Capítulo 28: un mensajero peculiar

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Cuando se apareció en el castillo de Malahide, le dio un fuerte ataque de ansiedad. Ella, que sólo había tenido uno una vez en público debido a una mala calificación en Transformaciones, se sorprendió a sí misma hiperventilando, culpándose por no haber podido salvar a Jake FIrewall. Fuera de aquel castillo, tan antiguo como los oscuros rumores que circulaban sobre él, la lluvia caía mansamente sobre los campos salpicados de vegetación tan verde como las esmeraldas. Ni siquiera el relajante murmullo de las gotas de lluvia golpeando ininterrumpidamente contra los gigantescos ventanales  pudo consolar a la joven bruja, que cayó de rodillas al suelo enmoquetado y rezó para que aquel momento de silencio para organizar sus ideas, durara eternamente. Sin embargo, esa tensa tranquilidad no tardó en ser quebrada por unos ruidosos chasquidos que provenían de dos repentinas apariciones en la estancia. 

Aberforth y Scamander habían hecho acto de presencia tras la joven desconsolada. Minerva no dijo nada. Se limitó a girar la cabeza y a recibirles con una mirada de pesadumbre inconmensurable. Las prendas de ambos magos estaban hechas jirones y cubiertas de ceniza, igual que las suyas. 

—Nos desviamos del flujo de desaparición para intentar recuperar a Firewall, pero cuando nos aparecimos de nuevo en el callejón, Jake y ese hombre lobo ya habían desaparecido. —Scamander suspiró debido al cansancio pero carraspeó  y se enderezó, a fin de parecer menos agotado—. No contábamos con que fueran a atacar a plena luz del día. 

—Escoria licántropa —gruñó Aberforth como muestra de que se solidarizaba con el dolor de la joven.

 —¿Qué va a pasar con Jake? Mordió su brazo... —Minerva no podía ni hablar, le costaba abrir y cerrar la mandíbula. Su cara estaba  entumecida por la humedad del ambiente.   

—Él estará bien. Bueno, dentro de todo lo bien que puede estar un licántropo recién formado... —dijo Scamander intentando consolar a Minerva—. Ahora pertenece a su manada y por lo tanto, no puede ser tocado. Su transformación será dolorosa pero sobrevivirá. Él es joven.

—No entiendo... —Minerva miró a Scamander, sin comprender. 

—Cuando una persona es mordida por un hombre lobo, tiene una primera transformación que no se rige por la Luna Llena, sino que es una reacción instintiva de la mezcla de sangres, para probar la resistencia del individuo. Y como un hombre lobo no puede matar a otro hombre lobo, seguramente esté en algún lugar seco... Espero que al menos esté más seco que este condenado lugar —Scamander esbozó una ligera sonrisa. Minerva no respondió. Pero no podía dar crédito a que aquel hombre le sonriera. Sabía que trataba de animarla, pero en esos momentos hasta una sonrisa le parecía ofensivo para afrontar la reciente cadena de acontecimientos. 

—Tendría que haber sido yo. Aquel tipo iba a morderme a mí. Si ese idiota de Firewall no se hubiese entrometido... 

—No le des tantas vueltas, McGonagall. Él se sacrificó para salvarte, tú no tienes que culpabilizarte de nada de lo que le pueda ocurrir más adelante —dijo Aberforth, tajante—. Estoy convencido de que habrías hecho lo mismo, ¿no es así? 

—Claro, pero... su vida ya no será igual por mi culpa —concluyó ella, desconsolada. Aberforth guardó silencio y Scamander no se atrevió a decir nada.  

De pronto, en la sala irrumpió un hombre de rostro tostado, emaciado, seco y agrietado por el sol, cosa rara, teniendo en cuenta que se encontraban en una isla donde el sol rara vez brillaba en todo su esplendor. Iba mesándose su barbilla imberbe y arrugada como un pergamino y su prominente nariz ganchuda destacaba por encima de todos los rasgos de su cara avinagrada. Aberforth lanzó un gruñido de fastidio cuando vio que se aproximaba hacia ellos a grandes zancadas. En cambio, Scamander esbozó su más radiante sonrisa.  

—¡Señor Talbot! ¡Qué agradable es verle de nuevo aquí con nosotros! —exclamó con cierto tono de hipócrita alegría. Minerva observó que Scamander  tensaba todos los músculos de su cara para no estallar en improperios contra el recién llegado—. Espero que el viaje de vuelta de la India, haya sido agradable para usted. 

—Sus intentos de dorarme la píldora esta vez, no le servirán de nada, señor Scamander. —El hombre de rostro avinagrado y pelo canoso y grasiento, se sentó sobre una silla aterciopelada y se quitó su desgastada fez con bordados verdes y plateados, resoplando—. Les recuerdo, caballeros, que llegamos a un pacto sobre no acoger a más miembros de la Resistencia contra los snaker. No he venido de mi misión diplomática en Nueva Delhi para ocuparme de más bocas que alimentar. 

—No forma parte de la Resistencia como tal. Sólo es una antigua alumna de Hogwarts y hemos ido a buscarla por orden directa de mi hermano —aclaró Aberforth entre dientes. ¿Sólo una alumna? A Minerva le sentó fatal aquel comentario. Fue una de las mejores alumnas de su promoción. Y aunque no acabó su formación en la institución de enseñanza, aprobó los exámenes en la clandestinidad y con una calificación envidiable. Sólo una alumna. ¿Cómo se atrevía?

—Bien, pues espero que su hermano Albus también mande ayuda monetaria con la que pueda abastecer mi despensa. Él me prometió una suma considerable antes de su desaparición y a día de hoy, sigo sin ver ni un mísero knut en mis arcas. Yo no me dedico a beneficencia, señor Dumbledore —recriminó Talbot, exaltado—.  Soy el propietario de la primera empresa que transporta dragones a través de Europa Septentrional y Asia y los importa en Reino Unido. Si la competencia nórdica se llegara a enterar de que acojo a magos y brujas bajo mi casa, no sólo se reirían de mí, sino que además se correría la voz y mis posibles clientes, desconfiarían del prestigio que he alcanzado. Si estoy ayudando es porque me prometieron una gran suma. 

—Cálmese, señor Talbot —terció Scamander con toda la diplomacia que supo expresar—. Tendrá su considerable suma en cuanto nuestro grupo reciba las órdenes de Dumbledore. Y él jamás ha incumplidos sus promesas. Puedo asegurarle que tendrá el dinero dentro de muy poco. 

—¿Pero dónde está? ¿Cómo es que no sale de su madriguera? ¿Por qué no me comunicó su ubicación?   —La paciencia del señor Talbot empezaba a agotarse. 

—¿Y cree que a nosotros sí  nos lo ha comunicado? No tengo ni idea y yo soy su hermano. Así que si no confía en mí, menos confiará en usted —replicó Aberforth frunciendo tanto el ceño que sus ojos se ocultaron tras sus enmarañadas cejas. 

Talbot y Aberfoth estuvieron a punto de enzarzarse en una pelea, pero el elocuente Scamander se interpuso entre ambos, instaurando de nuevo la tensa paz que reinaba en el ambiente.

—Por favor, señores. Comportémonos y no nos rebajemos al nivel de las bestias. Hasta los dragones saben dialogar mejor que ustedes. Señor Talbot; esta muchacha es la última. No tendrá que preocuparse mucho más tiempo por sus delicados ahorros. Según el mensajero que mandó Albus, el círculo ya está cerrado. Pronto empezaremos con los preparativos para marcharnos de aquí. Y ahora si no le importa, nos gustaría descansar en las bodegas —concluyó el mago explorador, con una amplia sonrisa forzada.

—No esperen que haga que les preparen una taza de té. —Finalmente, tras este cortante comentario, el hombre emaciado desapareció dando un tremendo portazo. Al mismo tiempo, una portezuela en la esquina opuesta de la sala se abrió para revelar una estrecha escalera de caracol de metal.

—¡No puedo soportar a ese tipejo avaro y engreído! Sólo yo puedo meterme así con mi hermano, porque tengo mis razones. ¿Pero habéis oído? ¡Ha insinuado que mi hermano es un cobarde! —exclamó Aberforth sin miedo a que Talbot pudiese oírle desde donde quiera que estuviese. 

—Y por este motivo, odiamos a los empresarios con sus aires de  grandeza —cortó Scamander, dándole unos toquecitos de ánimo en su espalda ancha, algo disimulada bajo su túnica y su capa parduzca—. Vamos, Abbie. Tranquilízate. Ya sabemos que ese hombre es un ser sin corazón y sólo se mueve por el dinero, pero es un buen aliado y Dumbledore lo controla de alguna forma. Trata de serenarte mientras estemos aquí. 

Minerva había permanecido callada sin decir ni una sola palabra, atendiendo a todo lo que había sucedido allí. Conque se refugiaban en la casa de un mago ruin y codicioso que no movía ni un dedo si no había un beneficio monetario detrás. Si aquellos iban a ser los cimientos sobre los que se iban a sustentar los valores de la resistencia contra los snaker, no quería saber absolutamente nada. Pero, por desgracia, no tenía otra opción más que seguir a aquellos pintorescos personajes y bajar con ellos al sótano de la mansión Malahide. Según había dicho Scamander, Hagrid se encontraría allí y no tenía otra opción que permanecer junto a él. 

Descendieron con premura hasta el último piso. Allí les recibió un fuerte olor a humedad y a aceite de antorcha. Éstas prendía con fuerza debido a un encantamiento mágico que hacía que sus llamas no se apagaran jamás. Fueron a parar a un extenso pasillo cuyos arcos de ladrillo sustentaban la casa que tenían sobre sus cabezas. A su vez, esos arcos servían para separar el pasillo en secciones y estas guarecían a grupos de personas sucias, pálidas por la falta de sol y sobre todo, agotadas. Reconoció a varios compañeros de Hogwarts a duras penas bajo las capas de suciedad que se acumulaban en sus cuerpos. Talbot se estaba gastando lo mínimo por mantenerlos en buen estado físico. Acaso dos comidas al día y ya era suficiente. Sacudió la cabeza, intentando despejar la mente de todo odio hacia su nuevo «benefactor». 

—¡Minerva, eh Minerva! —Un vozarrón interrumpió sus entristecidos pensamientos. Alzó la vista y se encontró con que  Rubeus Hagrid se dirigía hacia ella, dando grandes y desgarbadas zancadas. Ella, aliviada, corrió a su encuentro y ambos se abrazaron con calidez. Minerva preguntó a Hagrid por su hermano pero el le tranquilizó diciendo que estaba a salvo en un remoto lugar—. ¿Cómo te encuentras? Estás temblando. ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Jake? 

Minerva bajó la vista y compungida, le relató todo lo que había sucedido. Sus ojos se abrieron tanto por el asombro que tuvo que pestañear varias veces para poder recobrarse. Cuando la bruja terminó de contarle lo sucedido, él resopló y se llevó una mano a la frente, anonadado. 

—Seguramente se encuentre a salvo —interrumpió Scamander de nuevo para decirle lo mismo que le dijo a la muchacha—. Los licántropos no matan a sus neófitos. Tal vez lo conviertan en su aliado mediante una maldición Imperius, pero bastaría con un contrahechizo. No os preocupéis; él estará bien.  Y ahora que estamos aquí, los cuatro reunidos, ha llegado el momento poneros al día con el plan de Dumbledore. Talbot sólo sabe que nos está acogiendo, pero la realidad es que es un reclutamiento. 

—¿Dumbledore pretende reclutar a esta gente y convertirlos en su nuevo ejército? ¿Acaso usted no ve la lamentable situación en la que están? —preguntó Minerva, sin dar crédito.

—No es un plan a corto plazo. Tú eras la última integrante que nos faltaba, pero hasta que Dumbledore no nos lo diga, no podemos salir de aquí. No te preocupes por ellos, recuperarán su vigor en cuanto el mensajero de Dumbledore aparezca y nos diga que podamos hacerlo —explicó Scamander. 

—¿Y por qué no puede venir él a decírnoslo? ¿No es él el interesado en librar la batalla decisiva? —Minerva no podía estar más enfadada con el hermano y el amigo del viejo profesor. 

—Sea realista, Mcgonagall . Es el enemigo número uno. Ya se está arriesgando demasiado mandando a su mensajero con nuevas órdenes —dijo Aberforth, malhumorado—. No lo está haciendo por cobardía. ¿Usted también insinúa que mi hermano es un gallina, Minerva? Porque no se lo consiento. Está tan atado de manos como su amiga a la que presuntamente está tratando de encontrar. Y por lo menos él da señales de vida, de modo que confiemos en lo que tenga pensado. 

Todos los miembros del pequeño grupo permanecieron unos instantes en silencio, hasta que Hagrid se atrevió a hablar. 

—Creo que sería mejor que descansáramos todos. Ustedes están cansados tanto como Minerva  y creo que deberíamos hacer una pausa. Tanta presión y tanta incertidumbre nos están debilitando. —En ese momento Hagrid pronunció las palabras más sensatas de toda la conversación y los tres restantes estuvieron conformes. El grupo se deshizo y Minerva se quedó con Hagrid mientras Scamander y Aberforth se iban a descansar en una sección vacía del pasillo enladrillado. 

—Creí que me iba a estallar la cabeza —confesó la bruja, mesándose las sienes. 

—Escucha, Minerva, quiero que vengas conmigo. He encontrado a la familia Potter. A los padres adoptivos de Mina Vans. —Hagrid guió a la joven hasta una sección habitada por una pareja de magos adultos e igual de sucios que los demás. Estaban sentado junto a una hoguera mágica que ardía con una llama menuda y acogedora, como en el hogar de una casa corriente. El semigigante les llamó y estos levantaron la vista para recibir a Minerva con una cálida sonrisa. 

—Ah, Minerva Mcgonagall. Charlus y Mina me han hablado mucho de ti. Mas Charlus que Mina; ella era más reservada. Pero siempre alabaron tu inteligencia y tus buenas notas. ¿Y qué te parece Rubeus? No sabía que fuera todo un hombretón —dijo la mujer con tono maternal. Hagrid se ruborizó por el comentario—. Ahora mismo te preparo una taza de té, querida.  

—No quisiera molestarla, señora Potter. La verdad es que estoy demasiado cansada para tomar incluso una bebida caliente —dijo Minerva sentándose en un cómo cojín deshilachado—. ¿Cómo está Charlus? 

Rose Potter, de repente se quedó quieta, como petrificada. Unos instantes después se echó a temblar y su marido, Mike, la abrazó para consolarla. Minerva se apresuró a disculparse:

—Lo siento, no pretendía...

—No es tu culpa, Minerva —La señora Potter sacudió la cabeza y le explicó los motivos de su conducta—. Charlus Potter no ha querido unirse a nuestro grupo. Ha permanecido trabajando en el Ministerio, ahora a las órdenes de Ezekiah, como un funcionario más. Y me duele no saber si ha hecho la elección correcta. 

Mike Potter se encaró con su mujer:

—¡Por supuesto que no lo ha sido! Yo no he criado a hijos cobardes. Charlus ha sido un estúpido si pensaba que así podía alejar los peligros de la familia. Pero eso sólo ha empeorado la situación.

—¡Él no quería acabar como Matthews o nuestra pequeña! —sollozó la mujer.

—Sí, pero tampoco quería trabajar con los snaker, ¡y mira dónde se encuentra ahora! —exclamó su marido, fuera de sí. 

—Por favor, señores Potter. Vengo de tener una discusión. No quiero que ustedes también se enzarcen en otra —pidió Minerva otra vez mesándose la frente. De modo que Charlus había optado por la opción más estable. Bueno, no podía considerarlo un traidor a la causa. Sólo quería proteger a su familia y no querían que le relacionaran con su hermano auror. Sin embargo, Minerva sentía que algo se le había roto dentro de su ser al escuchar aquella información sobre su antiguo amigo. Funcionario del enemigo; cómplice de su maldad a fin de cuentas. 

—¿Y vosotros? Sabéis algo de nuestra Mina. —A Minerva le conmovió el sentimiento de cariño que sentían por aquella muchacha apocada la cual parecía no tener ojos más que para aquella serpiente venenosa. 

—Nada en absoluto. —la joven bruja optó por callarse la información que habían averiguado sobre la familia Vans. Tampoco les dijo nada sobre el trágico suceso de Jake. 

—Ojalá pudiéramos saber dónde se encuentra. Nuestra pequeña fue muy desconfiada, pero siempre le dimos todo el amor que pudimos. Sin embargo, al parecer sólo tenía ojos para un muchacho del colegio. Cuando volvía a casa, en las vacaciones de verano, ella solía soñar con él y pronunciaba su nombre en sueños —dijo Rose con voz gangosa—. Mi pequeña, seguro que ya estará muy mayor. Apenas la reconoceré cuando la vea... Si es que la veo de nuevo...

—Estoy segura de que volverá a verla —aseguró Minerva, tomando su mano, consoladora. La señora Potter se lo agradeció con una nueva sonrisa de madre preocupada. 

De repente se escuchó un sonoro chasquido procedente del pasillo. Minerva y Hagrid se levantaron alarmados. Ante ellos, se había materializado la figura menuda de un hombrecillo de orejas largas y puntiagudas que iba vestido con un trapo enrollado alrededor de su cuerpo. Sus ojos grandes y llorosos se posaron sobre la joven y el semigigante. Hagrid esbozó una sonrisa: 

—¡Ah, eres tú, Dobby! Llamaré a Aberforth y a Scamander para que vengan aquí.

—¡G-gracias, señor Hagrid, Dobby le está muy agradecido, señor! —tartamudeó la enclenque criatura. Minerva se quedó sola frente al hombrecillo de aspecto miserable—. ¿Usted es Minerva McGonagall? 

—Así es —contestó ella, sorprendida—. De modo que tu eres el famoso mensajero

—Dumbledore le ha dicho a Dobby que Dobby le diga que Jake se encuentra a salvo bajo su protección —dijo la criatura en un tono confidencial—. Dobby le ha visto, señorita. Está algo maltrecho pero Dobby cree que se curará rápidamente. 

—¿Cómo es posible?  

—Dobby lo encontró en un túnel, señorita McGonagall. Dobby escuchó un ruido y fue a buscar el origen de ese ruido. . Dumbledore dijo a Dobby que alguien muy, pero que muy secreto, le había mandado hasta él. Y no dijo nada más —explicó Dobby, con voz llorosa—. Dumbledore quiere que Dobby os comunique algo muy importante.

Minerva esperó a que el resto volviera y mientras estuvo dándole vueltas a lo que el elfo le había comunicado. ¿Entonces lo habían liberado de las garras de los snaker? ¿Pero quién? ¿Quién podría ser tan astuto como para perpetrar un plan de rescate tan peligroso? ¿Y si era Mina quien estaba operando en las sombras  guiada mediante la sabia mano de Dumbledore?  

Cuando los cuatro estuvieron de nuevo reunidos alrededor del pequeño elfo doméstico Dobby, éste comenzó, intimidado por las —a su parecer gigantes—, presencias humanas, a relatar su nuevo comunicado:

—Dobby quiere que sepa que Dumbledore está contento con vuestra labor de reclutamiento. Y también le ha dicho a Dobby que este nuevo ejército clandestino necesita un líder. Y le ha pedido a Dobby que diga que la señorita McGonagall es la mejor candidata para ese puesto.

Todos volvieron las cabezas para observar fijamente a la muchacha. Ella, atónita, no daba crédito a lo que había escuchado. 

—¿Quién? ¿Yo? No, no, no. Dumbledore se equivoca si cree que yo soy capaz de responsabilizarme de algo así. No sería capaz, básicamente porque jamás he deseado llevar a mi cargo a gente a su muerte asegurada. ¿Cómo diantres se atreve a pedirme algo así? —exclamó colérica, elevando la voz hasta el punto de que varias personas se aproximaron para ver qué ocurría. 

—Minerva —dijo Scamander, adecentándose un poco su pintoresca chaqueta—. No ha confiado esta misión ni a su hermano ni a mí. Ha pensado en ti directamente, de modo que debe ver algo de madera de líder en tu corazón. 

—Yo... no sé. Mire, señor Scamander. Sería incapaz de quitarle la vida a ningún mago. De ir contra él. Es cierto que nos enseñan desde primer grado en Hogwarts a defendernos. Pero me resulta muy difícil formular hasta un hechizo de aturdimiento contra otra persona. 

—Dumbledore le dijo a Dobby que usted diría eso. Y ordenó a Dobby que le dijera que gracias a su mando, muchas vidas inocentes se salvarán. Que con sus decisiones podría proteger a sus amigos y llevar la gloria y la paz a la libre Gran Bretaña —continuó el elfo doméstico. 

El futuro de la isla, dependía de ella. Si se negaba, quedaría como una cobarde, a la altura de Charlus para el señor Mike Potter. Si aceptaba, iría en contra de sus principios que reivindicaban la no violencia en la magia. No tuvo más remedio que aceptar. Ella misma sabía que jamás tendría el control de sus decisiones en aquella disyuntiva sobre el mando del nuevo ejército. Y ver las caras demacradas de toda aquella gente que a pesar del cansancio, se levantó para respaldarla, la condujo inevitablemente a asumir la dirección de aquella guerrilla. El matrimonio Potter observó el panorama entre admirados y temerosos. Habían asistido a la rotura de un corazón joven y bondadoso. 

—De acuerdo, acepto mi misión. Pero antes tengo que hablar con Talbot. No puedo dejar que todos vosotros muráis de hambre antes de comenzar —dijo Minerva con el ceño fruncido, preocupada por el oscuro panorama que  se había presentado para caer sobre ella con todo el peso del mundo.                       


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