Capítulo 3: Completamente viva.

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"Era una felicidad efímera, e intenté disfrutarlo lo más que pude."

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Al siguiente día, cuando Anthea despertó, no recordaba en donde se encontraba.

Se levantó con los rayos del sol pegando a sus ojos y la brisa de la mañana arañando sus piernas. Pero cuando calló en cuenta, recordó que el día anterior había sido informada con la noticia de que por fin saldría de la torre, los guardias habían llevado sus baules llenos de sus pertenencias a su nueva habitación y después las doncellas le habían ayudado a acomodar todo en su lugar.

Cuando se dio la vuelta para poder mirar su habitación, se le escapó una pequeña risa. ¡Cuanto había soñado con algo así! Y por fin, después de tanto tiempo, su sueño se cumplía.

No queriendo desperdiciar ningun segundo de su nueva vida, se puso en pie. No le importaba que las doncellas aún no la hubieran ido a despertar, lo más seguro es que no lo hicieran en un gran rato, así que quería curiosear en su nueva habitación.

Esta era por mucho, más extensa que la anterior. Miles de almohadas y almoadones se hayaban en toda la cama, la cual estaba rellenada a más no poder de plumas.

Más haya de todo esto, la cama tenía un dosel de color caoba e incrustaciones de diamantes. Tenía cortinas medio transparentes de color rosa al igual que la sábana de seda -igualmente rosa-, y había unas escalinatas que se tenían que subir para llegar a la cama, además de tener un pequeño sillón a los píes de ella.

Las paredes eran de color azul cielo y dorado, varios cuadros estaban colocados en ciertas partes de la habitación junto con los muebles de color azul opaco y sillones tan enormes que hacían delirar hasta a la persona más rica de los Siete Reinos. Era ostentoso, pero aquello a Anthea siempre le había gustado.

Había una enorme estantería llena de libros, y como siempre solía tener mucho tiempo libre, tomaba un libro y se zambullía en las páginas, imaginando las historias que se relataban. Aunque la parte favorita de Anthea era el armario, lleno de vestidos de seda bordados en oro y zapatos de la mejor calidad de colores vivos y llamativos.

Anthea amaba ser parte de una de las casas más ricas de todos los Reinos y nadie podía culparla, cualquiera mataría por estar en su lugar.

Cuando las doncellas entraron en su habitación, Anthea estaba en el sillón más grande de la habitación leyendo uno de sus libros favoritos: "La conquista de Aegon I Targaryen", como los Tyrell fueron una de las casas vasallas de los dragones más leales, no les molestaba en lo absoluto que aprendiera de los antiguos gobernantes de los Siete Reinos. Era simple historia, nada más.

Las doncellas entraron riendo y hablando entre ellas, pero cuando vieron a Anthea sentada en el sillón, las cuatro doncellas se pusieron en una línea recta e hicieron una profunda reverencia.

-Buenos días, Lady Anthea. -dijeron al unísono. La mayoría de ellas eran primas o de casas muy cercanas a los Tyrell, así que les sonreí dulcemente.

Me puse de pie y ellas no perdieron el tiempo. Al entrar al cuarto de baño, llenaron una extensión del piso que había sido rodeado con piedra. Era como una bañera, pero mucho más elegante y amplia (*tipo jacuzzi, para quienes no entendieron*).

Cuando el agua estuvo tibia, llenaron la bañera con petalos de rosa y sales de baño, llenando el cuarto de baño con aquél suave aroma a vainilla.

Desaté mi bata de dormir y la dejé caer al piso, las doncellas me ayudaron a deshacerme de lo demás. Al meterme al agua caliente, sentí que todo mi cuerpo se relajaba y dejé que labaran mi cuerpo con sumo cuidado.

Cuando terminaron, secaron mi cuerpo con una toalla con aroma a vainilla y colocaron aceite -igualmente con olor a vainilla-, en mi cuello, en las muñecas, en mis pezones, detrás de las orejas, en mi parte íntima, alrededor de mi estómago y en mis piernas.

-Sois muy bella. -recuerdo que murmuraban con expresiones admiradas, pero estaba tan acostumbrada a aquello, que solo me limité a sonreírles.

-Muchas gracias. -respondía dulcemente.

Al llegar a mi habitación se encargaron de sentarme enfrente de mi tocador y me dieron a elegir entre mis tantos vestidos.

-Este resalta sus ojos, mi Lady.

Miré el vestido que había mencionado. Era de un impoluto color azul cielo, tan suave a la vista como al tacto. Muchos diamantes se hayaban incrustados en la parte del pecho y la espalda, un ligero escote se dejaba ver, por lo que no pude decirle que no al vestido.

-Os ves hermosa. -dijo una de mis primas mientras trenzaba de forma complicada mi cabello, como solo en el Sur se sabía hacer. Le sonreí en respuesta, pero no le contesté.

-Su cabellos es muy largo y suave. -murmuró una doncella- Tan fácil de peinar.

No dije nada al respecto, pero al verme al espejo, no pude estar más de acuerdo con mi doncella.

"-Jamás olvidéis lo que es evidente. -el recuerdo de la voz de la abuela resonó en mi cabeza- La belleza es lo más preciado que una mujer puede tener, pero si además le agregas astucia e inteligencia, el mundo estará a tus píes."

Suspiré y sonreí ante mi reflejo, pero aquella melancolía no se había ido de mis ojos.

-Os ves como una princesa. -dijo Olive, una de las más jóvenes de mis primas. Su mirada era tímida y no tenía más de once días del nombre- Sois preciosa.

-Gracias. -dije con sinceridad.

Me colocaron las joyas en forma de flores y los tacones de oro. Era ostentoso, más porque cuando una dama usaba zapatos de oro era porque poseía una posición más que satisfactoria.

-Su familia organizó un banquete para usted. -dijo mi prima Constance, su cabello castaño oscuro reluciendo a la luz del sol- Vuestra familia la espera en el salón principal. Han traído a unos cuantos invitados, los vasallos más cercanos. -aclaró al ver mi mirada de curiosidad clavada en ella.

-La esperan. -insistió la pequeña Olive, con una sonrisa que solo una niña llena de inocencia podía otorgar- ¡Se quedarán prendados de su belleza, mi Lady!

-Espero que no sea así, Olive. -dije mientras me encaminaba a la puerta y las doncellas se apresuraban a abrirlas- No quiero que haya ningún incidente.

Me encaminé por los pasillos mientras las doncellas revoloteaban alrededor de mí, riendo y cantando pequeñas estrofas de canciones muy famosas por acá en el Dominio. Los guardias se encargaban de seguirnos en silencio.

Ne limité a ver a mis primas riendo y cantando entre ellas. Algunas veces respondía a sus preguntas como: ¿Habéis dormido bien? ¿Cómo me sentía con mi nueva libertad? ¿Qué se siente estar encerrada en una torre?

Esta última pregunta logró incomodarme, pero lo guardé en lo profundo de mi ser, en donde nadie podría verlo jamás y utilizarlo en mi contra.

Repentinamente recordé para que sería ese banquete. Sería la primera vez que saldría a un festín en muchos años. Muchos estarían inquietos por saber cual de los rumores era real. El que hablaba de mi belleza descomunal, o el que hablaba de una Tyrell tan monstruosa, que el mismo Mace Tyrell se encargó de encerrarla en una torre en donde nadie pudiera contemplar su fealdad.

Anthea no sabía si sentirse agradecida o ofendida por aquel rumor, pero gracias a aquello se había ahorrado de muchos intentos de entrar a la torre. Porque muchas veces, visitantes o forasteros intentaban buscar la torre de las historias, aunque jamás lograban llegar a ella. O al menos eso es lo que decía la abuela, el único ser vivo aparte de Margaery que solía visitarme.

-Como si pudieran burlar una docena de guardias. -decía mientras comía su té de manzanilla- Son tontos los que lo intentan. Hasta la misma araña a querido meter sus narices en donde no debe. Sin mucho éxito, para variar.

Hoy, en unos minutos, se reencontraría con su padre y hermanos. La simple idea la hacía querer vomitar, pero Anthea se obligó a no hacerlo.

-Inapropiado. -diría su madre, y no podría decir lo contrario.

Alerie Tyrell podía ser dulce cuando quería, pero era severa y malhumorada cuando se hablaba de los modales.

Solo esperaba no caerse en medio del salón, tropezar con algún invitado y hacer el ridículo. Sería vergonzoso y no quería pasar vergüenza el día de su presentación con los vasallos de su querido padre.

-Hemos llegado, mi señora. -dijo uno de los guardias.

No me había dado cuenta de que ya habíamos llegado a las puertas del salón, donde una gran puerta de color caoba con incrustaciones de rubíes relucía en todo su esplendor y magnificencia.

Dos guardias se encontraban apostillados a cada lado y se escuchaba un gran tumulto de voces y melodías sonando adentro. Automáticamente me tensé y la pequeña Olive volteó a verme con los ojos curiosos.

-¿Estáis nerviosa, mi Lady? -preguntó.

La miré de reojo tratando de ocultar mi nerviosismo lo mejor que podía. Las manos me sudaban y temblaban sin control. Olive pareció ser la única en darse cuenta de aquello.

-¿Se me nota mucho? -respondí con otra pregunta y ella me sonrió dulcemente.

-No hay porque temer.

Y como si fuera por harte de magia, me relajé. Las manos dejaron de temblar y poco a poco se fueron secando. El guardia seguía esperando mi indicación. Di una respiración larga y profunda, podía sentir la mirada de mis doncellas clavada en mí, cuchicheando y hablando entre ellas.

Apreté los dientes y después aflojé mi expresión para pasar a ser una más dulce y serena.

-Abridlas.

Y el rugido de lo desconocido me recibió como si estuviera en casa.

***

Todo el mundo conocía la belleza de Margaery Tyrell, la bella y exquisita flor del Dominio. La más hermosa del jardín.

Margaery era ese tipo de persona que le encantaba ser el centro de atención, pero no decía nada al respecto con la duda de sonar demasiado vanidosa. Pero cuando su pequeña hermana entró por aquéllas puertas incrustadas en rubíes, un sentimiento agrio se adhirió a su pecho.

Su pequeña y agraciada hermana se había llevado la atención hasta del último invitado del salón. Se tranquilizó al saber que era su hermana, la pequeña niña que solía agarrarse de sus faldas y llorar hasta caer dormida porque su malvado padre la había encerrado en una torre sin posibilidad de salir.

El corazón de Margaery se hablando y la culpabilidad llegó a su pecho. ¡Que tonta era al tener aquél sentimiento agrio! Anthea era su pequeña y dulce hermana, haría lo que fuera por protegerla y aquello incluía resguardarla de cualquier mal.

Sus hermanos Garlan y Loras estaban a su lado, pero al ver entrar a la pequeña Anthea, no pudieron evitar salir corriendo de su lado.

La habían extrañado, Anthea siempre había sido como su pequeño sol, la que les hacía travesuras y después se disculpaba por manchar con tinta los vestidos favoritos de Margaery. ¡Cuanto extrañaba esos tiempos! En donde su hermana tenía una sonrisa inocente y la melancolía no abarcaba sus dulces facciones.

Una sonrisa nació en el rostro de Margaery al ver como Garlan y Loras cargaban a Anthea para después abrazarla con fuerza. Parecían temer que fuera un sueño, y no podía culparlos, ella había pensando lo mismo.

-Es hermosa. -dijo una señora a su lado, tenía expresión de sorpresa y alivio.

La expresión de Margaery se llenó de alegría. Su pequeña era adorable de pequeña, pero habiendo crecido era tan hermosa que incluso dolía a la vista.

-Lo es. -se limitó a decir con una sonrisa.

***

Anthea se sorprendía cada vez más de ella misma. Al entrar al salón, creyó que todos la observarían como un bicho raro o alguna clase de aberración, pero no fue así. Pasó lo contrario a lo que esperaba, parecían amarla.

Cuando su mirada chocó con la de sus hermanos, ellos se precipitaron a su encuentro.

-Hermanita, no sabes cuanto te hemos extrañado. La vida no es igual sin ti. -dijo un Loras dramático.

Anthea se limitó a reír y abrazarlo con fuerza, el temor de que desaparecieran y todo aquello fuera un sueño cruel la atormentaba.

-¿No hay abrazo para tu otro hermano? -preguntó un ofendido Garlan, pero la sonrisa no se había ido de su rostro.

-Sois unos tontos. -dije, para después tomarlos de los hombros y abrazarlos como hace tanto tiempo no lo había hecho.

Nada podía ser más perfecto que aquello, pero en todo caso, sus hermanos ya no parecían ser aquellos niños que había dejado.

Loras, que solo era unos cuantos años mayor que ella cuando la alejaron, ya no era aquel niño pequeño y delgado con expresión inocente. Ahora era un joven guapo y esbelto de cabello marrón.

Garlan fue el que en verdad a sorprendió, ya no era ese niño regordete y asustadizo, ahora era un hombre apuesto de cabello marrón. Parecía una clase de versión mayor de Loras, solo que un poco menos agraciado y más musculso, el único cambio notorio era la barba de días que comenzaba a crecerle.

Cuando Willas se apresuró a su encuentro -no podía caminar bien-, la recibió con los brazos abiertos y la estrechó en su pecho.

-Estáis hermosa. -había dicho en mi oído.

-Los extrañé mucho. -me obligué a no soltar ni una lágrima y los observé con una sonrisa.

Todo era perfecto. Padre se acercó tiempo después cuando los cinco hermanos -Margaery se había unido al grupo-, estaban hablando de todas las cosas que no se habían podido decir.

-Hija. -dijo acercándose.

La expresión de Anthea se enfrió y los hermanos voltearon a verse preocupados.

-Padre.

Mace Tyrell se removió en su lugar. Había estado impaciente por hablar con su hija desde que había entrado al salón, pero había decidido dejar a su pequeña flor ambientarse con sus hermanos para después hablar con ella. En el momento en que vio su expresión fría y sus palabras tan vacías dirigidas hacia él, no pudo evitar sentir un destello de culpabilidad.

Aquella sensación había estado allí desde hace mucho tiempo atrás, porque, ¿quién deja a una pequeña niña de seis años encerrada en una torre?

Esa era la pregunta que siempre lo atormentaba a la hora de querer cerrar los ojos.

"Yo. -pensaba- Solo yo puedo hacer algo así."

Llevó a Anthea a otro lugar y empezó a presentarle los señores y señoras de las grandes casas del Dominio. Ella pensaba que serían unas pocas casas, nada importante, pero no fue así.

Parecía ser una clase de fiesta de alta cuna, con infinidad de bardos y canciones distintas sonando en diferentes partes del salón. Con el delicioso aroma de la comida burbujeando en el panorama, Anthea pronto se dio cuenta que había infinidad de platillos.

-227 platillos. -dijo Margaery con expresión triunfante- La abuela se encargó de que hubiera tantos platillos como para alimentar a un ejército entero y logré convencer a padre para que las sobras sean donadas a los pobres. -dijo, pero ambas sabíamos que no sería necesario. En Altojardín no existía la pobreza, al menos, no tan dura como lo era en Desembarco del Rey.

Había estado caminando y dando vueltas por todo el salón por lo menos tres veces y ya estaba un poco cansada, pero la emoción no se iba. Era como si estuviera destinada a aquello, a brillar a donde fuera que vaya.

Su padre ya le había presentado a muchos Lores y sus esposas, no recordaba ni la mitad de todos los nombres, pero se sentía encantada de conocer a personas nuevas.

Había conocido a Lord Ashford y a su esposa, quienes eran los señores de Vado Ceniza. A los Appleton, quienes tenían un hijo que no pasaba de los veinti pocos días del nombre, quien al verme, calló de rodillas y pidió mi mano, aunque por supuesto, mi padre se negó.

También conocí a Ser Leo Blackbar de Bandallon, quien acompañado por la tía Olene Blackbar, de soltera Tyrell, me sonrieron y mantuvimos una conversación agradable por unos cuantos minutos, hasta que mi padre me tomó del brazo y siguió con las presentaciones.

Conocí a el señor de Puenteamargo, Lord Lorent Caswell y a sus dos hijas, quienes parecían ser un par de damas bastante vanidosas y quisquillosas.

Tuve el placer de ver a Vortimer Crane, el maestro de armas en el castillo, quien me sonrió de lado cuando me vio, probablemente recordando a la pequeña niña de trenzas castañas corriendo por todo el castillo. Me resultó bastante curioso aquella leyenda que decía que las mujeres Crane de Lago Rojo podían convertirse en grullas como Rose de Lago Rojo podía hacer, quien a su vez era hija del legendario Garth Manoverde.

En todo caso, los Cordwayner de Hammerhal se acercaron a saludar de manera cordial para después retirarse a degustar los muchos platillos, de ellos le siguieron los sonrientes Graceford de Holyhall, quienes habían estado tratando de llevar acabo un matrimonio entre su hijo Atithus y Margaery desde hace mucho tiempo, pero al verme, parecieron cambiar de opinión y el hijo mayor me propuso matrimonio -lo cual rechacé-.

-No sé si sentirme ofendida o agradecida. -dijo mientras masticaba un pastelillo de manzana- Su hijo no es mi tipo.

Y no se equivocaba, los modales del joven heredero eran pocos y se comportaba de manera muy tosca, además de que estaba atragantandose con los canapés sin siquiera respirar mientras su madre lo miraba con desaprobación.

En cambio, su hermano menor era como su contraparte, todo sonrisas y modales. Pero era demasiado dulce para el gusto de Anthea, y miraba mucho a su hermano Loras.

"Que curioso." Pensó Anthea cuando vio a Loras devolverle la mirada al joven.

Margaery y ella se miraron, para después dejar salir una risa silenciosa, al parecer, ambas habían pensado en los mismo.

-A alguien le gustó Loras. -le dije en un susurro a Margaery, quien me sonrió traviesa.

-Parece ser que así es. -se limitó a responder.

Estaba aún lado de Margaery hablando de la excelente comida que habían hecho los cocineros y lo curioso que podía ser un platillo lleno de especias en vez de miel, cuando un joven con ropas lujosas y brillantes se colocó al lado de ambas.

-...y por eso digo que lo mejor es enviar a los abanderados, claro, esto lo haría si fuera el señor del Dominio, por supuesto... -decía mientras un grupito de doncellas y herederos de las casas más grandes del Dominio se arremolinaban a su alrededor.

Margaery y yo tratamos de no reír por aquello, era obvio que estaba tratando de llamar la atención de alguna de las dos.

Miré de reojo a su dirección y pude ver la mirada del hombre clavada en Margaery, ni siquiera parecía parpadear mientras seguía hablando de cosas que ni siquiera parecían tener sentido.

Margaery y yo nos apresuramos a alejarnos de allí, pero desde la distancia pudimos ver la cara de desilusión del joven.

-Los traes comiendo de tu mano, hermana. -dijo mientras bebía de su copa de vino, ella trataba de no sonreír- Es bastante gracioso como se comportan.

-Te estaba mirando a ti. -dije con una sonrisa risueña, el banquete estaba siendo divertido- Jamás había reído tanto en una noche.

Súbitamente, la melancolía volvió a mí como si mi cuerpo fuera su hogar y la dejé entrar como a una vieja amiga, después de todo, ella siempre me había acompañado en la soledad.

Odié el momento en que Margaery me miró con lástima, no me gustaba que me miraran así. Había recibido esa mirada tantas veces que se la sabía de memoria.

-Anthea, yo...

-Mejor cambiemos de tema. -me apresuré a decir antes de que dijera algo al respecto.

-Tienes razón. -dijo mientras suspiraba. Me tomó de las manos y me miró con los ojos cristralizados, una sonrisa sincera adornaba sus dulces facciones- Hoy es tu día, solo estás aquí para festejar, reír y bailar toda la noche. ¡Vamos! Estoy segura que Loras querrá bailar contigo.

Y así me la pasé todo el día, conociendo a grandes señores, bailando, bebiendo y riendo hasta que no podía más. Por primera vez en mucho tiempo, me sentí viva.

Completamente viva.

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Espero que les haya gustado, lo hice con mucho amors xD

Ropa de Anthea:

Atte.

Nix Snow.

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