we dreamed impossible things

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rachel brosnahan and chris evans
as FLORENCE AND STEVE

.  * . ° :.  . • ° .   °  . ✩ ° .



❝i said, "oh my, what a marvelous tune",
it was the best night,
never would forget how we moved❞



Florence conoció a Steve en el verano del '43.

Esa tarde él debía estar en el cine de Brooklyn, lo que terminaría llevándolo a una pelea callejera con un bravucón. Florence lo salvó al cambiar algunos detalles en la línea de tiempo sin querer.

En otro universo, Steve Rogers estaba destinado a enamorarse de Peggy Carter pero serían separados, y cuando despertara en el siglo XXI, debía ser seducido por Annika Soloviov, mientras Florence no debía ser más que una amiga de Carter.

Pero en este universo, nada ocurrió así. ¿Qué pasaría sí la Capitana Carter fuera la primera vengadora y Steve Rogers un chico normal que encontrara a su pareja perfecta en el momento indicado?

Justamente era un día ventoso muy peculiar, el rubio caminaba cabizbajo con las manos en sus bolsillos por la acera, aproximándose al cine para entretenerse con los dibujos animados. Adoraba dibujar, y le fascinaba incluso más aquella innovación en su arte. Así mismo como le llamaría la atención el patrón estampado en el pañuelo que terminó en su brazo por error o destino.

Florence salía de su floristería, separada del cine por un par de locales. La Vie In Rose. Era peculiar ser mitad francesa en Estados Unidos, incluso difícil, considerando el estallido de la guerra, pero su estilo de vida se basaba en pensar en rosa.

A pesar del racionamiento, la ojiazul se las arreglaba para mantener su elegante apariencia, y como toda señorita aristócrata, debía llevar un pañuelo envolviendo su cabello para evitar despeinarse, el cual estaba por atar cuando salía del establecimiento, hasta que un fuerte ventarrón lo hizo volar de sus manos, y solo se detuvo con el brazo de Steve.

Con unos segundos de diferencia, ambos se exaltaron, y luego los dos pares de ojos azules se conectaron en medio de la multitud que transitaba la calle.

El rubio tomó el pañuelo de su brazo con delicadeza, asegurándose que no siguiera volando, mientras la mujer lo buscaba con la mirada, lo que él pudo notar, así que se lo mostró con una sonrisa tímida, preguntándole en silencio si ella era la dueña, a lo que respondió con un asentimiento y la misma sonrisa ligera y contagiosa del hombre.

— Por todos los cielos, que tonta. —exclamó una vez se acercó al hombre, sonrojada.— Muchas gracias.

— No es nada, solo... —y en cuanto subió la mirada del pañuelo a los ojos de la mujer, se quedó sin habla.— es hermoso, el pañuelo, —se apresuró a aclarar, nervioso.— como usted es igual de hermosa, claro que hermosa como una mujer, no como un pañuelo, pero no quiero sonar irrespetuoso... —continuó hablando entre constantes balbuceos, hasta que la mujer lo detuvo rozando su mano para tomar la prenda.

— Es usted muy amable. —sentenció, regalándole una suave sonrisa que marcaba sus hoyuelos, y ya le había quitado el aliento más de una vez.— Muchas gracias, —continuó, atando su pañuelo firmemente esta vez.— y gracias por salvar mi pañuelo.

La pelinegra le ofreció la mano enguantada como saludo, y el ojiazul aún atónito, la tomó para darle un apretón.

— Fue un placer ayudar a una dama. —declaró con toda la seguridad que alguna vez había reunido, y por un par de segundos, le mantuvo la mirada.

Sus ojos eran azules, idénticos a los suyos, pero en ella se veían incluso más brillantes, y mucho más hermosos. Tenían luces de estrellas.

Enchanté. —correspondió en el idioma natal de su padre, dejando aún más sorprendido a Rogers por su impecable pronunciación.

Todo en ella podía ser calificado de esa manera: impecable. Su caminar cuando lo rodeó y siguió su camino, el movimiento de su cabello, y la expresión de vergüenza que ocultó en una sonrisa cuando volteó a verlo y notó que él la seguía observando.

Ella era la imagen viviente de las princesas de los cuentos de hadas, la misma que lo salvaría como un caballero de brillante armadura.

Unos segundos luego de que la mujer siguió caminando con un notable sonrojo, el rubio se dirigió al lado contrario para seguir su ruta hacia el cine.

Ese efímero encuentro entre ambos, creó un retraso, y por lo tanto un cambio en los acontecimientos de esa línea temporal. Cuando Steve llegó al cine ya la película había iniciado, se habían terminado las entradas, así que volvió a la calle, donde rápidamente divisó a su amigo soldado.

Solo que el hombre hizo una parada antes de encontrarse con el rubio.

— Señorita. —saludó Barnes a Florence, retirándose su sombrero con una sonrisa socarrona.

— Soldado. —correspondió la ojiazul con una sonrisa de lado.

Steve al verlos desde lejos, se lamentó que nunca tendría el encanto natural de Bucky con las mujeres, sin saber que Florence jamás podría ver a su amigo con la misma devoción que a él. Pero pronto se enteraría.

— Buck. —saludó Steve, interrumpiendo la breve que conversación que mantenía el hombre con la dama.

— Es Soldado Barnes ahora. —alardeó su amigo, viendo de reojo a la pelinegra, esperando una reacción.

— Hola de nuevo, señorita. —saludó el rubio con un ligero asentimiento de cabeza.

— Soy Florence. —aclaró ella, sonriendo.

— Rogers. Steve Rogers. —agregó él, aclarando su garganta para intentar que su voz sonara más profunda.

Inevitablemente ella lo encontró adorable.

— Y yo comienzo a sentirme incómodo, amigo. —intervino Bucky al haber quedado en medio de risitas, sonrisas y miradas.— Señorita Florence, ¿le gustaría acompañarnos?

— ¿A dónde vamos, Buck? —cuestionó Rogers con confusión.

— Al futuro.

.  * .  .   °  . ✦ ° . 

Se suponía que la pelinegra era la cita de Bucky, junto a las primeras dos chicas que ya había invitado. Pero si ella había accedido era para charlar junto a Steve, así que habían estado juntos gran parte de la exhibición del futuro de Stark, comentando y bromeando acerca de su entorno.

Al menos hasta que Steve le pidió que lo esperara un momento y fue a presentar su postulación por quinta vez. Otro giro decisivo en la historia.

— Si solo tienes un par de horas antes de ser llamado Soldado, —reflexionó la francesa luego de haberlo felicitado por ser finalmente aceptado en el ejército.— ¿no deberías aprovecharlas?

— No soy experto en la diversión realmente. —mencionó con algo de vergüenza. Florence había aprendido que cuando Steve superaba la timidez, era encantador de una manera única.

Era inteligente, pero sin presumir al respecto, recatado y con excelentes modales a pesar de su clase social. Le había dejado saber que la consideraba hermosa y que disfrutaba su compañía sin necesidad de tocarle un solo cabello o incomodarla. Steve era un sueño.

— Tienes suerte que soy muy divertida y tengo un par de ideas. —presumió, colocándose sus guantes de nuevo.— ¿Salimos de aquí?

— Te sigo, Florence.

En cuánto ella lo tomó de la mano, tiró de él y comenzó a correr sin soltarlo, tomándolo por sorpresa.

— Debes temerle a una mujer que puede correr con tacones, Stevie. —advirtió, volteando a verlo de reojo mientras corrían.

Con sus ojos, él le dijo en silencio que ella era asombrosa.

Al salir de la Expo, tomaron un taxi hasta Coney Island, con la mujer pidiendo repetidamente que se apresurara para llegar antes de que cerraran el parque. Steve le contó con bastante vergüenza que no era fanático de las montañas rusas luego de malas experiencias. Florence prometió tomarle la mano si lo necesitaba.

Desde ese momento ya podían considerarse enamorados.

— Ven, Steve. No perdamos la fila. —lo apresuró la pelinegra, mientras él estaba probando su punteria en vano, intentando ganar un premio sorpresa para ella.

Florence había hecho la fila para subir al Wonder Wheel. Steve pensó que su plan de comprar palomitas mejor debía ser pospuesto.

— Esta mañana no me hubiera imaginado aquí, viendo mi ciudad desde lo alto, —comentó el rubio, una vez la rueda de la fortuna se detuvo mientras estaban en su punto más alto.— a punto de ir a cumplir mi deber con mi país, y acompañado de una maravillosa mujer. —cuando giró a verla y pudo ver lo conmovida que estaba con sus palabras, se alegró de haber sido valiente para pronunciarlas.— Gracias, Florence.

— Esta es la prueba de que está bien soñar cosas que parecen imposibles, Stevie. —le regaló una hermosa sonrisa, y ambos adoraban como sonaba ese apodo saliendo de sus labios.— Estamos hechos de polvo de estrellas, así que tarde o temprano llega nuestro momento de brillar, —subió su mano hasta dejarle un reconfortante apretón en el hombro.— este es el tuyo.

Steve había quedado sin palabras. Por una parte tenía un nudo en la garganta, nunca esperaba que alguien profesara su fe y orgullo hacía él, mucho menos como lo había hecho Florence. Además de eso, estaba muy ocupado admirandola, no quería olvidar ni un poco su rostro cuando fuera a la guerra, sin garantías de poder volver a verla.

— Tus ojos tienen estrellas. —susurró el rubio, sin poder dejar de ver esos grandes orbes azules frente a él, donde todas las luces del parque se reflejaban.— Tu risa tiene esperanza. Y realmente crees en tus palabras.

Por primera vez, los roles se invirtieron y la atónita fue ella.

— Nunca dijiste tener un rasgo poético.  —mencionó, intentando ocultar su sorpresa inicial.

— De hecho, debiste notar que las palabras no son mi fuerte. —aclaró el rubio, encogiendo los hombros.— Me gusta dibujar.

— ¿De verdad?, —la mujer se giró un poco más hacia él, enfatizando su sorpresa pero también su interés en el tema.— ¿haces retratos?

— No son muy buenos. —una mueca denotó su incomodidad. No debió mencionarlo.

— Steve, no debes confundir ser humilde con desprestigiar lo que haces... —intentó persuadirlo, y en el proceso colocó su mano en su hombro.— uh, hora de bajar. —la francesa se sobresaltó en cuanto sintió como la rueda avanzaba nuevamente, sentándose derecha.

Ambos tomaron un momento en silencio para apreciar los últimos instantes que les quedaban en las alturas, así no olvidar aquella noche estrellada que era testigo del amor floreciendo entre ellos.

— ¿Quieres pasear por el muelle? —ofreció Rogers, tomando la iniciativa al notar que estaban por tocar el suelo.

— ¿Un pretexto para quitarme estos zapatos? —la pelinegra señaló sus tacones con diversión.— Claro.

Él le ofreció su mano para ayudarle a bajar del juego, y luego la soltó. Ella entrelazó sus brazos y él sonrió.

Se podía oír en su silencio. Había amor.

Salieron de Coney Island, detrás de ellos todas las luces del parque se iban apagando. Pero aún en la oscuridad podías saber que estaban sonriendo.

— Apuesto a que ahora puedo correr más rápido que tú. —lo retó Florence al quitarse los zapatos y tocar la arena con sus dedos.— ¡Ahora!

La pelinegra corrió sin previo aviso, dejando a Steve asombrado una vez más, quien al darse cuenta de su estrategia soltó una carcajada. Se rió como hacía mucho tiempo que no reía y fue tras ella.

— Eso fue jugar sucio. —se quejó una vez logró alcanzarla en la orilla del mar, y estaba notablemente cansado por su dificultad al respirar.

— Me temo que en el ejército no tienden a jugar según las reglas. —se burló la mujer, aunque realmente se encontraba preocupada por su estado.— A una vieja amiga la reclutaron, lo que me ha contado sobre los soldados no es lindo.

— Ciertamente no me agradan los matones. —agregó Steve, sentándose en la arena sin importarle demasiado.

— ¿Entonces por qué ir a la guerra? —Florence lo imitó, sentándose junto a él. Solo entonces se retiró sus guantes y acarició la arena mientras esperaba la respuesta del rubio.

Aunque este estaba muy concentrado en ver los gestos de sus manos.

— Es mi deber defender a mi patria, proteger a la gente. —aseguró el hombre, y fue realmente admirable la convicción en su tono.

— ¿Por qué lo sientes así? —quiso saber, porque para ella carecía de sentido meterse a si mismo a la boca del lobo por cumplir con un deber que no le pertenecía.

No lo entendía tal vez porque venía de una familia aristocrática y acomodada, en una casa donde nunca le había faltado nada. Tal vez porque ni la guerra ni la política le habían quitado nada. Siempre había sido libre de hacer lo que quisiera, mientras se comportara como una señorita.

— Sé lo que es estar solo, —comenzó a reflexionar el rubio, mirando el mar moviéndose.— que nadie te proteja, solo tengo a Bucky, así que si puedo hacer la diferencia y ayudar a alguien o salvarlo, lo haré.

Florence dejó escapar una ligera risita, lo que hizo que él girara a verla, momento que ella aprovechó para acercar sus manos.

— Steve Rogers, tus intenciones ya son de un héroe.

...

Solo porque vengo de ver What If? 2x05 y revivió mi amor por este fic. (Y la convencieron de que tenía que crear otra pareja para Steve porque Peggy es de Nat)

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