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—Jennie, espera un momento —puso ambas manos a la altura de los hombros de la coreana y se separó lentamente. Lisa se sintió totalmente descolócala al ver los ojos acuosos de la contraria. Jamás había pasado por algo parecido y no sabía exactamente qué hacer—. Hey. ¿Estás bien? No te pongas así —un ligero sollozo se escuchó, alarmándola de inmediato y es que no faltaban los chicos metiches que se metían en situaciones que no le correspondían—. Jennie, por favor, cálmate. Nos están viendo, no hagas eso —susurró cerca de ella, tomándola del brazo.

—Es que yo ya no quiero ser así, yo quiero cambiar p-por ti —sorbió de su nariz y la miró fijamente.

Las mejillas de Lisa se encendieron con un fuerte color carmesí. No entendía cómo podía decir esas cosas tan a la ligera.

De seguro lo hace siempre, su subconsciente le respondió. Dejándola levemente decepcionada porque podía ser muy cierto y ella quería tenerla
como amiga. Jennie solo estaba jugando.

—Uh, lo harás, sé que podrás. Pero no lo hagas por mí, sino por ti misma —comentó suavemente. Iba a decirle algo más, pero la campana pegada en lo alto de una columna, la alteró. ¡Iba allegar tarde! Soltó el agarre que tenía en Kim y acomodó la correa de su mochila—. Yo tengo que irme, hasta luego —habló rápidamente, para luego irse corriendo.

La castaña intentó tomar su mano, pero ya era muy tarde. Lisa ya se había ido.

—Me gustas, me gustas mucho —bisbiseó quedo y algo triste.

Se limpió las pequeñas lágrimas de sus mejillas con la manga de su chaqueta y algo cabizbaja y con desgana se fue al salón donde le correspondía la clase de Literatura. No tenía ganas de nada que no fuera ir a su casa y dormir hasta quitar los estragos en su corazón. Al menos solo le faltaba dos horas y podía largarse al olvido por todo el fin de semana.

—Me odio —murmuró enojada consigo misma.

Lisa descansaba plácidamente en su adorada cama, ni bien terminaron las clases se dirigió a su apartamento y avanzó algunas tareas hasta las once de la noche. Luego de ello, sintió que sus ojos ardían producto del sueño que se colaba por su organismo. No lo dudó mucho y luego de darse una relajante ducha, se acomodó entre sus sábanas. Asegurándose que podría hacer las tareas mañana ya que sería sábado.

Sin embargo, no contó con que su celular sonara insistentemente en la mesita de noche. Gruñó disgustada y muy a su pesar tuvo que reincorporarse hasta tomar el móvil en su mano. Sus ojitos se expandieron entre sorprendida y molesta.

—¿Quién puede llamar a la 1:50 de la madrugada? —murmuró, jurando mandar a volar a quién sea que había interrumpido sus preciadas horas de descanso—. ¿Aló? —dijo con la voz algo alzada.

—¿Es usted una tal Lisa? —la pelinegra tuvo que alejar el móvil de su oreja porque aquella tipa había gritado y de fondo podía estar segura que se escuchaba música a un volumen alto y realmente exagerado.

—¿Quién es? —contraatacó, no reconocía la voz de la otra muchacha y tampoco quería arriesgarse a darle su identidad.

—¿Conoce a Jennie Kim, verdad? Soy una de sus amigas.

—¡¿Qué?! —frunció el entrecejo claramente confundida—. Si esto es una trampa o una broma de mal gusto, les aseguro que-

—¡No, no, no! Por favor, tiene que creerme. Jennie es mi amiga y hoy con un grupo fuimos a beber. Ahora está demasiado ebria y no quiere moverse de su sitio. Solo dice: "Lisa, Lisa y más Lisa".

—¿Cómo diablos consiguió mi número?

—Busqué en el celular de Jennie y la tenía agendada. Así que preferí llamarla, quizás usted le haga cambiar de parecer.

¿Agendada? Ella estaba totalmente segura que nunca le dio su número de teléfono a Jennie. Lo pensó mejor. Jisoo. La pelinegra gruñó por lo bajo, ya luego le reprocharía a su amiga por haberle dado su número telefónico.

—¡Ah! ¡Es demasiado tarde! Lo lamento pero-

—Se lo pido, por favor. Yo necesito volver a mi casa pero no puedo dejar a Jennie aquí. Es demasiado necia que no quiere ni moverse.

Lisa cerró los ojos tratando de pensar las cosas bien. Sabía que se arrepentiría después, pero tampoco podía dejar sola a la extraña castaña, su consciencia no la dejaría en paz.

—Dios. Está bien, voy para allá. Envíeme la dirección por mensaje.

—Ya mismo. ¡Gracias!

Y sin más, tuvo que levantarse para quitarse el pijama y ponerse ropa que evite hacerla temblar de frío cuando salga a la calle. En un par de minutos le llegó el dichoso mensaje, tomó su bolso y junto a su celular emprendió camino.

Solo esperaba a que Jennie se recuperara, le iba a dar una reprimenda por ser tan irresponsable.

Cuando bajó del taxi, jamás espero ver lo que justamente ahora está viendo. Rápidamente pagó y se dispuso a caminar hacia las afueras de aquel local, donde Jennie Kim estaba nada más ni nada menos que en el techo de un automóvil estacionado, gritando y totalmente ebria hasta por los poros.

—¡Lalisa Manoban, me gusta! ¡Me gustas mucho, maldita sea! —gritaba fuertemente, maltratando sus cuerdas vocales.

Y Lisa, bueno ella no sabía ni cómo cubrirse el rostro totalmente sonrojado.

—¡Hola! ¿Eres Lisa? Dime que sí —una chica, mucho más baja y de marcados hoyuelos al sonreír por verla, se puso frente a ella.

—Yo, uhm, sí soy yo.

—Un gusto, mi nombre es Chaeyoung —le extendió la mano y la pelinegra correspondió al saludo—. ¡Gracias por venir! En serio, ya no sabía cómo hacer para calmarla, estuvo llorando hace más de una hora y justo ahora se puso a gritar.

La castaña seguía llamando la atención de todos ahí.

—¡Soy una tonta por ti, Manoban! ¡Soy una total tonta! —tiró al suelo la botella de cerveza, haciendo que esta se rompiera en miles de pedacitos. El bullicio era insoportable.

—¿Siempre hace estas cosas? —preguntó la tailandesa algo avergonzada.

—No, para nada. Simplemente bebemos, cantamos y reímos de nuestras anécdotas. Hoy nos invitó estando algo desanimada y ahora está así. Jennie tiene buena resistencia al alcohol pero cuando menos nos dimos cuenta se había excedido totalmente. No la comprendo, intenté preguntarle pero no me dijo nada.

—¡Ah, nunca he lidiado con alguien así de ebria! —su leve grito fue lo suficiente como para que Jennie pudiera identificarla.

—¡Lisa! —sus ojos se abrieron desmesuradamente y no dudó en intentar bajar.

—¡Mierda, se va a caer! —expresó la rubia con miedo, corriendo hasta el automóvil—. ¡Ya Jennie, espera! Toma mi mano e intenta bajar con cuidado.

En un par de segundos, ni bien la castaña pudo volver a tocar el suelo, fue apresuradamente hacia Lisa con los brazos extendidos. Rodeando su cintura y pegando su rostro en aquel delgado cuello.

—Estás aquí ~ estás aquí conmigo —fue lo que susurró estando medio adormilada.

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