Capítulo 14 (parte 2)

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El Ermitaño observó cómo la humana se acercaba a la hoguera sin moverse de su lugar. Estaba tumbado sobre un camastro que él mismo había construido con la hierba y de su mano colgaba un pequeño cántaro de barro que todavía olía a vino, aunque en ese momento estaba vacío.

—Hija del Bosque —la saludó extendiendo la mano en señal de bienvenida—. No pensé que vinieras algún día a mí. —La miró de arriba abajo, poniendo especial atención en su corona de flores. Luego esbozó una sonrisa felina, dejando al descubierto una hilera de dientes perfectos—. ¿Qué te trae a mí en esta noche tan importante?

Alana miró de soslayo a Noche sin saber muy bien qué responder. Tenía la expresión incómoda de alguien que ha sido confundido por otro.

El Ermitaño se sentó, dejando que sus cabellos dorados hasta la cintura le cayeran sobre el rostro, desprendiendo algunos brillos sutiles gracias al fuego de la hoguera. Era un hombre hermoso. Acomodó su camisa y volvió la mirada a la mortal en un gesto sugestivo.

—No tienes que decir nada, florecita —dijo con un tono tan seductor como sus gestos—. ¿Qué tal si, para romper el hielo entre nosotros, me dejas contarte una historia? —preguntó sonriendo de lado. Como ella no respondió ni se movió, dejó caer el rostro con decepción. Luego, adoptando un tono más serio, añadió—: Después de todo, hoy es el Quinto Rito y eso es lo que hacemos, ¿no? Contar historias y emborracharnos hasta el amanecer.

Noche pudo notar el peso de tantos años de soledad en sus hombros. Alana también lo notó, pues se sentó junto a él y respondió.

—Nunca he asistido a uno.

El Ermitaño la miró de nuevo, posando sus ojos en la corona.

—¡Ah! —respondió con un tono juguetón—. ¿Es tu primera vez? Me gustan las primeras veces... No te preocupes, no te cobraré nada por ella.

Alana ladeó la cabeza sin entenderlo y el hombre se echó a reír.

—Esta historia te va a gustar, florecita. Empieza así: el mar trajo a dos niñas a estas tierras. Una de ella tenía la sangre de los dioses en sus venas, la otra había sido escupida por las olas —empezó a narrar mirando al fuego, que aumentó su brillo, llamando la atención de la hechizada. Entre las llamas se empezaron a dibujar las siluetas de las dos niñas—. Una de ellas recordaba al sonido de las campanas y a las mandarinas, la otra olía a una flor diferente de su nombre. Eran dos niñas perdidas en este nuevo mundo que deseaban empezar a hacerlo suyo, deseaban poderlo llamar hogar. Después de todo, ambas habían sacrificado todo un pasado para llegar aquí.

Las llamas de fuego juguetearon hasta transformarse en un enorme barco que surcaba el mar para llegar a tierra firme. Noche reconoció las famosas murallas de Cartagena.

—Apenas sus pequeños pies tocaron la tibia arena, hicieron un juramento sellado con la espuma del mar: serían amigas por siempre, hasta el final de los tiempos, y harían lo posible para que sus hijos y los hijos de sus hijos también lo fueran.

En el fuego se formaron dos manos unidas por el dedo meñique. El Ermitaño se estiró hacia Alana con el gesto íntimo de un amante.

—Pero, florecita... ¿Sabes cuál es la belleza de las promesas? en su oído, haciendo que Alana se alejara un poco de él. El hombre dejó escapar una pequeña risilla por el gesto antes de responder la pregunta que él mismo había formulado—: Que se pueden romper.

Alana dejó salir una sonrisa nerviosa y tomó con las manos un mechón de su hermoso cabello de fuego. Por la forma en la que lo acarició, tratando de desviar su mirada del Ermitaño y del fuego, el Segador supo que la historia no le estaba gustando.

—Las tierras del cóndor no eran lo que ambas esperaban el brujo— y pronto se dieron cuenta de que la vida no era justa. Si bien ambas albergaban un corazón puro y soñador, había algo que las diferenciaba completamente: el poder. Una de ellas tenía la sangre de los dioses en sus venas y la otra era solo las sobras que había arrojado el mar en una noche de tormenta. Una de ellas floreció con el amor y los cuidados de su hermandad, mientras que la otra no hacía sino podrirse por dentro, anhelando aquello que no era suyo. La segunda supo entonces que la promesa que habían hecho en la arena había nacido muerta: no habría hijos, ni los hijos de sus hijos. Habría una sola, que sería ella, tomando aquello que siempre había deseado...

—Es horrible —lo interrumpió Alana, dejando de jugar con sus cabellos. Tenía los ojos abiertos en un gesto de espanto e incomodidad. El Ermitaño la miró de reojo.

—Es humano —respondió. Luego añadió—: ¿Sabes qué son los Hijos del Bosque y por qué son los únicos llamados para liderar una hermandad?

Alana negó con la cabeza. Noche sintió una oleada de ese sentimiento que ya había identificado en ella como vergüenza. Sabía que su hermandad la usaba para recoger plantas mágicas, pero siempre la habían tenido alejada de todo y la mantenían ignorante de la magia hasta el punto de prohibirle asistir a los rituales... ¿Sería posible que su amiga fuera realmente una Hija del Bosque y no alguien a quien el Ermitaño estaba confundiendo en su ebriedad?

—Los Hijos del Bosque, como tú y como yo, tenemos sangre de dioses corriendo por nuestras venas, por eso solo un Hijo del bosque, al haber sido engendrado por un ser de espíritu, tiene en su interior la fuerza para llamar a los dioses y ser escuchado por ellos.

La Sombra de la Muerte recordó a la libélula que lo llevó hasta ella el día del eclipse. ¿Era un mensajero de los dioses o era ella quien lo llamaba sin saberlo?

—La niña del cuento... ¿era una Hija del Bosque? —preguntó la hechizada y el Ermitaño asintió con la cabeza—. ¿Y la otra, la del corazón podrido?

—No era nadie. Era tan poca cosa que el océano mismo la había rechazado cuando se cobró la vida de todos los que viajaban en el barco que había naufragado, era tan poca cosa que ni las Sombras de la Muerte habían ido a buscarla.

La pelirroja se removió en su lugar, mirando de reojo hacia donde se encontraba el Segador. La luz contorneaba su perfil perfecto, resaltando sus labios carnosos en la oscuridad.

—¿Sabes cómo termina esta historia, florecita?

Alana negó con la cabeza, pero luego respondió en un intento por adivinar:

—¿Ambas se perdonaron?

El Ermitaño rio.

—Qué ingenua, florecita —afirmó—. Las dos crecieron y se transformaron en mujeres hermosas. La niña de las olas, ahora con su precioso cuerpo de mujer, tenía la belleza de una sirena, lo que le permitió robar el corazón de uno de los brujos más poderosos de otra hermandad vecina. Él le enseñó lo que sabía para que ella obtuviera el poder que tanto anhelaba... y ella lo tomó todo —continuó mientras las llamas acompañaban el relato—. En la orgía del Tercer Rito, cuando los dioses bajaban para unirse a la bruja principal y concebir el siguiente Hijo del Bosque, ella creó una poción muy potente de fertilidad y llevó a su amante humano para unirse a él. La hija que engendró no tenía sangre de dioses en las venas, pero engañó a todos para que creyeran que así era. A su amante lo envenenó con una de sus pociones hasta hacerle perder la cordura y luego lo abandonó, evitando así al concejo de ancianos... —Se quedó en silencio mirando a la pelirroja y luego añadió—: Cada veinte años se engendra un Hijo del Bosque que será el sucesor de la bruja principal. Pero esto tú lo sabes, ¿o no, florecita? negó con la cabeza—. Qué mal.

El hombre guardó silencio, observando cómo las figuras del fuego contaban su historia. Tenía el ceño fruncido en un gesto de concentración, como si estuviera tratando de recordar lo que seguía.

—¿Y qué pasó después? —preguntó Alana.

El brujo sonrió.

—Le quitó todo a la Hija del Bosque.

—¿Cómo?

—Encontró una grieta en la hermandad y la usó a su favor. ¿Sabes, Hija del Bosque, qué es lo más difícil de tener que refugiarte en el nuevo mundo? La pureza de sangre. —Negó con la cabeza mientras tomaba un tronco y lo echaba en la hoguera para avivar el fuego—. Muchos quieren seguir siendo puros, fieles a su tradición, fieles al lugar del que vinieron... Fieles a ese mundo viejo, antiguo, en el que los cuerpos de sus ancestros se han podrido bajo la tierra. —La mirada del hombre se ensombreció dejando ver por primera vez la verdadera edad que tenía junto con todos los dolores y las pérdidas que lo habían acompañado en su camino—. Pero eso es imposible. ¿Cómo mantienes la pureza de una raza si los llamados del cuerpo y del corazón son más fuertes? La sangre de los moradores del Nuevo Mundo, quienes estuvieron antes de que nosotros llegáramos a usurpar sus tierras, también ha perdido su pureza: ahora cargan en ella restos del África esclava y del conquistador europeo. —Luego bajó la voz y se preguntó a sí mismo—: ¿Cómo dejas por fuera al hijo bastardo de uno de tus brujos importantes? ¿Por qué lo deberías excluir si esta es una tierra de oportunidades?

El hombre tomó otra rama cercana y la arrojo al fuego haciendo que las imágenes de las llamas se desvanecieran.

—Esta hija de la nada rescatada del mar se unió a los ancianos que odiaban la idea de mezclarse, de dejar de ser puros y, con eso, completó su traición —continuó, dejando escapar la sonrisa juguetona y seductora de aquel que conoce su propia belleza—. Y ahora ella y su hija viven la vida robada de la Hija del Bosque... ¿Ya habías escuchado antes esta historia, florecita? ¿No te trae recuerdos a la mente?

Alana negó con la cabeza mientras el hombre, entre carcajadas, buscaba una nueva alforja de vino. Se la llevó hasta la boca y bebió de ella sin pudor, manchando su camisa con el líquido que se le escurría. Casi inmediatamente, la camisa absorbió la mancha, limpiándose a sí misma. El Ermitaño lanzó un enorme suspiro luego de beber.

—Hace tantos años nadie me acompañaba en la noche del Quinto Rito —dijo—. Los ecos del viento y los espíritus de la selva están bien, pero no hay como tener a otro como tú. —Miró a la chica y sonrió con sinceridad—. Tal vez un día entenderás lo que digo... después de todo, tú y yo no somos tan diferentes, ¿verdad, Hija del Bosque?

Luego posó nuevamente sus ojos sobre la corona de flores en el cabello de la bruja con la mirada intensa de un hombre que ha vivido más de lo que debería, de un ser atormentado por su soledad.

—Pero hoy no has venido hasta aquí a hacerle compañía a un viejo solitario, ¿verdad? —Se recostó sobre sus propias manos y levantó la cabeza para mirar el cielo nocturno. Luego, canturreando al ritmo de la canción que la hechizada había estado tarareando junto a la hoguera hacía unas horas, continuó—: Dime, Hija del Bosque, ¿qué es lo que has venido a buscar?

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