Capítulo 52: el basilisco

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Vengo con ánimos renovados tras la nueva entrega de los Crímenes de Grindelwald. Y pese a que salí de la sala de cine con un regusto amargo por no haber disfrutado del todo esta segunda parte de la saga —fallos en el guión y agujeros argumentales más grandes que la negrura de mi futuro—, me sirvió para continuar con este fic que tengo un poco muerto de asco. Con ustedes y sin más dilación, el capi 52. Please enjoy.

James alzó la copa de quidditch delante de sus compañeros de Gryffindor en el Gran Comedor y todos prorrumpieron en vítores y aplausos. El buscador de diecisiete años, sin embargo, tenía la cabeza en otra parte y no compartía el júbilo de su reciente victoria contra Slytherin.

Sirius, miembro golpeador del equipo, se percató de su semblante y le sostuvo la copa cuando su amigo quiso marcharse de la gran sala sin dirigirle ni una palabra a nadie. Frunció los labios al ver cuál era el motivo del abatimiento de James; su padre, Charlus, le había hecho un gesto con la mano para que se diera prisa y no se entretuviese en celebraciones. Pronto el también se sintió presa de aquel lóbrego sentimiento y dejó que el resto del grupo siguiera celebrándolo. Apartado del grupo, se encontraba Remus y Peter. Este último le miraba con una sonrisa de oreja a oreja.

—Enhorabuena por el triunfo —dijo con un tono de voz muy bajo.

Sirius le sonrió como toda respuesta y observó que Remus estaba inmerso en la lectura de un artículo de El profeta. Al chico, desgarbado y tímido, no le gustaban demasiado las celebraciones ni el quidditch pero Sirius se sintió feliz de verle allí. Debía de haber hecho un esfuerzo por ellos. Remus alzó la vista un momento y también le sonrió a Sirius, que era más alto que todos ellos.

—Enhorabuena —dijo Remus—. ¿Y James?

—Su padre ha venido a buscarle. Si no estuvieras con la cabeza pegada al periódico lo hubieras visto marcharse. Sigue igual de enfadado que hace un año —dijo Sirius con un ligero tono de reprimenda en su voz.

Remus apesadumbrado se disculpó enseguida.

—Lo siento, es que ha pasado algo en Azkaban... Mira, lee —pidió el chico teniéndole el periódico a su compañero—. Jake Firewall se ha fugado. El hombre al que acusaron de todos esos asesinatos y que me salvó la vida. ¿Os acordáis?

Sirius tomó el periódico y lo abrió por el artículo que Remus mencionaba. Frunció el ceño meditabundo.

—¿Le habrán ayudado a escapar? —dijo este pensativo.

—No te sabría dar una respuesta —concluyó Sirius dándole el periódico de vuelta y encogiendose de hombros. De pronto, esbozó un gesto de dolor y se tocó uno de ellos—. Argh, mierda...

—¿Qué te ocurre? —dijo Peter alarmado.

—No es nada... Molestia en el hombro por una bludger mal lanzada.

—Deberías ir a la enfermería y que te viera la señora Pomfrey —dijo Remus observando la gravedad de la herida de su amigo. Pero en cuanto se acercó el mismo sintio molestia en la tripa y se la agarró—. Creo que yo me voy a ir a dormir. El ciclo lunar es dentro de dos días pero estoy sintiendo mareos...

—¿No deberías ir tú también? —añadió Peter volviendo la vista hacia su otro amigo con un gesto igual de alarmado.

—Oh, no os preocupéis por mí. Ya bastante hacéis convirtiéndoos en animales para hacerme compañía todos los meses —dijo Remus con un tono de disculpa. Acto seguido se acercó un poco más a Peter y este pudo ver que le guiñaba levemente el ojo, a modo de confidencia—. Creo que es buena oportunidad para que... habléis.

Peter tragó saliva. Sirius se acercó al chico licántropo y le tocó un hombro despidiéndose de él.

—Vale, tío. Cuídate. Nos vemos luego en la sala común. Peter, vámonos.

Peter obedeció y antes de salir del comedor, volvió la vista para observar que Remus le hacía un gesto de complicidad con la mano diciéndole que todo iba a salir bien. Antes de abandonar el salón, un grupo de chicas de Gryffindor admiradoras de Sirius, lo rodearon para deshacerse en elogios por él y desplazaron un poco a Peter. Este suspiró apesadumbrado. Pero Sirius no ignoró aquel gesto. Se disculpó ante las chicas con galantería y amabilidad, y agarró a su amigo del brazo para sacarle de aquel aprieto.

Ya en los silenciosos soportales del claustro los chicos se dirigieron con paso ligero hacia la enfermería. Sirius iba tranquilo y distraído, dando grandes zancadas y a Peter le costaba seguirle el ritmo.

—Has estado fenómeno en el segundo tiempo. Lograste inutilizarle la escoba la cazador principal de Slytherin con ese giro de muñeca... —dijo el chico menudo sin levantar la vista del suelo, levemente ruborizado.

—Bah, eso no es nada. Podría haberle dado más efecto si hubiera tenido una mejor posición —dijo Sirius con una sonrisa torcida mirando a su amigo de soslayo—. Por desgracia, no logre derribarlo. Hubiera sido bestial verlo caer de culo.

Este se rió de su propio comentario y Peter lo secundó con una sonrisa tímida.

—Y no te pasó nada. Estoy aliviado —dijo el chico menudo para sí, aunque Sirius lo escuchó y se detuvo en seco.

—Pete, ¿te pasa algo? Llevas unas semanas  muy extraño y me gustaría saber si tienes algo que decirme —le espetó Black frunciendo el ceño.

A Peter sintió que le iba a dar un vuelco el corazón. Intentó aparentar normalidad pero empezó a agitarse y a sentir que se sofocaba. Miró a Sirius con los ojos de un roedor asustado.

—¿Qué quieres decir?

—Digo que no es normal que actúes así. Me envías cartas de apoyo antes de los partidos. El otro día te gastaste toda tu paga mensual en comprarme un bate nuevo,  me invitas a cervezas de mantequilla sin ningún motivo... Cualquiera diría que pareces una admiradora —dijo Sirius poniendo los brazos en jarras e inclinándose sobre Peter—. ¿Te pasa algo conmigo?

—No, no...

—¿Te debo algo y no sabes cómo decírmelo? —continuó Sirius inquisitivo.

—¡Claro que no! —se apresuró a aclarar Peter—. Es solo que quiero ser amable contigo...

—¿Ser amable conmigo? —repuso Sirius escéptico—. Nicholas casi Decapitado es amable dándome los buenos días cuando bajo a desayunar. ¡Esto es absolutamente diferente! No me tomes el pelo.

—¿Qué quieres que te diga? —reaccionó Peter con algo de enfado por cómo estaba discurriendo la conversación.

—Quiero que dejes de mentirme y me digas lo que me tengas que decir. ¿Es porque me porté mal contigo en el pasado que tratas de, no sé, intentar quedar bien o por encima de mí con tu amabilidad? —dijo Sirius cruzándose de hombros y apoyándose sobre una de las columnas del claustro.

Peter se mordió los labios tratando de reprimir sus lágrimas. No quería llorar. No delante de él. ¿Por qué siempre tenía palabras crueles en su boca cuando ambos se quedaban a solas? ¿Por qué con sus amigos reaccionaba diferente? ¿Por qué Remus no podía ver que no había nada que hacer con él aunque animara a Peter para declarársele?

Sirius suspiró entonces contrariado y se acercó a Pettigrew. Le puso una mano en la cabeza con gesto paternal y le dijo:

—Anda, no te pongas así, Pete. No era mi intención, lo siento —dijo envolviendo a Peter con todo su cuerpo en un cálido abrazo—.  Me molesta que no seas sincero conmigo muchas veces. Sé que me enfado con rapidez pero siempre estás cortado cuando estás con nosotros y conmigo. Somos tus amigos, tu familia. ¿Por qué te guardas las cosas?

—Si te lo cuento... Pensarás que estoy loco —dijo Peter esperando que sus sollozos no se notaran. Pero a Sirius no le fueron indiferentes.

—Pete...

—Lo siento, Sirius... No quiero seguir hablando —dijo Pettigrew apartando a su amigo con delicadeza y alejándose de él a toda prisa.

Sirius suspiró y se llevó una mano a los ojos para hacer presión en los lagrimales.

—Tendré que ir a la enfermería yo solo... —murmuró.

*

Charlus se encaminó hacia su carruaje levitante seguido por James. Este, con la cabeza gacha, lo siguió sin rechistar aunque de mala gana. Se percató de que ni siquiera había recogido su equipaje ni se había cambiado el uniforme de buscador. Suspiró contrariado y antes de que su padre subiera, se lo dijo:

—Debería subir arriba...

—No hace falta. Perks se encargará luego de traerte el equipaje —contestó Charlus sin mirar directamente a su hijo abriendo la puerta del coche. Este paso primero y James fue el último en entrar. Cerró la puerta y el carruaje en seguida empezó a flotar y a desplazarse por el aire.

—No deberías hacer trabajar a nuestro elfo en exceso. Podría haber hecho yo mismo la maleta —dijo James desviando la mirada hacia la ventana, contrariado.

—Y tú no deberías tutearme después de todo lo que nos has hecho, a Dorea y a mí —dijo Charles zanjando todo intento de conversación con aquel tono de voz lleno de frialdad—. Aunque ganes tres mil copas de quidditch seguidas y estés siendo un alumno ejemplar este curso, no esperes que sea capaz de perdonar tu estupidez.

Acto seguido, echo mano de un cigarrillo y se lo encendió con un encantamiento de su varita. James sabía que su padre fumaba cuando la incomodidad en el ambiente era máxima y así evitaba dirigirse a su hijo. Este frunció el ceño y cerró los puños para  controlar su ira.

—Yo la quiero —masculló.

—¿Qué has dicho? —dijo su padre volviendo la vista hacia él con altivez.

—Yo quiero a Lily, papá...

—¡Le has arruinado la vida a esa chica! —soltó Charles en una explosión de furia que no fue capaz de controlar—. ¿Como hay que explicártelo para que lo entiendas!

—No hay nada que explicar. De no ser por ese... —dijo reprimiendo al final el nombre de Snape—. Ella iba a abortar de todas formas. Yo no la violé, ella quiso también. ¡Estamos enamorados! ¿Es que tu no lo estabas de mamá?

—¡Fui lo suficientemente cabal a tu edad como para no dejarme llevar por mis genitales, James! —gritó Charlus dando por finalizada la discusión—. En estas vacaciones no saldrás de tu habitación y Sirius no podrá venir de visita. Te dedicarás a estudiar  y a sacar buenas notas, como se espera de ti.

Resentido, James calló y se quedó mirando por la ventana con una mueca de dolor y enfado. Todo había sido un malentendido pero su padre había decidido pensar de él todo lo peor y no detenerse a reflexionar acerca de otro punto de vista diferente. No obstante, James sabía que por su culpa también se había aireado otro de los secretos en los que había sido participe y eso había conllevado la marginación de Remus por parte de todas las casas. En realidad, no sabía exactamente por qué asunto albergaba más cantidad de ira y se sentía confuso.

El carruaje de repente comenzó a dar tumbos sobresaltado a sus ocupantes. James, asustado, se agarró al alféizar del ventanal y miró por el para ver qué estaba ocurriendo. De nuevo el carruaje se tambaleó violentamente y está vez sintió como caían en picado hacia el suelo. Charlus desenvainó la varita de su funda lujosa de cuero y conjuró un hechizo que detuvo la carroza justo antes de que tocará tierra. No obstante lo hizo demasiado tarde como para tener margen de maniobra y la gravedad hizo que acabasen estrellándose de todos modos.

La carroza se rompió en mil pedazos que salieron disparados en todas direcciones como sus dos ocupantes. James y su malherido padre rodaron colina abajo y se detuvieron en un desconocido punto del Bosque Prohibido. El chico alzó la vista resollando por el esfuerzo. Anochecía y eso no era buena señal.

—¡Papá, papá! —gritó James buscando en la penumbra al cuerpo de su padre que encontró al cabo de unos minutos bajo una de las ruedas. Intentó reanimarlo sin resultado. Tenía una fea herida en la sien y se encontraba inconsciente—. ¡Papá, despierta, por favor!

Un rugido gutural sobresaltó al chico que giró la cabeza y se topó con una escena dantesca. A una milla de distancia, un gigantesco dragón intentaba zafarse de unas gruesas sogas mágicas que unos hombres encapuchados estaban tratando de enrollar alrededor de su escamoso cuerpo.

James escuchó como los hombres gritaban órdenes en un idioma extranjero. Uno de ellos, dejó las sogas para alejarse del animal y alzar su varita. Al instante en el cielo aparecieron nubes negras que dibujaron la vaporosa silueta de una serpiente asomando por la mandíbula entreabierta de una calavera. James tragó saliva. Conocía aquel dibujo en el cielo crepuscular.

El dragón volvió a rugir y con un movimiento de su lomo arrancó una de las sogas que los hombres habían anclado al suelo con la magia de sus varitas. A continuación se zafó de  otra, así hasta liberarse por completo de su captura. Los magos lo intentaron de nuevo sin éxito. El animal estaba rabioso y quemaría todo el bosque si hacía falta para que lo dejaran en paz.

Una llamarada que salió despedida de sus fauces quemó gran parte de los árboles que se encontraban cerca de los dos accidentados. James, trastabilló y cayó de espaldas contra la fría tierra, aterrorizado. Sacó de su túnica su varita de madera de ébano lacada y conjuró un hechizo de agua a presión para intentar apagar las llamas que se dirigían peligrosamente hacia él y su padre.

—¡Ayuda! —gritó. Quizá aquellos extranjeros desconocidos le echaran una mano apagando el fuego.

Las voces del joven atrajeron la atención de la criatura escamosa que con un resoplido de furia, comenzó a avanzar trabajosamente pero sin pausa hacia él.

—¡¡Ayuda, por favor!! —volvió a gritar desesperado mientras se incorporaba con torpeza para acercarse hasta el cuerpo de su padre e intentar protegerlo de un nuevo ataque del dragón.

Este llegó a la altura del chico de Gryffindor y se cernió cuan grande era sobre la cabeza de James que volvió a conjurar un encantamiento de agua como último recurso contra aquel monstruo colosal. Se encogió, puso las manos sobre su cabeza y cerró los ojos esperando que el final fuera rápido. La tierra tembló bajo él.

Sintió que ardía. Era así como debían sentirse las víctimas engullidas por dragones hambrientos, pensó él. Ardía mientras él seguía pensando en la muerte. Aquello no podía ser posible y abrió los ojos pues su hora de dejar de existir se estaba demorando demasiado. Y lo que contempló al abrir los ojos de nuevo, lo dejó  sin palabras: unas llamaradas de un intenso fuego lo envolvían pero no le hacía daño. No procedían del dragón, sino de él mismo.

De las entrañas de la tierra había surgido otro ser escamoso pero de cuerpo largo, húmedo y sin extremidades que mantenía una encarnizada lucha contra la criatura alada que emitía rugidos y letales llamaradas. James se dio cuenta de que se trataba de una gigantesca serpiente cuyo cuerpo era más grande que el del dragón y más grueso. Los chillidos de dolor y los rugidos de las dos criaturas se confundían en el caos de la batalla. Los hombres se habían refugiado tras los férreos troncos de unos robles milenarios que aún resistían el calor del incendio, incapaces de mediar. Justo entonces, apareció una sombra que cuyos jirones vaporosos se fueron transformando poco a poco en una figura antropomórfica.

Un hombre encapuchado se irguió una vez completada su aparición y alzó su varita blanca para apagar en un segundo las llamas que consumían la arboleda circundante. Las llamas de James también se fueron extinguiendo hasta desaparecer por completo. Al chico le flaquearon las rodillas y cayó agotado sobre ellas, resoplando con esfuerzo mientras el tipo encapuchado indicaba a la serpiente gigante que asfixiara al dragón hasta que quedara solo inconsciente. Finalmente, el reptil se arrastró hacia el interior del suelo llevándose al dragón con él.

—¡Salid! —ordenó la nueva presencia. Los hombres extranjeros obedecieron, no sin gran temor hacia el recién llegado—. ¡Haced el maldito favor de deshaced la marca! ¡Quién la ha conjurado?

Los hombres se acercaron hasta él pero no dijeron ni una palabra. Ese gesto enfureció más al desconocido salvador.

—¡Lo repetiré de nuevo! ¡Quién de vosotros se ha atrevido a conjurar mi Marca? —dijo apuntando a cada uno de ellos con la varita, amenazador—. ¡No se os ha ocurrido pensar que ahora relacionarán el incendio con la Causa?

Uno de los hombres dio un paso al frente y proclamó su autoría con un marcado acento eslavo.

—He sido yo, milord.

—¡Cruccio! —vociferó el hombre sin miramientos e inmediatamente el culpable empezó a retorcer se de dolor en el suelo.

Los otros hombres, viendo que su compañero estaba siendo torturado por aquel despiadado desconocido, alzaron sus varitas para socorrerlo y matar al hombre pero este, con su mano libre, realizó un rápido movimiento con su mano y los compañeros del torturado cayeron a la tierra, con el cuello retorcido por un encantamiento ahorcante.

—¡Bastardo! —gimió el eslavo.

—Te pedí discreción, Karkarov —siseó el otro mago con crueldad—. En cambio me encuentro con todo este desastre.

—¡El dragón se encabritó...!

—¡Y qué esperabas, maldito imbécil? Por supuesto que se encabritó. Detesta este lugar y no queria volver aquí. Por eso te pedí máxima precaución cuando te acercaras a la cámara. —El hombre deshizo la maldición tortura y Karkarov quedó libre. Con esfuerzo y respirando con dificultad se incorporó y anuló la marca en el cielo. Esta se desvaneció enseguida.

James, asustado por lo que acababa de presenciar, trató el también de incorporarse y sus torpes movimientos llamaron la atención del eslavo y el desconocido. Este último se dio la vuelta y el joven de Gryffindor tuvo ante sí al hombre de la máscara mortuoria, observándolo fijamente.  El joven se acercó al cuerpo de su padre y lo rodeó con sus brazos tiznados de hollín debido a aquellas inexplicables llamaradas.

—Ese chico... ¡Eso era lo que atrajo la atención del dragón! ¡Después comenzó a arder! —exclamó Karkarov sorprendido—. Habló en una lengua extraña...

—Espérame en la cámara, Igor. Haz lo que te digo —ordenó el hombre con un tono cortante como el filo de un cuchillo. Este obedeció y se desapareció con un chasquido. Sólo quedaron en aquel claro del bosque prohibido el mago cruel y el aterrorizado joven, que sollozaba.

De pronto, la máscara se deshizo con un chasquido de sus dedos y el desconocido reveló al fin su identidad. Era un hombre de más de treinta. Su pelo era negro como el azabache y tenía unos ojos jaspeados, muy parecidos a los de James, solo que sin aquellas lentes ridículas de culo de botella que Charles le había comprado. Sorprendido por las semejanzas que tenía con aquel hombre, se sorprendió aún más cuando este esbozó una sonrisa afable y tranquilizadora y levantó las manos en señal de buenas intenciones.

—Tranquilo, chico. No voy a hacerte daño —aseguró mientras evalúa a con un vistazo rápido el estado de Charles. Chasqueó la lengua con preocupación—. Tenemos que llevarlo al hospital. No puedo entrar en San Mungo pero te llevaré hasta allí enseguida y después tú te encargarás.

—¿No me va a matar como a ellos? —dijo James profundamente entristecido. Quizá fuera porque estaba muy debilitado o porque estaba sufriendo un shock tras un trauma. No entendía por qué su instinto no le había hecho huir de allí con el señor Potter.

—Ellos querían matarme y fue en defensa propia. Yo jamás podría hacerte daño. —James juraría que había dulzura en sus palabras.

—¿Por qué? ¿Qué diferencia hay?

—Qué tú eres mi hijo. Ahora estamos hablando la lengua de las serpientes y tú no te estás dando ni cuenta. Antes has ardido en llamas. Tu madre y yo tenemos sendos dones, los mismos que tu ahora llevas en la sangre.

—Eso no es posible —negó James medio ido a punto de perder el conocimiento—. Mi padre está aquí a mi lado. Necesita ayuda... Ayuda...

Y terminó por perder el conocimiento.

*

Despertó en la confortable cama de una sala que, a juzgar por lo austera que era, tenía que formar parte a la fuerza de un hospital. Al borde del lecho estaba su madre, Doren, sumida en un sueño profundo sentada sobre una mecedora. Al otro lado de su cama, había una exactamente igual y el señor Potter dormía en ella, lleno de ungüentos y vendajes. Se incorporó lentamente y del bolsillo de la camisola que le habían puesto allí en San Mungo, cayó una especie de tarjeta de visita sobre la colcha limpia de su cama. La tomó de un extremo y leyó en susurros:

—Borgin & Burkes.

Al instante, los recuerdos de la tarde pasada acudieron a su mente así como los de la fatídica noche en la que condenaron a Jake Firewall a Azkaban y James, escondido tras un árbol, era testigo sin querer del reencuentro de sus verdaderos padres.

—Tom, Mina... No es posible —negó con la cabeza. Su rostro se ensombreció mientras acariciaba de forma inconsciente el reborde de la tarjeta—. No puedo creerlo...

¿Cómo había podido matar su verdadero padre con tanta ligereza?



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