4. Paranoia

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Al otro día, Drake tarda un poco más que de costumbre en despertarse. De nuevo, se siente extraño al abrir los ojos: le pesan los párpados y le molesta la cabeza. Se queda sentado unos segundos en su lugar cubierto de mantas y con las manos en la cara.

Hay luz eléctrica: Robin las ha encendido todas. Además, también está ordenado algunas cosas que se han caído. Drake se pone en pie y termina de acomodar junto con él.

—Tu celular vibró mucho —comenta Robin—. Alguien te ha enviado muchos mensajes.

Drake busca su celular sobre la mesa. Entrecierra los ojos a pesar de que la luminosidad del aparato es muy baja.

Ya es lunes y son las nueve de la mañana. Han pasado más de tres horas desde que amaneció. Pero es aún más sorpresivo notar que los mensajes son de compañeros de trabajo, quienes se preocupan por su repentina tardanza y la injustificada ausencia.

¿Es que en la ciudad no ha ocurrido nada?

Drake supone que las máquinas tienen un horario para aparecer, por lo que no debería ser peligroso ir arriba unos minutos. Camina hasta las escaleras y abre la puerta del sótano: todo luce «normal» como cualquier día. No hay nadie en casa, no falta nada, el aire es respirable, la calle está... Bueno, la calle está peor que antes, pero ya no hay máquinas enormes.

Robin aprovecha el intervalo de tiempo para desayunar como él quiere. Entonces, busca sus alimentos preferidos por toda la cocina. Drake, en cambio, enciende el televisor y se concentra en las noticias.

Nada. Solo algunas menciones sobre extrañezas en los alrededores de las ciudades. Pero no es «nada de otro mundo». La gente se moviliza con tranquilidad, siguen con sus obligaciones cotidianas. No hay gases anestésicos, no hay peligro. No hay nada.

Drake tiembla las piernas y trata de controlar los movimientos de los dedos de las manos (a pesar de no tener las uñas largas, es seguro que va a clavárselas en la piel) mientras espera encontrar algo que concuerde con sus pensamientos. No pudo imaginar todo. Robin también lo vio. Los bomberos y la policía lo vieron. No pudo imaginar tanto.

Mejor dicho: nunca habría imaginado tanto.

Se tranquiliza un poco en cuanto algunos periodistas que le dan importancia al asunto: ataques coordinados en diversas partes del mundo, con medios de movilización nunca antes vistos. También se registraron asesinatos de animales y humanos de maneras extrañas.

—¿Qué sospechas tiene el gobierno? —pregunta una de las periodistas quien no parece estar asustada. Nadie parece estar sorprendido o nervioso, en verdad. Hablan como si se tratase de un aburrido informe.

—El gobierno mencionó que estas máquinas son para la limpieza del planeta. Comenzarán a desinfectar los campos.

—Hay quienes dicen que esto es una invasión extraterrestre —continúa el locutor, aunque deja escapar una pequeña risa.

Drake apaga el televisor, va hasta su dormitorio y se abriga con lo primero que encuentra. No va a quedarse allí. Le crean o no, allí hay algo durante las noches. Tal vez, su hermano Andrew le crea si se lo cuenta. Quizá, él también haya visto algo.

O no. Andrew fue el primero en decirle que imaginaba mucho. Entre los dos hay diez años de diferencia y Andrew siempre fue el más perfecto. En efecto, cuando Drake era adolescente, Andrew ya tenía su vida hecha: se había recibido de abogado, trabajaba, había contraído matrimonio y esperaba a su primera hija. Y cada vez que visitaba a sus padres, Andrew notaba que su hermano menor controlaba los rincones oscuros de su dormitorio apenas anocheciese, en completo silencio y con disimulo.

En el mundo real, no hay monstruos en la oscuridad, Drake. Solo es oscuridad. Es falta de luz, lo has estudiado en física en la escuela.

Cierra los ojos, nada irá por ti. Nada entrará a casa mientras duermes. Mañana despertarás sano y salvo.

¿Tomó la pastilla?

No. Hoy no. Y ya pasó su horario. Mejor esperar al próximo. Guarda las pastillas en el bolsillo de su abrigo y regresa a la cocina por su hijo. Abre la puerta y se encuentra con que Robin ya no está allí, aunque ha dejado todo desordenado sobre la mesa. El orden no importa demasiado, no ahora que están a punto de si dejar la casa. Aunque al acercarse, nota que el cuenco de leche con cereal no está terminado.

—¡Robin!

Tal vez tuvo que ir al baño. Eso es lógico.

—¡Robin!

Robinson no suele hablar mucho, pero siempre responde.

Drake respira hondo antes de empezar a imaginar escenarios catastróficos y se mueve hacia el pasillo. Mira hacia un lado, luego al otro y alguien aparece muy cerca de él.

No es Robin. Es un adulto un poco más alto que él y mucho más delgado. Viste todo de negro. Tiene un rostro huesudo, ojos café, labios delgados, cabello pobre de un castaño claro. Le cuelga una banda por el cuerpo y un arma larga por detrás.

¿Los seres negros? Él es un humano. Aunque sea, tiene apariencia.

Drake ya lo vio en otro lado. No sabe quién es, pero ya se ha encontrado con ese sujeto. Lo ha visto en la ciudad, caminar tras él, perseguirlo a todos lados.

Debe ser parte de su imaginación. Si solo él puede verlo, entonces lo está imaginando.

Sin embargo, en cuanto el sujeto se acerca, Drake se gira hacia el otro lado, pero otro sujeto aparece allí. Y ese sujeto es real. O por lo menos, cuando lo toma de los brazos se siente real.

Drake se suelta del agarre con fuerzas que ni siquiera sabía que tenía, lo empuja contra las escaleras, y corre hacia el lado contrario. Ni siquiera piensa que el otro intruso ha desaparecido. Tiene la esperanza de que Robin se haya escondido en el sótano antes de que esas personas (o lo que sean) lo encuentren.

Qué importa si todo es real o no.

En la sala de estar, la puerta del sótano está abierta y hay más personas. Por lo menos, hay dos más: una de ellas es una muchacha que ya había visto antes. Otras de esas personas (o esos seres) que lo persiguieron durante los últimos tiempos. El otro sujeto, el último de los cuatro intrusos, lleva un pasamontañas negro.

—No vamos a hacerte daño —comienza la primera con una voz tranquila y amigable—. Si sigues las órdenes que te damos, nadie sald...

Drake agarra lo que tiene más cerca: libros. Muchos libros pesados.

—¡No, espera!

Con fuerza, le arroja un manual de algo. Ni siquiera se fija si le ha dado o no, pero ha roto algo de vidrio. La joven de cabello ondulado se corre del lugar del impacto, el otro individuo no se mueve y Drake aprovecha el momento para agarrar el pedazo de vidrio más grande que encuentra. Alguno de ellos lo toma de la espalda mientras se pone de pie y lo obliga a quedarse en el suelo. Aunque él no se queda quieto ni pierde tiempo: aprieta el vidrio contra su mano y se lo clava (o algo así) a su contrincante. Su enemigo suelta el agarre y antes de que Drake pueda ponerse en pie, la persona que estaba quieta hace pocos segundos le cubre boca y nariz con un pañuelo húmedo.

Drake intenta no aspirar nada de lo que sea que tiene ese pedazo de tela e intenta zafarse de los agarres, pero el enemigo presiona con fuerza, los demás le sostienen piernas y brazos y lo empujan hacia atrás, contra el cuerpo de la otra persona. Al poco tiempo, ya no le quedan fuerzas para seguir moviéndose. Está más cansado que antes. Se siente mareado.

—Si lo hubiéramos hecho así desde el inicio, todo habría sido más fácil —escucha tras él. Es la voz de una mujer: un poco más aguda y un tanto enojada.

Drake piensa en decir algo, pero no sabe qué. No tiene palabras en su mente.

—Quítale el pañuelo.

Drake no siente nada. Tiene los ojos semicerrados y lucha por no dormirse, aunque el cansancio es demasiado, los ojos duelen y la mente no responde. Sigue en los brazos de aquella muchacha que, a pesar de haberlo sedado, no quiere soltarlo.

Al final, y a pesar de resistirse, los párpados pesan más de lo normal y se hace imposible mantenerse consciente.

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