Capítulo OO3

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Me detuve enfrente de la señora Sean, una viejita de unos 60 años de edad que atendía siempre con una cara en blanco, seria o desinteresada. Estaba muy seguro que realmente no podía ser tan mala como parecía, de hecho hasta me agradó la forma en la que levantó sus ojos de la mesa para prestarme atención. Lamentablemente, solo pasaron unos segundos para que esa impresión desapareciera. Ella me observó a duras penas, con los ojos bien abiertos a través de sus lentes cuadrados, y ajustando la pulsera de su mano.

    Era obvio que ella no estaba calificada para atender a personas; muy probablemente carecía de la agilidad una verdadera señora de biblioteca (aunque ni siquiera existían de esas). Lo cierto era que nadie de la escuela estaría calificada; quiero decir, algunos maestros sabían lo que hacían pero eran pésimos en otras cosas, otros nos caían demasiado bien, pero eran asquerosos al enseñar. Las cosas eran difíciles, no estábamos tan lejos de entrar a la universidad y el mundo entero se la pasaba odiándonos, ¿acaso podíamos pedir más?

     —¿Qué se le ofrece, jovencito?

     Moví mi pie de lado a lado, y saqué la tarjeta de identificación de la escuela, poniéndola de inmediato sobre el escritorio.

     —Supongo que quiero entrar a la biblioteca.

     Ella nunca era rápida, ni entendía que casi siempre (por no decir siempre) todos queríamos solamente entrar a la biblioteca. ¿Qué demonios podríamos preguntarle? No es como si la gente deseara irse a sentar a desayunar a ese lugar; olía a humedad, y los libros viejos daban la impresión de hallarse dentro de otro siglo.

     —Ah... —Soltó con su tono de viejecita. La miré con los ojos entrecerrados, porque batallaba de manera irremediable buscando algo dentro de los cajones. Por fin sacó una hoja y un lapicero—. Llena esto.

     —Pero solo quiero entrar... A leer... Señorita Sean y-yo...

     —Tu tarjeta está caducada, tienes que llenar una ficha para solicitar una tarjeta nueva.

     Claro que no me la pude creer ni siquiera cuando ella regresó los ojos a sus papeles, y continuó con lo que hacía antes de que la interrumpiera. Me quedé estupefacto unos segundos hasta que solté una queja en alto, ganándome la misma mirada del demonio. Pensé en la situación: yo estaba ahí, a un día de entregar el maldito trabajo. Estaba cansado, odioso y tediado. Ni siquiera tenía ganas de discutir con esa señora, y todo porque el señor "Me gusta fumar y ya" me había casi ordenado que lo viera ahí. Junté mis cejas, pensando en qué sería peor: aguantar eso o estar en detención, agregando una mala calificación.

     —Pero...

     —No, tienes que llenar la forma. Ahora.

     Me quedé quieto en mi lugar, recargado sobre el escritorio. Aún estaba sin habla, ¿realmente me dejaría vencer por una bibliotecaria? Pues, sí; y, sin más qué decir o hacer, dejé caer mi frente sobre la madera. Escuché ese golpe sordo, y sentí dolor, pero estaba tan enojado que podía sentir mi sangre calentarse. Solo pensaba "maldita sea la hora en la que ese estúpido se atravesó en mi camino", ¿ser positivo? Positivo mi trasero. Levanté la cabeza con las ansias de irme, y miré la forma una y otra vez.

    Inmediatamente, un sentimiento de idiotez me invadió, producto de que seguía las ordenes de alguien que no valía, ni mínimamente, la pena. No soy una persona que odie a los demás, tampoco me atrevería a decir que los amo; pero, de forma general, las gente a mi alrededor me agrada, y si no lo hace, al menos no me genera un sentimiento de enojo. Jeon JungKook, sí lo hacía. Quería entender por qué, no es como que no me hubiera topado jamás con alguien como él. Quizá era ese aire extraño que lo envolvía, su seguridad al aseverar cosas de mi persona, o la forma en la que me ignoró y después me habló. 

     Pero, bueno... ni siquiera esos pensamientos quitaron el hecho de que yo ya estaba ahí de pie,  así que, resignado a saltar detención, tomé la pluma entre mis manos con la intención de escribir. Un segundo después, a mi costado, cayó una bolsa de papel café. Entonces mis ojos se fijaron en ella.

     —Hola señora Sean.

     — ¡Ay! ¡Ya llegó mi JungKook! —exclamó la señora Sean con una felicidad tal, que regresé los ojos hasta el joven pelinegro que arrugó la nariz.

     Abrí los ojos bien en grande, como si de algo maravilloso se tratase. Él estaba ahí, sin nada sobre su espalda, llevaba su cigarro aún medio encendido y había hablado tan alto que todo el mundo lo miró... ¡¿Y la señora Wang Sean no dijo nada? No pude evitar fijarme en el traqueteo de la viejecita; cuando vi a la señora Sean nuevamente, distinguí que sacó, al igual que JungKook, una bolsa de papel café y un jugo.

     — ¿Qué trae hoy, señora Sean? —cuestiona el pelinegro a la señora. Removió su propia bolsa y sacó lo que me pareció un sándwich y un cupcake—. Yo tengo emparedado de pollo y un... Cupcake de fresa.
  
     —Buena suerte, ¡amo los emparedados de pollo! —Removió también su bolsa y sacó dos emparedados y una fruta picada—. Es de carne guisada, sé que te gusta bastante.

     JungKook guardó la comida, al igual que ella y le tendió bolsa. Ambos cambiaron lo que llevaban. ¿Hola? ¿Captan la situación que se llevó a cabo? Parecían los malditos mejores amigos. Si puedo decir algo, fue lo más extraño y vergonzoso que jamás pude presenciar. Supongo que no era algo normal tener una amistad como esa... Solo que a veces me cuestiono si el rarito no era yo.

    JungKook me miró, de arriba abajo, sin ningún rastro de sorpresa, comprensión, gracia o duda. Simplemente me observó como si fuera alguien más y suspiró.

     —Pensé que serías más inteligente —soltó.

     — ¿A qué te refieres? Ni siquiera me conoces.

     —Ajá... —miró a la señora Sean con ojos locos, como si yo lo estuviera—. ¿Otra vez alguien sin tarjeta nueva?

     Quise soltarle un golpe a él, pero más a la señora Wang Sean cuando asintió como si yo fuera un pobre idiota. Tal vez lo era, estaba soportando aquello.

     —Los jóvenes de hoy no entienden.

     —Una lástima —soltó despreocupado. Suspiró, sacando de su bolsillo una tarjeta con su nombre, tendiéndosela a ella, y tomando su pase que se colgó en el cuello. Me miró de inmediato y se agachó hasta tenerme frente a frente—. Te espero adentro.

     Él cruzó las barras, y yo me sorprendí. ¿Cómo que me esperaba adentro? ¿Ni siquiera podía mover sus influencias con la señora Emparedado de Pollo?  Lo consideré un completo mal uso de sus influencias. No dudó en dejarme ahí, ni siquiera cuando lo miré incrédulo, y él se siguió de largo por un momento.

     — ¿No... No puedes ayudarme un poco aquí, tú, chico? —le grité con los brazos en alto.

     Él se detuvo y dio media vuelta. Sus botas resonaron cuando dio tres pasos hacia donde yo estaba, y se quedó justo detrás del escritorio. 

     Me miró, de arriba abajo. JungKook me examinó, y buscaba algo en mí que hasta la fecha no se me puede ocurrir que era. Después de un segundo de observar mi  rostro, me recorrió de la cabeza hasta los pies, y se detuvo en mis botas. Con un paso hacia atrás, demostré mi incomodidad; él no lo notó. Al contrario, emitió un sonido desde su garganta: "Mhm". Finalmente, sus ojos fueron hasta la viejecita. 

     —Señora Sean... ¿Sería tan amable de...? —sonreí para mis adentros, pero antes que nada se detuvo. Achicó un poco sus ojos y me miró de frente, sonriendo ligeramente y como un villano de película—. Antes que nada, pídelo amablemente.

     —¿Qué? —pregunté como idiota. Él me miró serio, como si hablara de verdad—. Mmm... Eso es... —Guardé silencio, pero él ya se iba. Y mi orgullo era tan débil—. ¡Ya, ya! ¿Puedes ayudarme?
    
     —Señora Sean, ¿puede dejarlo pasar?

     Ella me miró y asintió rápidamente. Le di las gracias, y me enojé después de eso. ¡Pero cómo no iba a enojarme! Literalmente había un inminente favoritismo por relucir. La señora Sean era... era tan... tan...

     Él caminó sin esperarme, ni mucho menos y yo intenté seguirle el paso. No sabía qué esperar de alguien como JungKook. En algunos lugares lucía como un chico normal, pero tenía ese lado suyo que me hacía dudarlo. Lo miré un segundo: su espalda ancha, y sus huesos sobresaliendo por la orilla de su suéter. Sus brazos delgados y largos, venosos, que me hacían sentir extraño. Su cabello largo, y negro, sus piernas flacas. Tenía una apariencia deprimente, tan solo verlo me hacía sentir miserable.

     Y, por otro lado...

     —Oye... ¿Sigues aquí? —cuestionó, mirándome fijamente, sentado a unos metros míos.

     Por otro lado, quería entender su movimiento con la señora de la biblioteca, y también cómo lograba no ser regañado al fumar dentro del lugar. Lo observé bien. Esos ojos oscuros que lucían hundidos en un silencio inentendible. Quería saber lo que le gustaba, y lo que odiaba. Hallaba una persona que veía el mundo desde una vaga perspectiva, quería saber el porqué. Quería saber el porqué de su actitud, si su ropa reflejaba lo que en realidad era. Tenía curiosidad sobre cada aspecto de él. A la vez, me sentía retraído hacia él. Todo lo que me envolvía estando con él era contradictorio. No me agradaba, pero, ¿odiarlo demasiado? No sé.

    —Mmm... Oye, no tengo mucho tiempo. Tengo que regresar a casa antes de las 21:00 —me senté enfrente suyo y saqué algunas de mis cosas.

     Acomodé uno por uno mis lapiceros, y mi libreta de espiral cayó sobre la mesa. Él me miró detenidamente, podía sentir sus ojos sobre mí. No me detuve. Me sentía como un pez en una pecera, siendo visto, observado, analizado por un comprador. Mi próximo dueño. La idea se cruzó por mí cabeza y fue ahí cuando regresé al mundo. JungKook también sacó un lapicero, y apuntó a mi libreta.
   
     —Dame una hoja, ¿te gustaría?

     —No, no me gustaría —solté. Suspiré en mi lugar, recargándome hacia atrás. Sus ojos no salieron de encima mío—. ¿Qué?

     —Eres peor de lo que creía.

    — ¿Ganas algo juzgándome antes de conocerme?

     Él se recostó sobre su propia silla, con una expresión divertida; estaba exasperado con la situación. No lo entendí, ¿qué le daba risa? Mi actitud lejana a su persona, un tanto evasiva y grosera, ¿esa era su impresión a mi persona? Yo, por otro lado, me hallé a mí mismo muy confundido. La plenitud con la que me estaba tomando aquel trabajo era peor de lo que imaginaba; estaba aburrido, cansado y tenía hambre. De no ser por el frío abrumador de aquel lugar, estaría durmiendo recostado sobre algunas revistas y con una almohada hecha de libros.

     Todo eso me llevaba al jardín de infantes, cuando tenías que trabajar con personas que realmente odiabas, y en vez de hacer lo mejor posible, te esmerabas por hacerlo sufrir contigo. Me sentí infantil por un segundo, porque comparaba el momento con mi niñez. Pero JungKook era otro nivel. No sólo sentía que me caía de lo peor, sino que ese sentimiento se combinaba con el de ser curioso ante él. Confusión. Eso era lo que realmente crecía en mi estómago.

     —Pero, mírate. —Burló extendiendo sus brazos hacia mí—. No necesito conocerte tanto para saber cómo eres.

     Me hice pequeño en mi lugar, quedándome quieto de inmediato.

     —No deberías ser tan duro —le dije en tono tranquilo.

    Incrédulo, posiblemente por el cambio de actitud mía, JungKook movió sus ojos al rededor del lugar, especialmente fijándose en la parte de arriba, en el techo; después encendió un cigarro y soltó el humo, éste no tocó mi cara.

     —Ni tú conmigo —respondió.

     Arranqué una hoja, se la extendí odioso, y él la tomó suavemente. Guardé silencio, él también. Pensé en mil preguntas; sin embargo, ninguna podía salir de mi boca. Las cosas se complicaban y yo me quedaba quieto esperando un milagro. Hasta que mis ojos fueron hacia él una vez más. Lo hallé observándome; estaba sobre mí, con la mirada, graciosa y gélida. Sacó humo de su boca (cosa que no entendía, los malditos detectores no servían una mierda y nadie lo veía), y se acercó.

     —¿Eso es todo? ¿Ninguna pregunta? ¿Ningún comentario de odio? ¿Nada de "Diji di fimir pir fivir"?

     —¿Eh?

     —Mhm... aburrido.

     —Tú... conoces a la señora Sean...

     Después de decir eso, me sentí un idiota. Había tantos temas en el mundo. Podía hablarle del color de las vacas, del cielo, de música, artes, de su color favorito. De algo que no fuera la maldita señora Sean.. Perdón, ella realmente no es una maldita. Solo quiero expresar el odio que me tengo a mí mismo por mi mala elección a un tema de conversación. Tal vez por eso no me interesa mucho la semana del amigo, no importa si es con Jeon JungKook, o con alguien más, soy tan plano que será difícil.

     Muy al contrario de lo que creí que sucedería, JungKook movió la cabeza de lado a lado, como si estuviera pensando la respuesta.  

     —Paso mucho tiempo aquí.

     — ¿En serio? —Tomé mi lápiz, y anoté su nombre como título—. ¿Te gusta leer?

     —Para nada.

    Su respuesta fue tan decepcionante que solté el lápiz y me recargué de nuevo. Por otro lado, él no se movió ni nada. Solo me veía con el cigarro entre sus dedos.

     —¿Por qué pasas tanto tiempo aquí entonces?

     —Es mejor que estar en la cancha —responde. No estaba nada interesado en conversar conmigo, solo respondía como un robot a lo que yo le preguntara—... o en los salones. Ya sabes. En la cancha todo el mundo está presente, huele a sudor, muchos maestros. Y los salones... mmm... ¿de verdad tengo que explicarlo? Ah, saltarse clases no es fácil.

     —Pero estar aquí... es igual. Hay mucha gente, vienen maestros... te pueden ver fumar y-

     Movió su mano enfrente de mi rostro, de lado a lado y me detuvo. Lo miré fijamente; JungKook estaba harto de mis palabras. Era obvio. Sabía -supuse, más bien- que no le caía bien, se notaba a leguas. Probablemente era la manera en la que me quejaba por todo lo habido y por haber en ese lugar. No. Ni siquiera era la manera en la que se encontraba el lugar, sino la manera en la que me quejaba de lo que él decía. Supuse que odiaba que lo contradijera, que le diera más cosas que pensar, que lo obligara a responder cosas más largas y coherentes, más fijadas y concisas.

     —Te dije que aquí, pero no hablo de justo esta parte de la biblioteca.

     —Entonces... ¿En dónde?

     —Creo que mejor te haré preguntas yo, ¿bien?

     Me retuve un momento a seguir hablando. Abrí la boca, pero él me alzó las cejas como si me estuviera retando a hablar. Recargué la espalda, resignado a seguir discutiendo con sus orbes negros.

     —Bueno —accedí—. Apresúrate.

     —Ajá, tranquilo, tenemos tiempo.—Lo observé acomodarse, tomar un lapicero de los míos sin permiso y encajar la hoja con el borde de la mesa. Dirigió sus ojos hacia mí, serio, y comenzó a hablar—. Bueno, ¿cuál es tu color favorito?

     —¿Siquiera sabes mi nombre?

     —Solo dime tu color favorito.

   —Me llamo Kim Ta-

    —Kim TaeHyung —respondió exasperado, recargando su espalda hacia atrás, con ojos irritados—. Lo sé. ¿Me haces un favor? Coopera un poco.

     Mis ojos revolotearon ante el comentario; de pronto, me sentí enojado por un segundo. Él siguió dándome un aire miserable y me hizo sentir un idiota. Lo odié. Fue el odio de no poder descifrarlo pero, en su momento pareció que él sí podía descifrarme a mí.

     —Azul —dije, finalmente. Él asintió, pero no anotó nada; lo sé porque me fijé en sus manos, flacas y largas, que tiemblan ligeramente en el aire. Dirigí una vez más mis ojos a él—. ¿Por qué no anotas nada?

     —Aún no encuentro nada interesante sobre ti.

     Oh, bien.

     Era uno de esos personajes en los libros que me resultaban odiosos. Lucía como el tipo de chico que me caía realmente mal, estaba dudando poco a poco en quedarme ahí. No valía la pena estar con dolor de cabeza frente a él, esperando absolutamente nada de su parte. Nada me aseguraba que, al tener su reporte, no se marcharía y tendría que hacer el doble del esfuerzo para no reprobar. Además, quedaría de nuevo como un idiota. Y la mierda de retrato, dime, ¿cómo pintarías a alguien así de deprimente? No tenía maldita pintura azul.

     Pero, entonces, ¿por qué aún seguía ahí sentado? Me perdí en mi mundo hasta que volví a hablarle, tal vez porque sus ojos ahora estaban confundidos conmigo.

     —¿Entonces qué es interesante para ti?

    —Haces demasiadas preguntas, ¿te han dicho que eres odioso? —reacio a dar a notar algo, él simplemente está jocoso ante la situación. Toma de nuevo la pluma y me observa—. ¿Por qué el azul?

     —¿En qué maldito momento eso se volvió interesante? —cuestiono.

    La verdad es que yo estaba actuando también como un idiota. Pero estaba molesto. Y supe que él también en el momento que tiró el lapicero sobre la mesa, tomó la bolsa de papel y comenzó a comer lo que llevaba dentro. Lo observé incrédulo por unos segundos, hasta que pude notar que no se iba a mover.

     —¿Qué crees que haces?

     — No me lo tomes a mal... —Lo vi cómo miró el techo, tragó el trozo de comida que llevaba en la boca, y de inmediato regresó los ojos hasta mí—. No, de hecho sí tómalo a mal, pero estás actuando como un desastre. Quería escribir un buen trabajo pero eres tan difícil de tratar, ni siquiera te estoy hablando mal o algo... Así que bueno, me harté. No haré el trabajo, vete si quieres.

     Mis ojos se abrieron en grande, mirando la comida y a él masticar sin prejuicio. Solamente burlándose de mí, sin decir ni una sola palabra, ahí sentado viéndome con detenimiento, en espera de mi reacción. Una de mis dos personalidades se molestó al grado de querer levantarme y tirar la mesa; la otra parte lo entendió. Tal vez yo actuaba algo mal. Aun así, estaba molesto, hambriento y no tenía ganas de lidiar con él. Mi orgullo me venció, pero mi miedo interno le ganó.

     —Mmm, pero yo necesito entregar el trabajo.

     —Qué lástima —mordió de su sándwich, antes de seguir hablando—. No deberías ser tan rudo.

     Después de resignarme, lo observé. Él estaba distraído con algo, y yo muriendo por matarlo. Era algo confuso que él no se preocupara de la nada. Me sentía como una revista, que cualquiera podría leer. Supuse que la cosa no podría ser peor y mis miedos me ganaron, como siempre.

     —Lo lamento —suelto—. Pero me exasperas.

     —Lo sé —respondió incómodo, como si eso fuera algo poco común, aunque no lo era—. Yo exaspero a todos.

     —El azul es el color del cielo.

     Él me mira confundido.

     —No, el cielo es celeste.

     —¿Ves? —exclamé enojado. La señora Sean nos miró recelosa, pidiendo con sus ojos que guardáramos un poco de silencio—. Esas respuestas, haces que mi paciencia se-

     —Ya, ya. Entiendo tu punto. Te prometo que no diré nada más —le vi reír, burlándose de mí.

    También me incomodé en ese momento. Era algo nuevo verlo sonreír sin su cinismo exagerado, y no hablo de carcajadas, ni siquiera algo sonoro, tan solo sonrió. No diría que por mi causa, no obstante me confundió. Lucía menos desagradable y deprimente a la vez. Era algo nuevo, algo confuso que comenzaba a hartarme.

    —¿Tu canción favorita?

    —Mmmm... Bueno, no sé si conoces esta canción de un chico que es rubio.. Y es como... Como "nanananana sorry, 'cause nanananana nanna your body".

     El pelinegro me miró raro, y se hizo hacia delante para después hablar con incredulidad.

     —¿Justin Bieber?

     —Sí, sí. ¿La has escuchado?

     — Sí, es bueno. —Noté que se estaba divirtiendo conmigo, pero yo no. Ya había pasado una hora desde que entramos, en poco tiempo tendría que regresar a mi casa—. Como sea, me harté de preguntar así que cuéntame cosas de ti.

     Estaba a punto de lanzar un lapicero, pero me distraje porque volvió a encender un cigarro y a fumarlo. Quise decir algo que lo ayudara a dejarlo, no obstante, pronto caí en cuenta que a él le interesaría poco. Que era su vicio, su vida y su cuerpo. Lo supuse. Además, ¿qué me importaba? Realmente nada, Jeon JungKook era nada ni nadie para mí. Un idiota, no más.

     —Pudimos empezar por ahí, ¿no crees, JungKook?

     —No —sonríe al aire—. Es divertido molestarte. Vamos, algo de ti.

     Pero pensé y pensé y nada se me vino a la cabeza. No podía decir nada. Tampoco es que la vida, mi vida fuera interesante.

     —Me gusta... me gusta... Mmm, ya sé. Cuando era niño tenía un perro que se llamaba Remolino y...

    — ¿Dijiste Remolino? —JungKook se inclinó y me vio por lo bajo. Tomó el lapicero, escribió algo en la hoja, y después intentó continuar. No pudo, no tenía más tinta. Tomó otro, de otro color, y regresó la vista hacia mí.

    — Sí —dije—. Es que cuando... — Intenté seguir, pero pensar en dos colores en la hoja de un informe escolar, me hizo incomodar. Alcé mi mochila, y la abrí, buscando otro lapicero azul— . Ya sabes, perseguía su cola.

      Cuando coloqué el lapicero azul a su lado, y quité de sus manos el rojo, el pelinegro se fue hacia atrás en su silla, con el bolígrafo en sus manos. No le presté atención a su expresión, pero me dio la impresión de estar un poco... molesto.

     —¿Por qué lo cambiaste?

     —Para que tu informe esté del mismo color. — Él no dijo nada después de lo que yo dije. Decidí continua— . Como sea. Remolino era tan lindo, cuando seguía su cola su pelaje se movía mucho y... ... Ya se murió.

    Abrió los ojos rápidamente y tosió un poco sosteniendo su pecho. Parecía que el tipo se iba a morir, entendía su impresión, aunque sinceramente él exageraba un poco su actuación. Me reí un poco antes de ponerme serio de nuevo.

     —¿Por qué demonios dijiste eso con tanta naturalidad?

    —No lo sé. Era un perro viejo. El hecho de que murió... Bueno, la muerte no me causa tanta impresión. ¿A ti sí?

     Él guardó silencio por un momento, y se perdió en algún punto lejano de la biblioteca. Parecía inmerso en su mundo. Me pregunté qué era lo que pensaba, si había algo que lo estuviese matando. Nunca lo sabría. Yo me sentía un libro abierto con él, como si pudiera leerme en el instante en el que me miraba sin dificultad alguna; era un sentimiento nuevo, y estaba a la defensiva. Pero yo no podría jamás saber quién era él.

     —Te mentí —respondió, evadiendo el tema por completo—. Leer es divertido. Mi color favorito es el amarillo, mi canción favorita no existe. Mi comida favorita son los roles de canela, y odio, con todo mi ser, que las personas se me acerquen con intenciones de ser mis amigos.

     Solo pude quedarme quieto, no supe qué decir o qué hacer. Pero pude recordar todo sin dificultad, lo memoricé, pues de algo debía de servirme. Él se puso de pie, tomando la hoja, en la que apenas había escrito, y dejando mi lapicero junto los demás. Le seguí el rastro hasta que dio la vuelta a la mesa y se detuvo al estar enfrente mío.

     —No me caes tan mal.

     Se fue de inmediato, tomando el jugo y sin decir nada más. Y yo, simplemente, me sentí tan exasperado que di un golpe en la mesa. Dejando una duda volar en el cielo, ¿quién demonios era él?

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