El cuerpo

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El reloj apenas marca las cinco de la mañana. Cómo todos los días en los últimos meses, me despierto por culpa de esta maldita pesadilla en la que la mujer que roba mis días y acapara mis noches aparece muerta.

La respiración está acelerada, el sudor perla mi frente y mi pecho, haciendo que la camiseta se me pegue al cuerpo. Los sueños son cada vez mas vívidos, más reales y puedo ver con todo lujo de detalles lo que pasa. 

Me doy una ducha caliente para borrar de mi cuerpo el malestar que siento. Me pongo el uniforme de trabajo y me preparo un café. Tomo el periódico que el cartero ha dejado bajo el felpudo. Así es mi ritual de todos los días.

Tomo el coche y me dispongo a ir a la nave cuarenta y cinco del polígono, donde trabajo como seguridad. Mi turno empieza a las siete, pero siempre me gusta llegar con, al menos veinte minutos de margen. Además así me evito las grandes aglomeraciones del metro. Abro la puerta de acceso a la zona de control. Como todos los días, Flaunders, está dormido tranquilamente. Antes había otro vigilante en la nave por las noches, pero desde que Flaunders, un pastor alemán cojo, apareció en la puerta medio muerto, convencí a mi jefe para dejarle por las noches y proteger la nave. Él se ahorra un turno y yo me quité al gilipollas de Lloyd de en medio.

Miro las pantallas mientras me quito el abrigo. Todo está preparado, hoy es el gran día. La presentación de la última colección de Versace. No es la primera vez que alquilan nuestra nave para este tipo de eventos. Reviso pantalla por pantalla y voy pasándolas hasta que lo veo.

Salgo corriendo de la garita y abro las puertas de emergencia de la sala donde se ubica la gran pasarela. Todo está ya decorado, los finos hilos dorados que cuelgan del techo resplandecen con la luz del sol, que ya se cuela por las pequeñas ventanas superiores. Miro a mi alrededor mientras desenfundo la pistola. 

- ¿Hay alguien ahí? -grito.

No recibo más respuesta que el eco que rebota en todas direcciones. Un escalofrío me recorre de arriba abajo por la columna. Los vellos se me erizan como muestra del terror que me invade. Llevo días rezando para que mis sueños no se hagan realidad. 

Me aproximo con paso firme a la pasarela. Todo está a oscuras, iluminado únicamente por los reflejos de la decoración del lugar. Recorro el largo pasillo hasta que la veo. Tendida en el suelo, casi como si durmiese. 

Lleva un vestido de la colección. Dorado brillante. Debía ser el vestido con el que cerraba la colección porque es lo más hermoso que he visto en mi vida. Los labios pintados de un carmesí brillante y una rosa amarilla entre sus manos.

— ¿Hay alguien ahí? —vuelvo a gritar sin recibir respuesta. 

Me pongo de cuclillas al lado de su cuerpo, dejo el arma a un lado en el suelo y coloco mis dedos en el cuello de Daniella. Es ella, de eso no tengo duda. La conozco bien. Espero que de alguna manera su cuello me indique que aún respira. Que estoy equivocado en mis conjeturas. Ella no puede estar muerta. Ella no. 

Espero y espero, pero no hay respuesta alguna. No hay pulsaciones. No respira.

— No puede ser, no, no, no —susurro nervioso—. No, no.

Una lágrima escapa y cae por mi rostro. ¡Ella está muerta! Igual que en mis sueños. 


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