28. El mensaje de Dantalion. Parte 1

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Bruno

Estoy sentado en el sillón. Gaspar se acomodó en una silla, frente a mí. No hay velas encendidas, sahumerios ni palabras mágicas que recitar, y eso me pone todavía más nervioso. Él tiene un cuaderno en la mano y chequea varias anotaciones; está tan concentrado que la energía que emana cubre la sala. Mi mente se pone alerta, mis sentidos se agudizan. Noto una oscilación en el aire a mi derecha...

—¿Estás listo? —pregunta Gaspar.

—Sí.

—Acordate de que lo mejor es no forzar nada y dejar que fluya lo que aparezca en tu imaginación. Los elohim pueden adquirir múltiples formas, algunas son simbólicas. Si en algún momento pasa algo raro, tené en cuenta que puede ser tu mente manifestando los miedos humanos. Si es así, enfrentalos hasta que desaparezcan.

—Está bien.

—Cerrá los ojos. Visualizá un desierto. El primero que te venga a la cabeza. No importa que no estén todos los detalles, ni que las cosas cambien de lugar, solo que sepas que estás ahí.

Veo el desierto de suelo resquebrajado con estrellas rojas que encontré en mis recuerdos de Dantalion. Trago saliva. La imagen es clara, muy intensa. Siento el calor del lugar y me veo con mis ropas de arcano. Noto a Gaspar a mi lado, también transformado.

—Ahora, imaginate que aparezco a tu lado.

—Ya estás ahí.

—Bien. Muy bien. No te preocupes si saltamos de un escenario a otro, o si llegás apenas lo describo. Es la forma en que se mueve la consciencia. Vos seguí mi voz. A lo lejos, hay un templo de pilares inmensos. Nos desplazamos hacia ahí.

Me encuentro enseguida frente al edificio de un color terroso y noto el arco sobre la entrada, con relieves de estrellas. Damos unos pasos, adentrándonos, y de pronto estamos en un bosque de árboles negros, con carbones encendidos en sus raíces. Sin embargo, no se queman. El fuego es parte de ellos. Las ramas partidas me muestran que corre un líquido rojo por su interior, pienso en la lava.

Ya estuve acá en mis sueños.

Un camino de pedruscos plateados nos lleva hacia una mansión con puertas dobles que se abren solas.

—Ya estamos en el interior —continúa describiendo Gaspar.

Me veo en el vestíbulo del edificio. Después, en el salón central, donde hay una escalera doble roja. Si bien siento a mi cuerpo físico en el sillón de Enoc, la imagen mental es tan clara y vívida que me da la impresión de que, si abro los ojos, una parte de mí quedaría en este mundo.

—Subimos las escaleras y...

—Hay algo en el piso superior, mirándonos desde el balcón —interrumpo a Gaspar.

—¿Qué es? —Suena preocupado—. No veo nada.

La figura sale de entre las sombras de la mansión... ¡Dios mío! ¡Es un ser espantoso! Tiene forma humana, pero es como si estuviera despellejado: puedo ver sus músculos de carne roja en el exterior, quemados en algunas partes. Está desnudo. Se ríe y da un salto que lo lleva hacia la cúpula carbonizada del techo, donde queda adherido al igual que si fuera un insecto. Unas criaturas deformes surgen de las sombras a cada lado de la escalera y descienden rápido hacia mí. Busco a Gaspar en este mundo imaginario, pero desapareció.

—¿Dónde estás? ¡No te veo! —Quiero abrir los ojos y salir de acá.

—¡Bruno, calmate! Estoy ahí, con vos.

Resisto. Me mantengo en este plano mental, donde hago aparecer mi espada encendida y describo un círculo de fuego para protegerme. El enemigo avanza rápido por la curva del techo hasta quedar sobre mí.

—Es Samael —explico a Gaspar—, ¡me está atacando con sus demonios!

—Pobre Bruno... —dice el demonio en un tono burlón, con una voz aguda y similar al maullido de un gato, mientras empieza a descender del techo, colgado de una mucosidad verdosa—. No sos valiente ni fuerte, como otros chicos. No podés tomar decisiones. «¡Mierda! ¿Qué es eso? ¡Un monstruo espantoso!». —Sacude las manos en el aire de forma exagerada—. «¿Es real lo que está pasando? ¿Me estoy volviendo loco?».

Se ríe a carcajadas y saca una lengua bífida. Yo me estremezco al escucharlo imitarme con tanta exactitud

—No es Samael —indica Gaspar—. Seguramente estamos frente a un egregor, un espíritu de la consciencia colectiva que quiere asustarte.

Y lo está consiguiendo.

Disparo fuego, pero mi enemigo lo esquiva columpiándose. Las criaturas que me rodean festejan.

—«¿Uso mis poderes o no? ¿Acepto que soy un arcano? ¿Alguien va a quererme si soy esto? Mami, papi, ojalá me acepten». —El demonio sigue burlándose de mí.

Sus seguidores se ríen a carcajadas. Cierro los puños y tiemblo, lleno de furia.

—¡Qué inútil! —Escupe las palabras, con los ojos entrecerrados—. Nadie quiere a un cobarde como vos. Hasta tu amigo medio puto y tus maestros gais son más hombres que vos.

—¡Callate, forro!

Despego, listo para cortarle la cabeza, pero una de sus criaturas estira un tentáculo que me atrapa y me arroja contra el suelo. El monstruo sigue descendiendo hacia mí. Abre la boca, llena de colmillos afilados, y estira su lengua.

—Nadie va a tomarte en serio. Nunca. Jamás vas a poder liderar a tus amigos arcanos. Hasta tu novia es más fuerte y valiente que vos. Es mejor. Se va a aburrir y te va a dejar.

Sus palabras me roban la fuerza, voy apagándome poco a poco. Logro incorporarme con gran esfuerzo y, a pesar de que me muevo en ese plano mental, siento dolor en cada músculo de mi cuerpo físico. En un momento, quiero abrir los ojos y volver al sillón en Enoc con Gaspar, pero es como si tuviera los párpados pegados.

Salto, envuelto en un tornado de fuego que aleja a los tentáculos, listo para clavarle mi espada a ese ser horrible. Se mueve tan rápido que no llego a verlo y logra golpearme con una fuerza inmensa. Me estrello de nuevo contra el suelo y siento la sangre en mi rostro, en mi nariz. Unas gotas tibias caen sobre mi mano en el mundo humano.

—¡Bruno! ¡Reaccioná!

Escucho la voz lejana y desesperada de Gaspar.

Estoy por desvanecerme, pero me concentro y logro oírlo mejor. Sigo en la Tierra. No estoy herido de verdad. Al menos, no físicamente.

—No es Samael, es un egregor que te está robando la energía. Puede cambiar de forma y se convirtió en la idea que tenés de Samael para asustarte. Se alimenta de tu miedo, de tu odio o de cualquier emoción fuerte que sientas. ¡No creas en lo que ves! —insiste mi maestro.

—¡No puedo!

—No luches, Bruno. Solo dejá de tenerle miedo.

—¿Qué?¡No voy a rendirme! Tenemos que llegar hasta Dantalion.

—¿Confiás en mí? —insiste Gaspar.

—Sí.

—Entonces, haceme caso.

No puedo parar de temblar, congelado ante la mirada siniestra del demonio, que abre unas fauces cada vez más grandes. Doy una inspiración profunda y me quedo quieto. Las criaturas se arrojan hacia mí, el enemigo también, y me preparo para sentir sus garras y dientes.

Nada. Todo se disuelve en un vapor gris.

Sigo en la mansión. Vuelvo a tener mi rostro limpio. Es como si nunca me hubieran golpeado. Me incorporo y hallo a Gaspar a mi lado. Sin abrir mis ojos, toco la mano de mi cuerpo físico donde sentí caer la sangre y no encuentro nada.

—Bien —le digo, ya recompuesto—. Sigamos.

Avanzamos hacia la escalera. Subimos y atravesamos un pasillo de alfombra verde y paredes de madera oscura, iluminado por candelabros antiguos. Observo los cuadros que lo decoran: un árbol plateado de follaje encendido en llamas blancas, una paloma muerta que está boca arriba sobre el barro, unas cadenas manchadas de sangre y rotas, entre otras cosas.

Entramos a un cuarto inmenso, de ventanales amplios, con grandes estanterías de caoba en las que se ven libros, tablillas de piedra con grabados y estatuillas de lo que imagino son dioses antiguos. Me invade un calor fuerte, como el de un hogar a leña, pero no hallo uno en el ambiente.

Más allá de los cristales, encuentro el bosque de árboles de fuego y carbón. Siento una presencia inmensa en el lugar. No puedo verla, pero la piel se me eriza y mi aura se estremece. Enseguida, mi energía logra resonar con su poder y se expande.

—Está acá —le digo a Gaspar—. Puedo sentirlo.

—Tenemos que llamarlo. Es el protocolo y hay que cumplirlo. Samael... —pronuncia.

—Samael... —repito.

A través de las ventanas, veo una estrella naranja que crece hasta cubrir la habitación con su resplandor. Luego, desaparece. Supongo que es una señal de que nos está escuchando.

—Samael, solicito que me permitas convocar a Dantalion —continúa Gaspar.

—Samael, solicito que me permitas convocar a Dantalion —repito.

¡Un trueno! Lo escucho con mi cuerpo en la escuela arcana en Enoc y veo en mi mente cómo sacude los vidrios de las ventanas. Quiero gritar, pero resisto.

La mansión desaparece. Estamos en otra parte.

—¿Qué ves? —pregunta Gaspar.

—Es el atardecer y tengo un lago oscuro frente a mí. Hay una isla en el centro.

—Bien. Imaginate una barca frente a nosotros —pide él.

Obedezco y la embarcación pequeña aparece con facilidad.

—Nos subimos a ella y se mueve sola hacia la otra costa —continúa Gaspar—. Una vez que llegamos, descendemos y entramos a una torre.

De pronto, me veo en un cuarto con paredes de piedra, frente a un atril.

—Ya estoy adentro —afirmo.

Gaspar aparece a mi lado y asiente.

Me acerco al atril, donde hay un libro inmenso con tapa de cuero verde. Lo abro. Paso las hojas húmedas y amarillentas, tiene dibujos de rostros desconocidos, todos con los ojos cerrados. Gaspar se aproxima para mirar sobre mi hombro. La última carilla tiene la ilustración de una puerta doble de madera. Esta cobra vida y se abre, liberando un destello violeta.

Ahora estamos en un claro rodeado por árboles. Es de noche.

—Che, Gaspar, me estoy mareando con tantos saltos.

—Te dije que así es como viaja la conciencia. Dejate llevar.

Siento calor a mi izquierda y escucho un crepitar. Giro para encontrar a un ser que nos da la espalda, mostrándonos sus alas de plumas grises, extendidas. La fogata que está delante de él, a unos pasos, recorta su figura como una sombra.

Se vuelve despacio hacia nosotros. Luego, se pone a un lado para que el fuego lo ilumine. Tiene ojos negros y viste una armadura de color violeta. Su cabello es oscuro y desciende en ondas hasta la cintura.

—Hace mucho que no nos vemos —afirma y me saluda con una sonrisa. Hace un gesto con la mano, invitándonos a sentarnos en unos troncos a su lado.

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