14. Reflejo rebelde

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Débora

4 de octubre de 2003

Soñé que atravesaba un ventanal, con una espada plateada en la mano y un libro bajo el brazo. Era ella, mi otro yo: la Dama Plateada. A mis espaldas, una nube de energía oscura envolvía a un ser que trataba de escapar de ella; solo vi sus brazos con escamas azules arañando el aire. Giré hacia la mansión a mis pies y batí mis alas negras.

Vi a Sebastián herido en el suelo de una biblioteca, con la mano extendida hacia mí. Gritaba mi nombre. «Sos vos, reaccioná», me decía. Lo último que recuerdo es su voz, cada vez más lejana, mientras me perdía en el cielo. Me prometía ayudarme a encontrar eso que busco en Costa Santa... lo que la Dama Plateada busca cuando soy ella.

¿Por qué olvido estas cosas? ¿Por qué solo las recuerdo en mis sueños? Con todo lo que vi y sé, ya no tengo razones para dudar, pero, mientras escribo en este diario, sentada al lado del grimorio que robé a Sebastián, siento como si mi cabeza estuviera a punto de estallar. Recuerdo pasar las hojas como la Dama Plateada, sentada en alguna terraza de Costa Santa, estudiando los hechizos del mago, leyendo sobre los servidores (las sombras vivientes que está creando) y después me veo luchando contra ellas con Bruno.

¿Por qué no puedo decirle a él que soy la Dama Plateada? ¿O a León y a Gaspar? La boca se me paraliza de solo pensarlo. ¿Quién es esa otra identidad que me posee?

Hoy intenté transformarme, a voluntad, en ella. Me acerqué al espejo, hablé como si me encontrara frente a mi otro yo, pero no pasó nada. Con solo pensarlo, sigo convirtiéndome en mi forma con cuernos, la de escamas negras y amarillas. La Dama Plateada solo aparece cuando ella quiere.

¿Qué hago con este grimorio? ¿Lo escondo para que nadie más lo vea? No. Voy a dejarlo acá. No me importa si lo encuentran mis papás; necesito que Bruno venga, lo vea y se lo lleve a nuestros maestros. Si yo no puedo contar todo esto, que él lo haga...

4 de octubre de 2003 – otra vez.

Acá estoy. No pude resistir el impulso de ir y meter el grimorio en mi placard. ¿Qué me pasa? Ojalá pudiera perder este cuaderno de nuevo para que caiga en manos de Bruno.

No soy capaz de dárselo ni de revelarle la verdad.

Sebastián no pudo controlarme con su magia. Me salvé de ser su esclava. Sin embargo, sigo presa de mi otro yo.

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