11. Fármacos y locuras

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Más tarde, los ufólogos regresan a «casa». Debaten sobre algunos otros descubrimientos. Drake no parece demasiado interesado en saber de qué hablan, ni en averiguar qué hay más abajo, en la parte dedicada a los alienígenas. Piensa en que Kenzie le entregó un boceto del lugar que está bastante detallado. Si analiza bien las cosas, ellos podrían desaparecer durante la noche. Si tuviese los ansiolíticos con él, incluso sería más fácil.

Kenzie lo escucha pensar: Drake espera no encontrarse con más extraterrestres en los pisos superiores. No quiso volver a ver el cadáver y, en efecto, un alienígena vivo no es más lindo que uno muerto.

Kenzie se guarda los pensamientos de él para ella. Le había dicho a los demás que Drake no era peligroso, pero ahora mismo, él está planeando buscar sus ansiolíticos por toda la base para meterlos en la comida de los ufólogos. En el sentido literal, se mantiene fiel a sus palabras: eso no es matar. Si sus ideas logran resultados, saldrá de la base sin haberle hecho daños graves a nadie.

Ahora, en la cena, Kenzie lo ve analizar su comida, otra vez, y luego, observa la de Robin. Luego de unos segundos, Drake piensa en lo tonto que es intentar escapar si no come. Mas tampoco tiene hambre; solo pensar en comer le da náuseas.

Emmie ya le había anticipado esas conductas. Antes de que ellos lleguen a la base, ella le aconsejó que no haga ningún tipo de comentario ante comportamientos de ese estilo, que lo deje inspeccionar su plato (y el de Robin) en paz. Si es posible, que ni siquiera los mire durante la cena.

Kenzie tiene que morderse la lengua un par de veces y se mantiene atenta a todos sus movimientos. Para su suerte, Drake come, aunque poco.

Cuando la mayoría acaba de cenar (Drake no demuestra tener mucha hambre), Luke se pone en pie y comienza a acomodar las cosas sin siquiera decir algo. Emmie se ofrece a ayudarlo.

—Vamos arriba —determina Simon luego de saltar de la silla al suelo—. Además, tengo que ver a Marciano y Bacteria...

Drake mira el mármol de la mesa y concluye en que han sido muy originales con los nombres. De veras que esa gente no tiene mucha imaginación (no tanta como la de él, por lo menos). A cada hora que pasa, trata de convencerse más de que ellos no le harán nada importante. Tal vez quiera creerlo porque ya dio por seguro que no podrá irse de allí por cuenta propia.

—¿Te gustan los perros, Drake? —indaga Simon mientras camina hasta Carly, quien ha demostrado ser bastante parlanchina en las últimas horas, y la toma de la mano.

—No.

—Qué lástima.

Kenzie se pone en pie y le hace ademán con la cabeza para que la siga. Drake toma a Robin de la mano y lo lleva con él hasta donde sea que ellos quieran ir. Además, tal vez no sea mala idea ir a «la superficie». Quizás pueda calcular qué tan lejos de casa están.

Simon los lleva por las mismas escaleras de antes, solo que ahora van hacia arriba y la última puerta no es de metal sino de madera, y es mucho más angosta. Luce como la puerta de una casa completamente normal. Y de hecho, al salir al otro lado, se encuentran en una cabaña nada extraña, muy parecida a las de las películas, con muebles cuidados, sofás limpios de color crema, una chimenea y una cocina pequeña en una esquina. Además, afuera se escuchan los cantos de los pájaros al anochecer y los ladridos de los animales.

—Nadie jamás pensaría que bajo esto se esconden alienígenas, eh —bromea Simon mientras pone la llave en la cerradura. Drake busca cámaras por algún lugar en el techo.

—Esta mañana desactivamos las cámaras —admite Kenzie—. Y las cubrimos con papel.. Si preguntan, les diremos que hubo una falla.

Cuando Simon abre la puerta, los perros saltan sobre él. Carly los regaña e invita a Robin a jugar con ella y sus mascotas. Robin, por su lado, se atemoriza un poco por las reacciones inesperadas de los animales y se echa hacia atrás, aunque toma un poco más de confianza al notar que ellos solo lo olfatean y le lamen las manos. Simon y Kenzie los toman de los collares y los llevan afuera otra vez.

Bueno, las mascotas son reflejos de sus dueños. No pueden ser malas personas si los perros son mansos.

Cuando Drake sale al exterior, se encuentra con que no reconoce esos lugares. Jamás ha visto esos árboles ni esas montañas. No hay rastros de civilización cerca de ellos. Ni siquiera se oyen campamentos.

O máquinas, ¿acaso ni siquiera hay alienígenas por esos lados?

Nada. Están perdidos en la nada. Y si quisieran escapar de noche, probablemente se perderían. Claro que tampoco puede olvidar el hecho de que cada noche haya máquinas con supuestos alienígenas asquerosos dentro de ellas.

Por lo menos, allí el aire se siente más puro que en otros lados. Vivir tan lejos tiene sus ventajas.

Emmie sale de la cabaña. Tras él, llegan Luke y Joey. Sin decir una palabra, Luke se hace cargo de los canes y ellos lo siguen a donde quiera que vaya. Entonces, los aleja un poco de la entrada.

Robin mira sus alrededores, un poco confundido, un poco asustado. Sin embargo, también se sorprende y cada tanto tiempo, llama la atención por cada detalle que encuentra: los árboles enormes, las ardillas, los cantos de los pájaros, las diversas aves que vuelan el cielo, los colores tan fuertes...

—¡También hay zorritos! —comenta Carly con mucha emoción—. Y liebres, y osos, y mapaches, y...

Drake se sienta en la entrada de la casa y se toma la cabeza, ¿allí hay osos?

—¿Has visto osos, Robin? Son enormes. Y muy peligrosos, Simon dice que a esos no debes tocarlos.

Nunca van a salir de allí.

Kenzie se ubica al lado suyo, aunque solo le dirige algunas miradas fugaces. Se muerde los labios.

—Aquí no viene nadie —suelta—. Ni los aliens. No hemos visto muchas máquinas por aquí, solo una o dos. La invasión empezó hace una semana, solo que han ido de los lugares más rurales a los menos.

Qué bien. Al menos, no hay tantas posibilidades de que se lo coma un extraterrestre por esos lados.

—Encontramos esto en tu casa.

Drake levanta la mirada. Robin se ha alejado un poco hacia los árboles junto con Carly. No están muy lejos y Emmie está controlando que no toquen nada peligroso. Luke está aún más lejos con Joey y sus mascotas. Simon está al frente suyo y le muestra los químicos para la ansiedad. La maldita caja rectangular de color blanco.

¿De qué sirve dormirlos si no podrá ir a ningún lado? Lo quiera o no, está más seguro allí dentro.

—Puede generar adicción —comenta Simon mientras le acerca la caja. Drake no la agarra. No quiere nada con esas cosas. Simon la vuelve para sí a los segundos. El contenido de la caja sigue dentro, a juzgar por el sonido que produce al moverla.

—Es peligroso como cualquier fármaco —admite Drake con un poco de mal humor.

—Sirve para tratar trastornos mentales: crisis epilépticas, casos muy graves de somnolencia y esquizofrenia.

Claro. Lo único que le falta es descubrir que tiene una enfermedad mental más grave que la ansiedad. O tal vez tenga las dos juntas.

—También ayuda para la ansiedad —finaliza Simon—. Las empezaste a tomar hace un año. ¿Quieres hablar de lo que pasó?

Drake se encoge de hombros. No va a dar ese tipo de información. De cualquier modo, está seguro que ellos lo saben. Y ahora es cuando recuerda que no tiene que aceptar todo.

—No.

—Ok —concluye Simon—. Creo que te lo recetaron para que duermas mucho y no puedas hablar, no porque lo necesites. En una de esas, tu muerte estaba planeada como una sobredosis...

Simon no sabe nada.

Simon sabe todo. Tal vez, él producirá la supuesta sobredosis. Quizás, él mandó a que lo mediquen.

—¿Antes estabas bien?

Drake se encoge de hombros. Es un movimiento lento y se siente como algo casi imperceptible. Sospecha que Simon o Kenzie lo notaron porque ninguno hace más preguntas.

Simon se apoya en la pared al lado de él. Cruza las piernas, mira a Luke, luego a Emmie y los niños.

—Yo tomo antidepresivos —suelta luego de un rato—. Luke tiene ansiedad desde niño. Emmie tiene ataques de pánico. Kenzie también toma antidepresivos. Somos todos iguales.

Drake mira el cielo: está más oscuro que antes. Ya es complicado ver los detalles y se siente un poco nervioso por no tener tanta visión. Robin sigue caminando por ahí con los demás. Emmie les pide que se acerquen. Luke la escucha, pero no se mueve de su lugar.

Mira tras él, ¿nadie va a encender ninguna luz? ¿Allí no tienen luz?

—¿Sigues pensando en escapar? —indaga Simon al verlo inspeccionar todo a su alrededor. Drake toma esa pregunta como una burla por más que Simon no haya sonado de tal forma. No sabe si es producto del miedo o qué, pero se siente alarmado y responde de mala gana:

—Estoy en mitad de un bosque que no conozco, en una ciudad que no conozco, tengo que cruzar la frontera con una invasión alienígena y un niño, cómo diablos piensas que me voy a escapar.

—¿No querías tener a Robin? —cuestiona Kenzie, muy confundida. ¿Y a ella qué le pasa?

—No dije eso.

—Dijo que si ocurre algo, Robin saldrá herido también —interpreta Emmie cerca de ellos. Robin aparece detrás de ella. Se ve tan bien, tan sonriente, tan sano. Siempre le sonó divertido estar tan cerca de la naturaleza.

Que no le pase nada a él.

Que no le pase nada a Robin.

—Nosotros te vamos a buscar otro lugar —asegura Emmie—. Estarán a salvo. Solo que la búsqueda lleva un tiempo. No es fácil, tiene que ser un lugar no tan lejos de nosotros, con algo que se adapte a la vida de ambos.

Luke se acerca y los perros corren hasta Drake. Él se pone en pie y los corre un poco con el pie. Toma a Robin de la mano (sin darse cuenta que ha usado la mano herida) y lo lleva adentro. Pero no sabe por cuál puerta regresar, la cabaña está más oscura que afuera, y la negrura se está comiendo los alrededores. Aprieta la mano de Robin y siente punzadas de dolor.

Aquí está oscuro, afuera también, no hay lugar al que pedir ayuda, hay cámaras cubiertas (o no, quién sabe) por todos lados, hay poco aire alrededor suyo, algo le hace doler el estómago, hay perros ladrando, hay...

Kenzie enciende una luz y los pensamientos desaparecen poco a poco. 

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