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Mi relación con Leo se consolidaba como algo más que un noviazgo por conveniencia y eso me aterraba. Sin embargo, el día a día juntos me demostraba que podíamos ser algo más que simplemente amigos.

De a poco mi cuerpo lo reconocía estremeciéndose ante su contacto. Leo era cuidadoso (a veces demasiado) pero lo consideré como la primera etapa de esta aventura en la que los dos nos escabullíamos.
Dejarlo escapar sonaba demencial, siendo tal vez lo mejor que me había ocurrido en mi vida adulta.

Aun así, no lo amaba.

Con las campanas de la culpa resonando en mis sienes, por las noches me resultaba difícil conciliar el sueño; me preguntaba el por qué, cuestionándomelo todo y extrañando las manos de Alejandro por toda mi piel.

Leo era el hombre perfecto para mi conciencia pero no para mi corazón. ¿Sería muy exigente de mi parte pretender estar enamorada de él? Sin respuestas, mi cabeza se desplomaba sobre la almohada, quedando exhausta por tanta conjetura inútil.

Por las mañanas, una pequeña aureola de lágrimas se agolpaba en la zona de mis parietales atestiguando el descontento conmigo misma. Asimismo, debía gratitud a Leo y luchar por esa bendita causa de mantener la compañía junto a sus herederos.

Todavía sin comprender del todo mi papel dentro de todo este enjambre de cuestiones inherentes a los porcentajes y participaciones en la empresa, estuve dispuesta a saltar al vacío de la mano de Leo.

Alojados en la habitación catalogada como "The Ebony Suite", no podía quitar los ojos de las enormes y amplias vistas del centro de Londres ni del delicado y excelso gusto por la decoración que me rodeaba. La terraza, era de ensueño.

Los contrastes entre la madera oscura, los pisos en tonos ocres y los muebles de estilo contemporáneo, hacían de mi estadía algo sumamente confortable. Agradecí que Leo no hubiera optado por que fuésemos los huéspedes de su hermano; de este modo no sólo tendría la posibilidad de conocer esta joya de la decoración sino que me ahorraba estúpidas y sosas ensaladas hechas ni más ni menos que por la igual de estúpida y sosa de Catalina.

Frente al espejo panorámico ubicado en el cuarto de baño, tras una ducha expeditiva, unas sombras oscuras asomaban por debajo de mis ojos. Bendije a Dios por la existencia de un maquillaje que las disimulasen.

Recogiendo, batiendo, volviendo a recoger mi cabello y soltándomelo nuevamente, no me definía. En una hora más un coche pasaría a recogernos para ir en dirección a Kensington Close Hotel, el sitio elegido por Alejandro para hacer nuestra presentación ante la junta directiva y principales miembros de la firma.

Siempre había detestado las reuniones formales en las cuales la gente paseaba con copas en su mano, pavoneánandose y destacando sus proezas económicas logradas sin el mínimo esfuerzo.

Nuestra obligación era sostener una vil mentira. Un rumor, de desconocida procedencia, amenazaba con echar por la borda el plan que Alejandro, Leo y yo estudiaríamos para conservar la empresa en manos de los Bruni.

Entre mis pensamientos e intentos de peinado, vi a Leo  conversando solitariamente con el celular marcando un surco a su paso. Cansada, indecisa, lo  dejé a su libre albedrío. Mi entusiasmo por esta reunión se reducía a la nada misma. 

Bufé, desinflando lentamente mis cachetes.

Aun así debía mostrarme segura, afable y con cierto grado de sofisticación, características no muy regulares en mí. Era perturbador fingir ser alguien que no era, aunque peor era fingir un sentimiento.

─Me gusta como te queda el pelo suelto ─ apareciendo por detrás, abandonando un beso en mi cabeza, Leo guiñó su ojo para ir rumbo a su vestidor en busca de un traje de etiqueta.

─¿Con quién hablabas? ─ pregunté colocándome un aro de pequeño brillante en el extremo, colgante.

─Nadie importante ─ dijo sin mayor detalle.

Leo solía contarme de su día, de las cosas que le sucedían así como sus éxitos y logros; últimamente unos llamados misteriosos y a escondidas, despertaban mi curiosidad. Quizás era trabajo, o cosas realmente sin relevancia, pero a estas alturas ya me intrigaban.

Dejando de lado suposiciones caminé hacia la cama para usar los mismos zapatos altos del día anterior. Lógicamente, junto a un par de zapatillas y unos zapatitos de bailarina era parte del calzado ubicado a regañadientes en mi valija.

Echaba de menos la comodidad de andar descalza; Leo me regañaba cuando me veía caminar en medias por su departamento, alegando que podía lastimarme además de ensuciarlas más de la cuenta.

Una sonrisa se talló en mi rostro al recordar que precisamente lo que le enloquecía (en todo el sentido de la palabra, para bien y para mal) a su hermano mayor era mi personalidad. Yo no era una "careta".

Lo mismo que nos unía, nos apartaba.

─¿De qué te sonreís?─ Leo interrumpió mis recuerdos, acomodándose su corbata plateada con delicadas líneas negras. Lucía impactante, para variar.

Los hermanos Bruni eran guapos de todas las maneras posibles. Felicité en mis pensamientos a Bárbara y a quien haya sido el padre de estos chicos.

─Sonrío al pensar el modo en que se están dando las cosas entre nosotros ─ mentí con convicción con el temor latente de ser fagocitada por el personaje.

─¿Y cómo se están dando, según vos? ─ desafiante, arreglaba sus gemelos por debajo del saco, exhibiendo una dentadura voraz.

─Supongo que bien ─ levanté los hombros.

─¿Sólo bien? ─ preguntó desilusionado.

─Es extraño. Fue necesario atravesar todo este lío para...concretar ─ el rubor se apoderó de mis mejillas; Leo miraba exageradamente escandalizado, para sumar más gamas de rojos a mi cara ─ . Mil veces nos tuvimos uno frente al otro y no hicimos nada...

─Yo simplemente lo tomo como un empujoncito. Un favor de la abuela.

─¿Si?

─Sí ─ buscando mis labios, posó un beso cauto ─ .Ahora vuelvo, tengo que ir a recepción a buscar unos papeles.

─¿Unos papeles? ¿Acá? ─ ¿quién en su juicio querría enviarle unos papeles a Londres?

─Es un asunto que surgió en las últimas horas. Preferí solucionarlo desde aquí.

─¿Está todo bien, Leo? ─ algo preocupada, fruncí mi ceño. Leo no solía ocultar las cosas.

─Alina, tranquila. En cinco minutos vuelvo y recogemos los abrigos. ¿Si? Este veranito es muy traicionero.

Sin emitir mayor sonido, cerró la puerta de la habitación. Leo solía realizar trabajos para otras empresas de menor porte y jerarquía, pero la urgencia del caso bien valdría la pena para contactarlo fuera de Argentina, a estas horas y con tanta insistencia.

Un parpadeo rojo en la cúspide de su teléfono daba cuenta de una alerta de mensaje. La curiosidad por saber en qué estaba metido Leo tironeaba de mis piernas. Nerviosa, sabiendo que él regresaría en brevísimos minutos, leí de reojo las primeras líneas del texto, abierto en primera plana.

"En recepción tendrás las pruebas".

Sin ninguna foto que me regalase una pista para disipar mis dudas, debería conformarme con su nombre y la silueta gris sin imagen: Azul.

Azul. ¿Quién mierda era Azul? Yo no conocía a nadie con ese nombre y las posibilidades de adivinar eran llanamente, nulas. Millones de opciones. Millones de dudas.

¿Sería una mujer o una empresa? ¿Un apodo o un nombre real?¿Celos o desengaño?

Colocando esto último en la misma línea de pensamientos, tomé distancia del aparato para retocar mi maquillaje por última vez, notando que la puerta de la habitación se abrió y Leo estuvo de regreso.

Para cuando salí, él guardaba su telefonito ultra moderno en el bolsillo de su saco como si nada hubiese pasado. Recurriendo a mi nueva profesión de actriz sonreí, también, fingiendo que no estaba afectada por nada.

─¿Estaban los papeles que esperabas? ─ desinteresadamente, recogí mi abrigo.

─Sí ─ respondió seguro con un sobre en la mano ─ ,son balances de corte en los que estoy trabajando ─ sereno, sin ninguna sospecha que lo delatase, lo colocó sobre una silla.

─Está bien ─ colocándome el tapado liviano, salimos de la habitación y luego del Hotel, para ir rumbo a nuestro cocktail de bienvenida, tal como lo llamaría Alejandro.

Disimuladamente, lo observé una vez más en el taxi. Lucía muy cansado y algo preocupado. El peso de su cabeza era sostenido por una de sus manos, colocadas en el apoyabrazos de su puerta.

Abandonando mi paranoia por un instante, borré de mi mente mi desconfianza. Era un sinsentido creer en la posibilidad de ser traicionada por Leo.

"Cola de paja."

Adoptando una postura similar, me entretuve con las luces y sombras de Londres, las cuales parecían abrirse a nuestro paso.

Kensington Close era un hotel de mucha categoría, emplazado en una de las zonas más exclusivas de Kensigton y Chelsea. Con 4 estrellas, ofrecía toda la elegancia y confort de una propiedad destinada al alojamiento del visitante, como también, a la realización de diversos eventos de alto nivel.

La sala especialmente designada para la gala era amplia y refinada. En mis ojos no cabía tanto lujo. Las farolas que pendían del techo, eran numerosas. Prismáticas, los caireles caían como veladuras; las sillas, vestidas con bellos moños de raso blanco y las mesas de impecable mantelería, conformaban un deleite visual de excelencia.

El joven del acceso solicitó mi abrigo, colocándolo a resguardo en el guardarropas.

Ya del brazo de Leo, dimos inicio oficialmente con la patraña. Vistiendo mi rostro con una espléndida sonrisa, fingí estar feliz. Fingí también estar a gusto con lo que sucedía y fingí ignorar un par de ojos azul profundo penetrando mi espalda con cada paso que daba.

─¡Hermano!─ Leo abrazó a Alejandro como siempre hacía.

─Buenas noches Leo ─ su hermano respondió sereno ─ . Buenas noches, Alina. Me alegra que ya estén aquí ─ cortés pero no por eso menos disgustado, inclinó su cabeza y señaló la mesa que compartiríamos con él y con la boa constrictora de su futura esposa.

Avanzando a paso lento, Leo se detuvo sin embargo ante la presencia de Samuel Keller, un hombre de pasados los sesenta, para presentarme en perfecto inglés.

─Tienes una novia preciosa Leo, ahora entiendo la premura del compromiso ─ con un voto de confianza, el canoso palmeaba el hombro de mi prometido.

 Íbamos por buen camino.

─No quería que se me escapara ─ entre carcajadas y una sabrosa copa de champagne, Leo continuó con los saludos. Luego fue el turno de Caroline Beck, una señora con un elegante Jimmy Choo y cirugías estéticas a la orden del día.

Si algo me habría dado el mundo de pasarelas con el que me rodeaba era un mínimo conocimiento de grandes diseñadores de moda.

Llegar a nuestra mesa resultaría todo un desafío ya que a cada paso dado un invitado nos interceptaba para presentarse y brindarnos sus buenos augurios. Pero no todo sería color de rosa: Catalina "La Grande" esperaba sentada, sosteniendo su mentón con sus dedos entrelazados, observándolo todo con una ceja levantada y ponzoña en la comisura de sus labios.

─¡Bienvenida a la parejita del momento! ─ poniendo en cero el cronómetro, la hora de la jugar con armamento pesado se daba por inaugurada.

─Buenas noches, Catalina─ frío y distante, Leo se concentraba en retirar la silla para que yo tomase asiento.

─Veo que enredarte con uno de los herederos de la empresa ha causado progresos. Estás aprendiendo a vestirte con cierta elegancia ─ elevó su copa y bebió el último trago de su copa aflautada.

─Agradezco el halago pero trabajo para una revista de modas. No necesito liarme con nadie importante para saber cómo vestirme.

─Tendrías que ser consciente de ello más a menudo. Cuando apenas te conocí, estuve a punto de arrojarte monedas como a una indigente.

Me relamí saboreando qué repuesta podría ofrecer. Tenía miles y de las más crueles, pero el universo se apiadaría de ella, enviando a Alejandro en nuestra dirección.

─Julian está en camino. Junto a su esposa son los únicos que faltan ─ tomando asiento, exhibió cansado ─ . ¿En qué estaban?

De seguro, no querría saber que yo estaba a punto de enredar la lengua de su esposa a la silla.

─Hablábamos de lo bien que se ve Alina en ese vestido ─ para mi sopresa Catalina demostró cierta complicidad ─ . El azul le sienta muy bien. ¿Verdad Leo?

─Todo le sienta bien. Y más aun la desnudez, cosas que no todas pueden decir.

Mis mejillas se tiñeron de un carmín desmesurado. El comentario de Leo me dejaba perpleja y sin emular sonido. Catalina sonrió nerviosa, sumergiéndose en otra copa que le acababa de ofrecer el camarero.

Alejandro comprimió su mandíbula y las aletas de su nariz llenaban sus pulmones de oxígeno o paciencia, no lo distinguí muy bien, pero lo cierto es que podía leer cada músculo de su rostro viendo qué pasaba por su cabeza en este instante.

Incómoda, me reubiqué en mi silla con la esperanza de que Alejandro no hubiese captado el mensaje que, adrede, pareció emitir Leo. 

No obstante era inútil confiar en mi buena suerte ya que un letrero gigante parecía surcar su frente diciendo ya sé que te acostaste con él.

Tragué algo de alcohol, con la ilusión de perder el sentido al menos mientras durase el efecto etílico; la aparición del matrimonio Ferguson rotaría el aire enrarecido que inhalábamos a nuestro pesar.

De pie saludamos en primer lugar a Marion, una mujer bella y muy agradable quien ofreció un doble beso; rondando los 45, su recogido caoba perfecto y su vestido de seda natural verde petróleo eran sinónimos de elegancia y dinero. Mucho.

Su esposo, sin embargo, no me brindaba seguridad. Distante, algo calvo, con anteojos de mucho aumento y traje negro Armani, no apartaba sus ojos de mí. Intimidada por su mirada inquisidora, respondí con una sonrisa liviana.

─¿Con qué tu eres la prometida de Leo?─ portando un inglés gutural, cerrado y frunciendo la nariz, Julian tomaba mis manos, con más confianza de la brindada por mi persona.

─Sí ─ afirmé.

─Ella es mi prometida, Alina Martins. Pronto, la llamaré mi esposa ─ acariciando mi cabello y retirándome del contacto de Julian, Leo marcaba territorio.

─Confieso que nos ha tomado a todos por sorpresa la prisa con la que han decidido matrimoniarse. Alejandro nunca nos comentó que estabas en pareja ─ con aire de reproche, miró a Alejandro, quien cordial y con una gran cintura para esquivar las balas, no retrocedió.

─Leo es muy reservado con su vida privada. Además, ¿quién soy yo para comunicar sus planes? ─ moderado, cerró el pico insidioso de Ferguson.

─Oh sí, claro, por supuesto ─de mala gana, Julian tomó del brazo a su esposa para retirarse momentáneamente de nuestra mesa y ubicarse en la suya, a dos de distancia.

─El primer escollo está superado, tranquila ─susurrándome, Leo acarició mi sien con un beso y el fervor en la mirada de Alejandro, dejaba entrever un contenido ataque de celos.

______________

Los presentes no eran más de 50 pero sí los suficientes como para que me generase cierta urticaria. A medida que avanzaba la noche, conocía a más y más personas, reteniendo, por lógica, menor cantidad de nombres con el paso de la velada.

Reemplazando los murmullos, unos acordes de jazz resonaron a lo largo y ancho del salón.

─¿Bailamos? ─ galante, acomodando su corbata, Leo se puso de pie para extender su mano ─ .Corresponde que demos el puntapié inicial.

─Yo pensé que con bailar el vals en nuestra boda era suficiente ─deslicé en un susurro mezquino.

─Vamos Alina, es solo un segundo. ¡Y es jazz! ─Leo adoraba el jazz, sobre todo a Louis Armstrong. Alentándome, Leo sumó su otra mano a la primera, de las que finalmente me agarré para aceptar su propuesta.

Todos los ojos estaban puestos en nosotros y por un momento comprendí que esta actuación sería por un breve lapso de tiempo: de estas personas, a excepción de Alejandro y la insoportable de Catalina, nadie asistiría a nuestro casamiento en Buenos Aires. Con la excusa de la lejanía y la intimidad de la pareja, estábamos salvados.

Tal como predijo Leo, las parejas restantes se unieron al compás de la dulce melodía, acompañándonos en un sector de la pista que quedaba liberada de mesas y sillas.

─Esto de la presentación previa al casamiento me parece muy yanqui ─ dije y Leo no tuvo otra alternativa que dar una carcajada bastante elocuente.

─Pensá que es la cuenta regresiva para que esta pesadilla acabe.

Rehundiéndome en el pecho de Leo me entregaba a su confianza hasta que la vibración de su celular, perdido en el saco de su traje, apartó mi rostro de su tórax y mis manos de las suyas.

─Disculpáme Ali, necesito contestar ─ abriéndose paso entre la gente se retiró a un rincón poco concurrido para hablar en privado, dejándome en la mitad de la tarima, enredada en la oscuridad.

─¿Quisieras bailar conmigo hasta que Leo regrese? ─ una voz penetrante, conocida por cada uno de mis poros asomaba por detrás, alimentando mis oídos de absurda necesidad.

Sin responder cerré mis párpados sintiendo que sus manos, más despiertas que las mías, me envolvieron para unirme a su cuerpo. Para cuando mis sensores de peligro se activaron, me encontraba conectada de mil y una formas con él. Con esos lazos invisibles, inexplicables y crueles.

─Tu hermano se está comportando de un modo bastante sospechoso ─ susurré involucrando un tema neutral.Temí  que mi cuerpo, traicionero ante el suyo, respondiera expresando cuánto lo había echado de menos.

─¿Por qué lo decís? ─ su mano descansaba en la cuerva de mi espalda, quemando mi piel debajo del vestido.

─Porque no deja de recibir llamados a altas horas de la noche, que requieren de suma privacidad. Incluso, antes de venir aquí, fue a recepción a recoger unos papeles "sin importancia".

─Serán cuestiones laborales, Alina. Recordá que es un profesional independiente.

─Sí, ya lo sé. Pero me extraña que no me lo haya contado. Generalmente es muy abierto conmigo.

─¿No menciono ningún asunto en particular? ─ Alejandro mostraba su curiosidad.

─Dijo que eran unos balances de corte o algo así.

─Enonces, relajáte. Leo está lo suficientemente involucrado con vos como para ocultarte cosas.

─¿A vos te molesta que esté tan involucrado? ─ sin mediar tintas, pregunté, arrepintiéndome de inmediato ─ .Perdóname, es una pregunta muy personal que no tengo derecho a hacerte ─ bajé la mirada.

─No me incomoda la pregunta, al menos no tanto como la respuesta ─ pícaro, bastó esa respuesta para comprenderlo. Aun así, completó─: Leo siempre estuvo involucrado con vos. Siempre sintió cosas especiales, incluso hasta el punto de preguntarme si entre nosotros pasaba algo ─ rememorando cuando los escuché casi por casualidad, en su casa de Buenos Aires, las palabras de aquel entonces volvieron a mi mente.

Jamás habría tenido su real versión de los hechos aunque la frase "fue por una apuesta con los chicos" no resistía aclaración posible.

─¿Y qué le dijiste? ─ simulando inocencia, averigüé.

─Que sólo habíamos estado juntos una vez y ebrios.

─Oh ─ abrí los ojos tanto como pude. ¿Decepción, descontento? No lo sabía ─ ... ¿nada más?─ a un milímetro de la confesión que yo había oído, la respiración de ambos parecía detenerse en el aire.

─Le aclaré que fue algo consentido, que jamás te había presionado ni nada por el estilo ─ sumando datos verdaderos pero ocultando lo que yo sí guardaba como un tesoro, corroboré que Alejandro no estaba dispuesto a ser sincero conmigo. Otra vez.

Le acababa de dar la oportunidad de reivindicarse, de ser honesto, pero optaba por sesgar sus dichos, resumiéndolos pasivamente.

Incómoda, me removí de sus manos, soltándome. Para entonces, a Leo no se lo veía por ningún lado.

─Regresemos a la mesa, no quiero tener problemas con Catalina

─Tranquila. Vos serías la última persona de la que ella desconfiaría.

Deteniendo mi marcha en la mitad de la pista, giré ofuscada.

─¿Cómo es eso? ─ estampándome contra su pecho, invadí su juicio.

─Catalina no desconfiaría de vos porque sabe que no sos...─ moviendo las manos en torno a su cabello, corto y ordenado, se ahogaba en sus propias declaraciones. Intimidándolo con la mirada, alenté a su cruenta confesión.

─¿No soy qué? ─ mis uñas de clavaban en la palma de mis manos; ansiaba sus respuesta ─ .¿No soy fina?¿No soy inteligente?¿No soy competencia?

─No sos...mi tipo.

Parpadeé tomando distancia tan sólo unos centímetros, procesando el peso de sus palabras. Ficticiamente, envuelta en mi rol de actriz, sonreí.

─¿No soy tu tipo? ─ histérico, un grito agudo salió del fondo de mi glotis.

─Eso es lo que ella piensa.

─Y vos, ¿qué es lo que pensás? ─ descartando el ambiente y las personas danzando a nuestro alrededor meneándose al compás de una tema de Ella Fitzgerald, sufrí con anticipación.

La pregunta vagaba con el suspenso de una película de terror, en tanto que la respuesta no corría mejor suerte, muriendo en la atmósfera. Para entonces, Leo posó sus manos sobre mis hombros rescatando a su hermano sin proponérselo.

─Gracias por cuidármela, no soportaría que ninguno de los buitres de la empresa la intentara seducir.

─Obviamente Leo ─ dándole una palmada a su mano por sobre mi hombro, preparé la estocada final ─ . De todos modos, tu hermano tampoco es mi tipo ─ clavando el cuchillo hasta el fondo, dirigí una mirada altiva hacia Alejandro, retorcido en su propia miseria.

──

La cabeza me estallaba en mil pedazos. Necesitaba un analgésico con urgencia.

El champagne de la noche anterior y el disgusto de hablar del pasado con Alejandro, decían presente sin piedad. Refregué mis sienes. Con dificultad abrí mis ojos de a uno, viendo la hora reflejarse en mi teléfono. Los números se estacionaban en torno a las 9:30 am.

Si mal no recordaba, en media hora más finalizaba el horario de desayuno en el hotel y yo aun debía  despabilarme por completo.

─¿Leo?¿Leo? ─ limpiando mis ojos lagañosos miré hacia todos lados, escuchando solo el eco de mis llamados. No había nadie.

Deambulando por el cuarto con una remera holgada como camisón, constaté su ausencia en cada uno de los rincones de la habitación.

¿Dónde estaba?

Peinándome animadamente hasta parecer una persona decente, calcé mis jeans y mi camisa leñadora a cuadros para bajar hacia el comedor principal del hotel. Leo brillaba por su ausencia.

Extrañada, luchando contra mi incipiente paranoia, me serví un café con leche y unas medialunas de grasa, mis preferidas.

Escogí una mesa próxima a la ventana. Necesitaba reflexionar sobre lo ocurrido anoche y pensar en que esta misma tarde debía ir a la empresa a firmar unos papeles según lo hablado con el Dr. Yaski en Buenos Aires.

Dispersando la mirada por el vidrio  con la taza de café rodeada por mis dedos, vislumbré a Leo con su celular a cuestas hablando en la vereda. Movía sus manos insistentemente, gesticulaba por demás y presionaba su entrecejo con ambos pulgares.

Algo andaba mal.

Lo leía en su cuerpo, en su mirada esquiva. Me indignaba sobremanera que él se empeñara en no contármelo. Mordí una medialuna con furia. Pero debía controlarme si no quería terminar con una gastritis infernal.

Para cuando finalizó lo perseguí con la mirada. Al ingresar al comedor, hice unas señas con mis brazos exageradamente.

─Hola Ali... ─ posó un beso en el nacimiento de mi pelo al acercarse ─. ¿Cómo dormiste?

─Bien, pero me desperté con una jaqueca horrible. Te busqué en la habitación y no estabas...¿hace mucho que bajaste a hablar por teléfono?

─No quería molestarte ─ minimizó ─ . Era una llamada importante y estabas muy bella y cómoda durmiendo ─ tocando la punta de mi nariz con su dedo, sus gestos cambiaban por completo con respecto a la preocupación que demostraba durante su conversación, fuera del hotel.

─Últimamente tenés muchas llamadas importantes que requieren de privacidad.

─¿Estás celosa?─ dijo desviando la atención del meollo.

─No ─ mentí con sequedad─ . Supongo que no tengo motivos para estarlo, ¿cierto? ─ dando vuelta la ruleta, la bola estaba de su lado otra vez.

─En absoluto, Alina ─ refregando sus manos aun se mantenía de pie ─ ; ahora debo ir a la habitación a terminar unas cosas de trabajo. Me dijo Alejandro que a las 12 te citó en la compañía. 

─Sí, lamentablemente ─ resoplé dejando atrás la incomodidad que aun me causaba saber que me ocultaba algo y no saber qué.

─¿Necesitás que te acompañe? ─ frunciendo el ceño, arrulló su voz.

─No hace falta ─ respondí, gentil ─ , seguramente tendrás muchos asuntos que terminar ─ condescendiente, mi fingida despreocupación pareció simpatizarle a juzgar por la enorme sonrisa que desplegó.

─Lo cierto es que sí. Tengo unos balances que auditar que me llevarán más tiempo de lo previsto, ¿me prometés que te vas a cuidar de las garras de mi hermano?

─¿Celoso? ─ un temblor inquietó mi espalda.

─En absoluto ¿tendría que estarlo? ─ redireccionando los cañones, era mi turno de quedar entre las cuerdas.

─Claro que no, después de todo me voy a casar con vos, no?

Dejándome con mi desayuno y con un beso tímido en la mejilla, Leo se fue.

______________

La oficina situada en la torre sobre Old Queen Street era sobria, minimalista y obscena de lujo. Una gran araña de cristal era tal vez, el único objeto de impronta antigua dentro de la cómoda y recatada recepción.

Con unos skinnies negros hasta los tobillos y una camisa blanca con cuello V hasta la cima de mis pechos, me presentaba ante Holly una colorada de grandes ojos verdes y pecas en toda su cara, que con una dentadura propia de propaganda de ortodoncia preguntaba el motivo de mi visita.

─Busco al licenciado Alejandro Bruni.

─¿Cuál es su nombre?

─ Alina Martins.

─¿Tiene una cita con él?

─Él mismo me ha dicho que viniese a esta hora, supongo que lo habrá incluido en su agenda ─ maldije no haber tenido en cuenta las formalidades.

─No, no tiene nada agendado para esta hora ─ corroboró tecleando frenéticamente ─. De todos modos aguárdeme un instante que le preguntaré ─ amable, se puso de pie. Contorneando sus caderas bajo una falda tubo negra, atravesó un pasillo de unos cinco metros de largo hasta girar hacia su izquierda y perderse un poco más allá.

Algo nerviosa, yo repiqueteaba mi pie en el pis brillante. Apretaba mi abrigo contra mi pecho, deseando que Alejandro no me retuviera mucho tiempo en su despacho y que solo fuesen unas pocas hojas las que tuviese que firmar.

Al cabo de 2 ó 3 minutos, la pelirroja sexy me permitió el acceso al otro lado del mostrador. Iniciando la marcha reseguí su paso por el primer corredor, luego por otro, hasta dar con una puerta de madera, con el nombre y apellido de Alejandro repujado sobre una placa metálica sumamente lustrosa.

─El licenciado aguarda por usted ─ señalando la puerta, me dejó frente a ella. Golpeando con los nudillos, llamé.

─Adelante, por favor.

La luz natural y el perfil londinense abrumaron mis visuales. El Big Ben se veía a una distancia aun menor que desde el hotel donde nos hospedábamos con Leo. Recorrí cada cristal; como distintos cuadros, los paisajes adornaban la oficina de Alejandro.

─¡Bienvenida a la compañía, Señorita Martins! ─ agazapado y temerosamente elegante, abrochaba el botón de su saco avanzando hacia mí, hasta quedar frente a frente.

─¡Tenés una oficina hermosa! ─ expresé sin caber en mí misma.

─Gracias, me la he ganado ─ arrogante adrede, sonrió regalándome un beso suave en mi frente ─ .¿Qué preferís? ¿Un té, un café, una gaseosa?

─Agua, solo agua...─ respondí contemplando mi entorno y su oficina, el lugar que quizás, mejor representaba la personalidad de Alejandro: sobria, bella y ordenada.

─Tomá asiento por favor ─ señalándome una silla de cuero blanco y acero, me ubiqué dejando mi abrigo, metros atrás, sobre un sillón bajo cercano al gran escritorio de vidrio.

─Lindas fotos ─ mencionando los dos portarretratos de su espacio de trabajo, me detuve particularmente en una imagen en la cual estaba con su abuela y hermano, y otra, con su madre y abuela.

─Es una de las pocas en que Leo no salió haciendo alguna monería ─ dijo con gracia ─ . Estás...muy linda...aunque eso no debe sorprenderte a esta altura ─ agregó medidamente.

─Gracias por el cumplido, pero preferiría ir al grano ─ miré su espalda mientras me servía una copa con agua fría.

─No pretendo retenerte mucho tiempo. En veinte minutos debo asistir a una reunión bastante tediosa.

─Mejor así ─ suspiré.

─¿Tensa?

─Este asunto de firmar todo esta papelería me desagrada.

─¿Preferirías la informalidad de la palabra?

─Debo ser una de las pocas personas en el mundo que confía en que la palabra aun conserva algo de valor, ¿no te parece?

─Yo también confío, creéme, aunque a veces no es tan fácil hacerlo. En este caso, la junta directiva necesita de un aval tuyo, una suerte de declaración jurada en la cual asientas que no venderás tus acciones antes de dos períodos calendarios de cierre de balance.

─¿Por qué haría eso?

─Porque si ves que la empresa da pérdida, es muy fácil irse dejándolo todo atrás. Esta ha sido una herencia y para no levantar suspicacias y permitirnos accionar en dos años, es necesario que parezca que estás interesada en el manejo de tus acciones y que nada tiene que ver tu casamiento con Leo. ¿Él no te anticipó nada esta mañana?

─No ─ me disgustó admitirlo frente a él ─ . Ha estado muy ocupado con su trabajo y unas llamadas.

─¿Otra vez?¡Wau! Ese chico es el empleado del mes ─ asombrado, él se ubicó en su silla, abriendo su saco y cruzando una pierna por sobre la otra con lentitud.

Bebí agua, verlo me resecaba la garganta más de la cuenta.

¿Cuándo carajos dejaría de provocar ese efecto en mi? Odiaba ser tan endeble a sus encantos.

─¿Vos creés que Leo puede estar engañándome? ─ necesitaba fervientemente que alguien me diera una explicación, una palabra que me aparte de mi desconfianza.

─No puedo poner las manos en el fuego por él si eso es lo que deseás saber, pero como te dije ayer, veo en sus ojos cuánto te quiere y lo mucho que desea hacerte feliz.

─Tal vez es paranoia mía ─ acepté con resignación.

Alejandro exhaló fuerte por la nariz; dejando su postura, acercó su silla hacia el escritorio, apoyando sus manos entrelazadas en el vidrio.

─Leo es impredecible. Es rebelde, libre...es muy parecido a vos. Creo que en el fondo sos la única que podes deducir cómo puede llegar a actuar.

─¿Deslizás que es mi fiel reflejo? ─ levantando mis ojos hallé los suyos, tiernos, sensibles.

─Algo así─ reconoció con la boca de lado.

Cortando el magnetismo y la conversación tan privada, abrió uno de los seis cajones de un mueble a sus espaldas. De allí, extrajo un sobre de papel madera. Levantando la solapa, puso sobre su escritorio una pila de no menos de diez hojas.

─¿Tengo que leer todo esto? ─ refunfuñé ante su expresión de encanto.

─Si confiás en mí y en la redacción de Dr. Yaski, firma y ya ─ expresó poniendo frente a mí una pluma carísima color azul intenso, casi tanto como el color de sus ojos cuando me poseía.

Antes de firmar, tuve que tomar algo más de agua.

─Si confiás en mí y en la redacción de Dr. Yaski, solo es cuestión de poner una firma por hoja, con la aclaración. Si por el contrario preferís leerlo, podés quedarte a solas en mi despacho hasta que finalices. Como te he dicho, en breve tengo una reunión.

La opción de solo firmar era tentadora; a simple vista, tantas cláusulas y tanto texto me invitaba a ser leído. Confiaba en ellos pero deseaba conocer los alcances del contrato por mí misma. De lo contrario, no tendría derecho a queja. Llené mis pulmones de aire liberándolo de a poco.

─La decisión es tuya ─ abrió sus palmas, ladeando la cabeza hacia un lado.

Mordí mi labio; repiqueteando la lapicera en el sobre de madera me detuve a pensar que no había razón para desconfiar. Tanto él como el abogado de la familia habrían revisado cada una de esas oraciones para que nada me perjudicase. Lo sabía.

─¿Todas estas cláusulas fueron chequeadas por vos? ─ examiné rogando por un sí que me diera seguridad.

─Exacto, pero tampoco te olvides de Yaski. Incluso, hemos corregido algunas de las impuestas por la comisión.

─¿Ninguna me perjudica?

─Claro que no. Intentamos enmarcarlas dentro de las condiciones legalas impuestas en el testamento y en la carta orgánica de la compañía, manteniendo tu integridad.

─¿Exigen de mi presencia constante aquí?

─No, únicamente cuando haya que elegir autoridades, o fusiones. Esa clase de cosas que realmente requieran de tu participación activa y presencial. En eso hemos tenido que lucharla bastante. Kirk Simpson, el asesor legar, estuvo en desacuerdo pero logramos que tengas las mismas "ventajas" que el contrato estipulado para Leo.

─Bueno, entonces no creo que haya que leer nada.

─Siempre odiaste leer ─ ante sus palabras levanté mis ojos, era cierto. Odiaba hacerlo. Tanto Leo como él me ayudaban a confeccionar resúmenes al momento de estudiar mis lecciones para el colegio. Recordar ese bello pasaje de mi niñez, dibujó una curva generosa en mis labios─ .Por tu mueca, supongo que aun persiste esa conducta en vos. Te resultaba aberrante.

─ ¡Suena horrible decirlo así! ─ repliqué culposa.

─Tranquila Alina, no te voy a tomar lección ni nada por el estilo. Comprendo las dudas con respecto a leer o no todo este papelerío, pero no deja de formalizar un compromiso tuyo para con la empresa, que no es poca cosa. Te ofrecería que lo llevases para leer con tranquilidad, pero no quiero despertar suspicacias de ningún tipo.

─¿Aquí son bastante desconfiados, no?

─Cuando hay dinero de por medio, todos se convierten en aves de rapiña.

─Entiendo.

Inspiré profundo por última vez. Acomodando mi cabello por detrás de mis hombros y removiéndome inquietamente en mi asiento, decidí firmar leyendo (muy ligeramente) algunas de las palabras perdidas en cada una de las hojas.

Alejandro permanecía sereno de brazos cruzados, apoyado sobre el respaldo de su silla, expectante. Sus hombros lucían relajados y su rostro abandonando la tensión.

─¡Listo!─ dejando la lapicera sobre las hojas, ordené sus bordes y las arrastré en dirección a Alejandro que sin siquiera corroborar que estuviese todo en orden, introdujo las hojas dentro del sobre de donde las sacó minutos antes.

─Perfecto, Alina. En dos días, deberás regresar para oficializar ante toda la comitiva que conoces los alcances y las bases del estatuto. Por otro lado, bien sabés que hasta no casarte con Leo no podrás tomar posesión real de las acciones, pero para eso no falta demasiado. Es cuestión de tiempo y pasa volando.

─Ya lo creo que sí ─ mirándome las uñas, nerviosa, era consciente que esas firmas no significaban garabatos en un par de papeles; las responsabilidades y las ataduras que llevaban consigo empezarían a partir de este instante.

El intercomunicador sonó retumbando en la tranquilidad de la oficina, llevé mi mano al pecho, aturdida. Su secretaria, atenta, le recordaba que en 10 minutos exactamente debía ir a la sala de reuniones.

─Bueno, es mejor que me vaya ─ habiendo cumplido el objetivo, era momento de partir.

─¿Tenés algún plan?...digo...¿tienen? ─ corrigiéndose sobre la marcha, acompañaba mis movimientos.

─No de momento ─ me sinceré a consciencia ─ , pero sospecho que Leo tendrá que trabajar en su proyecto misterioso un buen tiempo ─ recogiendo mi abrigo del sillón lo puse en mi brazo, en dirección a la salida.

Los pasos de Alejandro imitaban mi andar silencioso; aun así, oí el taco de su impecable calzado en mi cabeza.

Envolviendo el pomo de la puerta con la mano dispuesta a salir, giré para saludarlo correctamente; sin embargo, hallé una muralla, imponente y rígida, con la respiración ardiente. Una corta distancia nos separaba y la tensión entre nosotros, como era de esperar, crecía. Era un riesgo enorme estar compartiendo un mismo espacio, solos.

─Chau Ale, supongo que te pondrás en contacto con Leo por cualquier otra cosa ─ sus ojos azules oscuros me desnudaban con la mirada, augurando peligro.

─¿Por qué las cosas siempre serán así? ─ las dudas, eternas compañeras de aventuras.

─¿Así como? ─ colgando del precipicio, pregunté.

─Así de difícil...

─Tendremos que convivir con esto. No es ninguna novedad, hace años que lo hacemos ─ con naturalidad, elevé un hombro. Pero al instante lo inevitable sucedió. Aquello a lo que más temía se presentaba frente a mi como la manzana de Adán y Eva.

Con sus manos arrinconó mi boca, derribando mis barreras.

Mi cuerpo golpeó como un látigo contra la puerta, haciendo un estruendo vergonzoso. Mis manos flameaban en torno a sus codos. Intenté liberarme de su contacto, pero como una constante, su fuerza era incontenible y excitante.

Explorando mis labios con firmeza, se apoderó de mis sentidos en un santiamén. Su boca perezosa vagaba por mi cuello, bebiendo de mi piel; sus palmas viajaban hacia mi cintura, mis caderas y posteriomente, mis muslos. Éramos como una olla a presión, que de tanto calor, podía explotar.

Mi cuerpo traicionero le daba la bienvenida aumentando su fiebre interna, arqueándose en señal de agradecimiento. Enredé mis dedos en su cabello corto y sedoso. Adoraba despeinarlo, quitarle aquel rictus permanente.

Su dureza, su virilidad, se estrellaba en la línea de mi ombligo gritando hurras; éramos un enredo de gemidos toscos, loca pasión, justa culpa y conocido deseo.

Inquietos, sus dedos acabarían en su cremallera y luego en la mía; forcejeando, mis pantalones cayeron por su propio peso formando un charco negro alrededor de mis tobillos. Poseyéndome con sus ojos, su respiración se fundió en la mía; con su humedad traspasaba mi ser, mi intimidad. Intempestivamente, volvía a ser suya. De un modo primitivo y consentido.

Yo era su marioneta, sucumbía a sus actos sin siquiera mediar palabras, porque entre nosotros, ya sobraban. Nuestros cuerpos hablaban por ambos dialogando a través de estrofas de extrema lujuria. Cualquier promesa previa, era incumplida sistemáticamente.

Ahogué jadeos en su oído; jugábamos sobre la línea de lo prohibido, como nos era costumbre. Dolorosamente, sabíamos que todo empezaba y acababa en un impulso, en un rapto de locura desmedida e impensada.

Pero ¿cómo evitarnos? ¿Cómo evitar que nuestras pieles encendieran hogueras aun en el mismísimo océano?

En una incómoda posición logró abrir un profiláctico para poseerme y cada embate seco en la madera anunciaba un estallido de adicción. Como un sismo, movilizaba cada una de mis placas, demoliendo estructuras, acabando con mi ser.

─Me resisto a dejarte ir ─ siseando entre sus dientes, se lamentaba con cada estocada.

─No lo hagas entonces ─ supliqué, anidando el ruego en la curva de su cuello.

Encaprichados, perdidos en el sopor de la angustia y desesperación, nos buscábamos. Y nos encontrábamos.

Con un último bombeo, el fin se acercó. El eco de su osco gemido en mi oído, signó aquel momento de debilidad y traición.

Sus manos descomprimieron mis muslos; mis piernas, débiles, temblaban. Mis puños, entrecerrados, se abrieron para aplanar mis manos sobre su pecho duro. Con el llanto bordeando mis ojos lo empujaba para que se alejase. Alejandro era una toxina que invadía mi sistema nervioso, envenenándome.

Tomando ligera distancia, él se nutrió de aire con bocanadas intensas. Caminando hacia el escritorio, acomodó sus elegantes pantalones y bebió de un trago de agua que aun quedaba en mi copa.

Vacía por el futuro que me esperaba  pero llena del pasado que acababa de atesorar junto a mis otros recuerdos de él, subí mi ropa arremolinada en el piso, con la esperanza de encontrar explicaciones para lo que acabábamos de hacer.

Envueltos en un círculo vicioso y sinsentido, sin salidas y sin opciones, tapé mis ojos.

─No podemos seguir así ─ exhalé liberando la fuerte presión de mi pecho ─. No es justo seguir lastimándonos de este modo.

─Lo sé...y lo intento...pero no puedo ─ desencajado, limpiaba unas gotas de sudor de su frente con un pañuelo de tela perfectamente doblado.

─¿Y entonces, cómo hacemos? ─ confundida, mi corazón barajaba opciones.

─Yéndote...

─¿Yéndome?¿de acá?

─No...yéndote...de mi vida...y para siempre.

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*Monería: gesto gracioso.

*Papel madera: papel kraft.

*Lapicera: bolígrafo.

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