Cuando solo era atractiva

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Estaba en su boda y la emoción me inundaba. Recuerdo cuando tan solo ella —Ilse, así se llamaba mi hija— y él —Rodrigo—, eran novios. La boda fue un total «botada por la ventana» con Mariachis, pasteles de varios pisos, presentaciones en vivo, invitados por montón y un vestido impresionante con una larga cola y él con su elegante traje.

Pero su matrimonio fue todo lo contrario al dicho: después de la tormenta viene la calma. Más bien fue: la calma y luego vino la tormenta desastrosa que dejó pérdidas. Él estaba teniendo ataques de celos hacia ella, por su jefe, un quincuagenario con un matrimonio que contaba casi los veintiún años ¡Que estúpido!

Tantas veces recibí a Ilse en mi casa con ojos morados, golpes en brazos o piernas y ella llorando, me partía el alma. Quise que lo denunciáramos pero ella solo decía:

—Aún lo amo, no puedo hacerle esto.

Pasó el tiempo y de tantos ataques y peleas hubo una que me marcó y la marcó a ella por la eternidad. En una discusión se cegó y la golpeó con un jarrón de arcilla comprado en Italia, en la sien.  Allí murió y el muy cobarde escapó ante la policía inservible. Así que luego de eso juré vengarme, esperaría un tiempo, seguiría sus pasos y atacaría... hasta hacer desaparecer su alma de este mundo, sin dejar rastro alguno de su existencia.  El amor de una madre también puede enceguecer.

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