lxxii. A Sleeping City

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chapter lxxii.
( the last olympian )
❝ a sleeping city ❞

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Annabeth tiene un escudo muy chulo. Hablo en serio. Entre la ciudad dormida, mientras bajábamos a las aceras del Empire State, hizo que Argos le diera este escudo tan chulo antes de que tuviera que salir a defender el Campamento. Era uno de los inventos de Dédalo, y cuando nos dijo que se podía ver cualquier objetivo (bajo el sol y la luna, siempre que la luz natural lo toque) nos agolpamos alrededor inmediatamente mientras nos lo enseñaba.

Y tenía razón. Podíamos ver todo.

—¡Whoa! —exclamó Connor—. Retrocede un poco. Enfoca ahí.

—¿Qué? —preguntó Annabeth, nerviosa—. ¿Has visto invasores?

—No, ahí, en Dylan's, la tienda de golosinas —miró a su hermano con una sonrisa—. Está abierta, colega. Y todos los dependientes dormidos... ¿Me lees el pensamiento?

—¡Connor! —lo reprendió Katie—. Déjate de bromas, esto es muy serio. ¡No vais a saquear una tienda de golosinas en medio de una guerra!

—Perdón —musitó, aunque no parecía muy avergonzado.

Annabeth pasó la mano frente al escudo y apareció otra imagen: la avenida Franklin Roosevelt y, al otro lado del río, creo que el parque Lighthouse. (Sí, el Lighthouse, Percy me lo aseguró después).

—Así podremos ver lo que pasa a lo largo de la ciudad —dijo ella—. Gracias, Argos. Espero que volvamos a vernos en el campamento... un día de éstos.

Argos emitió un gruñido y lanzó a Percy una mirada de «Buena suerte; vas a necesitarla» antes de subir. Las arpías lo siguieron serpenteando entre los coches parados en medio de la calle.

Percy llamó con un silbido a la Señorita O'Leary, y ella vino saltando. La única feliz de todos nosotros.

—Eh, chica. ¿Te acuerdas de Grover, el sátiro que vimos en el parque?

—¡WOOF!

(¿Significa eso que sí? Me gustaría poder hablar con los perros como Percy puede hablar con caballos y peces.)

—Necesito que lo localices —continuó—. Comprueba que sigue despierto. Nos va a hacer falta su ayuda. ¿Entendido? ¡Encuentra a Grover!

La Señorita O'Leary le dio un beso descuidado y Percy torció el rostro. Luego, ella salió corriendo hacia el norte.

Pólux se agachó junto a un policía dormido, frunciendo.

—No lo entiendo. ¿Por qué no nos hemos quedado dormidos también? ¿Por qué sólo los mortales?

—Es un hechizo inmenso —dijo Silena—. Y cuanto mayor es su alcance, más fácil resulta resistirse a sus efectos. Para dormir a millones de mortales, sólo has de usar una magia superficial. Dormir a semidioses es más difícil.

Percy se quedó mirándola.

—¿Dónde has aprendido tanto sobre magia?

Se ruborizó.

—No paso todo el tiempo probándome vestidos.

—Percy —intervino Annabeth, todavía concentrada en el escudo—. Será mejor que vengas a echar un vistazo.

Cain, Percy y yo miramos por encima de su hombro. El reflejo de la superficie de bronce mostraba el estuario de Long Island Sound, donde una docena de lanchas surcaba las aguas oscuras hacia Manhattan. Cada una estaba repleta de semidioses con armadura griega. En la parte trasera de la embarcación principal, un estandarte púrpura con una guadaña negra ondeaba en el viento nocturno: Cronos.

—Explora todo el perímetro de la isla —pidió Percy—. Rápido.

Desplazó la imagen al sur hasta el puerto y un ferry de Staten Island avanzaba entre las olas ya muy cerca de Ellis Island. La cubierta estaba infestada de dracaenae y de una manada de perros del infierno. Nadando delante del barco iba un nutrido grupo de mamíferos marinos: telekhines. Una vez más, la escena cambió, mostrando la costa de Jersey justo a la entrada del túnel Lincoln. Un centenar de monstruos de todo tipo desfilaban por los carriles del tráfico inmovilizado: gigantes, cíclopes, varios dragones que escupían fuego y un tanque Sherman de la Segunda Guerra Mundial, que iba apartando los coches a su paso a medida que se adentraba en el túnel.

—¿Y qué pasa con los mortales de fuera de Manhattan? —preguntó Cain—. ¿Es que todo el estado se ha quedado dormido?

Annabeth frunció el entrecejo.

—No lo creo, pero es raro. Por lo que estoy viendo, todo Manhattan está dormido. Luego, a un radio de ochenta kilómetros a la redonda, el tiempo parece avanzar muy, pero que muy despacio. Cuanto más te acercas a Manhattan, más despacio se mueve.

Nos mostró otra escena: la de una autopista de Nueva Jersey. Todos los conductores parecían despiertos, conduciendo entre el tráfico, pero los coches se movían a un kilómetro por hora. Los pájaros a su alrededor volaban a cámara lenta.

—Cronos —dijo Percy—. Está ralentizando el tiempo.

—Quizá Hécate también esté haciendo de las suyas —dijo Katie—. Fíjate, todos los coches evitan las salidas de Manhattan, como si hubieran recibido el mensaje inconsciente de volver atrás.

—No acabo de entenderlo —comentó Annabeth, contrariada. No soportaba no entender nada—. Es como si hubieran rodeado Manhattan con varias capas mágicas. El mundo exterior quizá no llegue a enterarse siquiera de que algo va mal. Cualquier mortal que venga hacia aquí se moverá tan despacio que no percibirá nada de lo que sucede.

—Como moscas en una gota de ámbar —murmuró Jake Mason.

Annabeth asintió.

—Así que no podemos esperar ninguna ayuda.

Percy se volvió hacia nosotros. La mayoría de los campistas parecían aturdidos y asustados, y no podía culparlos, porque yo también lo estaba. Ese escudo... mostraba al menos trescientos enemigos en camino, muchos más de los que podíamos enfrentar.

—Muy bien. Vamos a defender Manhattan.

Silena se ajustó la armadura con nerviosismo.

—Hum, Percy. Manhattan es enorme.

—Vamos a mantenerlo bajo control. Debemos hacerlo.

—Tiene razón —asentí con la cabeza—. Los dioses del viento mantendrán a raya por el aire a las fuerzas de Cronos, lo cual significa que intentará el asalto al Olimpo por tierra. Tenemos que cortar las entradas a la isla.

—Tienen lanchas —señaló Dean.

Percy pareció darse cuenta de algo de repente.

—Yo me ocuparé de eso.

—¿Cómo?

—Déjamelo a mí. Tenemos que vigilar los puentes y túneles. Supongamos que se proponen asaltar el centro de la ciudad, al menos en el primer intento. Sería el camino más directo hacia el Empire State. Michael, llévate a la cabaña de Apolo al puente de Williamsburg. Katie, con la cabaña de Deméter, se encargará del túnel Brooklyn-Battery. Haced crecer espinos y hiedra venenosa por dentro. ¡Todo lo que haga falta con tal de ahuyentarlos! Connor, llévate a la mitad de la cabaña de Hermes y cubre el puente de Manhattan. Travis, llévate la otra mitad y el puente de Brooklyn. ¡Y sin paradas para saquear y entregarse al pillaje!

¡Ufff! —protestó la cabaña entera de Hermes.

—Silena, llévate a la cabaña de Afrodita al túnel de Queens.

—Oh, dioses —suspiró una de sus hermanas (creo que Drew)—. La Quinta Avenida nos viene súper de paso. Podríamos comprarnos un bolso y unos zapatos a juego. Los monstruos no soportan el olor a Givenchy.

—Sin paradas —dijo Percy—. Bueno, lo del perfume, si estás segura de que funciona...

Seis chicas de Afrodita le besaron en la mejilla emocionadas, y yo apreté los puños. Quise gritarles que se retiraran, pero Percy levantó las manos y dijo:

—¡Muy bien, ya basta! —cerró los ojos tratando de pensar si se le olvidaba algo—. El túnel Holland. Jake, llévate allí a la cabaña de Hefesto. Usad fuego griego, poned trampas. Todo lo que tengáis a mano.

Él sonrió.

—Con mucho gusto. Tenemos cuentas pendientes que saldar. ¡Por Beckendorf!

La cabaña entera estalló en vítores.

—El puente de Queensboro —añadió—. Clarisse... —se interrumpió de golpe. Clarisse y la cabaña de Ares no estaban aquí.

Annabeth se adelantó con rapidez.

—Nosotros nos ocupamos de eso —se giró a sus hermanos—. Malcolm, llévate a la cabaña de Atenea y activa el plan veintitrés por el camino, tal como te he explicado. Defended esa posición. Cain, ve con él, y a donde sea que te necesiten. Tienes que asustar parte del ejército por nosotros.

—Entendido —asintió y desenvainó su espada.

—Yo me quedaré con Claire y Percy. Nos uniremos a vosotros más tarde, o acudiremos donde sea necesario.

Un idiota apuntó desde atrás:

—Asegúrate que Claire y Percy no se entretengan por el camino.

Hubo algunas risas. Fui a darles un puñetazo, pero Annabeth me contuvo.

—Muy bien —dijo Percy—. Nos mantendremos en contacto con los teléfonos móviles.

—Pero ¡si no tenemos! —protestó Silena.

Percy se agachó, cogió un teléfono al azar de una señora que roncaba y se lo lanzó a Silena.

—Ahora sí. Todos sabéis el número de Annabeth, ¿no? Si nos necesitáis, tomad un teléfono cualquiera y llamadnos. Usadlo sólo una vez y tiradlo. Si luego os hace falta, tomáis otro prestado. Así a los monstruos les costará más localizaros.

—Yo tengo un móvil —añadió Cain, rebuscando en su bolsillo. Me quedé mirándolo, con la boca abierta. ¿Me lo ha ocultado? ¿Qué? ¡Yo quiero un móvil!—. Os daré mi número para que podáis llamarme si me necesitáis.

Todos sonrieron como si les gustara esta idea mientras Cain empezaba a escribir su número en manos y brazos.

Travis carraspeó.

—Hum, si encontramos un teléfono verdaderamente guay...

—No. No os lo podéis quedar —respondió Percy.

—Uf, colega...

—Un momento, Percy —dijo Jake Mason—. Te olvidas del túnel Lincoln.

Los hombros de Percy se desplomaron. Parecía dispuesto a maldecir, pero una voz se oyó desde el otro lado de la calle.

—¿Qué tal si nos lo dejas a nosotras?

Respiré con una sonrisa al ver a Thalia dirigir una tropa de treinta chicas adolescentes a través de la Quinta Avenida. Llevaban camisas blancas, pantalones de camuflaje plateados y botas de combate, con espadas al cinto, carcajs a la espalda y arcos preparados. Entre ellas correteaban unos cuantos lobos blancos y muchas sostenían en el puño un halcón de caza.

—¡Thalia! —Annabeth y yo gritamos aliviadas.

Ella sonrió.

—Se presentan las Cazadoras de Artemisa.

Hubo abrazos y saludos por parte de Annabeth y yo, que pusimos a Thalia en el mayor abrazo que pudimos conseguir. A las demás cazadoras no les gustaba verse rodeadas de campistas, sobre todo de chicos, aunque tampoco nos dispararon ninguna flecha, lo cual ya era mucha gentileza viniendo de ellas.

—¿Dónde has estado este último año? —le preguntó Percy a Thalia—. ¡Tienes el doble de cazadoras que antes!

Se echó a reír.

—Es una historia muy, muy larga. Apuesto a que mis aventuras han sido más peligrosas que las tuyas, Jackson.

—De eso nada.

—Ya lo veremos —aseguró—. Cuando esto acabe, tú, Annabeth, Claire, Grover y yo iremos a comernos una hamburguesa con queso en ese hotel de la calle Cincuenta y siete.

—El Parker Meridien —Percy dijo—. Trato hecho. Y oye, gracias.

Se encogió de hombros.

—Esos monstruos ni siquiera las verán venir. En marcha, cazadoras.

Con un golpe de su brazalete de plata, el escudo de Thalia, la Égida, adquirió su forma completa. La cabeza dorada de Medusa moldeada en el centro era tan horrible que todos los campistas retrocedieron. Pero yo sonreí, viéndola a ella y a las cazadoras alejarse por la avenida, seguidas por sus lobos y halcones.

—Gracias a los dioses —dijo Annabeth—. Pero si no bloqueamos los ríos para cortarles el paso a las lanchas, no servirá de nada vigilar los puentes y túneles.

—Cierto —contestó Percy.

Miró a todos los campistas, con una expresión de determinación y confianza. No pude evitar que me brotara el orgullo.

—Sois los mayores héroes del milenio. No importa cuántos monstruos se echen sobre vosotros. Luchad con valentía y venceremos —alzó a Contracorriente y gritó—: ¡Por el Olimpo!

En respuesta, todos gritaron. Me uní a ellos y le dediqué a Percy una sonrisa brillante y orgullosa. Él se encontró con mi mirada y logró devolver una pequeña sonrisa. Por un momento, sonó valiente... pero se apagó rápidamente en el silencio de diez millones de mortales dormidos.

° ° °

Fuimos a la batalla en una Vespa.

Bueno, no a la batalla, más bien a Madison Square antes de que Annabeth pidiera frenar y Percy se tuviera en mitad de la calle Veintitrés Este. Annabeth bajó de un salto y corrió hacia el parque. Cuando Percy y yo la alcanzamos, estaba mirando una estatua de bronce sobre un pedestal de mármol rojo. El hombre estaba sentado en una silla con las piernas cruzadas, con un traje del siglo XIX y muchos libros de bronce apilados bajo su silla.

—¿Qué nos importa este...? —Percy entornó los ojos para leer la inscripción del pedestal—. ¿William H. Steward?

—Seward —corrigió Annabeth—. Fue gobernador de Nueva York. Un semidiós menor, hijo de Hebe, me parece. Pero no es eso lo importante. Lo que me interesa es la estatua.

Se subió a un banco del parque y examinó la base. Percy la miró con los ojos abiertos.

—No me digas que es un autómata...

Annabeth sonrió.

—Resulta que la mayoría de las estatuas de la ciudad lo son. Dédalo los colocó aquí por si llegaba a necesitar un ejército.

—¿Para atacar el Olimpo o defenderlo?

Se encogió de hombros.

—Cualquiera de ambas cosas. Ése era el plan veintitrés. Él sólo tenía que activar una estatua y ésta, a su vez, activaría a sus congéneres por toda la ciudad hasta formar un ejército. Es peligroso, de todos modos. Ya sabes lo impredecibles que son los autómatas.

—Ajá —dijo Percy. Hemos tenido bastantes malas experiencias con ellos. Una que terminó con la muerte de un buen amigo—. ¿En serio piensas activarla?

—Tengo las notas de Dédalo —ella dijo—. Creo que puedo... Allá vamos.

Presionó la punta de la bota de Seward y la estatua se incorporó en el acto, blandiendo la pluma y el pergamino.

—¿Y qué va a hacer? —me murmuró Percy—. ¿Redactar un informe?

Lo mandé callar cuando Annabeth dijo:

—Hola, William.

—Bill —sugirió Percy.

—Bill... Uf, cierra el pico —le dijo Annabeth. Le tiré del pelo y Percy se agachó para evitar ser golpeado. La estatua ladeó la cabeza y nos miró con sus inexpresivos ojos metálicos.

Annabeth carraspeó.

—Hola, eh, gobernador Seward. Secuencia de mandos: Dédalo veintitrés. Defender Manhattan. Inicio Activación.

Seward saltó del pedestal, aterrizando tan pesadamente que sus zapatos resquebrajaron las losas. Luego se alejó hacia el este con un traqueteo metálico.

—Seguramente va a despertar a Confucio —dedujo Annabeth.

¿Qué?

—Otra estatua, en la avenida División. Ahora se irán despertando unas a otras hasta que todas queden activadas.

—¿Y entonces? —pregunté.

—Defenderán Manhattan, o eso espero.

—¿Saben que nosotros no somos el enemigo?

—Creo que sí.

—Muy tranquilizador —murmuró Percy.

Una bola de luz verde estalló en el cielo. Fuego griego, por la zona del río Este.

—Debemos darnos prisa —dijo Percy, y corrimos hacia la Vespa.

Fue un viaje corto, porque Percy aceleró la mayor parte del camino. Por suerte todos los policías estaban dormidos para que no le pusieran una multa por exceso de velocidad. Aparcamos al lado de Battery Park, en la punta inferior de Manhattan, justo donde se unen el Este y el Hudson para desembocar en la bahía.

—Esperad aquí —nos dijo a Annabeth y a mí.

Mi estómago se sacudió y, antes de que pudiera detenerme, extendí la mano y se la tomé.

—Percy, no deberías ir solo.

—Bueno, salvo que sepas respirar bajo el agua y nadar...

Entorné los ojos. Tenía razón. No me gustaba, pero tenía razón.

Ugh. A veces eres insoportable.

—¿Cuando tengo razón, por ejemplo? —me sonrió. Yo rodé los ojos—. Confía en mí, no me va a pasar nada. Ahora tengo la maldición de Aquiles. Soy invencible y todo eso.

Fruncí los labios. No me gustaba que fuera tan orgulloso al respecto. No podía hacer eso, sería su perdición. Tenía que entender que aunque la maldición de Aquiles lo hacía invulnerable, no lo hacía invencible.

—Tú ándate con cuidado. No quiero que te pase nada. Quiero decir... —arreglé rápidamente mi error, soltando su mano y aclarando mi garganta. Annabeth soltó un suspiro molesto al vernos—, no queremos que te pase nada. Te necesitamos para la batalla.

Percy sonrió.

—Vuelvo en un minuto.

Bajó por la orilla y desapareció en el agua oscura. Esperamos a que volviera; cinco minutos, como mucho. Perdimos la cuenta después, porque Michael había llamado a Annabeth, ella lo puso en altavoz para que yo también pudiera escuchar. No me di cuenta de que Percy había vuelto, mi estómago se retorcía de preocupación por mis hermanos.

—Ha funcionado —informó—. Los ríos están controlados.

—Menos mal —dije—. Porque tenemos otros problemas. Acaba de llamarme Michael... Hay otro ejército avanzando por el puente de Williamsburg. Mis... mis hermanos necesitan ayuda. Y Percy... el monstruo que encabeza la marcha es el Minotauro.

° ° °

Blackjack y su amigo Porkpie nos llevaron al puente. Durante todo este tiempo tuve un nudo en el estómago. Esperaba que estuvieran bien. No podía permitirme perder a alguien más. Ya he perdido a dos hermanos, no podía perder a otro . Puede que no me lleve bien con Michael, pero... oh Dioses, por favor que estén bien...

Era plena madrugada ya, pero el puente resplandecía de luz. Había coches incendiados y arcos de fuego surcando el aire en ambas direcciones: las flechas incendiarias y las lanzas que arrojaban. Con una mano agarrada a la cintura de Annabeth, utilicé la otra para quitarme el collar y preparar mi arco. Cuando llegamos abajo, se me cayó el estómago al ver que mis hermanos se retiraban. Corrían a parapetarse detrás de los coches para disparar a sus anchas desde allí; lanzaban flechas explosivas y arrojaban abrojos de afiladas púas a la carretera; levantaban barricadas donde podían, arrastrando a los conductores dormidos fuera de sus coches para que no quedaran expuestos al peligro. Pero el enemigo seguía avanzando. Encabezaba la marcha una falange entera de dracaenae, con los escudos juntos y las puntas de las lanzas asomando en lo alto. De vez en cuando, alguna flecha se clavaba y desintegraba, pero la mayor parte de las flechas se estrellaban contra aquel muro de escudos sin causar daño. Detrás, avanzaba un centenar de monstruos.

Apreté los dientes, no podía hacer nada por la noche. Mis poderes no funcionaban cuando no había sol. Entonces recordé lo que Hades me dijo una vez: el sol y la luna están interconectados, como las dos caras de una misma moneda. Cerré los ojos y le recé a él, a mi padre y a Artemisa para que me ayudaran, y traté de sentir la luz de la luna y las estrellas alrededor. Me alivié cuando hubo un tirón en mis entrañas.

Al abrir los ojos, moví la mano hacia la izquierda y una línea de luz de luna hizo que las dracaenae se levantaran con gritos de asombro. Ahora las flechas tenían más posibilidades de darles. Los perros del infierno se adelantaban de vez en cuando. Intenté desviarlos, y la mayoría fueron destruidos por las flechas, pero uno pilló a Seamus y lo arrastró. Mis ojos se ensancharon....

—¡No! —grité, e intenté quitarle al perro de encima con la luz, pero no sé si llegué demasiado tarde o no. Porkpie pasó velozmente, y ya no pude verlo—. ¡Seamus!

Vi a Jenna ponerse en pie y correr hacia él, y recé a todos los dioses que había por ahí para que siguiera vivo: por favor, que mi hermanito estuviera bien. Jenna y Kylie habían regresado para luchar este verano después de su primer semestre de universidad, y eran una gran ayuda. Pero no lo suficiente. No creo que pueda volver a hacerlo. Usar el lado opuesto del sol... era mucho más agotador que el otro.

—¡Allí! —Annabeth señaló por delante de mí.

En efecto, en medio de la legión invasora iba el Minotauro. De cintura para abajo llevaba el equipo de combate griego normal: un delantal de tirillas de cuero y metal; unas grebas de bronce que le cubrían las piernas y unas sandalias de cuero firmemente atadas (sólo tiene que rezar que ninguna flecha le dé en el pie). De cintura para arriba, era puro toro: pelo, pellejo y músculos que ascendían hacia un cabezón tan enorme que debería haberse volcado sólo por el peso de sus cuernos. Llevaba un hacha de doble hoja a la espalda, pero en cuanto vio a Percy dando vueltas por encima de su cabeza, bramó y cogió una limusina blanca.

—¡Blackjack, baja en picado! —gritó Percy.

Debíamos de estar al menos a treinta metros de altura, pero la limusina venía hacia nosotros girando sobre sí misma. Agarrándome a Annabeth, traté de no soltar un grito cobarde cuando Porkpie viró locamente hacia la izquierda, mientras Blackjack replegaba las alas y caía en picado. La limusina pasó por encima de nuestras cabezas y no alcanzó la de Percy por cinco centímetros como mínimo. Se coló entre los cables de suspensión del puente sin tocarlos y se desplomó hacia las aguas del río Este. Los demás monstruos soltaban gritos y abucheos, y el Minotauro tomó otro coche.

—Déjanos detrás de las líneas de la cabaña de Apolo —ordené Percy a Blackjack y Porkpie—. No te alejes demasiado por si te necesito, pero ponte enseguida a cubierto.

Blackjack y Porkpie se precipitaron detrás de un autobús escolar volcado donde se escondían un par de mis hermanos: Dean, Michael y Kylie. Annabeth, Percy y yo saltamos en cuanto las pezuñas de nuestros pegasos tocaron el pavimento. Luego, Blackjack y Porkpie se elevaron hacia el cielo nocturno.

Michael corrió a nuestro encuentro y rápidamente le di un abrazo.

—¡Menos mal que estáis todos bien!

Se apartó.

—Sí, gracias. Tú también —tenía un corte vendado en el brazo, la cara manchada de hollín y el carcaj casi vacío, pero sonreía como si se lo estuviera pasando bien (lo de siempre).

—Me alegro de que te unas, Claire —dijo—. ¿Y los demás refuerzos?

—Por ahora, somos nosotros los refuerzos —repuso Percy.

—Entonces estamos apañados.

—¿Todavía tienes tu carro volador? —preguntó Annabeth.

—No —dijo Michael—. Lo dejé en el campamento. Le dije a Clarisse que podía quedárselo. Tenías razón, Claire, no valía la pena discutir más. Pero ella me contestó que ya era tarde. Que nunca más íbamos a ofenderla en su honor, o una estupidez por el estilo.

—Eh —puse mi mano en el hombro de mi hermano—, al menos lo has intentado.

Se encogió de hombros.

—Sí, bueno, le solté unos cuantos insultos cuando me dijo que aun así no pensaba combatir. Me temo que eso tampoco ayudó demasiado. ¿Tú tienes acceso al carro de papá?

—Lo está usando para combatir a Tifón, creo —dije—. Y aunque no fuera así, está muy oscuro para invocarlo. Quedaré completamente agotada... ¡cuidado!

Se acercaban unos monstruos. Juntos, Michael y yo sacamos flechas sónicas y las lanzamos hacia el enemigo. Volaron con un agudo silbido y, al estrellarse en el suelo, desataron una explosión que sonó como una guitarra eléctrica amplificada por un altavoz brutal. Los coches cercanos saltaron por los aires. Los monstruos soltaron sus armas y se taparon los oídos con muecas de dolor. Algunos echaron a correr; otros se desintegraron allí mismo.

—Era mi última flecha sónica —comentó Michael.

—Toma —busqué en mi carcaj y saqué cinco—. Úsalas sabiamente, tontito.

—¿Un regalito de tu padre, el dios de la música? —preguntó Percy.

Sonreí y encogí los hombros.

—Funcionan. La música a tope puede perjudicar la salud. Por desgracia, no siempre mata.

En efecto, la mayoría de los monstruos empezaban a reagruparse, una vez recuperados de su aturdimiento.

—Tenemos que retroceder —dijo Michael—. Tengo a Kayla y Austin colocando trampas un poco más abajo.

Lo miré fijamente.

—¿La pequeña Kayla? Michael, es demasiado joven.

—Mejor que tenerla aquí...

—Tendría que estar en el campamento...

—... ¡Tiene doce! ¡Tú ibas a pelear con doce!

—Trae a tus campistas a esta posición y aguarda mi señal —Percy nos detuvo—. Vamos a mandar al enemigo de vuelta a Brooklyn.

Michael se echó a reír.

—¿Cómo piensas hacerlo?

Percy desenvainó su espada. Sabía lo que iba a hacer, y no me gustaba. No sé dónde está su punto débil, pero sólo un solo golpe...

—Déjame ir contigo —le dije, pero negó con la cabeza.

—Demasiado peligroso. Además, necesito que Annabeth y tu ayudéis a Michael a coordinar la línea defensiva. Yo distraeré a los monstruos. Vosotros agrupaos aquí. Sacad de en medio a los mortales dormidos. Luego podéis empezar a abatir monstruos a distancia mientras yo los mantengo ocupados. Si hay alguien capaz de hacer todo eso, sois vosotros.

—Muchas gracias —gruñó Michael.

Pero Percy no me quitaba los ojos de encima. No quería que fuera solo, pero tenía razón. Así que, de mala gana, asentí.

—Ponte en marcha, chico acuático.

Asintió con la cabeza, pero otro pensamiento cruzó su mente. Sonriéndome, dijo:

—¿No hay un beso para darme suerte? Acordamos que es una especie de tradición, ¿no?

Me puse muy roja al ver la cara de Michael, como si estuviera en primera fila del mejor espectáculo de todos los tiempos. Mis otros hermanos detrás del autobús escolar, a pesar del caos que nos rodeaba, compartieron susurros, chocaron los cinco y murmuraron:

¡Ja! Quiero cinco dracmas, gracias...

—¿Qué? ¡No! Usé los que me quedaban para los binoculares del Olimpo. ¡Kylie, dame cinco dracmas!

—Uh, no, ¡tú también me debes cinco, Dean!

Pronto decidí ignorarlos. A quién le importa. Sonreí a Percy y saqué otra flecha.

—¿Y no dije la última vez que primero tienes que volver y luego ya veremos, sesos de alga?

—Pero volví.

—Pues vuelve otra vez, idiota.

Puso los ojos en blanco, pero tenía una sonrisa en la cara. Dicho esto, respiró profundamente y salió de detrás del autobús. Subió por el puente y fue directamente hacia el ejército.

Percy luchó como una fiera. Se enfrentó al minotauro de tú a tú, dando tajos y estocadas con un estilo alocado y esporádico. Con facilidad, Percy cortó su hacha por la mitad, justo entre los agarres. Con una carcajada, giró y le dio una patada en el hocico. El minotauro se tambaleó hacia atrás, tratando de recuperar el equilibrio, y luego bajó la cabeza para embestir. Pero Percy saltó hacia arriba y le cortó un cuerno, y luego el otro. Intentó apresarlo, pero rodó por el suelo y recogió la mitad de su hacha rota. Viendo a Percy así... No sé qué pensar. Siempre supe que era un excelente guerrero, pero la maldición de Aquiles se le estaba metiendo en la cabeza, volviéndolo temerario, haciéndolo vanidoso en sus habilidades... peligroso y temible.

El minotauro cargó contra él y Percy corrió hacia el borde del puente, atravesando una línea de dracaenae. Allí se giró y apoyó el hacha contra la barandilla para frenar su embestida. El minotauro ni siquiera aminoró la marcha. ¡CRUNCH! Miró sorprendido el mango del hacha que brotaba de su coraza.

—Gracias por participar —dijo Percy, antes de levantarlo por las piernas y lanzarlo por el puente, desintegrándose al caer.

Percy se volvió hacia el ejército, y se lanzó contra ellos. Yo no supe si asustarme, asombrarme o soltar algo como: ¡ese es mi no... digo, amigo!

Mientras tanto, Annabeth, Michael y yo organizamos las líneas defensivas. Alejamos a los mortales restantes del peligro; Annabeth tomó el control de esa línea, llevándose a Kayla y a Jenna, quien había dicho que Seamus, con suerte, viviría, lo que me dio una ráfaga de confianza. Cain llegó subido en Porkpie. Entró en la batalla incluso antes de tocar el suelo, haciendo que algunos perros infernales aullaran y saltaran del puente, convirtiéndose en polvo. Luego corrió hacia Annabeth, para ayudarla y derribar a cualquier monstruo que se acercara. Ordené a mis hermanos restantes, principalmente arqueros, que ayudaran a Percy, desbaratando todo intento de reunión del enemigo. Continuó peleando, dando tajos, navajazos, girando y riendo (una o dos veces) tan locamente que nos asustó tanto a nosotros como a nuestros enemigos. Finalmente, los monstruos huyeron y quedaron unos veinte de doscientos.

—¡Sí! —aullaba Michael mientras seguíamos a Percy—. ¡Así se hace!

Los empujamos hacia la orilla de Brooklyn y el cielo se volvía pálido en el este. Pero yo sabía que no podíamos ir más lejos. No necesitaba ser una hija de Atenea para saber que eso no era prudente.

—¡Percy! —grité—. Ya los has puesto en fuga. ¡Vuelve atrás! ¡Nos estamos desperdigando!

Se detuvo, pero no creo que quisiera escuchar. Me da que le apasionaba cargarse a los monstruos. Entonces divisamos a una multitud en la entrada del puente. Los monstruos en desbandada corrían directamente a reunirse con sus refuerzos. No parecía un grupo muy numeroso: unos treinta o cuarenta semidioses con armadura, montados en caballos-esqueleto. Uno de ellos llevaba un estandarte morado con la guadaña negra. El jinete que iba delante avanzaba al trote. De improviso, se quitó el casco y vi a Luke, pero no era él. Se trataba de Cronos, con aquellos ojos inconfundibles de oro fundido.

Mi respiración se entrecortó y nuestra línea se tambaleó. Los monstruos alcanzaron las líneas del titán y fueron a engrosar sus filas. Cronos miró en nuestra dirección y, aunque estaba lejos, me pareció que sonreía.

—Ahora sí vamos a retirarnos —dijo Percy.

Los hombres del señor de los titanes desenvainaron sus espadas y se lanzaron a la carga. Los cascos de sus caballos-esqueleto atronaban en el pavimento. Mis hermanos y yo lanzamos una salva de flechas, derribando a unos cuantos enemigos, pero los demás siguieron al galope.

—¡Retiraos! —gritó Percy—. ¡Yo los distraeré!

No le dejaría luchar contra ellos solo. No esta vez. No dejaré que pierda la cordura. No dejaré que se pierda a sí mismo. Me quedaré a su lado. Hasta el final. Annabeth tiró de Cain para alejar al resto de mis hermanos, sin ánimo de dejarme, pero le dije que se fuera mientras retrocedíamos lentamente por el puente.

La caballería de Cronos se arremolinó alrededor de nosotros, lanzando mandobles e insultándonos. El titán en el cuerpo de Luke avanzó tranquilamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Utilicé mi daga en vez de mi arco para esta pelea a corta distancia. A medida que se acercaba el amanecer, era más fácil empezar a usar mis poderes de nuevo, y bloqueé los golpes de las armas con escudos de luz. No quería matarlos, eran semidioses como yo. Percy y yo permanecimos codo con codo, mirando en direcciones opuestas. Una forma oscura pasó por encima de nosotros. Blackjack y Porkpie se abalanzaron, repartiendo coces a los cascos de los enemigos y volando como si fueran grandes palomas kamikaze.

Casi habíamos llegado a la mitad del puente cuando, por el rabillo del ojo, vi que alguien levantaba su cuchillo hacia la espalda de Percy. Mis piernas se sacudieron, e incluso antes de que pudiera pensar que probablemente habría estado bien si lo hubieran golpeado, lo intercepté. No sé por qué. Tuve una sensación, como si estuviera en peligro. Como si algo se arrastrara por mi cuello, poniéndome los pelos de punta, moviéndome antes de poder pensar.

Al sentir la hoja clavarse en mi brazo, solté un grito de dolor. Se encendió de inmediato, como si una bomba acabara de estallar en mi brazo, yendo del hombro hasta los dedos.

—¡Claire! —oí gritar a Percy, que se giró justo a tiempo cuando caí al suelo, incapaz de seguir de pie. Me agarré el brazo, parpadeando para evitar las lágrimas. Me dolía mucho.

Percy clavó los ojos en el semidiós, y con un gruñido le golpeó en la cara con la culata de su espada con tanta fuerza que le abolló el yelmo.

—¡ATRÁS! —blandió la espada, situándose sobre mí, alejando al resto de los semidioses—. ¡Que nadie la toque!

Me dolía demasiado como para pensar en sentirme halagada por lo que decía, o por el hecho de que se interponía entre un ejército, asegurándose de que ninguno se acercara lo suficiente como para poner otro dedo en mi cuerpo. Podía sentir la sangre húmeda contra mis dedos, y gemí en mis intentos por dejar de llorar de dolor.

—Qué interesante —dijo Cronos.

Se alzaba sobre nosotros en su caballo-esqueleto, con su guadaña en una mano. Luke... no, Cronos estudió la escena con los ojos entrecerrados.

—Un bravo combate, Percy Jackson. Pero ha llegado el momento de rendirse... o la chica morirá.

—¡No, Percy! —le dije. La lealtad era su defecto fatídico. No quiero que eso nos detenga.

Me miró y su mandíbula se apretó.

—¡Blackjack! —gritó.

Antes de que pudiera decir nada, el pegaso se acercó en picado y clavó sus dientes en las correas de mi armadura. Me elevó en el aire y lo último que recordé antes de caer inconsciente fue ver a Percy solo en medio de un ejército, con Cronos de pie junto a él.

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