Capítulo 19 (parte 1)

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Esa mañana Alana aguantaba la respiración ante el paisaje que se alzaba al frente. Nunca antes había visto el mar, pero había escuchado las historias que le contaba su madre sobre su viaje y lo había imaginado muchas veces cuando ella ya no estaba a su lado. Ahora se daba cuenta de que ni siquiera las ilusiones más salvajes de su imaginación se podían igualar a lo que veía en ese momento.

Su alma vibraba con el agua, como si hubiera tambores dentro de ella.

Una bandada de aves voló sobre un cielo azul y completamente despejado mientras la tibieza del aire salado le acariciaba el rostro. En el horizonte, el mar y el cielo parecían juntarse en un solo ser que exhalaba su último aliento creando olas que golpeaban, briosas, sus pies descalzos enterrados en la arena. Junto a ella, unos cangrejos nerviosos salían de su escondite bajo la arena para escapar en una carrera lateral.

Se sentía tan pequeña rodeada de tanta belleza que, por primera vez en su vida, se dio cuenta de lo enorme que era el mundo.

Se preguntó por qué seguía viviendo en un lugar en el que la despreciaban si en cualquier momento podía irse de ahí y empezar una nueva vida lejos de la hermandad y de todo aquel que supiera de ella y de su condición. Lejos de los malos tratos y las miradas de reproche.

«Si no conseguimos el vial, huiré con Noche», pensó jugueteando con el collar de ámbar que colgaba de su cuello. Había dejado el camafeo en su habitación para no perderlo si algo llegaba a suceder.

Detrás de ella escuchó las pisadas sutiles de su amigo, un ser a medio camino entre lo corpóreo y lo etéreo cuyos pasos se parecían cada vez más a los de un humano. Su presencia alertó a los pelicanos que descansaban en una formación rocosa a unos metros de distancia y que salieron volando como si acabaran de presenciar un mal augurio.

Ella se volteó para darle la bienvenida.

—¡Noche! —saludó y él se quedó tieso en su lugar, petrificado. Preocupada, se acercó hasta él para ver si estaba bien—. ¿Qué pasó? .

De pronto, le pareció ver cómo las mejillas del ser se tornaban fugazmente de un tono carmesí.

—Nada —respondió bajando la mirada. Después tomó su máscara de las manos de la bruja y se cubrió el rostro con ella—. Es solo que casi nunca pronuncias el nombre que me diste... —balbuceó Se siente extraño y agradable.

La hechizada sonrió.

—¿Te gustaría que lo repitiera más, Noche? —preguntó.

Él la observó, suplicante, y ella no pudo evitar la tentación de seguirlo molestando. Era tan extraño ver a un ser inmortal, proveniente del inframundo, atormentado de esa manera por culpa de las palabras que salían de su boca.

—Noche, Noche, Noche —canturreó ella con picardía, bailando con las olas.

Él permaneció en silencio, con sus ojos de abismo tan fijos en ella que al final la pelirroja tuvo que guardar silencio y bajar la mirada para evitar que se diera cuenta del salto que le había dado el corazón en su pecho.

—Está bien —dijo la bruja, finalmente—, prometo usar tu nombre más seguido, pero no lo suficiente como para que te aburras de él.

Él asintió y, antes de que ella pudiera decir cualquier cosa, habló:

—Encontré la entrada. —Su voz de ultratumba se mezcló con el arrullo del mar—. ¿Estás preparada?

No, no estaba preparada para lo que iban a hacer, nunca había robado a nadie y mucho menos a un monstruo. Su sonrisa se desvaneció. A pesar de sí misma, apretó la mandíbula y asintió con la cabeza.

—No te separes de mí —le advirtió el Segador—. Solo podré protegerte mientras te vea.

Ambos se adentraron en la selva dejando atrás el relajante sonido del mar. Mientras avanzaban, el sendero parecía cobrar vida, llenándolo todo de un olor exótico y salvaje. Sobre ellos, desde las ramas de los árboles, un grupo de monos capuchinos empezaron a seguirlos.

Los tambores que había dentro de ella, y que la conectaban con el agua, disminuyeron a medida que avanzaban.

Después de unos minutos de caminar en silencio, Alana notó la sensación eléctrica de una barrera mágica justo cuando ambos se detenían junto a una palmera.

—Aquí es —anunció la Sombra de la Muerte extendiendo una mano para apartar la barrera invisible como si fuera una cortina, descubriendo una caverna. A la bruja le pareció que tenía la forma de la cabeza de una serpiente y no pudo evitar que un escalofrío le recorriera el cuerpo. Noche pareció darse cuenta, así que le puso una mano sobre el hombro para darle ánimo, luego cruzó y le ayudó a ella a hacerlo también.

Los tambores del mar se detuvieron cuando la barrera se volvió a cerrar a sus espaldas y, por un momento, la hechizada quiso volver sobre sus pasos y salir de ahí. Ahora que su alma estaba en silencio se sentía como si se ahogara y un mal presentimiento la invadió.

Ella y Noche entraron en la caverna y, nada más poner un pie en el interior, echaron de menos la tibieza del aire exterior, las rocas hacían que la temperatura bajara a medida que se iban internando más y más. Sus pasos retumbaban contra las paredes creando el eco de sus pisadas. Se podía escuchar el sonido de las serpientes deslizándose en algún lugar en la oscuridad. Pronto, a ambos sonidos se les unió el murmullo del agua que corría muy por debajo de ellos, más allá de las rocas bajo sus pies.

Alana volvió a sentir los tambores en su interior, aunque esta vez eran diferentes, iban acompañados con algo que parecían ser cantos... el canto de los espíritus acuáticos.

Noche la guio de la mano por un largo pasillo empedrado que desembocaba en una cámara. Por más de que no podía ver bien por culpa de la oscuridad, ella se dejó llevar por su amigo, sin dejar de estar consciente del lugar en el que las pieles de ambos se tocaban. Ya se había acostumbrado al tacto frío de la Sombra de la Muerte y ahora, para ella, se trataba de algo reconfortante.

Entraron en la cámara y lo primero que la bruja notó fue una serie de luces azuladas provenientes de capullos en las paredes. El lugar estaba vacío, excepto por un baúl de madera carcomido por el tiempo y los restos de la sal del mar.

Ahora que podía ver sin dificultad, la pelirroja soltó la mano de su amigo y se acercó hasta el baúl mientras él custodiaba la puerta de entrada a la cámara. Hasta el momento no habían visto ni un solo rastro de la Gorgona ni de los peligros de la isla y ella esperaba que continuaran así.

Dentro de baúl había una serie de viales puestos uno encima del otro. Alana rebuscó hasta que encontró uno con la inscripción que leía «Lacrima Mortem». No era más grande que la palma de su mano y se sentía tibio al tacto.

—Lo tengo —avisó a la Sombra de la Muerte, emocionada porque todo había sido más fácil de lo que esperaba.

Noche se acercó a ella y observó el vial, lo tomó entre sus manos y lo levantó hacia una de las luces que emanaban los capullos con un gesto que lo hacía parecer de nuevo una enorme lechuza. De pronto, el Segador retiró la tapa que cerraba el frasco, lo olió y volcó un poco de su contenido al suelo. Una pequeña nube de humo salió del lugar en el que el líquido había tenido contacto con la tierra, desprendiendo un fétido aroma a piedra quemada mientras se formaba un pequeño agujero.

—Es falso —dijo él caminando hacia el baúl y revolviendo el contenido de su interior. Uno a uno sacó los viales que veía y uno a uno dejó caer un poco de su contenido al suelo. El resultado siempre fue el mismo—. Todos son falsos.

Alana se llevó las manos a la boca, temerosa. Si no hubiera sido por él, se habría tomado lo que creía que era la Lacrima Mortem ahí mismo y entonces... Observó los agujeros que había en la piedra del suelo por culpa del líquido corrosivo y su cuerpo tembló.

Pero no tuvo mucho tiempo para pensar en lo que podría haber pasado.

—¿Hola? —La voz de un niño se escuchó a lo lejos, debía estar en una cámara cercana y tener una edad parecida a la de Carlota—. ¿Hay alguien ahí? —El tintineo de unos barrotes de hierro golpeándose contra algo resonó por la caverna—. ¡Por favor! —La voz se hizo más débil, casi como un susurro—. Por favor, no deje que me coma...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro