Subí al bus y me senté detrás del conductor. Minutos después subió un hombre unos cinco años mayor que yo y se sentó a mi lado, tenía un aspecto muy extraño: la ropa sucia y lleno de tierra, pero le detectaba una actitud de ladrón. De la nada comenzó a hacer comentarios sobre las colegialas que iban de pie haciendo ruido con sus conversaciones ilógicas. Pero hubo algo que me dejó helado, cuando dijo:

—Yo estudié en ese colegio, pero no era así de vago como esas estudiantes, me fui de ahí, bueno, me expulsaron... —continuo diciendo algo que no pude oír, pero que luego aclaró—: por intento de homicidio, por eso me expulsaron.

Mi corazón se detuvo por unos segundos. Comencé a mirarlo a ver si notaba algún armamento. El sudor en mi frente comenzó a aparecer, mis manos estaban teniendo espasmos, la boca de mi estómago se contrajo y mi garganta se secó ¿Quién diablos se había sentado a mi lado? De pronto él hizo un movimiento que a mi vista fue extraño, la adrenalina corrió por todo mi cuerpo y rápidamente tomé la pluma de metal que tenía en el bolsillo de mi camisa y lo clavé en su cuello.

Lo que recuerdo ahora del momento es gente gritando, otros golpeándome, el olor a hierro en la sangre sobre mis manos y finalmente el «clic» de unas esposas. Dijeron que solo fue paranoia.