Sigue adelante, hijo mío

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—¡Estás loco, Dante! Sabes bien el riesgo que corres —exclamó Bertha preocupada como nunca lo había estado por él.

—Claro que lo sé, y sé también que estoy preparado para esto. Pero, aunque no lo estuviera, lo haría, necesito verla. Hay tanto que tengo que decirle, fue muy injusto perderla así. Debería haber sido yo quien... —Dante contuvo las lágrimas, no era de los que expresaban mucho sus sentimientos.

—Extrañas a Daphne, eso lo comprendo, pero no creo que ella aprobaría que...

—Pero ella no está aquí —interrumpió él—. Ese es el punto.

Y sin permitirle replicar, bebió la totalidad del brebaje que sostenía en su mano, luego se sentó en posición de flor de loto sobre el círculo mágico trazado con tiza sobre el suelo. Volteó a ver el reloj, eran las 9:17 de la noche. Se concentró en el viaje que estaba a punto de emprender. Tratando de ignorar el fuego que comenzaba a consumir su vientre. De no ser por los años de entrenamiento disciplinando su mente y cuerpo, no hubiera podido soportar la sensación sin convulsionarse por el dolor.

Abrió los ojos, ya no estaba en su departamento, ese que también fungía como su oficina en la que atendía a las personas que solicitaban sus servicios de detective. Era un lugar muy distinto.

Un extraño mundo sin sol, bajo un cielo cubierto eternamente por grises remolinos de nubes. Con un viento helado que parece arrancar la carne de los huesos. Rocas, arena color ceniza y arbustos secos, era lo único que se vislumbraba de manera constante hacia todos los horizontes.

Comenzó a caminar, a pesar de parecer que cualquier camino que tomara no lo llevaría a ninguna parte, dentro de él intuía la dirección correcta. Avanzó por lo que parecieron horas, días, meses o tan sólo un segundo. El tiempo parecía no existir en dicho lugar.

Hasta que se vio de frente con una hermosa zorra plateada con nueve exuberantes colas.

—Sé que no eres la verdadera Sung-Hye. No hay manera de que estés aquí, sé también lo que representas y lo que tratas de hacer, no funcionará.

La zorra cambia de forma en un instante, convirtiéndose en la imagen misma de la belleza, una joven mujer de piel blanca como la nieve, cabello negro larguísimo, casi llegando hasta el suelo, ojos rasgados de aspecto oriental.

—¿De verdad quieres continuar con esto, Dante? —dijo la aparición que se encontraba ante él con una voz dulce y provocativa—. Aún te queda tiempo en el mundo, aún puedes disfrutar de los placeres de la vida que más te gustan. ¿Piensas arriesgar todo eso?

—Ni tú ni nadie me harán desistir, apártate de mi camino —espetó Dante.

La imagen se volvió translúcida al haberle quitado Dante su fuerza, él pasó a través de ella sin pestañar.

Siguió su jornada hasta llegar a la entrada de una gigantesca caverna de la que emanaban vapores ardientes que contrastaban con el gélido aire. De lo profundo reverberaban ecos de gruñidos y ladridos ensordecedores como truenos. Pero no se detuvo avanzó decidido hacia la abertura, pero antes de llegar, frente a él se materializó otra presencia. También era femenina, pero ésta en vez de irradiar deseo y lujuria, emanaba un profundo y sincero amor.

A pesar de parecer joven, incluso más que él. De inmediato la reconoció por la mirada. No podía ser otra que su madre. Así debió haber lucido años antes de que él naciera. Ahora que lo recordaba, jamás había visto fotos de ella en sus años mozos.

—Eres otra proyección de mi mente —habló para sí mismo—. Eres parte de mi subconsciente que trata de detenerme.

La mujer frente a él solo sonrió y negó con la cabeza.

—No, no puede ser —continuó, esta vez no pudo contener las lágrimas, lloró como no lo había hecho en casi dos décadas, cuando la perdió—. Eres tú, de verdad eres tú... ¡Madre!

Corrió a abrazarla, temió que fuera sólo una cruel ilusión provocada por el lugar hostil en el que estaba, que al tratar de tocarla la atravesaría como a la visión anterior. Pero para su consuelo no sucedió. Se sostuvieron con fuerza por una pequeña eternidad.

—Hijo mío, Dante, ¿qué estás haciendo aquí? Todavía no es tu momento.

—Te contestaré, madre, pero primero déjame abrazarte un momento más, no sabes lo mucho que te he extrañado.

—Claro que lo sé —respondió con dulzura—. ¿Acaso no crees que yo también te he echado de menos?

—Madre —prosiguió Dante apartándose de ella, pero tomando sus manos ahora—, tenía que venir a buscarla, a decirle todo lo que no le pude decir en vida.

—Pero, hijo, lo que estabas por hacer implica un gran riesgo, es casi seguro que no podrás regresar, casi nadie lo ha logrado.

—No me importa, la verdad creo que ya no puedo resistir más. Me siento demasiado cansado. Siento que todo lo que quiero me abandona. Todo lo que vale la pena lo pierdo, y no puedo hacer nada para evitarlo. Me pasó contigo, con Reneé, con Daphne. Creo que mi vida carece de propósito.

—Conozco bien tu vida, hijo mío, no debes pensar eso, creo que tu misión en el mundo es ayudar a otros. Lo has hecho desde que eras niño. Haces que el mundo sea un lugar un poco mejor, menos peligroso. Habría muchas más almas inocentes de este lado de no ser por ti.

—Pero, ¿de qué me sirve ayudar a otros? Si no puedo ayudar a quienes amo.

—Pero sí nos ayudas —aclaró ella al tiempo que el rostro se iluminaba de orgullo—. Daphne y yo estamos tan orgullosas de ti. Nos hace felices todas y cada una de tus proezas, cada vida que salvas, cada maldad que exterminas.

—Aun así, siento que necesito verla, me hace tanta falta, no me he perdonado lo que le sucedió, si no fuera por mi arrogancia... ella...

—Ella no siente ningún rencor hacia ti, ella tomó su decisión, ella asume toda la responsabilidad de lo ocurrido, me lo ha dejado muy en claro.

—Pero, si tú pudiste venir, ¿no podría venir ella también? Deseo tanto poder verla una vez más.

—Por desgracia no, mi conexión contigo es diferente, hay un lazo de sangre. Por eso pude cruzar hasta aquí para recibirte. Pero ella nunca se ha alejado de ti, siempre ha estado cerca. Tal vez hasta la hayas sentido.

—Ahora que lo dices, tienes razón, si la he sentido cerca muchas veces, y a ti también, mamá.

—Claro, hijo, las dos siempre te estamos cuidando. Entonces, ¿aún deseas continuar? ¿Arriesgarás lo que te queda de vida a pesar de que nos dolería mucho a nosotras?

—Como siempre, madre. Tienes razón, mientras sepan que las amo con todo mi corazón y que jamás he dejado de pensar en ustedes, creo que podré seguir adelante.

—Bien, hijo —dijo mientras mostraba infinita paz y felicidad en su rostro—. Es hora de que regreses, continúa con tu misión. Además, ¿por qué no? Tal vez hasta puedas darme un nieto. No me molestaría que hubiera un pequeño Dante por ahí —agregó con una gran sonrisa.

—O tal vez una mini Lucía —respondió él sonriendo también—. Voy a regresar entonces, pero, sin prisa. Me siento agotado, déjame descansar un poco a tu lado, déjame recargar mi cabeza sobre tu regazo como cuando era niño.

—Nada me haría más feliz que eso, hijo —dijo al tiempo que se sentaba sobre el suelo, luego Dante se recostó junto a ella—. Descansa, hijo, vive tu vida con plenitud, verás que cuando llegue tu momento, estarás en paz contigo mismo.

Dante cerró los ojos y se quedó dormido mientras ella besaba su frente.

Los abrió de nuevo, estaba sentado sobre el círculo de tiza, en la misma posición que había adoptado antes de emprender su aventura. Por instinto volteó hacia el reloj, justo en el instante en que éste saltó de 9:17 a 9:18.

Bertha lo miraba con alivio. Algo temblorosa, comenzaba a esbozar una sonrisa.

«¡Qué raro!», pensó Dante al escuchar música provenir del reproductor, no recordaba haberlo dejado encendido. Luego sonrió al comprender lo que sucedía. Era una canción del grupo Kansas, la banda favorita de su madre.

FIN

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Reto realizado por LuzFOREVER

Canción: Carry on my wayward son. Del grupo Kansas.

Personaje: Dante Mondragón.

Protagonista de mi novela "Noches Rojas"

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