lxxvi. Where Hope Survives

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chapter lxxvi.
( the last olympian )
❝ where hope survives ❞

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Clarisse acunó la cabeza de Silena en su regazo. Nunca había visto llorar a la hija de Ares en todo el tiempo que la conozco. La he visto asustada, la he visto furiosa, pero nunca la había visto tan miserable como para sollozar sobre el rostro quemado y moribundo de su mejor amiga.

—¿Qué pretendías, insensata? —susurró.

Silena intentó tragar, pero tenía los labios resecos y resquebrajados.

—No me... habrías... escuchado. La cabaña sólo te... seguiría a ti.

—Así que me robaste la armadura —Clarisse la acercó más—. Esperaste a que Chris y yo saliéramos a patrullar, te apropiaste de la armadura y te hiciste pasar por mí —miró furiosa a sus hermanos—. ¿Y ninguno se dio cuenta?

Todos los campistas de Ares miraron a sus pies. Oí algunos resoplidos entre ellos. Silena sacudió la cabeza, haciendo una mueca de dolor.

—No los culpes —susurró, y Clarisse la volvió a mirar—. Ellos querían... creer que eras tú.

—Estúpida hija de Afrodita —gimió Clarisse—. ¡¿Y por qué te has enfrentado al drakon?!

—Todo ha sido por mi culpa —una lágrima resbalaba por la mejilla de Silena—. El drakon, la muerte de Charlie... el campamento amenazado...

—¡Basta! —exclamó Clarisse—. ¡No es cierto!

Silena abrió la mano. En la palma tenía un brazalete de plata con un amuleto en forma de guadaña: la marca de Cronos.

Fue como si un chorro de agua fría me diera en la cara, y mi respiración se entrecortó. Compartiendo una mirada con Percy y Annabeth, supe que estaban pensando lo mismo; sintiendo la misma sorpresa, conmoción... y dándose cuenta de que, en el fondo, tenía sentido.

—Tú eras la espía —dijo Percy.

Silena intentó asentir.

—Antes... antes de que me gustara Charlie, Luke me caía en gracia. Era... encantador. Apuesto. Más tarde quise dejar de ayudarlo, pero él me amenazó con contarlo todo. Me aseguró... que así salvaba vidas; que menos personas sufrirían daño. Me dijo que no le haría daño... a Charlie. Me mintió.

Algo se despertó en mi pecho. No sabía realmente qué. Era algo más que ira y traición, ya había sentido eso. Algo peor y más poderoso. Mucho más. Me hizo apretar los dientes y cerrar las manos en puños apretados. Luke la manipuló. No sé por qué, teniendo en cuenta que lo sabía desde el principio, pero al ver morir a Silena delante de mí, al oír lo que había hecho Luke... no Cronos, Luke... No hubo dolor, ni culpa por haber sido sorprendido por sus acciones una vez más, sólo furia hirviente.

A nuestra espalda, la batalla proseguía. Clarisse miró ceñuda a sus compañeros de cabaña.

—Rápido, ayudad a los centauros. Defended las puertas. ¡Deprisa!

Echaron a correr para sumarse a la lucha, dejándonos a unos pocos con Silena, que inspiró honda y dolorosamente.

—Perdonadme.

—No vas a morir —insistió Clarisse.

—Charlie... —los ojos de Silena miraban muy lejos, viendo algo que nosotros no podíamos—. Veo a Charlie...

Ya no volvió a hablar.

Clarisse se rompió; abrazó a su mejor amiga y lloró. Chris le puso una mano en el hombro, pero no hizo nada para aliviar el dolor. Yo lo conocía. No había forma de aliviarlo, ni siquiera años después. Simplemente... te acostumbras a ello. Se convierte en algo normal.

Finalmente, Annabeth le cerró los ojos a Silena.

—Tenemos que luchar —dijo con voz quebrada—. Ha dado su vida para ayudarnos. Debemos hacerlo en su honor.

Clarisse se sorbió la nariz y se secó las lágrimas.

—Era una gran heroína, ¿entendido? Una heroína.

Percy asintió.

—Vamos, Clarisse.

Tomó una espada de uno de sus hermanos caídos.

—Cronos lo va a pagar caro.

° ° °

Clarisse era una fuerza a tener en cuenta. No importaba que no tuviera armadura, ni su lanza, había expulsado ella sola al enemigo desde el Empire State, montando su carro directamente hacia el ejército de los Titanes y aplastando todo a su paso. Su energía era tan contagiosa que hasta los centauros despavoridos empezaron a reagruparse. Las cazadoras quitaban flechas a los caídos y lanzaban una salva tras otra al enemigo. La cabaña de Ares repartía golpes y estocadas a mansalva, lo cual no dejaba de ser su ocupación favorita. Los monstruos optaron por retirarse hacia la Treinta y Cinco Este.

En la trasera del carro de Clarisse, deslizándose a lo largo del cadáver del drakon, había un mensaje a todos sus enemigos que decía: ¿te atreves a desafiarme? He matado a tu preciada arma. Mientras cabalgaba, un aura de fuego rojo rodeaba su piel, parpadeando con la misma amenaza e ira que acechaba a su padre.

—La bendición de Ares —dijo Thalia—. Nunca la había visto.

En aquel momento, Clarisse era invencible, le arrojaban lanzas y flechas y todas rebotaban como si tuviera un aura invisible en su cuerpo.

—¡SOY CLARISSE, LA ASESINA DEL DRAKON! —gritaba enardecida—. ¡Os mataré a todos! ¿Dónde está Cronos? ¡Sacadlo de su escondrijo! ¡¿ACASO ES UN COBARDE?!

—¡Clarisse! —aulló Percy—. Para ya. ¡Vuelve!

—¿Qué te pasa, señor de los titanes? —decía—. ¡DA LA CARA!

Los enemigos no respondían. En su lugar, empezaron a retroceder poco a poco tras una barrera de escudos de las dracaenae, mientras ella describía círculos con su carro por la Quinta Avenida, desafiándolos a interponerse en su camino. El chasis de sesenta metros del drakon chirriaba sobre la calzada como un millar de cuchillos.

Mientras tanto, reuní a mis hermanos como pude para atender a los heridos, llevándolos al interior del vestíbulo y preparándolos para subir a la instalación que teníamos en el Olimpo. Comprobé que aún no le había dicho a Percy lo de Cain, y tenía ganas de subir a ver cómo estaba. Sabía que no estaría bien. Sabía en qué estado se encontraría. Sólo esperaba que estuviera luchando por permanecer. Tenía que hacerlo.

En cuanto estiré la sábana sobre el hijo muerto de Deméter, murmurando una rápida y sombría oración a mi padre y luego a Hades por la esperanza del Elíseo para él, una mano se posó en mi hombro.

Percy se arrodilló junto a él y le puso una mano en la frente cubierta por la sábana. En el exterior, oía todavía a Clarisse vociferando a un ejército que hacía tiempo que se había retirado.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Asentí con la cabeza, suspiré y me senté.

—No creo que me haya dado cuenta del todo... ya sabes... lo mucho que hemos perdido... Siento que ni siquiera he tenido un momento a solas para llorar a Michael... —su nombre se me atascó en la garganta, por lo que respiré hondo y me lo tragué. Dirigí una sonrisa triste a Percy—. De hecho, le enseñé el campamento. Era tan bobo entonces como ahora... bueno, ya sabes —mi mirada se posó en mis dedos—. Ojalá hubiera sido más amable con él...

Percy frunció los labios. Se levantó y me tendió una mano para que la cogiera. Me levantó por el brazo bueno.

—Lo siento —me dijo—, debí tener más cuidado en el puente.

—No es tu culpa —le dije—, no te culpes por ello, Perc.

Afirmó con la cabeza.

—Yo, eh... —no había soltado mi mano. Creo que no quería que lo hiciera—, me han dicho lo de Cain, ¿se va a poner bien?

—Perdió el brazo —murmuré—. Pero va a vivir, gracias a los dioses.

—No —Percy negó con la cabeza—. Gracias a Annabeth.

—Sí —dejé escapar una ligera burla en mi incredulidad—. Gracias a Annabeth. Los monstruos a los que se ha enfrentado sola para traerlo de vuelta le ha salvado la vida.

—Hablando de ella, ¿dónde está? —preguntó entonces—. Thalia quiere que vayamos al Olimpo para preparar la última defensa.

Sentía que estábamos perdiendo y no podía soportar ese pensamiento. No podemos perder.

—Creo que está por aquí...

Nos dirigimos hacia los ascensores, buscando a Annabeth entre los campistas que ayudaban a los heridos. Al encontrarla vendando la pierna de un campista de Hermes, quisimos llamar su atención, pero Connor y Travis Stoll nos detuvieron.

—¿Es cierto lo de Silena? —preguntó Connor.

Percy y yo compartimos una mirada solemne.

—Ha tenido una muerte heroica —respondió el hijo de Poseidón.

Travis se removió incómodo.

—Eh, también he oído...

—Nada más —insistió Percy, su voz se afiló—. Fin de la historia.

—Vale —masculló Travis—. Escucha, suponemos que el ejército del titán tendrá problemas para subir en ascensor. Tendrán que hacerlo por turnos. Y los gigantes no cabrán ni en broma.

—Ahí está nuestra mayor ventaja —Percy estuvo de acuerdo—. ¿Hay alguna manera inutilizar el ascensor?

—Es mágico —Travis negó—. Normalmente, hace falta una tarjeta magnética, pero el portero se ha esfumado. Lo cual significa que nuestras defensas se desmoronan. Ahora cualquiera puede meterse en el ascensor y subir directamente.

—Tenemos que mantenerlos alejados de las puertas —dije— y mantenerlos en el vestíbulo.

—Necesitamos refuerzos —repuso Travis—. Ellos no pararán de enviar fuerzas. Y al final terminarán arrollándonos.

No tenemos refuerzos —se quejó Connor.

Percy entrecerró los ojos, pensativo. Volviendo a mirar al exterior, su mirada se posó en la Señorita O'Leary, que respiraba contra las puertas de cristal y las manchaba de babas.

—Eso tal vez no sea del todo cierto —murmuró. Volviéndose hacia mí, me apretó la mano—. Busca a Annabeth, nos encontraremos aquí.

Le vi salir y poner una mano en el hocico de la Señorita O'Leary. Inclinándose, le susurró algo al oído y, de ese modo, salió disparada y desapareció entre una columna de sombras.

Le dije a Annabeth que nos querían en la última línea de defensa, y ella frunció los labios, pero se levantó. Parecía cansada; pero todos lo estábamos, con la sangre y el polvo mezclados en sus rizos enmarañados y los moratones y cortes que ensuciaban sus mejillas y brazos. Percy nos encontró después, era el único que no tenía rasguños, ninguna marca sobre él. Compartimos un gesto de asentimiento y emprendimos el regreso al ascensor, hasta que vimos a Grover arrodillado sobre un gordo sátiro herido.

Reconocería a ese sátiro en cualquier parte.

—¡Leneus! —exclamó Percy, y nos acercamos corriendo.

El viejo sátiro ofrecía un aspecto deplorable. Tenía una lanza rota clavada en la barriga y sus peludas patas de cabra, retorcidas en un ángulo increíble. Se le habían amoratado los labios. Trataba de enfocarnos con ojos vidriosos, pero creo que ya no nos veía.

—¿Grover? —murmuró.

—Estoy aquí, Leneus —Grover parpadeaba para no llorar, a pesar de todas las cosas horribles que Leneus le ha dicho y hecho. Le puse una mano en el hombro; nunca habrá alguien más amable que Grover.

—¿Hemos... vencido?

—Hum, sí —mintió Grover—. Gracias a ti, Leneo. Hemos rechazado al enemigo.

—Te lo dije —masculló el sátiro—. Un líder de verdad... —su cabeza cayó a un lado y dejó de moverse.

Grover tragó saliva. Le puso una mano en la frente y pronunció una antigua bendición. El cuerpo del viejo sátiro se fue disolviendo hasta que sólo quedó un arbolito minúsculo en un montoncito de tierra fresca.

—Un laurel —comentó Grover, sobrecogido—. Ah, qué buena suerte la de ese viejo sátiro —recogió el arbolito con sumo cuidado—. He de plantarlo en los jardines del Olimpo.

—Nosotros vamos para allá —dijo Percy—. Vente.

Los cuatro nos metimos en el ascensor y, a pesar de la guerra que nos rodeaba, sonó una música ligera mientras se elevaba hacia el horizonte donde el Olimpo se alzaba sobre la ciudad de Nueva York.

—Percy —murmuró Annabeth, en voz tan baja que era difícil oírla. Era la primera vez que hablaba desde la muerte de Silena—, tenías razón sobre Luke —mantuvo los ojos fijos en el piso del ascensor mientras parpadeaba en los números mágicos.

Grover y Percy intercambiaron miradas. Luego se posaron en mí, y yo fruncí los labios.

Tomando su mano, dije:

—Annie...

—Intentaste decírmelo —la voz le temblaba—. Luke es malvado. No quería creerte. Pero ahora que he sabido cómo utilizó a Silena... Ahora lo sé. Espero que estés contento.

Los hombros de Percy cayeron.

—No, eso no me pone nada contento.

Apoyó la cabeza contra la pared del ascensor y no nos miró. Apartó la mano y supe que quería estar sola. Retrocedí junto a Percy, tan cerca que nuestros hombros se tocaron.

Grover acunaba su laurel y nos miraba con torpeza.

—En fin... es bueno estar otra vez juntos. Discutiendo. A punto de morir. Sintiendo un terror atroz. ¡Mirad! Ya hemos llegado.

° ° °

Antes de subir las poderosas escaleras hacia la inmensa Sala del Trono en el centro del Olimpo, giramos a la izquierda y arrastramos los pies a través de la hierba amarilla y reseca en lugar de su verde exuberante habitual. Percy quería ver a Cain. Todos queríamos. Con lo que acaba de ocurrir, creo que necesitábamos la esperanza de que alguien saliera de allí. Con sangre y magullado, y cambiado para siempre... pero vivo.

En cuanto atravesamos la entrada de la tienda, Hannah jadeó y se precipitó hacia mí. Me abrazó con fuerza, con la sensación de que me aplastaba los huesos, pero aguanté, feliz de tener una sensación de paz y de hogar. Apartándome, fruncí el ceño hacia la camilla donde Cain seguía inconsciente. El vendaje del muñón de su hombro ya no sangraba, pero aún brillaba la cicatriz que había dejado.

Percy se acercó a su amigo. Siempre habían tenido una relación difícil, pero últimamente, después de viajar juntos por el Laberinto, habían adquirido un estrecho vínculo que nos había sorprendido. Vi la caída de su rostro, el dolor, se culpaba a sí mismo como siempre.

Se arrodilló junto a la camilla. Sin mirar atrás, Percy respiró profundamente y dijo con voz ronca:

—Se pondrá bien —no era una pregunta, era una afirmación, algo que quería manifestar.

Annabeth apretó la mandíbula. Grover se acercó el laurel al pecho. La mano de Hannah me apretó el hombro bueno mientras todos veíamos cómo Percy apretaba los puños y se ponía de nuevo en pie.

—Vamos —nos dijo, y encabezó la salida de la tienda y el camino hacia el salón del trono.

Me encontré con la mirada de Hannah y susurré:

—Volveré —antes de seguir a los demás.

Subimos al palacio. Era allí adonde se dirigiría Cronos, en cuanto se las arreglase para subir en ascensor, se apresuraría a destruir la sala del trono: el centro del poder de los dioses. Las puertas de bronce rechinaron al abrirse y nuestras pisadas en el suelo de mármol resonaron. En el centro de la vasta estancia, la hoguera había quedado reducida a un débil resplandor. Hestia, con su apariencia de niña vestida con una túnica marrón, se acurrucaba temblando junto a las brasas. Su poder se desvanecía con ella.

Los tronos se alzaban sobre nosotros, amenazantes; pero en lugar de símbolos de poder, parecían más bien sombras abandonadas. Al pie del trono de Zeus, levantando la vista hacia las estrellas, se encontraba Rachel Elizabeth Dare. Sostenía una vasija griega de cerámica en las manos; la Caja de Pandora.

Me encontré con la mirada de Percy, alarmada. Se volvió hacia su amiga.

—¿Rachel? —preguntó, dando un paso vacilante al frente—. Hum, ¿qué haces con eso?

Ella lo miró como si despertase de un sueño.

—La he encontrado. Es la jarra de Pandora, ¿no?

Sus ojos brillaban y, con un jadeo estrangulado, me golpeó un recuerdo. Al retroceder junto a Annabeth, supe que ella había visto lo mismo. Era la misma mirada vidriosa que tenía la madre de Luke. Puede que fuera pequeña, pero recuerdo y seguiré recordando esa mirada.

Percy extendió una mano.

—Deja la jarra, por favor.

—Veo a la Esperanza dentro —musitó, recorriendo con los dedos los dibujos de su superficie—. Tan frágil...

Rachel.

Volvió a la realidad. Extendiendo la jarra, Percy la tomó con una respiración temblorosa. Volvió a mirarnos y me di cuenta de que quería estar solo. Por una vez, no sentí celos. Creo que después de todo lo que ha pasado; toda la muerte, el dolor y la destrucción, los celos parecían muy bajos, tan insignificantes, tan pequeños en el enorme panorama que nos rodeaba.

—Grover, Annabeth —murmuré—, vamos a registrar el palacio. Quizás encontremos fuego griego, flechas o trampas de Hefesto.

Annabeth asintió, entendiendo el mensaje, pero Grover seguía sin enterarse.

—Pero...

Annabeth le dio un codazo.

—¡Vale! —chilló—. ¡Me encantan las trampas!

Suspiré, lo tomé del brazo y lo arrastré fuera de la sala del trono.

No encontramos mucho, pero en este punto, cualquier cosa era útil en la batalla que se avecina. Tal vez la batalla final, no importa qué dirección tome. Una sola decisión con sus días acabará, el Olimpo preservará o asolará... Por primera vez en mucho tiempo, pensé en el sueño en el que mi padre me advirtió: Percy no es el héroe de la profecía. Seguía sin saber a qué se refería. Pero me preguntaba si lo descubriría pronto al llegar su elección final... el fin de sus días. No quería pensar que lo perdería. Ya perdí a casi todos, y podría perderlo a él. Después de todo lo que hemos pasado, Percy se había convertido en un soporte tan fuerte en mi vida que tal vez era malo, tal vez fuera nuestro defecto fatídico, pero incluso si era cierto, no cambiaba lo mucho que significaba para mí; lo mucho que lo necesito a mi lado. No por lo que sentíamos por el otro, sino porque, por encima de todo eso, era mi mejor amigo, igual que Annabeth, igual que Grover, e igual que Cain. De hecho, no podría vivir sin ninguno de ellos.

Si esto era todo, si esta era la batalla final... Me alegré de tenerlos al menos a mi lado. Aunque uno estuviera de baja en la enfermería, estaba con nosotros, dándonos fuerza y determinación. Éramos un equipo. Pensé que toda la esperanza estaba perdida, pero sobrevivía. En nosotros mismos, en nuestros corazones, en la unión de un equipo, de una amistad.

Volvimos a la sala del trono. Percy estaba allí, mirándonos con una expresión rara en el rostro y con la Caja de Pandora todavía en su poder. Fruncí el ceño, preocupada.

—¿Percy? —parpadeó, encontrándose con mi mirada—. ¿Tenemos que salir otra vez?

Salió del trance en el que se encontraba y una idea cruzó su mente. Se volvió hacia Rachel.

—No cometerás ninguna estupidez, ¿verdad? O sea... has hablado con Quirón, ¿verdad?

Rachel sonrió débilmente.

—¿Te preocupa que cometa una estupidez?

(Pues...)

—Bueno, quiero decir... ¿te mantendrás a salvo?

—No lo sé —reconoció—. Eso más bien dependerá de si tú salvas el mundo, héroe.

Percy miró la jarra de Pandora y apretó la mandíbula.

—Hestia —dijo—. Te entrego esto como ofrenda.

La diosa que seguía temblando junto a la chimenea inclinó la cabeza.

—Soy la menos importante de los dioses. ¿Por qué habrías de confilarme una cosa así?

—Eres la ultima de los olímpicos —dijo él—. Y la más importante.

—¿Y eso por qué, Percy Jackson?

—Porque la Esperanza sobrevive mejor con el calor del hogar. Guárdamela y nunca tendré la tentación de darme por vencido.

La diosa sonrió y su figura se iluminó. Por un momento, me invadió el calor cuando cogió la jarra entre sus manos, y sentí un soplo de paz y determinación.

—Bien hecho, Percy Jackson. Ojalá los dioses te bendigan.

—Estamos a punto de descubrirlo —Percy nos miró a mí, Annabeth y Grover—. Vamos, chicos.

Y marchó hacia el trono de su padre.

Compartí miradas confusas con Annabeth y Grover, pero seguimos atravesando el mármol y llegando al asiento de Poseidón. Se encontraba justo a la derecha del de Zeus, no tan grandioso, pero seguía brillando como si supiera que Percy estaba a sus pies. Su hijo lo miró con una tensa obstinación.

—Ayudadme a subir —nos dijo.

Annabeth parpadeó.

—¿Es que te has vuelto loco?

—Es probable.

—Eh, no, definitivamente —dije.

—Percy —Grover movió sus pezuñas nerviosamente—, a los dioses no les gusta que la gente se siente en su trono. En el sentido de convertirte-en-un-montón-de-cenizas, ¿entiendes?

—Necesito que me preste atención —repuso Percy—. Es la única manera.

Jugué con mi collar.

—Bueno —fruncí los labios, observándolo con una agitación de preocupación. ¿Era esta la decisión?—, así seguro que lo conseguirás.

Uniendo nuestros brazos, levantamos a Percy del suelo. Se subió al trono de su padre y sentí que un estruendo resonaba en la sala. Retrocedimos y Percy apretó los dientes. El estruendo se hizo más fuerte y empezó a echar humo. Jadeé e intenté bajarlo, pero Annabeth me detuvo.

—Mira —señaló, y el humo que salía de sus ropas pareció desvanecerse.

Percy se enderezó, escuchando algo que nosotros no podíamos.

—Perdona, padre —dijo entonces—. Tenía que conseguir que me prestaras atención —hubo una pausa en la que su padre respondió—. Perdona. Escucha, las cosas se están poniendo muy feas aquí —Percy le explicó la situación y luego le contó el plan, y yo me tensé cuando me incluyó. Me miró brevemente como si dijera: lo sé, pero puedes hacerlo—. Padre, Cronos envió un ejército contra ti a propósito. Quiere separarte de los demás dioses porque sabe que con la ayuda de Claire podrías inclinar la balanza. Puedes conseguir que los otros dioses se den cuenta de que necesitan a Claire para vencer —apretó los dientes con fastidio—. Estoy en el Olimpo.

El suelo tembló y Annabeth, Grover y yo tropezamos. Nos sujetamos y conseguimos mantenernos en pie. Se calmó, pero el estruendo había vuelto, y Percy volvió a echar humo. Creo que ni siquiera se dio cuenta porque preguntó:

—¿Tyson está bien? —frunció por la respuesta de su padre—. ¿Le has dejado combatir? —otra pausa—. Y el Olimpo tal vez se salve. Padre —el retumbar creció—, ya estoy rezando. Hablo contigo, ¿no?

Era extraño escuchar una parte de la conversación, pero parecía haber terminado. Percy saltó del trono, frunciendo mientras lo estudiábamos nerviosamente.

—¿Qué pasa?

—¿Te encuentras bien? —preguntó Grover—. Te has puesto pálido... y has empezado a humear.

Por alguna razón, Percy se sintió ofendido.

—¡Anda ya! —pero echó un vistazo y vio que le salían hilos de humo por las mangas y que tenía todo el vello chamuscado.

—Si hubieras pasado más rato ahí sentado —dijo Annabeth—, habrías entrado espontáneamente en combustión. Espero que la conversación haya valido la pena.

Percy se encontró con mi mirada, y compartimos un momento de silencio de esto funcionará; puedes hacerlo. Es tu destino. Luego, frunció los labios.

—Pronto lo averiguaremos. Claire...

Se interrumpió cuando las puertas se abrieron. Thalia entró. Su arco estaba partido por la mitad y su carcaj vacío.

—Debéis bajar cuanto antes —nos dijo—. El enemigo está avanzando. Y Cronos marcha al frente de las tropas.

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