Uno: Rey de la mala suerte

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng


Tres meses y medio antes.


Park Sunghoon jamás se había considerado a sí mismo como alguien con mucha suerte pues constantemente tropezaba por ahí de un lado a otro. Tenía más que comprobado que la vida, Dios, el universo o como deseen llamarle, se ensañaba bastante con él desde que su madre se casó por tercera vez creyendo haber encontrado ahora sí al compañero ideal.

Tal vez como pareja si lo era, Jaemin había sido un esposo excepcional que apoyó a su progenitora hasta su último momento (porque sí, su infortunio parecía apenas iniciar y terminó perdiendo a su madre a sus quince años, dejándolos a su hermano menor Jo y a él bajo el cargo de Na Jaemin), pero definitivamente, cómo padrastro era similar a vivir en el mismísimo infierno.

Desde que su madre se fue, Sunghoon ha tenido que encargarse de casi todas las tareas que involucran el aseo del pequeño teatro que solía ser propiedad de su madre. Ahora, casi vacío, se pasa los días buscando con desespero artistas que puedan atraer el suficiente público para devolverle sus días de gloria al lugar, empero, el tener que dividirse entre sus estudios universitarios y el trabajo lo han hecho posponer esa tarea hasta que se encuentra contra las cuerdas, ya que ha escuchado a su desagradable padrastro tener una conversación telefónica en donde dice que venderá el lugar a una agencia que planea convertirlo en alguna especie de bar nocturno.

Sunghoon en el fondo creé que lo hace para así poder echarlo a la calle, sus veinte ya se acercan por lo que puede deslindarse de él sin problemas. Sin embargo, ni loco permitirá eso. Ni el ser botado a la intemperie, ni la venta del lugar y mucho menos dejará a Jo bajo el cargo del hombre, tiene un plan entre manos y solo espera su vigésimo cumpleaños para llevarlo a cabo.

Solo seis meses más. Únicamente debía resistir eso, pero ¿cuánto más podría hacerlo? Ya se estaba cansando de ser obligado a lavar baños (los cuales no entiende por qué rayos están tan sucios si el lugar es un vil pueblo fantasma gracias a su padrastro) y forzado a ser el responsable de mantener todo el piso en pie, Sunghoon ya hasta tenía pesadillas con trapos y trapeadores.

Como si tener un padrastro infernal no fuese suficiente, el hombre venía con un dúo de chicos pegado, estos eran tan solo un año menor que él, pero le hacían la vida imposible a escalas estratosféricas. Sunghoon los llama Riki al cuadrado debido a que son mellizos y ambos poseen el mismo nombre, aunque sus personalidades y físico resultan sumamente diferentes. Para empezar, uno es bastante alto y tiene el cabello rubio y a modo de diferenciarse de su hermano mayor, ha adoptado el apodo de Ni-Ki. A él Sunghoon lo identifica por ser un auténtico imbécil, constantemente vuelve un desastre el lugar invitando a sus amigotes universitarios y poniéndose hasta el tope de borracho durante los fines de semana. Sunghoon ha tenido que contener repetidas veces las ganas de saltar a ahorcarlo.

Totalmente opuesto a su mellizo, el segundo Riki, mejor conocido como Ta-Ki, es más llevadero, tiene el cabello de un negro profundo y mejillas regordetas que le dan ganas de pellizcar además de usar gafas al igual que él. Sunghoon casi podría denominarlo un ángel y lo haría, solo si éste no fuese totalmente manipulado por su padrastro y su hermano menor para ser una calca exacta en su forma de tratarlo, aunque puede ver en su mirada que no se siente cómodo siendo insoportable con él y lo confirma cada que recibe a escondidas algunos dulces y periódicos en la sección de empleos debajo de la puerta de su habitación los fines de semana, ha estado buscando pequeños trabajos aquí y allá y tal parece que Ta-Ki está al tanto y hacer eso es su forma de decir «lo siento, por todo».

Sunghoon se lo agradece en lo profundo.

—Ya llegué —Sunghoon anuncia, atravesando la entrada del teatro hasta ingresar a la parte trasera que da la bienvenida al piso que es donde se encuentran las habitaciones y el área de cocina. Suspira pesadamente antes de arrojar su mochila negra a una esquina detrás de la barra y sentarse sobre el primer asiento que ve, esperando escuchar el ruido de pequeñas pisadas llegar, pero cuando pasan los minutos y lo único que lo recibe es un joven pelinegro con una evidente cara de pánico siente su estómago revolverse.

Se incorpora de golpe y marchando furioso hasta otra de las habitaciones ingresa y se posa al frente de un par de mellizos que se encuentran completamente sumidos en sus propios asuntos. Jo lo sigue en silencio.

—¿Cerraron la puerta trasera como les pedí? —preguntó. Ni-Ki alzó una ceja y rodando los ojos salió de ahí, murmurando algo sobre que no era asunto suyo, cosa que lo hizo apretar la mandíbula. ¡Se los había pedido de favor, maldición!

Ta-Ki palideció.

—Lo siento. Lo olvidé, me quedé más tiempo del esperado en la universidad y voy llegando —se disculpó llevándose las palmas al rostro con evidente vergüenza. Sunghoon suspiró pesadamente, realmente con Ta-Ki no podía molestarse, no cuando veía sinceridad en su rostro.

—Está bien —fue lo único que susurró, girándose para ver a su hermano menor —. Iré a buscar a Gaeul, no debe de estar muy lejos, no sabe ir más allá del vecindario.

—Te acompañaré —respondió su hermanito, tomando su enorme sudadera y colocándosela a prisas para ir tras él. Ta-Ki vaciló viendo a los dos hermanos prepararse para salir en búsqueda de la pequeña caniche. Se sentía un poco culpable ya que a él en específico le había sido solicitado el cerrar la puerta del patio para que la perrita no se escapara otra vez, pues ésta siempre aprovechaba cuando los repartidores del lugar venían a dejar indumentaria que su padrastro solicitaba para, según él, invertir en la prometedora carrera musical de los mellizos.

—Los ayudaré. Tal vez entre los tres podamos encontrarla más rápido —dijo. Jo miró a su hermano mayor con duda y éste alzó una ceja, pero al final acabó asintiendo. En ese momento se encontraba sumamente exhausto y lo único que deseaba era correr a su cama teniendo a su linda mascota en brazos.

—Buscaré en la calle principal —Jo, quien sorpresivamente era mucho más alto que sus dos mayores informó, recibiendo una afirmativa de Sunghoon.

—¿Puedes revisar el mercado? A veces le gusta ir con la señora Lee. Tiene un par de corgi con los que se lleva muy bien —preguntó y Ta-Ki asintió, poniéndose en marcha de inmediato. Él iría a revisar los callejones por lo que compartiendo una mirada con Jo, se puso manos a la obra, dándole un corto vistazo al cielo repleto de tonos grisáceos gracias a las nubes de tormenta amontonadas.

Pronto llovería, así que rogaba por no demorar mucho antes de conseguir dar con Gaeul.



...



Aproximadamente cuarenta y cinco minutos después de búsqueda sin descanso, los tres chicos están reunidos nuevamente en la entrada del teatro con caras afligidas. Jo tiene un mohín pronunciado y Ta-Ki aún lo mira con la culpa pintando sus ojos. Sunghoon les regala una pequeña sonrisa aunque por dentro está muy frustrado.

—Será mejor que entren, en cualquier momento lloverá —dijo, dándole unas suaves palmadas en la espalda a su hermanito —. Yo seguiré buscando, debe estar por algún lado.

Jo tuerce sus labios no muy convencido.

—Nunca habíamos tardado tanto en encontrarla. ¿Y si algo malo le pasó?

Jo tenía sus orbes cristalizados, quería demasiado a la perrita de rizos y pelaje blanco que la idea de que le hubiese sucedido algo le estrujaba el pechito.

—Es lista, estará bien. Seguramente anda escondida. La traeré de vuelta sana y salva —prometió, dejando suaves caricias sobre su hombro. Jo afirma resignado e ingresa al teatro con Ta-Ki pisándole los talones.

Una vez que se encuentra solo, exhala.

«Por favor, aparece».

Aunque ya había ingresado previamente a esos lugares para revisar, Sunghoon vuelve a internarse entre los callejones húmedos y oscuros de la inmensa y acelerada ciudad de Nueva York, pues cuando Gaeul tenía miedo acostumbraba a esconderse en lugares cerrados hasta que alguien venía a sacarla y debido a que algunos estruendos provenientes del cielo ya se habían escuchado repetidas veces, suponía que su caniche debía estar bastante temblorosa.

La noche había caído ya, por lo que le era algo difícil el ver por dónde pisaba exactamente, pero agradecía que los faroles se encontraban en funcionamiento (o al menos, su mayoría). Salió de un callejón para encontrarse con una avenida por la cual transitaban una cantidad considerable de automóviles y ahí, la vio. Estaba en medio de la calle, asustada y sin saber cómo moverse, Sunghoon sintió su corazón paralizarse con ello ya que Gaeul era una perrita de casa que no estaba nada familiarizada con el exterior.

—¡Gaeul! —La llamó cuando escuchó el sonido de un claxon resonar contra sus oídos, empero, antes de que pudiera siquiera reaccionar para intentar hacer algo, un chico con una gorra y capucha colocada corrió, lanzándose hacía la perrita para envolverla entre sus brazos y así, conseguir apartarla de la avenida justo a tiempo. Los autos lo rozaron, por lo que se quedó estático hecho bolita hasta que fue libre para cruzar al otro lado.

Sunghoon boqueaba asombrado.

—¡Estás demente! Dios... —Exclamó, sin saber que decir exactamente una vez que el chico depositó a la caniche en sus manos. Sunghoon pareció encontrar las palabras correctas para agradecerle tras unos minutos, pero repentinamente, el desconocido se sobresaltó al escuchar un bullicio a su espalda y tomándolo completamente desprevenido, lo empujó al interior del callejón del que había salido previamente.

—No digas nada, por favor —pidió y procedió a hundir su rostro en la curvatura de su cuello, sacudiéndolo entero cuando el aroma de la colonia del contrario y su aliento tibio rozaron su piel.

En ese instante, las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer.

Jodida suerte que tenía, no había cargado un paraguas consigo y tenía a un chico encima el cual lo había hecho sonrojar hasta las orejas. Aunque, ¿Debía adjudicarle eso a su mala racha? ¿O era una especie de golpe de suerte?

Solo el tiempo se lo diría.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro