CAPÍTULO 9

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—No se qué será lo correcto, Anna.

Estaba amaneciendo y la luz tenue de la mañana entraba por la ventana de mi habitación, haciendo que una pequeña zona iluminada entre nosotros reflejara ligeramente los colores del arcoíris. Cuando llegamos a la habitación Sonia no quería quedarse sola, pues estaba demasiado nerviosa. Me costó una gran infusión de melisa y horas sentada en el sillón cercano a la cama en penumbra para que se durmiese. Al fin pude irme a mi habitación a darme una ducha e intentar aprovechar un par de horas de sueño, pero me fue imposible. Llamé a Peter, que apareció en mi puerta mucho antes de lo que esperaba, imagino que gracias a que sus largas piernas le permitían moverse con mucha más rapidez que un ser humano de estatura normal.

Tardé media hora en contarle la situación que había tenido con Sonia esa noche, como decidí traerla a la habitación para que no estuviese sola y cometiese alguna locura, por ejemplo hablar con Lupin y no omití ningún detalle; entre estos, mi sospecha de que Stuart podía haber escuchado nuestra conversación en el bar.

En ese momento nos encontrábamos sentados en la cama, con Peter apoyado en la pared y las piernas estiradas sobre la colcha y yo con ellas cruzadas justo a su lado con mi cuerpo girado hacia el suyo, haciendo que, ahora que estaba más calmada al haber podido hablar con él, la almohada que estaba a mi espalda me estuviese llamando con fuerza para que apoyase mi cabeza en ella y me dejase llevar al mundo de los sueños inquietos.

—Yo tampoco —contesté mientras jugaba con mi pelo intentando desenredarlo con los dedos—. Por eso quiero llevarla a hablar con el profesor, tenemos que encontrar una solución y siento que está alargando demasiado todo esto.

—Es cierto, pero conozco desde hace mucho tiempo a Albus. Si no nos ha dicho aún nada es porque no sabe como deberíamos proceder. Tenemos que confiar en él.

—¡Pero no podemos dejar que Sonia esté así! —dije alzando un poco la voz y, dándome cuenta de esto, comencé a susurrar—. Puede ser odiosa, pero solo yo sé por lo que está pasando. En mi caso os tuve a vosotros. Ella está sola, Peter.

Me había alterado y, aunque sabía que Peter no tenía la culpa de todo, no podía dejar de pensar en que no me podía entender. Estaba mirando sus manos, que movía de forma nerviosa acariciando las palmas de sus manos. Tomé una de ellas con suavidad, haciendo que sus ojos se posasen en los míos con sorpresa, como si estuviese dándole vueltas a algo en la cabeza y hubiese recordado en ese momento que yo estaba a su lado.

—Tenemos que ayudarla. No podemos dejar que... —Me callé, había temas que aún no sabía como enfrentarlos.

—Puedes decirlo, Anna —contestó acariciándome la mejilla con sus grandes manos y haciendo que me sonrojase—. Mi padre no puede enterarse de nada de esto, no lo permitiremos. Te lo prometo.

Un impulso que nació en el punto donde sus dedos acariciaban mi rostro hizo que me levantase despacio para colocarme de rodillas encima de sus muslos, atrapando sus piernas entre las mías, pero sin dejar caer todo mi peso encima, con el miedo irracional que tenemos todas las personas que pesamos más de la cuenta de hacer daño a alguien si tienen que cargar con nosotras. Sin dejar de mirarnos a los ojos me acerqué lentamente a sus labios mientras notaba, en el último segundo, como pequeños destellos fucsias aparecían en su iris oscuro.

Nuestros besos eran lentos, suaves, de los que hacen que no quieras que el tiempo avance. Su cuerpo se inclino para hacer que estuviese más cómoda y coloqué mis brazos alrededor de su cuello. Con sus manos recorrió mi espalda por encima de la camiseta de mi pijama, haciendo que desease quitármela para que sus dedos toquen mi piel.

Como si hubiese leído mis pensamientos, introdujo lentamente una de sus manos por debajo de mi camiseta, haciendo que la zona donde se rozaban nuestras pieles emitiese una pequeña corriente que hizo que mi cuerpo se tensase. Peter se dio cuenta y, con cara de preocupación, comenzó a retirar su brazo; pero lo tomé de la mano y volví a poderla en el sitio de donde no debería haberse ido. Con una sonrisa continuó besándome, sorprendiéndome al notar como agarraba con pasión mi cadera, haciendo que sus dedos se clavasen en mi y provocando un ligero hormigueo en la parte baja de mi estómago mientras me atraía hacia él.

—¿Habéis acabado ya o necesitáis un par de minutos más?

La desagradable voz de Sonia llegó desde la puerta de la habitación, haciendo que me asustase. Pegué un brinco con una sorprendente agilidad, quedándome sentada al lado de Peter, cuyas mejillas estaban tan encendidas contrastando con su blanca piel mientras miraba al techo que no pude evitar soltar una pequeña carcajada, tapándome la boca al instante de hacerlo. No era el momento.

—¿Qué tal has dormido? —pregunté, intentando parecer lo más calmada posible.

—Fatal, gracias. ¿No teníamos que ir a ver al profesor Solomon para que me explicase lo que estaba pasando?

—Sanderson —le corrigió Peter mientras se levantaba.

—Como sea. Vístete rápido, tengo clase a primera hora y tengo que pasar antes a arreglarme —contestó Sonia mientras salía de la habitación.

Cuando salió maldije por lo bajo no haber dejado que Peter cerrase la puerta cuando llegó, pues tenía miedo de que Sonia se despertase y arrepentida se largase sin poder evitarlo. Cogí mi ropa para ir al baño y poder cambiarme, poniéndome unas mayas moldeadoras de color negro y una camiseta amarilla y ancha. Seguramente tendría que perderme las clases de la mañana, por lo que no me importaba llevar ropa informal.

Me hice una coleta alta y lavé mi cara para intentar despejarme. Unas ojeras enormes se dibujaban en mi rostro, lo que me hizo recordar el cansancio de no haber dormido en toda la noche. Suspiré resignada, tendría que salir antes de que Sonia empezase a montar un escándalo y las chicas se despertasen, dándose cuenta de que se había quedado a dormir y tendría que dar unas explicaciones que no me apetecía inventar.

Salí del baño, encontrándome a Peter sentado en la cama. Me miró y una sonrisa se dibujó en sus labios mientras se levantaba.

—¿Qué? —pregunté, queriendo saber el por qué de esa repentina felicidad.

—Nada —contestó mientras se acercaba a la puerta, dejándome paso para salir—. Siempre llevas algo amarillo o de un color llamativo y, cuando te miro, noto como brillas.

—¿Brillo? —dije parándome cuando llegué a su altura.

—Si, resplandeces. No te das cuenta, pero yo si. Lo noté desde el primer día que te conocí, cuando nos chocamos. Hay algo en ti, en tu actitud, en el sonido de tu risa, en la forma en la que te tocas el pelo, en las líneas de tu cuerpo... No se, siempre que estas cerca noto como todas personas de alrededor están apagadas, como si viviesen en una película en blanco y negro. Mientras que todos los colores prefiriesen quedarse contigo, ignorando a los demás.

Me quedé paralizada, notando como mi corazón palpitaba con fuerza. Eso era lo más bonito que alguien me había dicho nunca. No sabía que decir, como contestar. Sentí como mi cuerpo se enderezaba un poco sintiendo el orgullo de que una persona pudiese ver algo tan especial en mí. Sus ojos oscuros se clavaban en los míos con dulzura, sin esperar respuesta, simplemente esperando a que me diese cuenta de lo que significaba para él.

—Si no salimos ya juro que iré a preguntarle a Kenneth que es lo que narices está pasando, no puedo más con la intriga y no me importa que me tome por loca.

Intenté ignorarla, sopesando por un momento la posibilidad de dejar que cumpliese su amenaza y fuese problema de otro. Me daba igual que el mundo empezase una guerra de la que solo saldrían perdedores, simplemente quería quedarme a vivir en ese instante.

Peter me devolvió a la realidad tomándome de la mano y, tras darme un pequeño beso en los labios, salimos de la habitación siguiendo a Sonia mientras del punto donde nuestros dedos se entrelazaban aparecían unas pequeñas luces fucsias y blancas.

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