Capítulo 17

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El sonido de sus pisadas retumbó por la lúgubre y solitaria escalera de caracol que debía recorrer para llegar a la cúpula del invernadero del inframundo, hogar de la Herborista, a quien las Sombras de la Muerte acudían cuando debían realizar un trabajo realmente difícil por orden de su señora, especialmente aquellos en los que debían segar almas que no eran de humanos.

Las raíces blancas que cubrían las paredes de piedra se extendían hasta los pisos más bajos de la torre, dándole al lugar un aire de solemnidad, de santuario en medio de un reino que parecía no estar hecho para albergar la vida.

Noche se detuvo ante la gruesa puerta cubierta de enredaderas salvajes y la empujó, era la primera vez que entraba en la cúpula y se movía por el inframundo sin una orden directa de la Dama Blanca.

Su cabeza no dejaba de dar vueltas alrededor de las palabras del Ermitaño y al hecho de que, tal vez, la libélula lo había llevado hasta la mortal debido a su poder. ¿Qué significaría para ellos dos y su conexión que Alana fuera una Hija del Bosque? ¿Eso aumentaría o disminuiría los efectos del hechizo?

El techo abovedado de la cúpula estaba conformado por enormes ventanales que filtraban la escasa luz del sol, ampliándola para que las plantas sagradas que crecían ahí pudieran obtener lo que necesitaban para vivir. La Sombra de la Muerte se vio obligado a entornar sus ojos y cubrirlos con su capa para evitar el dolor que le causaba el cambio de iluminación.

Una mujer con aspecto de urraca se asomó para recibirlo. Nunca antes había visto a la Herborista, pero para ella no era nada nuevo encontrarse con alguien como él, desprovisto de cualquier identidad, una copia exacta de cualquiera de los servidores de la jueza del inframundo.

En todos los reinos del Samsara, solamente la Dama Blanca conocía quién se escondía detrás de cada máscara.

—¿Cuál es tu encargo, Segador? —graznó la mujer con el cabello largo y enredado cubierto de plumas antes de agacharse frente a un frondoso arbusto verde para removerle la tierra.

Noche se quedó en su lugar, firme, como lo haría cualquier otro, haciendo lo posible por no alertar a la mujer con su comportamiento.

—Necesito algo que me ayude a enfrentar el veneno tratando de mantener el tono neutral de su voz.

La Herborista detuvo lo que estaba haciendo y lo observó con curiosidad. Noche pensó por un momento que se negaría, que se daría cuenta de que lo que buscaba era para algo personal y lo regañaría, recordándole que eso estaba prohibido.

Supo que todo había sido una mala idea desde el comienzo, pero no podía evitar intentarlo solo para cumplir los deseos de su amiga, por más de que todos sus instintos lo obligaran a alejarse lo que más pudiera de la Gorgona. Sabía que era muy probable que, en ese momento, el ser que tenía enfrente se estuviera preguntando por qué una Sombra de la Muerte tendría que preocuparse por un veneno si era alguien incorpóreo.

La Herborista se acercó tanto que cuando extendió la mano le pudo dar un golpecito a su máscara haciéndola tambalear. Luego sonrió, mostrando una boca sin dientes.

—Interesante —dijo para sí misma dándose la vuelta y volviendo a sus plantas. Con un gesto de la mano, le pidió a la Sombra de la Muerte que la siguiera.

—¿A qué quiere tu Dama que te enfrentes tú, que eres corpóreo? ¿Qué veneno debo contrarrestar?

—El veneno de una serpiente.

Ella volteó a mirarlo nuevamente con una expresión que demostraba que esa información no era suficiente, pero Noche aún no estaba preparado para contarle sobre la criatura que él mismo había decidido enfrentar. Se dio cuenta de que temía decir su nombre en voz alta.

—¿Una serpiente común o un demonio? —insistió la Herborista.

—Es algo mayor —respondió el Segador tratando de no demostrar algún sentimiento humano que estuviera más allá de alguien como él.

La mujer resopló y sus cabellos enredados dejaron caer una de sus plumas mientras volvía a sus plantas para acariciar sus hojas.

—En ese caso, ¿será una lamia, una sibila o tal vez una melusina?

Noche se mordió la lengua, temeroso.

—No, mayor —respondió buscando con la mirada la salida. De pronto ese lugar tan luminoso y lleno de vida parecía asfixiarlo. Se rascó la palma de la mano en un gesto involuntario y le retiró la mirada a la mujer urraca.

Ella, cansada de sus rodeos, cruzó los brazos frente al pecho.

—Entonces cuéntame qué es, no lo puedo adivinar —lo reprendió.

Noche resopló.

—Le dicen la Gorgona —murmuró con un tono de voz tan bajo que pensó que ella no lo había escuchado—, es la Doncella del Veneno de la Isla de las Serpientes.

La mujer se detuvo en seco y volvió su mirada sorprendida hacia él. Noche sabía que en ese momento acababa de darse cuenta de todo y de los límites que estaba traspasando al acudir a ella.

—No sé lo que tu ama quiere probar, pero la tendrás difícil... o la anciana volviendo a esconder la cabeza entre sus plantas. Esta vez no le pidió que la siguiera—. Necesitarás más que una contrayerba si no quieres acabar estirando la pata como un humano —habló desde lo lejos mientras realizaba algo que requería esfuerzo—. No sé qué tan resistente es ese cuerpo tuyo, pero si fuera tú me mantendría muy alejado de esos colmillos y esas garras... —Asomó nuevamente su cabeza entre las plantas—. Ven, sígueme —ordenó—. ¿Qué te pidió que hicieras, Segador? ¿Atarla, transportarla o... —Volvió su espalda hacia él— liberarla?

—Tengo que recuperar algo que ella tiene, un vial, la Lacrima Mortem.

La Herbolaria rio y su risa retumbó en la cúpula como el graznar de una urraca.

—¡Ja! —exclamó—. Finalmente llegó el día en el que nuestra intachable jueza enloqueció del todo. ¡La Lacrima Mortem! ¿Tú? ¿Para qué lo podrías necesitar, para qué te serviría a ti, una Sombra de la Muerte?

Noche no supo qué responder por lo que guardó silencio.

—Está más que claro que es una prueba para ti, para probar ese cuerpo tuyo... —Señaló su pecho—. De lo contrario no te pediría... bueno, eso. —Le lanzó algo que él tuvo que atrapar en al aire para que no cayera al suelo—. Aquí tienes: Dracontium del inframundo, no hay contraveneno más potente en todo el Samsara.

Él le agradeció con un gesto de la cabeza.

—Además, tengo un regalo para ti, Segador —añadió lanzándole un pequeño frasco de cerámica que atrapó y abrió para encontrar un polvo marrón en su interior—. Son huesos machacados de serpiente. Échaselo en la cola y la ralentizarás, échaselo en los ojos y la cegarás momentáneamente... ya me entiendes cómo funciona.

La Sombra de la Muerte agradeció a la Herborista y se marchó de ahí.

***

Cuando salió de la torre de la cúpula, una ráfaga de aire cargada con el sonido de su propio nombre lo detuvo, haciéndole perder su voluntad y obligándolo a dejarse llevar. Nunca antes la había usado su nombre en su contra para arrastrarlo de esa manera.

—Mi señora. —La Sombra de la Muerte se arrodilló a los pies de la Dama Blanca cuando llegó ante ella. La mujer cerró con fuerza el libro que estaba leyendo, desprendiendo con el movimiento el sutil aroma a cedro de Alana. Estaba enojada.

—No creas que no sé lo que acabas de hacer —dijo levantándose de su lugar y caminando hasta él. Noche no recordaba haberla visto así antes. De hecho, hasta ese momento, no sabía que ella pudiera tener ese tipo de emociones—. Eres mío, me perteneces desde el momento en que decidiste suicidarte. Todo lo que piensas o eres pasa por mí... —. Incluso puedo percibir esos sentimientos de temor que te consumen de la misma manera en la que tú lo haces con la humana.

Luego permaneció en silencio por un momento antes de pronunciar nuevamente su verdadero nombre para pedirle que se levantara y la siguiera.

—El libro de la mortal no deja de cambiar —dijo—. Hay muchas fuerzas extrañas que giran en torno a ella, cambiando su destino mientras caminaba hacia uno de los enormes ventanales de la entrada, desde donde la parca disfrutaba observar el exterior marchito— y tú eres una de ellas. —Señaló el libro que tenía en las manos—. ¿Cómo te irá con la misión que aceptaste solo por hacerla feliz, a pesar de las miles de dudas que te embargan después de escuchar las palabras del Ermitaño y ver lo que sucedió con la fogata del Quinto Rito? ¿Será esa la solución a todo lo que te produce ese corazón que late en tu pecho?

Con un movimiento de la mano, la máscara de la Sombra de la Muerte se soltó dejando su rostro descubierto. Luego lo atrajo hacia ella con dedos huesudos para observarlo mejor.

—Muchas cosas han cambiado en ti —advirtió la mujer sin dejar de analizarlo—: ahora tienes un rostro y un nombre, tienes sangre viva que corre por tus venas y un corazón —continuó—. Esas son cosas que no pertenecen a una Sombra de la Muerte, un ser condenado como tú no debería tener nada de eso. —Volvió a ponerle la máscara a Noche—. Pero aquí estás. Y yo, más antigua de lo que alguna vez te imaginarías, no logro entender cuál es el plan que el Creador tiene para ti. Solo puedo observar cómo te transformas y al mismo tiempo cambias el destino de la mortal que conociste... Ahora eres capaz de romper las reglas a las que estás atado en este reino.

Noche permaneció en silencio, no estuvo bien engañar a la Herborista, pero tanto él como su ama sabían que todo lo relacionado con su corporeidad se les salía de las manos, incluso el hecho de que empezara a pensar y actuar como humano. La Dama Blanca volvió a mirar por la ventana.

—Sé que bebiste de su sangre —afirmó—. No fue tu intención hacerlo, pero ese descuido de tu parte pudo haberte dañado y ahora ella tiene poder sobre ti, solo que ni tú ni ella lo saben... Si su corazón albergara maldad podría ser capaz de usarte para hacer cosas terribles.

—No tenía idea de que... —Noche trató de defenderse, pero la mujer lo detuvo con un movimiento de su mano.

—Eso no importa ahora —dijo caminando nuevamente hasta la biblioteca—. Ahora debes tener cuidado con la mujer que tiene el Hechizo de la Hortensia. Ella busca hacerles daño a ustedes dos y si llega a tener éxito... —dijo señalando nuevamente el libro de Alana—. Nos causará muchos problemas.

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