mínimo. Llevaba un ropa muggle bastante vieja pero, era lo que su tía le había dado para ponerse. Miraba a todos lados, muy confuso. Todo estaba lleno de muggles y se las había apañado con las pocas indicaciones que le habían dado para llegar. Se paró a recobrar el aliento, y fue entonces cuando vio a una mujer de cabello rojo brillante con un niño de pelo negro azabache, dirigirse a la columna que había entre el andén nueve y diez. Observó cómo cogían carrerilla y justo antes de chocar con la columna, desaparecieron. Remus se sorprendió bastante, pero supuso que debía pasar por allí. Miró a ambos lados y aprovechó que nadie miraba para dirigirse hacia la columna. Fue muy rápido, Remus paso la columna con facilidad. El olor del vapor lleno sus pulmones y enseguida se vio envuelto en la ruidosa multitud. Observó de lejos al niño de pelo negro, que en aquel momento estaba siendo reñido por su madre. Remus sonrió un poco al recordar el día en el que su padre le había reñido igual por haberle escondido el libro de botánica. Cuando quiso darse cuenta el niño le miraba con el ceño fruncido, con aspecto de estar muy enojado. «Se cree que me estoy riendo de él» pensó Remus, horrorizado por aquel error. El niño frunció más el ceño, abrazó a su madre y subió al tren.

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