Nosotras también matamos, además más y mejor

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31 de octubre de 2000

Hora: 03:00 am

Caminaba lentamente dentro de la casa oscura. Afuera, el cielo se desgarraba con cada relámpago, mientras adentro el frío infernal calaba hasta los huesos. Ascendí las escaleras, cada paso resonando en la madera crujiente. A mitad de camino, un trueno iluminó brevemente el espacio, y me detuve. Giré sobre mis pies, mirando la puerta de entrada. Una sonrisa amarga cruzó mis labios, y terminé de subir.

Abrí la puerta de su habitación con cuidado, evitando que rechinara. Ahí estaba él, el dueño de mis desgracias. Me acerqué lentamente, controlando cada movimiento para no hacer ruido. Cuando estuve frente a él, saqué el cuchillo que llevaba escondido detrás de mi espalda. Lo levanté, decidida, pero entonces sus ojos se abrieron, primero con sorpresa, luego con furia. Se lanzó sobre mí, tratando de desarmarme.

Su fuerza era abrumadora, la misma que me había mantenido en silencio durante años. Pero ya no podía soportarlo más. Mientras forcejeamos, caímos al suelo. Sentí el golpe de mi cuerpo contra la dura madera, y él se colocó encima de mí, listo para repetir el castigo diario.

"Ya no más," pensé con desesperación.

Como pude, lo mordí, logrando liberarme parcialmente. Me arrastré hacía el cuchillo, que había quedado a unos metros, y lo tomé entre mis manos temblorosas. Sin pensarlo, lo blandí con todas mis fuerzas. Sus gritos desgarradores resonaron en la habitación, pero para mí eran música. Su dolor, su sufrimiento, era una justa retribución.

Me levanté del piso y me lancé contra él, aprovechando su distracción. Lo apuñalé una y otra vez, sintiendo su sangre tibia empapando mis manos, mi rostro, incluso colándose en mis labios. El sabor metálico me revolvió el estómago, pero no me detuve. No paré hasta que no pude más.

Cansada, me levanté y vi mi reflejo en el espejo. Ahí estaba yo, a los veinticinco años, recién viuda y vestida de blanco. Mi cabello negro, suelto y desordenado, cubría gran parte de mi rostro, pero lo poco que dejaba ver era una mueca ensangrentada. Y entonces, ocurrió lo inimaginable: sonreí.

"Al fin era libre."


25 de octubre de 2023

Hora 03:00 pm

Anna Smith

Apenas llegamos al nuevo vecindario, una sensación de alivio y logro me invadió. Finalmente, después de tanto esfuerzo, teníamos nuestra propia casa en un barrio decente y a un precio increíblemente bajo. Bajé del coche emocionada.

—Sigo pensando que este lugar es raro. Al entrar, se siente un escalofrío —comentó mi esposo, siempre tan suspicaz.

—Y yo te dije que no creo en esas cosas. Este es nuestro hogar. Mejor bajemos las cosas.

Comenzamos a descargar nuestras pertenencias, pero al abrir la puerta de la casa, un hedor putrefacto nos golpeó con fuerza, haciéndonos retroceder.

—¿Qué demonios es ese olor? —exclamó, visiblemente molesto.

—No lo sé. Será mejor llamar a la agente de bienes raíces. Dejemos las ventanas abiertas mientras tanto.

Él se negó a seguir descargando con ese olor presente, así que llamé a la señorita Lincoln. Al cabo de un rato, llegó con unos hombres de traje azul que ingresaron con máscaras en el rostro. Salieron casi tres horas después.

—¿Y bien? —pregunté impaciente.

—Solo era una tubería dañada que provocaba el mal olor. Ya todo está arreglado.

—Gracias —respondí aliviada, despachando a todos para finalmente empezar a instalar nuestras cosas.

Ya de noche, preparé la cena y dejé mi famosa torta de chocolate sobre el mesón de la cocina. Subí las escaleras para llamar a mi esposo, pero a mitad de camino, un frío helado recorrió mi espalda. Me detuve, sintiendo la piel erizarse mientras una incómoda sensación de ser observada me envolvía. Giré lentamente y solo vi la puerta de entrada ligeramente abierta. Bajé para cerrarla, sintiendo ese mismo escalofrío, y aseguré el cerrojo.

De regreso, escuché un estruendo proveniente de la cocina. Me apresuré y encontré la torta de chocolate tirada en el suelo. Me extrañé; ninguna ventana estaba abierta. Al acercarme, lo que vi me heló la sangre: una mancha de mano ensangrentada acompañada de gotas de sangre que llevaban hacia la lavandería.

—¿Sam? ¿Eres tú? —pregunté sin obtener respuesta—. ¿Estás bien? Seguro intentaste robar el postre otra vez.

Mi voz temblaba mientras me acercaba lentamente a la puerta de la lavandería. Una sensación de miedo inexplicable se apoderó de mí, haciendo que sudara frío a pesar del ambiente gélido. Al llegar, noté más rastros de sangre.

—¿Sam? —pregunté de nuevo, el silencio como respuesta.

Tomé valor y empujé la puerta, encontrando el lugar sumido en la oscuridad. Toqué la pared buscando el interruptor, pero lo que encontré fue algo viscoso y repugnante. Mi miedo se intensificó al sentir una mano sobre mi hombro. Me giré rápidamente, pero la oscuridad era total. No podía ni siquiera ver la puerta de entrada. Mi respiración se volvió errática, y empecé a temblar incontrolablemente.

—¿Sam? —volví a preguntar, mi voz apenas un susurro.

Entonces, sentí algo acercarse a mi oído, y por más que intentaba moverme, estaba paralizada, como pegada al suelo.

—Treinta y uno... —susurró con una voz ronca y gélida.

La puerta se abrió de golpe, haciéndome gritar, y como por arte de magia, la luz inundó la habitación.

—¿Anna? ¿Qué haces aquí encerrada? —Era Sam. Nunca me había alegrado tanto de verlo. Me lancé a sus brazos, temblando sin parar, y rompí en llanto—. Cálmate, ¿qué pasó? —me preguntó, separándome suavemente para mirarme.

Le conté todo, pero él me miró con escepticismo.

—Escribir tanto te está afectando. La torta está perfectamente en la cocina —me dijo con incredulidad.

Salí del cuarto, y efectivamente, no había rastro de nada: ni torta en el suelo, ni moldes rotos, ni mucho menos sangre.

—¿Ves, mujer? Ya deja el drama y vamos a cenar.

Me senté con él en la mesa, pero no tenía apetito.

—Te juro que lo vi, yo vi cómo cayó, lo escuché —le repetí, pero solo me ignoró.

Al día siguiente, a las tres de la tarde. Estaba sola en casa y la sensación de ser observada no me abandona. Ya había revisado la casa tres veces, pero no encontré nada. Sabía que si llamaba a Sam, se molestaría.

Prendí la televisión y puse las noticias. Me dio hambre, así que fui a la cocina a buscar algo para picar. De repente, escuché cómo se cambió el canal de la TV. Regresé a la sala, pero no había nadie. Cambié de nuevo al canal de noticias, tratando de ignorar el escalofrío que recorrió mi espalda, y regresé a la cocina. Cuando estuve de regreso en la sala, el canal cambió otra vez. Esa vez, sonaba una balada romántica que reconocí al instante: "Si tú supieras" de Alejandro Fernández. Era una de mis favoritas, pero la situación era extraña. Aun así, decidí ignorarlo y disfrutar de la canción mientras trabajaba en mi laptop.

Después de todo, la música me ayudó a escribir mejor.

27 de octubre de 2023

Hora: 03:00 pm

Me encontraba otra vez en el mismo sofá que ayer, pero el agotamiento era aún más profundo. Aunque había dormido toda la noche, me sentía completamente extenuada. Me preparé para escribir unas correcciones mientras miraba las noticias, pero el control remoto, colocado frente a mi laptop, cambió de canal solo.

Confundida, miré el control remoto que seguía donde lo había dejado, pero el canal había cambiado por sí solo. Intenté cambiar el canal de vuelta a las noticias, pero de nuevo, el canal se alteró sin mi intervención. El malestar inicial se transformó en un creciente miedo. Apagué la televisión en un intento desesperado por detener el caos, pero al hacerlo, mi laptop también se apagó y el televisor se encendió nuevamente por sí solo.

Miraba de un aparato a otro, respirando con dificultad, mientras el ruido estático de la televisión amplificaba mi pánico. El olor a putrefacción, una mezcla nauseabunda de descomposición y humedad, invadió la habitación. El miedo me hizo temblar, y cerré los ojos por un momento, tratando de calmarme y reunir valor.

Cuando los abrí, la visión me dejó paralizada: la mujer vestida de blanco y ensangrentada estaba justo detrás de mí. Mi instinto de supervivencia me hizo darme la vuelta rápidamente, pero al hacerlo, no encontré a nadie. La habitación estaba vacía y el miedo se apoderó de mí al darme cuenta de que lo que había visto parecía haber desaparecido en el aire.

Grité con toda mi fuerza, sintiendo que mi garganta ardía, mientras mis lágrimas caían incontrolables. Mi esposo llegó corriendo, lanzando la taza de té al suelo con un estruendoso choque. Se apresuró a mi lado, y yo solo podía señalar hacia la pared, con el cuerpo temblando de miedo. Pero cuando él miró, ella ya no estaba.

—No me dejes... Ella... ella está ahí —tartamudeé cada palabra.

—¿Allí dónde? Aquí no hay nadie. —Negué con la cabeza, pegándome más a su cuerpo—. Creo que necesitas descansar, amor. Aquí no hay nadie, solo estamos nosotros dos. Además, yo soy el supersticioso, tú eres la escéptica.

Me besó la frente y me ayudó a subir las escaleras hasta la cama, donde me recostó antes de irse a la cocina a preparar un té. Escuché cómo la puerta del baño comenzó a abrirse lentamente, emitiendo un rechinido que nunca antes había hecho. Me escondí bajo las sábanas, temblando de miedo, mientras sentía cómo una mano fría me tocaba los pies y comenzaba a jalarme la sábana. La sujeté con todas mis fuerzas, pero la fuerza que la tiraba era abrumadora, lastimando mis dedos.

Una vez que la sábana fue arrancada de mis manos, sentí cómo la misma mano me agarraba el tobillo, arrastrándome fuera de la cama. Mi cabeza golpeó el suelo con fuerza, y algo caliente comenzó a bajar por mi frente. Me toqué y vi que era sangre. Levanté la mirada, mareada, y allí estaba ella, agachada a mi altura. Retrocedí como pude, pero ella solo movía la cabeza de un lado a otro, de manera inhumana. De repente, giró su cabeza 360 grados y me miró de una forma retorcida.

Grité con toda la fuerza de mis pulmones, y mi esposo llegó corriendo, lanzando la taza de té al suelo. Se apresuró a mi lado, y yo solo pude señalar hacia el techo, pero cuando él volteó a mirar, ella ya no estaba.

—No quiero vivir en esta casa. Aquí hay algo... por favor, vámonos —le supliqué entre sollozos y jadeos, sintiendo una desesperación que no podía controlar.

—¿Qué dices? Acabamos de mudarnos. Sabes que hemos gastado casi todos nuestros ahorros en esta casa y la mudanza. —Su voz era firme, pero el temor en sus ojos reflejaba el pánico que yo sentía.

Sam Smith

Llegué a mi trabajo exhausto, a pesar de ser las ocho de la mañana. Anna no me había dejado dormir. Cada vez que se dormía, despertaba aterrorizada, gritando sobre una presencia en nuestra habitación. Al principio, pensé que era solo su imaginación, pero ahora estaba al borde de la desesperación. Ni siquiera encender las luces parecía calmarla, y el silencio de la noche solo acentuaba nuestros temores.

Me senté en mi escritorio, deseando que el día pasara rápido. La tensión en la oficina era palpable; murmullos y miradas furtivas circulaban entre los empleados. Con el cansancio acumulado, estaba a punto de perder la paciencia.

—Buenos días, Sam. —Kara, mi compañera, me habló desde el cubículo de al lado, con una voz que intentaba ser amable pero que no lograba penetrar mi estado de agotamiento.

—Buenos días, Kara —Le respondí con tono seco, sin mirarla, sintiendo cómo mi irritación se volvía casi tangible.

—Sé que no es mi problema, pero... ¿estás bien? —Ella me miró con preocupación genuina, y sus ojos mostraban una empatía que me hizo sentir un leve remordimiento por mi actitud.

—No he dormido bien, y el hecho de que todos hablen de mí a mis espaldas no ayuda. ¿Es que no tienen nada mejor que hacer? —Le dije, irritado, sintiendo la presión de su mirada y el peso de la incomodidad que generaba mi estado.

—Es que todos hablan de la casa donde vives. Te consideran uno de esos personajes de cuentos. —Kara me miró con una mezcla de curiosidad y preocupación, sus palabras eran susurros en el aire, cargados de misterio.

—¿De qué hablas? —Pregunté, frunciendo el ceño mientras la confusión me envolvía.

—¿Cómo es que no lo sabes? —La confusión en su rostro me hizo sentir más incómodo, como si una capa de realidad estuviera desmoronándose.

—¿Qué debería saber? —pregunté, la inquietud comenzando a acaparar mi mente.

—La historia de la casa. Se dice que está maldita. Nadie quería comprarla porque, según rumores, los antiguos propietarios murieron de manera violenta, siempre a la misma hora, y siempre con mujeres embarazadas de tres meses. La gente la llama "la casa de la mujer maldita" —Kara terminó su relato con un tono sombrío, sus palabras resonando en mi mente como un eco inquietante.

—Tengo que irme. —Me levanté recogiendo mis cosas, con la mente puesta en la posibilidad de que mi esposa tenía razón estos días y yo no quise escucharla.

—¿Estás bien? ¿Necesitas algo? —Negué.

Salí rápidamente de la oficina en busca de la única persona que me podría decir si eso era cierto. Conduje hasta el local de bienes raíces.

—Buenos días, busco a la señorita Lincoln —Le dije a la recepcionista, que sonrió amablemente mientras tecleaba en su computadora.

—Pase, la recibirá en unos momentos. —Con pasos apresurados, me dirigí a su oficina. Ella estaba allí, tranquila y sonriente, como la primera vez que entramos.

—¿Es cierto que la casa que me vendió la llaman: "La casa de la mujer maldita"? —pregunté, notando cómo su sonrisa se desvanecía lentamente, confirmando mi temor—. ¿No cree que era importante decirnos eso antes de ofrecerla? —le grité alterado. —Pienso demandar por negligencia.

—Nadie quería comprarla. Luego ustedes aparecieron de la nada, necesitando una casa, y yo solo hice mi trabajo —respondió la vendedora con una actitud cínica.

—No, lo que hizo fue aprovecharse de dos personas con sueños y esperanzas. Quiero mi dinero de vuelta. —Grité, abriendo la puerta de golpe.

Salí en busca de mi esposa, deseando que estuviera a salvo. Al llegar a casa, observé las señales que antes había pasado por alto, como el hecho de que era la única casa en la manzana. Ahora comprendía por qué los vecinos nos miraban con tanto recelo.

Me bajé del coche y llamé a mi esposa, pero no contestaba. Entré a la casa y me encontré con el televisor encendido en un canal estático. Apagué el televisor, pero la laptop también se apagó y el televisor se encendió nuevamente. Mi preocupación creció cuando el ambiente se volvió frío, y un olor putrefacto llenó la habitación. Decidí investigar, acercándome con cautela al cuarto de lavado.

Al tocar la puerta, un hedor nauseabundo me golpeó. Llamé a Anna sin respuesta y, al ver sangre fluyendo por debajo de la puerta, mi corazón aceleró. Empujé con fuerza hasta que la puerta cedió. La habitación estaba a oscuras, aunque era pleno día. Saqué mi celular para alumbrar, revelando a la mujer que mi esposa había mencionado. Su sonrisa era cruel, su vestido blanco estaba manchado de sangre.

Por un momento, cerré los ojos, intentando negar lo que veía. ¡Esto no puede estar pasando! ¡No es real! Cuando volví a abrirlos, la mujer había desaparecido y la habitación recuperó su luz natural. Anna yacía en el suelo, inconsciente pero sin heridas visibles. La levanté con cuidado y la llevé a nuestra habitación, donde la coloqué en la cama. Fui al baño, tomé alcohol y, con un algodón, lo pasé por su nariz para hacerla reaccionar.

—¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? —preguntó, mirando a su alrededor con confusión.

—Te desmayaste, estamos en nuestra habitación —le respondí tranquilamente, debía preparar mis palabras para contarle la verdad.

—¡Lo recuerdo! Estaba lavando cuando el agua se volvió roja. Al acercarme, vi que era sangre y había un bebé en la lavadora —dijo, su voz temblando de terror—. Por favor, créeme.

—Te creo, por eso debemos irnos. Este lugar no es seguro. —Apenas terminé de hablar, la puerta de la habitación se cerró con fuerza y las ventanas se bloquearon, dejándonos atrapados.

Me levanté para abrir la puerta, pero estaba sellada. Intenté con la ventana, sin éxito. Mi esposa me miró, preocupada, y traté de calmarla, aunque yo mismo estaba aterrorizado.

Saqué la maleta del armario y comencé a empacar.

—Debemos salir de aquí, esta casa está maldita —le dije.

—¿De qué hablas? —preguntó, alarmada.

—Esa mujer se llama Anna. Asesinó a su esposo aquí, y el bebé que viste probablemente era su hijo. —Ella se desplomó sobre la cama, con una mano en la boca y otra en el pecho, estupefacta.

Mientras terminaba de empacar, vi a la mujer maldita a través del espejo del armario, parada detrás de mi esposa. Me giré rápidamente, pero ella ya no estaba. Mi esposa no se dio cuenta.

Tomé la mano de Anna y, con la maleta en la otra mano, pateé la puerta con fuerza hasta abrirla. Caminamos por el pasillo mientras los cuadros temblaban y caían al suelo, las luces parpadeaban y la televisión se encendía sola, a todo volumen, en un canal sin sintonía. Al pie de las escaleras, escuchamos el ruido de una tetera en ebullición proveniente de la cocina, algo que no tenía sentido, ya que no teníamos ninguna tetera.

La puerta principal se abrió de golpe y apareció la mujer maldita. Se cerró con violencia, silenciando todos los ruidos y el temblor de la casa. Intenté abrirla sin éxito. Anna me tocó el hombro y, al mirar, vi que señalaba hacia el corredor. Allí, en el techo, la mujer nos miraba con una frialdad aterradora, su cabello colgando y sangre goteando. Saltó del techo, girando su cabeza en un ángulo imposible de 360º, y se levantó lentamente. Tomé a Anna de la mano y la arrastré detrás de mí.

—¡NO SE VAN A IR! —gritó, su voz rompió las ventanas en mil fragmentos mientras corría hacia nosotros. Abracé a mi esposa, cerrando los ojos y esperando lo peor. Al abrirlos, la escena había cambiado. Todo estaba en su lugar, como si nada hubiera pasado, como si la mujer maldita nunca hubiera existido.

Anna Smith

—Ya déjalo, eso no abrirá —le dije rendida, sin entender el motivo de su insistencia. Llevamos todo el día de ayer intentando abrir la puerta sin éxito.

—¡No! Claro que no. Yo también tengo culpa en esto; quería que viviéramos en otro lugar, uno mejor para ambos. Bueno, en realidad, la culpa es de la señorita Lincoln. Ella sabía todo esto y nunca nos dijo nada. —Dejó de intentar desarmar la puerta y se dirigió a la cocina, donde nos sentamos uno frente al otro.

—Hay que buscar la manera de salir de aquí o de acabar con ella —le informé, mirando al vacío con determinación.

—¿Acabar con ella? ¿Pero cómo? —me miró con una mezcla de duda y desesperación.

—Preguntándole qué pasó realmente —lo miré con resolución.

—¿¡Estás loca!? No vamos a comunicarnos con ella. Esto no es uno de tus libros, Anna. Es la vida real, y ella busca matarnos.

—¡¡Ya lo sé!! —le grité—. ¿Crees que no lo sé? ¿En serio me consideras tan estúpida como para no darme cuenta de que te molesta que yo sea escritora mientras tú eres diseñador gráfico? Sé que quieres ser escritor —lo enfrenté muy molesta—. Noto tu cambio de tono cada vez que te refieres a mí como escritora. Por eso quise mudarme.

—¿De qué hablas? —Me miró nervioso—. Eso no es cierto. Respeto y admiro que estés haciendo lo que más te gusta. Solo que no puedes usar la fantasía con la realidad.

—Sabes que no es cierto. Todos lo rumoreaban, hasta te escuché, Sam. Todos en la editorial lo sabían, ¿y lo peor? Es que era a mis espaldas. —Noté cómo palidecía, quedándose mudo—. Lo sé desde siempre. Supongo que soy masoquista. —Me levanté molesta. Al principio no fue así. Ambos nos apoyamos mutuamente. Hasta que un día competimos y yo gané. Él dijo que no le importaba, pero no fue así.

Subí a nuestra habitación, dejándolo solo en la cocina. Encuentré a una joven que se parecía a mí física y emocionalmente; también estaba desgarrada como yo.

Mi primera reacción fue el miedo, pero al ver su tristeza, me relajé un poco. Sentí una profunda pena que me impulsó a acercarme a ella.

—Tú debes ser Anna, ¿verdad? —no dijo nada—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué haces esto? ¿Por qué nos lo haces a nosotros? —La miré con angustia. Ella lloró, y no se veía molesta y perturbada como antes, sino triste y rota.

—Solo quería que me amara, que fuéramos nosotros dos. Pero su ambición fue más fuerte, por eso lo maté. Si no podíamos estar juntos aquí, al menos lo estaríamos en la muerte. —Al hablar, su voz era suave, casi como la de una chica normal, no como en las ocasiones anteriores, que era tétrica.

—¿El bebé de ayer era tuyo? —pregunté con voz temblorosa.

Ella asintió, mirando por la ventana.

—No sabía del embarazo. Si lo hubiera sabido, lo habría acabado antes. —Mientras hablaba, su tono cambió de calmado a molesto.

Cuando pensé en responder, mi esposo abrió la puerta, exaltado. Giré rápidamente hacia él, encontrándolo en el marco de la puerta. Cuando volví mi mirada, ella ya no estaba. Me senté justo donde ella había estado, y el lugar se sentía helado.

—Lo siento, de verdad lo siento. —Se arrodilló a mi lado. Levanté la mirada al espejo y la vi a ella negando—. ¿No dirás nada? —Lo miré, y al regresar mi mirada al espejo, ella ya no estaba.

—Déjalo, ya no importa —murmuré, mirando por la ventana, sintiéndome conectada con ella. Creo que la entendía.

—Anna —me llamó.

Lo miré sin expresión alguna. Por primera vez, sentí odio hacia él. Me recosté en la cama en posición fetal, sin poder mirar el espejo, encontrando a Anna acostada justo detrás de mí, mirándome fijamente, sin expresión alguna.

Me levanté temprano con la intención de hacer el desayuno. En la cocina, encontré a Anna de pie, mirándome. Antes me asustaba, pero ahora me reconfortaba.

—Etilenglicol, eso ayudará —dijo sin más, dejándome un claro mensaje que pensé en ejecutar.

Preparé una de mis famosas tortas para introducir el veneno, mientras hacía un desayuno básico: tostadas, huevos revueltos, café y zumo de naranja. Cuando todo estuvo listo, me dispuse a subir a despertarlo, pero sentí sus brazos rodear mi cintura, asustándome. Rápidamente intenté esconder el veneno de su vista, aunque ya lo había echado sobre el pastel unos segundos antes.

—¡Buenos días! —Me besó en la mejilla—. ¿Qué haces?

—Nada, solo preparando el desayuno —respondí, mientras lo besaba de vuelta y escondía el pote de veneno en la parte de atrás de mi pantalón.

—¿Qué preparaste?

—Un desayuno especial, lleno de amor, y un postre para más tarde. —Le sonreí dulcemente. Él me miró con una mezcla de curiosidad y desconfianza—. ¿Qué pasa, no quieres el desayuno? —le pregunté, intrigada.

—No, no es eso. Es que te noto extraña.

—¿Extraña? Sí, soy la misma Anna de siempre. —Le besé para distraerlo. Dudó un poco, pero rápidamente se recompuso.

Desayunamos tranquilamente hasta el momento del postre, que solo le di a él con la excusa de que lo preparé solo para él. Me quedé atenta a cada una de sus reacciones, ansiosa por ver el efecto del veneno. Me dirigí al baño para tomar una ducha, o eso es lo que le dije. Cerré la puerta con llave y, al darme la vuelta, allí estaba ella.

—Debes esperar a que haga efecto, luego lo asesinas con esto. —Me mostró un cuchillo con una hoja ondulada y una base con forma de dientes de sierra.

Desaparece tan rápido como llegó. Abro lentamente la puerta, encontrando la habitación vacía. Aprovecho para esconder el cuchillo debajo de nuestra cama, esperando el momento adecuado.

Sam Smith

La veía rara. Había una sensación incómoda dentro de mí. Ella aseguraba estar bien, pero sentía que solo mentía, que estaba molesta por nuestra pelea de ayer. Sin embargo, no quería tocar el tema, así que lo dejé pasar, tal vez necesitaba tiempo.

Vi cómo pasaban las horas y ella solo leía. Otra cosa extraña era que no había pasado nada raro desde que nos rendimos a salir de esta casa. De hecho, parecía estar extrañamente tranquila atrapada en estas paredes.

Me senté a su lado sin mucho que hacer para haber sido las tres de la tarde. Seguíamos sin internet ni señal en la televisión.

—¿Qué lees?

—Algo de terror, sabes que me gusta. Además, mañana ya es Halloween.

—Cierto —dije, acomodándome a su lado y recostándome en sus piernas. La miré y su expresión parecía oscura.

Con el paso de las horas, empecé a sentirme mal, mareado y con dolor abdominal. Ella me dijo que me acostara, ya que era hora de dormir.

—Seguro, comiste mucho dulce.

—¿Comerme toda la torta cuenta? —Ella sonrió, y por un momento, me pareció ver a esa mujer maldita.

—Claro que sí. Duerme, todo mejorará mañana.

Hice lo que me dijo y subí a bañarme y acostarme.

Anna Smith

Desde que Sam se acostó, no pude apartar la mirada del espejo. La luz de la luna se reflejaba en el cristal, y era como si una sombra se estuviera formando allí. Algo en mi interior empezó a cambiar. La sensación era inquietante, pero también extrañamente liberadora. Me levanté y me acerqué al espejo, sintiendo cómo la frontera entre mi realidad y lo que veía se desdibujaba.

Cuando crucé el umbral del espejo, sentí como si una fuerza oscura tomara el control de mí. Estaba vestida de negro, mis ojos se habían vuelto completamente blancos, y una frialdad ominosa llenaba el aire a mi alrededor. No era solo yo, sino una versión sombría y aterradora que emergía desde lo profundo de mi ser.

Me acerqué a la cama, donde Sam se retorcía del dolor. Mi corazón latía con una mezcla de excitación y frialdad. El etilenglicol había hecho su efecto, y estaba a solo minutos de caer en coma. Me acerqué a él con el cuchillo que había escondido debajo de la cama, mis movimientos eran calculados y precisos.

Él, entre mareado y agonizante, abrió los ojos con horror al ver mi figura aterradora. Intentó detenerme con la mano, pero el esfuerzo solo hizo que recibiera un corte doloroso. No había compasión en mis acciones; solo un objetivo frío y calculador.

Finalmente, tomé el cuchillo debajo de la cama y me acerqué lentamente a él, dándole la oportunidad de despertarse. Sus ojos se abrieron de golpe por el dolor, y con su mente nublada y su cuerpo retorcido en agonía, se asustó al ver a una mujer vestida de negro con un aspecto sombrío, de pie, amenazándolo con quitarle la vida. No solo se fijó en el cuchillo con su forma extraña, sino también en mis ojos, completamente blancos, cargados de maldad y frialdad.

Intentó detenerme con la mano, pero solo consiguió un corte que le hizo chillar de dolor y empezar a sangrar profusamente.

—¿Qué haces, Anna? —preguntó Sam, al borde del colapso debido al dolor.

—¡Anna ya no está! —respondí con un tono tan lúgubre que el aire se volvió gélido, haciendo que las paredes comenzaran a congelarse. Afuera, la lluvia arremetía con furia, y los relámpagos y truenos parecían retumbar en la misma habitación, como si fueran su objetivo.

Las paredes temblaron, lanzando todos los cuadros y fotos conmemorativas al suelo, rompiéndose en mil pedazos. La cama tembló con tal fuerza que se partió en dos, haciendo que Sam cayera al suelo. No desaproveché la oportunidad y me lancé sobre él con el cuchillo en mano, decidida a acabar con su vida.

Lo apuñalé con tal intensidad que rompí su tráquea, dejándolo sin respiración. La sangre comenzó a brotar como una fuente, una fuente de la que él había dependido para vivir. Pero no me bastó, no estaba satisfecha. Continué apuñalando su cuerpo inerte hasta que me cansé, poniendo fin a mi venganza.

Finalmente, me levanté, ensangrentada y sonriente, y me dirigí al espejo. Observé mi reflejo y vi a todas las Annas que habían muerto y matado en esa misma habitación a lo largo de los años. Algunas habían muerto por traición, otras por dolor, pero todas habían acabado con la vida de su amor.

Me encaminé hacia las escaleras, satisfecha y sonriente por mi cometido. Tomé una soga que había dejado allí previamente, la ajusté y la anudé al barandal. Colocando el nudo en mi cuello con la clara intención de colgarme.

Así fue como lo hice; me lancé desde el segundo piso, acabando con mi vida.

Para cuando la policía encontró nuestros cuerpos descubrieron que en mi ordenador estaba la investigación sobre el etilenglicol, también descubrieron mi prueba de embarazo, la misma que me encargue de botar antes de que Sam la viera. Descubrieron un acuerdo entre la señorita Lincoln y yo sobre vendernos la casa y como planeamos todo solo para matarlo. Lo único malo es que gracias a eso cerraron la casa y ahora ningún alma viene.

Y así concluyó otro año de Halloween en la calle Elm, en la casa seis, con un nuevo y enigmático asesinato. Pero si te atreves a pasar por allí a las tres de la mañana en cualquier día, podrías ver nuestras sombras deslizándose de un lado a otro.

Por eso... Te invito a adentrarte en los secretos que guarda la casa de la mujer maldita, donde las sombras susurran historias que desafían el tiempo. Si te atreves a cruzar el umbral a las tres de la mañana, serás testigo de una danza macabra de espíritus atrapados en un ciclo interminable de traición y dolor.

Aquí, entre las paredes de este lugar maldito, las almas de todas las Annas que alguna vez vivieron, mataron y murieron, caminan eternamente en busca de compañía. Las sombras que verás moverse no son meros juegos de luz, sino ecos de un pasado que se niega a descansar. Susurramos historias que podrían atraparte en pesadillas sin fin.

Ven. Ven, si tienes el valor de enfrentar lo desconocido. Pero recuerda: una vez que mires a nuestros ojos perdidos, podrías ser arrastrado a nuestra eternidad, condenándote a nunca volver a ver la luz del día, perdiéndote para siempre en el mismo destino sombrío.

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