Capítulo 27 (parte 2)

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Los juegos duraron hasta que anocheció y tuvieron que encender las antorchas para poder tener un poco de luz. Mientras continuaban las competencias, los pies del altar se fueron llenando poco a poco con las muñecas que los brujos habían elaborado con las hojas de las mazorcas con el fin de crear recipientes para que los dioses de las semillas se presentaran ante ellos.

—Salve, Hija del Bosque —la saludaban algunos al dejar su muñeca.

—¡Larga vida a la bruja principal! —decían otros.

A pesar de que a ella le incomodaban esos saludos, a sus pies el Segador sonreía con orgullo cada vez que escuchaba alguna de aquellas alabanzas.

Cuando el último de los ganadores se acercó al trono, Alana se puso de pie haciendo que la Sombra de la Muerte, que había estado todo el rato apoyado en ella, se levantara y volviera a perderse entre la multitud.

Dos de los vencedores ofrecieron su mano a la bruja principal para ayudarla a caminar hasta el centro del lugar, donde otro de ellos le entregó una rama sagrada con la cual la pelirroja dibujó un círculo en el pasto.

Luego le acercaron misma daga ritual que Níspero había utilizado para apuñalarla.

La bruja se detuvo en seco al ver el puñal, recordando el dolor que sintió en su cuerpo y los sacrificios que tuvo que hacer su amigo para que ella sobreviviera. La magia de la sangre de Noche todavía debía estar impregnada en ella. Con una mezcla de horror y fascinación por todo lo que el objeto representaba, Alana lo tomó entre sus manos, lo levantó en el aire y rasgó la piel de la curuba que ofrendaría a los espíritus, invocándolos mientras dejaba caer las semillas sobre la muñeca que ella había hecho y que ahora estaba en el círculo.

Doce frutas fueron ofrecidas a la tierra y doce plegarias fueron alzadas al viento mientras aquellos que estaban fuera del círculo entonaban canciones o aplaudían al ritmo de los tambores para exteriorizar su agradecimiento a la fertilidad con la que habían sido bendecidos ese año.

Cuando la Hija del Bosque terminó de recitar la última de las plegarias, la muñeca de maíz empezó a emitir una luz verdosa, obligando a todos a guardar silencio. Incluso los ancianos parecían expectantes ante lo que estaba sucediendo: Alana había invocado a los espíritus de las semillas y ellos habían respondido.

La muñeca cobró vida robando una exclamación entre los asistentes, se elevó en el aire hasta quedar a la altura de los ojos de la bruja principal, le hizo una reverencia y luego voló a los pies del altar donde estaban las demás muñecas. Una a una las fue tocando y una a una fueron despertando.

La sorpresa era tal que nadie en la hermandad era capaz de emitir ningún sonido: ni palabras ni notas musicales. Parecía que ni siquiera eran capaces de respirar. Finalmente, la voz de Segador se escuchó en la noche:

—Salve, Alana, Hija del Bosque que invocó los espíritus de las semillas.

Al terminar de hablar, hincó una de sus rodillas en el suelo y, como si se despertaran de un trance, los brujos imitaron a la Sombra de la Muerte y repitieron sus alabanzas.

La pelirroja se encontró en medio de todos sin saber qué hacer, nadie la había preparado para eso y se sentía incómoda, pero se mantuvo firme observando a los espíritus que danzaban a su alrededor en forma de muñecas incluso después de que la música volvió a sonar y todo regresó a la normalidad.

***

En medio del banquete y las danzas, varias parejas formaron una fila frente al trono con el fin de que la bruja principal bendijera uno de los momentos más esperados del Sexto Rito: el ritual de las manos atadas con el que los enamorados se unían por un año y un día para celebrar su amor. Al cumplirse el plazo, si querían seguir juntos, podían renovar sus votos o formalizar el matrimonio permanente.

Al menos unas siete parejas, tanto de su hermandad como de otras que se habían unido a ellos para celebrar el Sexto Rito, esperaban de pie a que Alana les atara las manos.

Algunos de ellos tenían palabras hermosas para su ser amado, otros simplemente sellaban su unión por medio de un beso.

Cuando llegó el final de la fila, la pelirroja contuvo el aliento al darse cuenta de que la Sombra de la Muerte la estaba esperando.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella.

Noche carraspeó, incapaz de sostenerle la mirada mientras jugueteaba con una cuerda similar a la que ella ya había usado para atar a otras parejas.

—Yo... —balbuceó antes de tragar saliva y erguirse, luego dio un par de pasos hacia adelante para quedar más cerca de la bruja.

Alana enrojeció, miró a su alrededor y se dio cuenta de que nadie les estaba poniendo atención. Cuando el Segador se acercó lo suficiente a ella como para que ambos sintieran sus alientos, el corazón le dio un vuelco en el pecho por la anticipación de lo que iba a suceder.

Después de su encuentro bajo la cascada en el que ambos se habían convertido en amantes, nunca habían vuelto a tocar el tema y, luego de su recuperación, ella había estado tan ocupada aprendiendo todo lo que tenía que saber para liderar a la hermandad que no había podido sacar el tiempo para hablar con él de sus sentimientos.

La pelirroja abrió la boca, pero las palabras se le atoraban en la garganta por querer salir todas al mismo tiempo, quería decirle tantas cosas, quería decirle todo lo que albergaba en su interior y el agradecimiento por haberle dado todo lo que le dio, que no sabía ni por dónde empezar.

—Noche... —dijo y él acercó su boca a la de ella con alivio.

Ambos se besaron en medio de una multitud que no les prestaba el menor cuidado, acompañados por la música y las risas de la celebración. Ella dejó que sus labios expresaran todo lo que no había podido decir en palabras y él la escuchó.

—No quiero que seas la sombra bajo mis pies, Noche —dijo ella sobre su piel cuando se separaron para tomar un poco de aire—, quiero que sigas siendo mi amigo, mi amante y mi compañero por el tiempo que dure nuestra eternidad.

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