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Sin control, la poseí una y otra vez. 

Sus gimoteos vagaban por la habitación, encontrando su eco en la cama.

Sostuve sus caderas con fuerza; impactándola de lleno, fui una fiera liberada.

No estaba borracho como para no tener el juicio suficiente; por el contrario, mi lucidez era óptima y lo que estaba haciéndole era ni más ni menos que el producto de mi conducta voraz y maliciosa.

En el bar no había podido quitarle los ojos de encima; devorándola con la mirada amé cada centímetro de la tela de ese vestido ceñido y provocativo, de mangas largas y falda por sobre sus rodillas que tan bien le quedaba con sus zapatos rudos de plataforma.

Supe que cada estrofa de la canción de Chris Isaak sería dedicada a mi; ella me pertenecía como yo y viceversa. Era inevitable negarlo, tanto, como indecente asumirlo.

Asiéndome a su cuerpo como si fuese mi ancla, aferré mis sueños y mis esperanzas a este momento único.

Cuando salí de ella me sentí un despojo. Avergonzado, con mi juicio alerta, supe que tendría que escaparme lejos y tal vez, nunca más volver. Pero no podía. Tenía que aprender a dominar mis impulsos y malas acciones.

Con sus ojos inocentes, me confesó su amor...y yo, de un modo más canalla, le profesaría el mío.

─Perdonáme por ser una bestia ─confesé entre lamentos ─,perdí las riendas.

Sus dedos caminaron en los botones de mi camisa.

─Estás un poco borracho y bajo los efectos del tequila haces cosas que no querés ─asumiendo que mi estado etílico habría conducido mi cuerpo por sobre mi cabeza, se apartó de mí ─. Siempre me buscás cuando estás así. Me acostumbré a ser tu juguete de turno ─limpiándose varias lágrimas de resignación tomó asiento en la punta de su cama ─ .Andáte Alejandro...esto no da para más...─ sin mirarme, con la mano en alto, me incitó a huir de allí.

Mi cobardía ató mis pies.

Nada pude decir, nada pude aclarar.

Incluso mis demonios imaginarios me castigaron por la noche, sin dejarme dormir.

Terminaba de ultrajarla y en lugar de no dirigirme la palabra, en lugar de ofuscarse por mi actitud machista y dominante, Alina naturalizaba semejante conducta. 

¿En qué clase de hombre me había convertido? O peor aun ¿qué clase de hombre tenía ese comportamiento voraz con la mujer que amaba?

Era un monstruo para ella y yo no tenía gallas ni sustento para contradecirla.

La cuenta mental de mi cabeza arrojaba como saldo unas siete veces juntos, incluida la de esta madrugada. Cada noche  tendría el alcohol en sangre como protagonista. Aunque en ninguna la conciencia estuvo dormida: yo era una bestia impiadosa que se aprovechaba de su debilidad para poseerla.

Me maldije, desconociéndome.

Transgrediendo el límite, mi cuerpo no conocería de satisfacciones mientras ella permaneciera lejos de mí.

Con determinación, me obligué a no cruzarla durante todo el día domingo; mirando de reojo mi regreso a Londres, su presencia pondría en riesgo cualquier intento por irme.

Con Alina merodeándome nada podía salir bien, y yo necesitaba de ese autocontrol que en otra ocasión, tenía sin ningún problema.

─¿Catalina "La Grande" te espera allá? ─deslizó mi hermano segundos antes de embarcarme, apenas llegados a Ezeiza.

─¿Catalina "La Grande"? ─sonreí por la ironía. Sus aires de grandeza sin dudas le harían justicia a su mote.

─No te veo feliz yéndote para allá ─adivinó contribuyendo a mi desilusión.

─Estoy cansado, Leo. Es sólo eso.

─¡Si te la pasaste durmiendo todo el domingo! ─frunciendo el ceño, Leo no daba tregua ─. A mi no, Ale. A vos te pasa algo más...

─Dejé mucho trabajo colgado en Londres. No es divertido lo que me espera ─bufé con algo de razón. La junta directiva me esperaba con ansias de resolver algunos temas de carácter urgente.

─¿Eso incluye cosas del casamiento? ─con los brazos sobre la mesa en la cual tomábamos un café de despedida, disparaba sin temblarle el pulso.

─Eso no es trabajo.

─Tampoco es placer.

─¿Y qué cosas son realmente placenteras en esta vida Leo?

Exponiendo mi alma, con el desaliento hablando por mí, abrí una puerta que difícilmente podría cerrar en estos minutos restantes previos a mi vuelo.

─Compartir tiempo con la mujer que amás, tener planes con ella, un rico asado...hay muchas cosas que te dan placer en esta vida hermano. Algunas por poco tiempo, pero lo hacen ─ enumerando con facilidad, Leo me daba una paliza.

La saliva pasó fuerte por mi garganta, no era momento ni lugar para continuar con el martirio.

─Ella no te hace feliz. Sos una sombra a su lado, un títere incapaz de ser vos mismo.

─Estoy mayoricto Leo, tengo treinta y tres años, una vida encaminada, proyectos...son parte de mi ser. Y la elegí a ella para concretarlos.

─Vos maduraste de golpe, lo admito. En gran parte porque la abuela te plantó en el sillón de presidente la compañía cuando apenas eras capaz de limpiarte los mocos. Pero el resto  es tu decisión, hermano.

"Y yo lo sé mejor que nadie, Leo...todo siempre ha sido mi decisión."

──

Las dos semanas que me distanciaron del regreso a Buenos Aires resultaron demasiado largas, casi eternas. Los preparativos de la boda (retrasados por mi ausencia) estaban a la orden del día y los reproches de mi novia ante mi desgano, también.

Con la cabeza en cualquier parte, tropecé constantemente con la vorágine de horas laborales y la ardua tarea de modificar ciertos artículos de la Carta Orgánica de la Compañía, entre los cuales se encontraba la designación de Alina como parte accionista de la empresa.

Aun sin fecha de sesión, la misma tendría validez una vez que ella se convirtiera en la "señora de Leonardo Bruni".

Con el objetivo principal de olvidarla,  la frustración diaria me envolvía como un papel.

Por las noches, cuando las sábanas me entregaban el cuerpo ardiente de Catalina, me chocaba simultáneamente con la triste realidad de no desear más que a Alina. Era injusto y poco gentil con mi novia, quien se conformaba con un puñado de besos húmedos y embates timoratos.

─Finalmente, no sólo se va a quedar con el 15% de una empresa que no se merece sino que además, cuando se separe de tu hermano, va a alzarse con la mitad de sus acciones ─desayunando, Catalina dedujo erróneamente mientras leía el Times.

─Por lo que tengo entendido el divorcio será un papel con la misma validez del casamiento. No podrán actuar del mismo modo que dentro de una unión tradicional.

─O sea, que es todo un gran fraude.

─No necesariamente ─ ¿teníamos que hablar de esto?¿Ahora?¿A un día de volver a Argentina?

─Me resulta imposible imaginar el objetivo que deseaba conseguir tu abuela con esta fantochada. Esto es un mamarracho legal. Ni siquiera va a lograr que esta chica cambie su postura.

─No se cuáles fueron las intenciones de Rosalinda ─excepto las de torturarme, no se me ocurría otra excusa.

─Tu hermano va a sufrir como un perro herido. ¡Acordate lo que te digo! ─crispando mis nervios desde muy temprano, Catalina acusó con el dedo elevado y el sabor del éxito del comentario en su paladar.

─Él es grande. Sabe lo que hace ─sentencié rogando dar por muerto este tema.

Veintipico de horas más tarde, arribamos a Buenos Aires con el mismo malhumor de siempre; Catalina no dejaba de bufar por el frío húmedo y el efecto vaporizante en su cabello, mientras que yo sólo pensaba en el lugar en el cual podría esconderme al momento del intercambio de anillos y la paparruchada del compromiso. 

La noche de mi asalto al cuerpo frágil de Alina continuaba persiguiéndome como una pesadilla, sin darme el mínimo margen de tregua.

Leo lucía vivaz como siempre; con un cartel gracioso nos esperaba a la salida del vuelo, dispuestos a llevarnos a la casona de San Isidro. Intentando persuadirlo de alquilar un departamento lo suficientemente cercano como para ir ante cualquier imprevisto, poca fortuna tuve. Mi madre quería pasar tiempo con ambos.

Negándose sistemáticamente al considerar que solo estaríamos tres noches allí (con la obligación impuesta de regresar sí o sí en ese plazo a Inglaterra) pretendí no ser descortés, aceptando su propuesta con un nudo en la garganta. Haciendo un pacto con el mismísimo diablo, asumí las responsabilidades que conllevaría compartir el mismo techo con Alina y no morir en el intento.

─Vamos, che, es por un par de días, cambien esas caras ─pidió Leo al conducir por la autopista Ricchieri rumbo a zona norte.

─Que conste en actas que vengo exclusivamente para ver cómo se vestirá la impresentable de tu novia ─sin tapujos ni temor por la respuesta de mi hermano, Catalina apoyó su cabeza sobre el puño, mirando por la ventanilla.

La vena del cuello de Leo se infló al borde del estallido, pero silenció. Y se lo agradecí con el poder de la mente.

─¿Cuánto te apuesto a que se va a vestir toda de negro y con esas zapatillas colorinches de adolescente?

─¡Podés callarte de una vez, Catalina! ─elevando mi voz más de la cuenta, sus frases ácidas ya no tenían cabida en mis oídos ─ . ¡Me tenés harto con esos comentarios estúpidos de nena rica y tonta!

Desde mi ubicación en el asiento del acompañante, vi su rostro horrorizado reflejarse en el espejo retrovisor. Haciendo puchero y una gran mueca de disgusto, cruzó los brazos sobre su pecho permaneciendo en silencio el resto del viaje.

Leo me miró de reojo, sonriendo de lado. Nadie excepto yo era capaz de frenar los improperios de mi prometida y debía reconocer que hacerlo, me aliviaba una pesada carga sobre el pecho.

Ya en casa y próximos a la hora del almuerzo nos reunimos en la mesa. Para entonces, Alina no rondaba la sala hasta que el momento de inevitable conexión se produjo: desde la cocina, salió con una minifalda de jean celeste, unas medias largas negras y unas zapatillas como sus adoradas Converse pero altas hasta la mitad de su rodilla. En la parte superior vestía una camisa blanca, con pequeños volados en el escote y en las mangas.

Contuve la respiración porque aun colocándose una sábana, luciría hermosa. Los recuerdos me abrumaron como antorchas, quemándome la piel.

Saludando uno a uno, se colocó finalmente junto a mi hermano, enfrentándose a mí, involucrándose poco y nada con los debates económicos y sociales expuestos durante el momento de la comida.

─Disculpáme que te pregunte, nena ─apuntó sus dardos Catalina. Su tono desdeñoso anticipaba pelea ─, pero ¿cuantos años tenés? ─colocando sus cubiertos de lado, entrelazaba sus manos clavando los codos en la mesa.

Alina se sorprendió pero hábil delineó una mueca graciosa en sus labios. El gran incendio de Roma en manos de Nerón, sería un poroto.

─¿Para qué lo querés saber?

─¿No te parece que estas un poco "mayorcita" para usar esa ropa de nena mala?

No pude resistir la tentación de mirar a Alina y saborear junto a ella la respuesta que se avecinaba. Conocía lo suficiente a ambas como para vaticinar el estallido de la tercera guerra mundial. Con ese desafiante "¿Para qué querés saber?", Alina solo ganaba tiempo.

─Catalina, ¿podríamos mantener un almuerzo en paz? ─Leo intercedió de mala gana.

─Tranquilo amor ─ Alina se relamió. Hipnotizado, perseguí la curva ladina de sus labios los cuales amasaron una respuesta ─ , puedo responderle con altura. No necesito de un título en Cambridge, Oxford y esas universidades elitistas para hacerlo ─carraspeando, sonrió maliciosamente ─ .Tengo 29 años, una edad que ciertamente has pasado hace mucho tiempo y el cuerpo al que no necesito someter a dietas estrictas para conservarlo así de pequeño y proporcionado. Tampoco preciso aparentar ser una ejecutiva exitosa para que me respeten ni colocarme un par de anteojos marca Tiffany para que me tilden de intelectual ─digna de un aplauso, finalizó su descargo con seriedad.

─Para tu información tengo treinta y uno ─aclaró Catalina, ofuscada, limpiándose la boca compulsivamente.

─¿Si? ¿De verdad? ─con enorme sarcasmo,  mi futura cuñada redoblaba la apuesta ─ .Yo te recomendaría que visitaras a un cirujano, unos pinchecitos de bótox no te vendrían para nada mal. El stress está haciendo estragos en la comisura de tus labios, debajo de tus ojos, en tu entrecejo... ─ sosteniéndole la mirada, sin amedrentarse, Alina era Alina ciento por ciento.

Obligatoriamente reprimí una carcajada al igual que mi hermano para cuando las manos de Catalina pasaron frenéticamente por su frente y boca. Si algo le aterrorizaba a mi pareja, era la vejez y el deterioro físico.

La sonrisa triunfalista de Alina sobrepasó sus ansias por ocultarla.

─ ¡Qué puedo esperar de un burro más que una patada! ─ arrojó Catalina, mascullando disgusto.

Optando por omitir comentario, Alina demostró mayor educación que mi pareja.

─La semana próxima Charly, el modisto, vendrá a tomarte las medidas para el vestido de bodas ─mi mamá apareció en escena hablando en dirección a Alina; por suerte se mantendría al margen del improvisado polígono de tiro.

─¿Ya tienen fecha? ─pregunté confuso. Efectivamente, el compromiso no sería una simple simulación.

─Logramos conseguir una prórroga legal de un par de semanas para hacerlo a mediados de enero.

─¡Menos mal!¡Por un momento sospeché que lo harían el mismo día que nosotros! ─exhaló llevando una mano al pecho, Catalina.

─Sinceramente ganas no me faltaron, pero preferí que mi hermano estuviese en la boda ─sus agresiones eran tan incómodas como ingeniosas ─ . Sobretodo, porque tengo pensado que Alejo sea nuestro padrino de boda.

El trozo de pan que acababa de entrar en mi boca se atoró en la garganta causándome gran conmoción. Tosí muy fuerte; al borde de las lágrimas, tragué un sorbo de agua y más repuesto por la noticia, miré a los novios.

Alina estaba sorprendida, tanto o más que mi persona. Miraba a mi hermano con el ceño fruncido, buscando las mismas explicaciones que yo.

─¿Yo?¿El padrino? ─ cuestioné,  necesitando aire.

─¡Por supuesto! Sos mi hermano, mi amigo...Alina no tiene padre ni hermanos y vos sos una persona importante en nuestras vidas.

"Si hubiera sido con otra mujer, no dudaría en abalanzarme y darte las gracias, hermano".

Decirle que no era rechazar las buenas intenciones con las que Leo me habría elegido; sin dudas, a juzgar por el rostro desencajado de Alina, la decisión distaba de ser conjunta.

Decirle que sí, sin embargo,era asumir que la llevaría del brazo en la iglesia para dejarla en el altar, para ser tomada por otro hombre.

Y no por mí.

─Bueno, no esperaba esto. ¡Me halagan, chicos! ─conmocionado, me puse de pie. Abracé fuerte a mi hermano, mientras Alina conservaba sus ojos de desentendimiento ─.Será un honor entregarte a Leo ─clavando mi vista en el mar de su mirada, dije consciente del efecto que lo que acababa de suceder, causaba en mí y en ella.

Los tres, a poca distancia uno del otro, éramos partícipes de este momento de alegría para Leo y desencanto para Alina y para mí.

Ella contuvo una mueca contrariada y solo expidió un "de nada" seco y carente de sentimiento.

_________

─¿No tienen ustedes un tío o un primo lejano para alcanzarla al altar? ¡Todo esto es una farsa y vos vas a participar de ella! ─Catalina se pasaba crema por las manos, antes de acostarse.

─No. Bien sabés que mamá solo tiene una hermana y nuestros primos no son del todo cercanos. Además, ¿qué tiene de malo que yo la entregue en el altar? No son más que un par de pasos sobre una alfombra ─minimicé sin demostrar que mis venas se secaban con solo mencionarlo.

─Ella no me gusta. Me parece una ventajera. Nadie me saca de la cabeza que se casará con él para desplumarlo.

─Alina no es así.

─¿Y vos cómo lo sabes?

─Porque crecí con ella ─y porque conozco cada una de sus emociones y sus expresiones al regalarme sus orgasmos más intensos.

─¡Vamos Alejandro! ¡Ella tenía menos de quince años cuando te fuiste a estudiar a Inglaterra!, ¿qué podés saber de su persona viéndola cada tanto?

─Leo no pensaría en ayudar a alguien que fuese mala persona ─deseando hundirme en el libro que tenía entre manos, miré al techo deseando que cierre su bocaza.

─Leo se derrite cuando la tiene cerca, amor ¡está ciego! ─mis puños se cerraron conteniendo la bronca por sus palabras. Lo cierto, es que ella no sabía de mis encuentros nocturnos, ni mucho menos de mi adicción por Alina. Jamás siquiera le mencionaría nuestra primera vez juntos en la playa.

Si lo hacía, desataría una catástrofe.

─Sea por lo que fuese yo voy a llevar a Alina al altar y punto. Me lo pide mi hermano y lo haré por él. Fin de la historia.

Terminando con su sesión de spa nocturno, vino a la cama, entró y se colocó junto a mí.

─¿Vos creés que ya tuvieron sexo?

Mi cabeza giró noventa grados de golpe con el asombro azotando mis ojos.

─¿De qué hablas?  

─Esta es una unión por conveniencia pero el matrimonio se lleva a cabo, según la ley argentina, cuando se consuma "el hecho" ─replicó con sapiencia.

─No es un tema que me incumba. No sé por qué tendría que interesarte a vos.

─¡Sos un aburrido! ─enredándose en la sábana, saludó ─ : chau, hasta mañana ─dándome un beso en la nariz, apagando la luz de su mesita, dejó esa frase suspendida en el aire con sus repercusiones dentro de mi cabeza.

──

El sábado amaneció siendo un caos y temí que finalizara de igual modo.

Un grupo de jóvenes contratadas especialmente para el evento revoloteaban en la cocina, comandada por Mónica y Maria Nieves, quienes estaban hasta en el último detalle para la gala de esta noche.

En la sala principal, todo estaba listo para el desayuno: medialunas y rodajas de pan tostado por un lado, manteca hecha rulos por otro, mermeladas y dulce de leche, en una bandeja pequeña y por último, el jugo de naranja.

La jarra de café humeaba liberando un aroma exquisito, en tanto que otro recipiente térmico resguardaba leche, también caliente.

Tomando asiento, siendo testigo del movimiento constante a mi alrededor, disfruté de la paradójica tranquilidad de desayunar lo que se me daba la gana. Lo cierto  es que odiaba desayunar con fiambres y jugos. Nada como unas tostadas con dulce de leche bien espeso y azucarado. Sin privarme de los lujos que me concedía el hecho de estar en Buenos Aires, degusté mi desayuno en necesaria armonía.

─Hola ─una inquieta Alina apareció en escena. Avergonzada por verme solo con una remera blanca de algodón y mis joggins holgados, miraba pidiendo permiso.

─Buen día ─respondí untando una tostada ─, ¿ya desayunaste? ─retirando de mi cabeza nuestro último encuentro para comenzar de cero, la invité a acompañarme.

─No. Pensé que Leo ya estaba acá ─confesó estirándose las mangas de su suéter.   

─Estará demorado. Pero eso no significa que no puedas comenzar a desayunar sin él. Sentáte por favor ─como un perrito mojado bajó sus ojos no sin antes haber mirado a su alrededor ─ . No me tengas miedo. No voy a hacerte nada ─susurré con la culpa apostada en la punta de mi lengua.

─No quiero tener problemas con tu novia. Estoy cansada de su mala onda ─dijo apartando la silla de la mesa, aceptando implícitamente mi propuesta de tomar algo caliente sin la presencia de mi hermano.

─¿Medialunas con dulce de leche, no? ─en respuesta a mi pregunta obtuve un par de ojos celestes gustosos ─.¿Café con leche? ¿Tres cuartos de leche y un cuarto de café? ─poniendo alerta a mi memoria, recordé sus gustos de antaño.

─Exacto...

─Extraño mucho el dulce de leche. No se consigue en Londres con tanta facilidad y el que hay ni siquiera se asemeja ─abordando temas comunes, la tensión se disipaba con mayor facilidad.

─Es cierto. Yo aprovecho para comerlo cuando vengo para acá─ sonrió aceptando la taza que le cedí y el plato con la medialuna rellena.

Observé su boca moverse con gracia al comer. Sus labios carnosos y seductores repiqueteaban al compás de su bocado. Perdido en sus gestos, en sus dedos entrelazados en su taza, agradecí por aquel instante de gloria matinal.

─¿Nerviosa?

─Un poco...no es lo que esperaba ─admitió, franca─. Las multitudes no son lo mío y el fingir tampoco, a pesar de lo que piensen algunos ─inmersa en la taza aclaró por debajo de sus pestañas.

─No hagas caso a las tonterías, Alina. Yo mismo me di cuenta que fue un error acusarte.

─No lo digo únicamente por vos. Tu novia lo piensa, tu madre lo piensa...tu abuela, esté donde esté, también debe pensarlo. Yo solamente busqué la opción más fácil y rápida para solucionar este contratiempo. Sinceramente, desestimé la posibilidad de que tu mamá estaría dispuesta a pasar por esta fantochada.

─Vos sabés como es ella yo tampoco veo mal que quiera conservar ciertas "formas" aunque este asunto sea algo rebuscado.

─Mi madre está feliz con el compromiso. Creo que es la única que confiaba en que me enredaría con Leo algún día ─ bufó sin ganas.

─Yo también lo pensé. Y muchas veces ─ admití jugueteando con la cuchara en el borde de mi plato.

─¿Si? ─ su boca se asombró en una discreta "o".

─Por supuesto. Desde lejos puede verse lo mucho que te quiere Leo. Siempre ha sido incondicional con vos; además son muy parecidos.

─¿Lo decís por la rebeldía? ─sonriendo ampliamente, el sol salió para mí a pesar de los nubarrones que presagiaban tormenta.

─Entre otras cosas. Siempre se llevaron muy bien y supieron ser muy amigos. Su conexión es palpable a simple vista.

─Ser amigos, tener temperamentos similares y salir a menudo, no significa que seamos aptos para algo más. Yo lo quiero mucho a Leo y me mortifica no poder amarlo ─bajando el tono de voz, sumergía su boca en la porcelana.

─¿Seguís estando segura de esto? ─aguardando su duda y una confesión que solo complicarías las cosas, la coloqué en medio de una encrucijada.

Sus ojos se nublaron, agrisándose, ocultando la verdad solo conocida por ella.

─¡Hola mi amor! ─ efusiva, más de lo habitual, Catalina me abrazó por detrás. Besándome como en medio de una novela mexicana, me sonrojé por la muestra de cariño exagerada ─ . Hola ─dijo mirando a Alina sobre sus pestañas ya maquilladas.

─Buen día ─respondiendo educadamente, ella dio por terminado nuestro idilio.

─¿Dulce de leche? ─Catalina frunció su nariz─. ¿Vos tenés idea la cantidad de calorías que ingerís con esto? ─quitándome la rebanada de pan a punto de introducirse en mi boca, mi novia asumió que nada de lo que estaba en la mesa era digno de ser comido ─. ¿No hay queso blanco descremado?¿Rodajas de pan integral?¿Cereales? ─poniendo cara de asco, no tardó ni un minuto en ir rumbo a la cocina y lograr, que treinta segundos después, María Nieves nos acercara una nueva bandeja de cosas que respondían a los estándares de calidad alimenticia exigidos por la Licenciada Catalina Cisneros ─ . Alejandro, recordá que el casamiento es dentro de poco tiempo. El sastre no querrá encontrarse con que tus visitas a este país son contraproducentes para tu estado físico.

─Lo que diga el sastre me tiene sin cuidado. Quiero comer dulce de leche  y lo voy a hacer ─ desafiándola como pocas veces, regresé a mi mano la rodaja a medio masticar que dormía a centímetros de mi taza, dándole fin a su existencia.

─¡Chicos, buen día! ─ jovial, Leo vino a rescatar a su novia de las fauces de la mía ─ . Hola,lindura ─besando especialmente a Alina, ésta se puso de pie dándole un beso profundo y caliente.

Otra provocación. Otra "mojada de oreja".

Catalina observó azorada, con los ojos y boca bien abiertos.

─¡Opa, opa! ─Leo rodeó la estrecha cintura de su futura esposa ─ .Me gusta que nuestra relación sea tan creíble ─regresando a los labios de Alina, lo dicho y visto, causó el revoltijo de mis tripas. Incómodo en la silla, mis vista regresó a Catalina, aún estupefacta.

─Es solo un beso. Parece que nunca hubieras visto uno ─señalé molesto, dirigiéndome a mi Catalina con recelo.

─No creí que fueran tan buenos actores. La próxima vez, aplaudiré ─sarcástica, ella dejó de lado su ironía para continuar untando una rodaja de pan integral con la finísima capa de queso, similar a un papel de calcar.

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*Asado. En otros países, barbacoa.

*Mamarracho: falto de seriedad.

*Paparruchada: acto ridículo.

*Mesa de luz: mesa de noche.

*Fantochada:carente de seriedad. Sinónimo de mamarrachada.

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