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Las pesadillas de Ray Walker

Veinte años atrás, Ray Walker apenas estaba recién entrando a los cuarenta. En ese entonces vivía en la reserva indígena, de donde iba y venía para cuidar de su padre, quien decidió residir en Grafton, una vez enviudó. El matrimonio de los Walker fue uno de esos pocos que se mantuvo sólido en tiempos de violencia racial, cuando el amor entre una pareja no era suficiente. La decisión de vivir dentro del territorio demarcado para los Cherokee y de educar a su hijo como tal fue una conjunta, sin duda inspirada por la certeza de que la tribu ofrecería protección más allá de lo que garantizaba vivir en los parajes inhóspitos de un pueblecito aledaño a fronteras estatales.

En ese entonces, Ray conocía perfectamente la topografía de Grafton, pero no era tan cercano a sus habitantes. La noche de la desaparición de Ciaran Sutherland su padre le hizo una llamada telefónica para ponerlo al tanto de lo sucedido.

—Escucha, Ray. Hay muy poco que puedas hacer para congraciarse con el pueblo. Sé que eres un hombre hecho y en derecho, pero no puedo evitar preocuparme por ti, por tu mujer y mi nieta una vez parta de este mundo. Nada que ver con que seas mi hijo, pero eres el mejor rastreador que conozco y los Sutherland están dispuestos a pagar buen dinero para dar con ese chiquillo.

—¿Los Sutherland son de esos amigos que tenías antes de casarte con mamá?

Walker padre pausó antes de responder.

—Detente a considerar el peso de tus palabras, Ray. No voy a pretender ser mejor ni peor hombre por haber escogido a tu madre. Después de todo, tuve la suerte de que ella me escogiera a mí. Y te aseguro que aunque en este maldito pueblo queda alguno que otro hijo de la gran puta, los Sutherland no lo son. Pero precisamente, porque no soy sordo ni ciego, y porque aquí hay sabandijas entre las tablas, te estoy llamando. Han pasado apenas veinticuatro horas y ya están hablando estupideces. La palabra skinwalker anda dando vueltas por ahí.

—Malditos racistas de mierda y su ignorancia selectiva. —Walker padre tocó un nervio. La persistente superstición sobre skinwalkers trajo más de un problema a la tribu en tiempos pasados y si algo no variaba en Grafton era la velocidad con la que podían cambiar las condiciones para las minorías que realizan prácticas cerradas—. Esas son creencias Navahu'u, no Aniyvwiya. Pero a la hora de joder, a nadie le importa... ¿Tú estás bien?

La reserva Cherokee estaba suficientemente protegida, pero su padre, un blanco que alguna vez estuvo casado con una india, viviendo en una parte remota del pueblo, entre el enclave urbano y el bosque, podía convertirse en el centro de una que otra aberrante teoría de conspiración. No era la primera vez que alguien esperaba que un residente negro o un blanco simpatizante de la integración, cometiera un error, para hacerles pagar por años de lo que algunos consideraban convivencia impuesta.

—No me preocupa que se metan conmigo, pero esto es algo que puedes hacer... que debes hacer, Ray. Si estuviera en mis manos hacer algo por ese niño, te juro que no te ocupaba. No te quiero cerca de esta responsabilidad, pero pueden pasar cosas peores, sino  asumimos nuestro lugar.

Hasta ese momento Ray no procesó la razón por la cual la llamada le estaba haciendo sentir incómodo. En un principio pensó que le molestaba la imposición de su padre; sin embargo, ese era solo un aspecto.

En sus cuarenta y dos años de vida nunca había percibido temor o misterio en las palabras de su progenitor. Reginald Walker era un hombre decidido, entregado a sus convicciones, transparente. Por años sirvió a un pueblo que poco se ocupaba de su suerte. Hasta que, un accidente agrario le destrozó la rodilla derecha, dejándolo incapacitado. A pesar de eso, nunca pidió ayuda, no hasta ese momento.

Ray colgó el teléfono, se armó de un pequeño saco y un cuchillo de monte y, tras despedirse de su esposa e hija adolescente, a quienes advirtió que no abrieran la puerta a nadie, salió al encuentro con su padre.

Cuando llegó a la casa, su padre se encontraba sentado en el sillón del porche, con las luces apagadas, su silueta apenas si podía distinguirse contra el suave gris de las paredes. Silbaba una tonada, la cual Ray no reconoció en primera instancia, hasta que notó que no era más que el imitar el balanceo del sillón contra la madera en cada soplo que salía de entre sus labios. A sus pies se podía ver una pequeña nevera de playa, llena hasta arriba con hielo, para mantener frías una docena de cervezas.

—No te voy a invitar a pasar. —Su padre, quien por lo general era amable y amoroso, apenas si lo saludó con un gesto de mano, invitándolo a sentarse en las escaleras del porche, mientras le ofrecía una cerveza—. Quédate aquí, bebe conmigo y concéntrate en la línea de árboles que está aledaña al lado. Soy un viejo, y puedo verla claramente desde esta elevación, así que tú no vas a tener problemas.

—No tengo el más mínimo problema con tomarme una cerveza contigo, o dos, o diez, pero vas a tener que decirme qué te preocupa.

—Cuando eras pequeño, consideré contarte alguna que otra historia, pero no había forma de superar los cuentos de tu madre. Dios la tenga en la gloria, la única promesa que esa mujer no me cumplió en la vida fue dejarme morir primero... —Mientras tomaba un sorbo de cerveza, Ray no pudo evitar pensar en lo difícil que fue para su padre quedarse solo. A pesar de ser producto del amor de ambos y tal vez por el hecho de que sus padres hicieron lo imposible por dotarlo estabilidad, nunca entendería lo que arriesgaron al estar juntos—. El asunto es, que ninguna de mis historias es positiva. La visión del mundo que nuestros antepasados trajeron de Irlanda y Escocia era una severa, triste, atestada de terrores que no se quedaron del otro lado del océano. Cuando llegamos a esta tierra, no nos conformamos con moldearla a nuestro deseo, con traer a nuestros monstruos y pesadillas. Despertamos algo que llevaba siglos dormido en este suelo.

—¿A dónde vamos a llegar con la poesía, viejo? ¿Qué tiene que ver esto con la tribu, o las supercherías que pueden llevar a dos o tres blancos desubicados a atacar? —Iba de camino a tomar otro trago, cuando un reflejo visceral le hizo arrojar la botella y ponerse en pie, sin separar su vista de la arboleda.

Su padre sonrió con amargura.

—Sabía que no me ibas a decepcionar, Ray. Puedes verlos con la misma claridad que yo. No dejes de beber, es importante que lo hagas. No te quiero ebrio, no serviría de nada estarlo, pero estar tocado ayuda.

—¿Qué demonios es eso? La bruma está ascendiendo en vertical. Parece estar adhiriéndose a los árboles.

—A falta de una mejor palabra...

—Es tan alto como las copas de la arboleda...

—Solo porque necesita serlo.

Un silbido idéntico a la tonada que el padre de Ray reciprocó en la noche. El más joven de los Walker no pudo evitar que se le enchinara la piel, y, olvidando las advertencias, alejó la vista de la arboleda, para mirar a la cara a su progenitor. Fue solo un instante, pero al volver la vista, la bruma era más sólida y el silbido más potente. A su alrededor, la naturaleza hacía lo posible por ahogar ese llamado infernal, el siseo que con cada compás parecía convertirse en una voz humana.

—Waaaa... —La primera sílaba se extendió como el graznar de un ave nocturna, pero pronto se hizo evidente que el sonido tomó forma para decir, en una perfecta copia de voces familiares, el nombre "Walker".

—No tardará en acercarse, Ray, y créeme, no estás marcado para morir. Ve al cobertizo, saca el plato que está servido allí —le indicó su padre—. Camina hacia la niebla y tome la forma que tome, no le muestres interés. Solo pon el plato frente a ella y camina con seguridad, hasta que des con un rastro. No olvides, Ray, conviértete en uno con la ofrenda y síguelos a donde tienes que llegar.

El cobertizo estaba a medio iluminar. Una bombilla de bajo voltaje conectada a un cable se movía con el vaivén de la brisa que se colaba entre las columnas cortas que separaban el techo de hoja de metal de las paredes de madera. Varios conejos eviscerados pendían de ganchos metálicos. Bajo los animales, un cubo de plástico recogía la piel húmeda en sangre, entrañas y cualquier otro líquido que se desprendiera de los roedores, los cuales tal vez llevaban un par de días a la intemperie.

Ray se detuvo a observar el espectáculo grotesco, su mente consumida por lo que había visto minutos antes. Descolgó los animales, dejándolos caer en el envase. Desabrochó el cuchillo que llevaba atado en la pierna de su pantalón y en un momento de iluminación o desquicio total, hizo un corte sobre su antebrazo y mezcló su sangre con el contenido del cubo. Cortó un pedazo de su camisa y lo amarró sobre la herida, asegurándose de controlar el flujo de sangre, y salió al encuentro de su padre.

—Walker. Waaaaaalker. —La voz era más clara, se escuchaba cercana, pero nada podía distinguirse de entre la niebla, la cual parecía agitarse a varios centímetros del suelo.

—¿Confías en mí, Ray? —preguntó su padre.

—Debes estar muerto de la risa en tus adentros, viejo. Mi madre siempre decía que eras más indio que yo, por el hecho de que a ti se te hacía más fácil entender lo inexplicable. —Exhaló fuerte por la nariz, antes de decirle—: En el próximo par de minutos voy a tener que creer en todo, y en nada a la vez, si quiero salvar la cordura.

—¿Tienes miedo, Ray?

Las finas gotas de sudor resbalando por su sien contestaron la pregunta. Su padre le dijo que el miedo lo mantendrá alerta. Fue lo último que escuchó de él antes de caminar hacia delante.

Comenzó a moverse hacia la arboleda, mientras su padre reanudó el silbar en la oscuridad. Sus ojos, perfectamente ajustados al detalle, no perdieron tiempo en ver si algo se escondía en la neblina. Mantuvo su mirada en los patrones distinguibles frente a él, en el movimiento de las hojas en los árboles, el silencio repentino de los insectos, una que otra rama quebrada y lo que parecía ser una savia perlada resbalando entre la corteza de los abetos... ¿Sangre?

—Walkeeeer.

Algo largo, pegajoso y resbaladizo se adhirió a su brazo, desprendiendo el torniquete improvisado con el que había sellado su herida. La figura enjuta, bañada en azul, se arrodilló en el suelo y levantó la tela, olfateando. Le interesaba más la sangre en la camisa que la que corría por las venas de Ray. Sin levantar su rostro del suelo, extendió una mano esquelética hacia el cubo. Ray derramó el contenido en el suelo y, siguiendo las indicaciones de su padre, se movió hacia delante, en el camino, siguiendo la estela perlada que marcaba el punto de origen de aquellas cosas.

Seguía escuchando su apellido, a veces perfectamente pronunciado, otras como un rechinar infernal que respondía a una melodía macabra, la cual imitaba el silbido de su padre. Cada paso le provocaba perderse, Ray era un rastreador experimentado y aun con pleno conocimiento, el bosque a su alrededor parecía girar.

Por el espacio de un instante, vio a una de las criaturas tomar la forma de su madre. Su cabello negro y espeso parecía suspendido en el viento. La figura era apenas un espejismo. Al caminar, podía ver la extrema delgadez de la silueta impostora que avanzaba, a la expectativa de ser alimentada. Dejó de escuchar el silbido de su padre en la oscuridad y justo cuando pensó que había perdido la conexión a la razón con ese último suspiro, se encontró frente a una cadena de cavernas.

«Imposible», pensó. «Estas son las cuevas de Hollow Tree». Se encontró a unas cinco millas de distancia de la cabaña, seguro de no haber caminado más de veinte metros tras cruzar la arboleda.

Entró a la boca del abismo, el suelo arenisco le era familiar, lo que le hizo afianzar sus pasos. Sacó una linterna de mano del pequeño saco que casi olvidó llevar consigo, y arrojó luz en el área. Nada correspondió al reflejo, lo que indicaba que al menos no había depredadores cerca, aunque, la cantidad de huesos diminutos esparcidos en las partes más recónditas de la caverna aseguraba que la misma estaba habitada por... solo Dios sabría qué. Lo que había visto esa noche no se regía por ninguna ley natural. Escuchó un sollozo corto y concentró su atención. Después de todo lo que presenció esa noche, daría su vida por proteger algo tan humano como lo que llegaba a sus oídos.

—¿Hay alguien ahí? —Ray pudo escuchar el terror en su voz. El eco que distorsionaba el sonido que salía de sus labios le provocó temblar, expiando todo lo que hasta ese momento la adrenalina y la incredulidad le habían evitado traer a la luz.

Lo que encontró en esa cueva, cambió su vida para siempre. Y al volver a casa, la pesadilla terminó de cerrar un círculo.

***

Al llegar a la cabaña, un grupo de hombres uniformados esperaba en los predios, la luz de las patrullas era lo único que avisaba su presencia desde la distancia. La escena estaba envuelta en un terrible silencio.

—¿Ray Walker?

Una voz llamó desde uno de los autos policiales, utilizando un altoparlante. Ray colocó al pequeño que cargaba en brazos en el suelo, el chico se aferró a su cintura.

—En efecto. Mi nombre es Ray Walker —contestó, manteniendo sus brazos arriba—. Llevo un arma blanca, tradicional de la tribu, oficial, pero usted ya sabe eso.

Se escuchó una tercera voz, la voz familiar del alguacil de la reserva. El hombre se acercó junto a uno de los oficiales del pueblo, quien tenía interés en el pequeño. Key Sutherland no quería despegarse de su salvador, pero el hombre le dijo que era conveniente que lo hiciera.

El muchacho obedeció solo después de que el hombre le diera el visto bueno. Mientras caminaba hacia los policías estatales, no se cansaba de repetir en voz alta que Walker le había salvado. A pesar de su edad, e inocencia, entendía que a veces había que recalcar varias veces las cosas, cuando la gente no era del color adecuado.

—¿Dónde demonios estabas, Ray? —El alguacil indígena continuó—. Has estado fuera cuatro días. Tu mujer y tu hija están desesperadas. Llevo más de veinticuatro horas trabajando con la policía local.

La discrepancia en el tiempo no le hizo mella. Algo dentro de él estaba preocupado, no por lo vivido, sino por lo que no le estaban contando. Había tres carros de policía, y un cuarto vehículo, de recursos forestales, el cual estaba aparcado, bloqueando la vista al porche de la cabaña. Ray siempre fue de rápida reacción, y al notar la ausencia de hostilidad de parte de los oficiales, asumió que él no era el punto de interés, más bien, la víctima.

—¿Cómo es que mi padre no les dijo dónde estaba?

No esperó a recibir respuesta, avanzó hacia la cabaña. El oficial, que estaba atendiendo al niño Sutherland, había metido al chiquillo a la patrulla, distrayéndolo de ver lo que sucedía en la casa.

En el porche, el cuerpo de Reginald Walker yacía tendido, cubierto por una sábana oscura, junto a un sillón de madera destrozado. Ray apuró el paso.

El cadáver de su padre estaba mordisqueado en partes, en algunos lugares las laceraciones fueron tan profundas que destrozaron el hueso. Dentro de sí, Ray le permitió al niño que una vez fue, gritar, para luego cerrar los ojos, llevándose las manos a las orejas. El hombre, sin embargo, permaneció estoico, llenando cada uno de los espacios en la historia, con lo que solo él sabía y estaba condenado a no desvelar.

—Lo lamento, hermano. —El alguacil de la reserva dejó a un lado las formalidades—. Tu padre era un buen hombre. No quería que te enteraras así. Aparentemente, fue un oso en busca de comida. El cobertizo de caza estaba abierto y algo descuidado. Puede que se haya atraído por el olor. Las malditas probabilidades son una en mil...

Ray movió la cabeza en negativa. El alguacil guardó silencio, y se limitó a ir a la patrulla y volver con lo que parecía ser una pequeña bolsa de evidencia.

—Guardé esto para ti, Ray. Estaba metido debajo de una loza falsa, justo bajo el sillón de Reginald. Tiene una nota con tu nombre. Preferí guardarlo antes de hacerte pasar por la delegación de Grafton a recogerla.

Ray aceptó la funda transparente. En la misma  se podía apreciar un diario de viaje. Las páginas amarillas aparecían colmadas de apuntes. Una hoja blanca, que no pertenecía al libro original estaba presa entre la portada y las páginas. En ella se podía leer la frase «Para Ray». La fecha ilustraba el último día en que Walker habló con su padre.

Junto al diario, había un collar de cuero, del cual colgaba un cuarzo natural montado en plata. Ray nunca había visto a Reginald separarse de esa prenda. Era, sin lugar a dudas, lo más cercano a un tesoro de familia.

Con el tiempo, en esos días que se dedican a guardar el luto, Ray encontró en las páginas del diario el motivo de los silencios de su padre, y de una vez, entendió cuál era su responsabilidad para con el pueblo de Grafton.

De las tantas cosas que atormentaron su vida, las que robaron horas a sus noches tejiéndose en pesadillas, solo una no le preocupaba. Era por eso que no temía volver al bosque a acampar con Annie. No después de descubrir que su padre decidió sacrificarse aquella noche, aun sin tener constancia de que Ray consiguiera salvar al chico Sutherland. Los Walker pagaron el precio. La protección de cuarzo, que ahora colgaba del cuello de su nieta, era la garantía.

Aquellos que habitan ocultos entre la niebla cumplieron su promesa, como su padre sabía que lo harían. Con la muerte de Reginald Walker se saldó una deuda. El saldo de generaciones fur pagado para Ray y los suyos.

Para otros, si embargo, quedaban cuentas por cobrar...

Navahu'u- Denominación original de los Navajos

Aniyvwiya- Denominación original de los Cherokee

Skinwalkers: Cambia formas de las tradiciones Navajo. Los skinwalkers son malvados y por lo general se consideran elementos tribales importantes relacionados con la sanación que se dejaron seducir por el lado oscuro de sus prácticas, adquiriendo la capacidad de adoptar la forma de un animal para hacer daño.

No pierdo nada con decir que los monstruos en esta historia, NO son skinwalkers. 😉

¿Alguien tiene idea de qué pueda tratarse? Si adivinan, les regalo un chocolate al final de la historia.

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