33. Un recuerdo del futuro

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Bruno

Me encuentro en una iglesia, se respira el polvo y hay moho en las paredes. Las estatuas y las ventanas están ahogadas por las telarañas. Afuera, la tormenta. Adentro, ratas zigzaguean y chillan entre maderas y libros podridos.

Veo varios candelabros negros y retorcidos, cada uno con tres velas rojas que aguardan despertar. Se hallan sobre un círculo con una estrella de cinco puntas en su interior, grabado en el piso.

Escucho los cánticos que preceden a la aparición de los monjes carmesíes. Llevan cirios encendidos y se forman alrededor de los candelabros. Después, Sebastián entra al círculo y camina hasta el centro.

Escucho un trueno. Algunos monjes se adelantan y encienden las velas en los candelabros. Sebastián empieza a salmodiar, jugando con versos que avivan un pavor ancestral en mí.

Un monje le alcanza una copa de la que sale un vaho nauseabundo. El mago vierte el líquido en el suelo. Estoy convencido de que es sangre, quiero vomitar, pero no puedo.

De nuevo, escucho un trueno. Y, en ese momento, una electricidad antigua nos recorre.

La estrella se ilumina. Sebastián ríe a carcajadas y el espacio se abre: un espíritu de poder inconmensurable atraviesa el portal y se yergue ante el hechicero, que abre sus manos. El vaho rojo y las llamas que dan forma al monstruo comienzan a introducirse por las palmas del hombre y a hincharle las venas del cuello y de los brazos. Su aura se expande y emana un poder inmenso. El mago continúa riendo mientras observa con ojos brillantes cómo su fuerza aumenta.

El demonio ruge. Los monjes elevan sus cánticos hasta que Sebastián empieza a temblar. La energía que absorbió sale de manera errática por sus ojos, por sus orejas y por su boca. Unos hilos de sangre espesa caen desde su nariz.

Sebastián se derrumba.

Grita, asustado, e intenta escapar, cuando ve que el espíritu se materializa como una bestia roja y se alza en un torbellino de fuego. Este despliega alas, garras, pezuñas y lenguas bífidas. Aúlla y barre con todo, incluso conmigo, que observo desde afuera como un fantasma.

En ese instante, despierto, bañado en sudor. La frente y las manos me arden.

¿Qué fue eso? A mi lado, Nuriel se desvanece enseguida. Me doy cuenta de que él me trajo esa visión.

Miro el reloj: ya es casi la hora para ir a la escuela, pero me parece demasiado temprano para llamar a Gaspar. Me visto rápido y vuelvo a saltarme el desayuno. Al verme bajar por la escalera, Mamá grita para que, por lo menos, tome un vaso de leche fría, pero no le hago caso y salgo disparado por la puerta.

Pienso en mi sueño. En este caso, en vez de mis recuerdos perdidos, vi el futuro. Estoy seguro de eso, aunque no sé por qué.

Pensativo y confundido, voy hacia el colegio.

La jornada comienza con la clase de Física, como si alguien tuviera ganas de pensar tanto a las siete y media de la mañana. Saludo a Débora con un beso antes de ir a sentarme a mi banco, junto a Javier. Espero el momento adecuado para contarle a mi novia lo que soñé.

La profesora nos da varios problemas para resolver y se pone a leer una revista mientras toma un café. Andrés y Mariza le piden a Javier que los ayude, y él se va con ellos. Es obvio que está enojado otra vez conmigo. Sé que no cumplí con vernos un poco más seguido fuera de clases, eso también me pesa.

Débora viene enseguida y Javier revolea los ojos desde lejos.

—Ya terminé, ¿querés que te ayude? —Mi novia se acomoda un mechón de pelo rubio.

—Vos siempre tan rápida con los cálculos. Dale.

Con disimulo, le relato en voz baja lo que soñé. Ella me mira con suma atención.

—Tengo que contarle a Gaspar. Hay que detener a Sebastián antes de que lo consiga.

—Este ángel que te está ayudando...

—Nuriel —interrumpo.

—Nuriel, sí. —Débora entrecierra los ojos—, ¿Cómo hizo para mostrarte el futuro?

—No sé... recuerdo que Dantalion le había dicho algo en secreto aquella vez que lo contactamos. Seguro le dio una pista que siguió para conseguir ese fragmento de tiempo.

—Es una buena explicación... De hecho, estuve investigando sobre eso.

—¿Investigando?

—Sí. Empecé a leer información por mi cuenta, aparte de lo que nos dan Gaspar y León en sus clases. Son textos un poco avanzados, de la biblioteca de la escuela arcana, que me dejan estudiar porque saben que soy responsable. —Se ríe, canchera—. Descubrí que el alma puede estar en varios lugares y tiempos a la vez. Dividirse. Por ejemplo, ahora estamos en la escuela, pero una parte de nosotros se encuentra en ese futuro alternativo de tu visión. Casi siempre los fragmentos retornan enseguida, pero a veces quedan atrapados.

—Como lo que pasó con los del Applegate...

—Exacto. En un libro decía que el alma se fragmenta con los traumas de las vidas pasadas, por ejemplo —me explica, con la mirada encendida—. Quizás con el futuro pasa lo mismo... Supongo que Nuriel, al ser un ángel, debe poder trasladarse por el tiempo y traerte información con más facilidad. Tenés que aprender a comandarlo, puede sernos de gran ayuda, Bruno.

—Es muy loco todo esto de los ángeles y las huestes.

—Ya deberías estar acostumbrado —me dice.

Reímos en voz baja.

Después de clases, Débora se va a ensayar con Anabella y el resto de las chicas de Gimnasia Artística. Javier y yo vamos a la comiquería a ver si llegó algo nuevo. Caminamos varias cuadras por la calle de locales hasta que llegamos a la parte más alejada, poco antes de que empiecen las casas. Acá, la gente camina con tranquilidad, los negocios se hallan intercalados con edificios y hay más árboles en la vereda. Nos paramos en seco al ver un mural en la pared de un galpón viejo.

Ambos contenemos la respiración ante el dibujo inmenso de dos arcanos volando sobre la ruta.

De un lado, estoy retratado yo con el traje gris, la piel blanca como la luna y el pelo colorado. Vuelo con las alas de piel extendidas. Del otro, se encuentra el Fantasma: vestido de negro, con un antifaz plateado, al igual que la estrella de seis puntas en su pecho. Tiene el cabello oscuro despeinado.

—Son los arcanos... —digo.

—Sí, el Demonio Blanco y el Fantasma —comenta Javier y señala a este último—. Le faltan la cresta blanca y los brazaletes.

—¿No era que no te interesaba?

Se encoge de hombros.

—Si lo hacen, que lo hagan bien... Apurate que ya casi estamos en la comiquería. Hoy llega ese tomo de la Liga de la Justicia que espero desde hace meses.

—Aguantá un poco... Quiero verlo un rato más —insisto.

Observo de nuevo el retrato de mi forma arcana y pienso en el nombre que me dieron las leyendas urbanas: el Demonio Blanco. Nombre heredado de Semydael, mi antecesor, el arcano artificial que crearon los yaltens, entre los que se encontraba mi mismísimo abuelo. Es entendible la comparación. Recuerdo las visiones que tuve del Demonio Blanco, y somos parecidos. Sin embargo, no dejo de pensar en que las leyendas urbanas me identificaron con él por algo del destino. ¿Acaso mi propósito es retomar su misión de proteger esta ciudad de los peligros mágicos desatados por los yaltens?

—Dale, Bruno. Despabilate —dice Javi.

Sacudo la cabeza.

—Perdón, es que es un dibujo increíble.

—Es verdad —admite y se toma unos segundos para observarlo en detalle—. Lástima que no trajéramos una cámara...

Echo una mirada a la comiquería, que queda a media cuadra. Un grupo de chicos entra y se los señalo a Javier.

—Apurémonos, no vaya a ser que te quedes sin tu historieta.

—¡Mierda! Tenés razón. Vamos.

Entramos al local, ansiosos. Saludamos al dueño y luego de que Javier consigue el tomo que quería, pasamos un rato mirando el resto de las historietas y los muñecos exhibidos en las vitrinas.

Me alegra poder compartir esto con él. Después de todo lo que descubrí acerca de mi familia y de Costa Santa, necesito distraerme y escapar, aunque sea por un rato, a un mundo de fantasía donde sé que, al final, todo va a salir bien.

Solo espero que en la vida real pase lo mismo.

Bruno


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