31. Recuerdos perdidos. Parte 1

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Bruno

Planeo entre las nubes, viendo las últimas casas y las calles de tierra de Costa Santa antes de llegar a los pastizales. Vuelo en círculos, luego asciendo y desciendo, navegando por el viento. Cierro los ojos e inspiro despacio, para aflojar el nudo en mi estómago.

Una vez que aterrizo en lo profundo del bosque, camino sobre el suelo, una mezcla de arena y tierra. La brisa húmeda me trae el perfume fresco de los pinos y los eucaliptos. Por un instante, vuelvo a ver los árboles púrpuras con ramas afiladas del Ghonteom y recuerdo lo que viví con Mackster en ese lugar; cómo usamos nuestros poderes para luchar. Podríamos haber perdido la batalla y estar de regreso en los calabozos de Dashnir...

¿Qué otras dimensiones existirán? ¿Mis sueños serán visiones del Cielo y el Infierno? De pronto, recuerdo aquel sueño en el que luché con ángeles y demonios, en medio de una niebla que parecía conectar Costa Santa con otra dimensión.

Dejo de pensar en eso cuando llego a una zona del bosque donde hay un círculo formado por rocas grandes. Me acerco a ellas para inspeccionarlas. Es obvio que alguien las dispuso así, probablemente un grupo de personas. ¿Será una de las sectas sobre las que hablan las leyendas urbanas? Me siento en una roca, esperando sentir o percibir algo, pero no sucede nada. En cuanto me apoyo sobre un brazo, para sostener mi peso, noto con la palma de la mano una hendidura en la superficie de la roca. Levanto la mano y hallo un símbolo extraño. Voy hacia las otras piedras y encuentro más. ¿Qué significan? Me resultan familiares.

¿Serán parte de un hechizo para invocar demonios? Tiemblo al recordar al que quiso atraparme en el callejón; a pesar de que fue una experiencia aterradora, gracias a eso fui capaz de transformarme. No quisiera volver a encontrarme con un demonio, pero quizás tenga que hacerlo para descubrir más sobre mis poderes y mi origen. Se me cierra la garganta... Por momentos, lo único que deseo es ser un chico normal.

A lo lejos, los árboles se sacuden por el viento y revelan un claro que no había percibido antes y que me llama la atención enseguida. Me levanto y camino hacia él, invadido por una sensación de familiaridad... Lo atravieso rápido. Sé que estuve acá, pero no recuerdo bien cuándo. Llego hasta una arboleda espesa y vuelve a invadirme esa sensación de familiaridad. Aparto la vegetación con las manos y encuentro un pasaje de tierra queda a un acantilado.

Me estremezco. ¡Yo soñé con este lugar! Es donde vi al hombre de ojos azules y piel pálida que vestía un traje con hombreras y brazales plateados. Él me rescató de los ángeles y los demonios que me perseguían.

El corazón me da un salto; retrocedo con la mano en el pecho. No puede ser... Oigo el choque de las espadas y el crepitar del fuego. Siento el olor a quemado y veo sus sombras.

El recuerdo aparece en mi mente con total claridad: la niebla parecía haber borrado el mundo humano. Estaba escapando de seres alados que luchaban entre sí. De algún modo, sabía que eran ángeles y demonios.

El viento me golpeaba en la cara cuando llegué al acantilado; más allá estaba mar. Desde el borde, el hombre de ojos azules me miraba como si me hubiera estado esperando.

Me ofreció su mano. Saltamos. Un fuego materializó mis alas blancas y a mi compañero le aparecieron unas con plumas grises. El hombre me sonrió y su luz nos envolvió en una esfera de luz.

Un ángel que surgió de entre los árboles pasó de largo por donde estábamos y siguió buscándome en el mar debajo de nosotros.

—¿Dónde está? —preguntó.

—No lo sé —contestó su compañero, también incapaz de vernos—. Debe seguir en el bosque.

Comprendí enseguida que el hombre alas grises nos había hecho invisibles con su magia. Nos alejamos juntos, volando sobre el mar, cada vez más lejos de esos seres que habían querido raptarme. Lo siguiente que recuerdo es que aterrizamos frente a una casita celeste con un gran cobertizo blanco, en el que se veían plantas y cazadores de sueños colgados.

La vivienda estaba rodeada por un gran terreno lindero al bosque y un enrejado de madera separaba el frente de un fondo que se adivinaba extenso. Miré alrededor, buscando a los vecinos que pudieran estar observándonos.

—No te preocupes, un hechizo nos oculta.

—¿Quién sos? —grité de pronto—. ¿Qué está pasando? Esos... —Me llevé una mano a la cabeza—. ¿Eran ángeles y demonios?

—Tranquilo, Bruno. —Avanzó hacia mí con una mano extendida—. Soy Gaspar.

—Sabés mi nombre. ¡Dios mío! —Retrocedí con los ojos bien abiertos—. Esa vez que escuché un aleteo en la calle, como el de un ave inmensa... ¡Me estuviste siguiendo todo este tiempo!

—Te estuve protegiendo. —El hombre se detuvo con el ceño fruncido.

Me llevé una mano al pecho. ¡No podía respirar! Mi corazón palpitaba enloquecido y la cabeza me martilleaba.

—¡Bruno!

Gaspar quiso apoyar su mano en mi hombro, pero lo aparté. Me invadió un fuerte mareo y me desplomé ahí mismo. Lo último que vi antes del desmayo fue su mano extendida, acompañada de una sensación de calor en la frente.

—Tranquilo. Todavía no estás preparado para saber la verdad. Pero te aseguro, Bruno, que todo va a estar bien —dijo con una voz que se fue apagando—. Todo se va a aclarar con el tiempo.

***

Abro los ojos, saliendo del recuerdo, aunque sigo agitado. Miro alrededor una y otra vez. Me tranquilizo al ver que estoy solo, frente al acantilado. Gaspar, ese hombre de alas grises me salvó aquella vez. Pero, ¿por qué me hizo creer que todo fue un sueño?

Despego y me alejo del lugar, rumbo a mi casa. Necesito ordenar mis pensamientos. Una vez que me transformo en el terreno con pinos frondosos que uso de escondite, camino las cuadras que me separan de casa. Entro rápido, ignorando a mis padres, y me encierro en mi cuarto.

***

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