lxxviii. To Family

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chapter lxxviii.
( the last olympian )
❝ to family ❞

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Me sentí estúpida por desmayarme en los brazos de Percy al ver que las Moiras se llevaban el cuerpo de Luke. Pero estaba tan cansada... y con tanto dolor... ya ni lo sabía. La pena que sentí por Luke fue diferente a otras que sentí cuando murió un ser querido. No sé si fue el cansancio de ver marchar a tantos, o si fue una triste comprensión. Una de que Luke se encontraba mejor ahora. Que ya era libre, estaba en paz y tenía una segunda oportunidad para hacer todo bien. Era triste, pero también había algo de felicidad en ello.

Cuando volví en mí, me sorprendió no sentir ningún dolor. Observé mis dedos y no vi moretones ni cortes, podía mover el brazo sin problemas. Sentí que alguien me apartaba el pelo de la cara y allí estaba Hannah, ahuecando mi mejilla con una sonrisa llorosa.

No necesitó decir nada. Me incorporé y la rodeé con mis brazos, sujetándola con fuerza. Me sostuvo la cabeza y dejó escapar algunos sollozos de alivio. Todo había terminado. Habíamos ganado. Estoy viva. Estamos vivos.

—Estoy muy orgullosa de ti —dijo Hannah en un susurro, pasándome las manos por el pelo.

Escuchar esas palabras me hizo romper en llanto. Me aferré con más fuerza y cerré los ojos, hundiendo la cabeza en el hueco de su hombro; en el tacto de una madre; uno que significaba más para mí que el de mi biológica.

—Gracias, mamá —le susurré.

Su respiración se entrecortó. Se quedó paralizada durante un segundo, pero luego se relajó y me dio un beso cariñoso a un lado de la cabeza.

Aunque quería quedarme con ella, también quería buscar a los demás. Al entrar en la sala del trono, Zeus estaba a medio camino de dar un discurso. Con cuidado, me deslicé sin ser notada, llegando a colocarme junto a Grover, Annabeth y Percy.

—¿Me perdí mucho? —susurré a Percy.

—Hasta ahora nadie ha planeado matarnos —respondió él, inclinándose hacia mí.

—Vaya... la primera vez en todo el día.

Resopló y yo oculté una sonrisa. Grover y Annabeth nos dieron un codazo porque Hera nos miraba mal.

—En cuanto a mis hermanos —dijo Zeus—, estamos agradecidos —se aclaró la garganta, como si no le acabaran de salir las palabras—, hum, agradecidos por la ayuda de Hades.

El dios hizo un leve gesto con la cabeza. Mostraba una expresión engreída y yo sonreí. Se lo había ganado; él y Nico. Le dio unas palmaditas en el hombro a su hijo. que parecía más feliz que nunca. Hizo que mi corazón se calentara.

—Y naturalmente —prosiguió Zeus con rigidez—, debemos... eh... darle las gracias a Poseidón.

—Perdona, hermano —dijo el padre de Percy—. ¿Cómo has dicho?

—Debemos darle las gracias a Poseidón —refunfuñó Zeus—, sin cuya ayuda... habría sido difícil...

Apolo se aclaró la garganta. Zeus lo fulminó con la mirada. Mi padre inclinó la cabeza hacia mí.

Rechinó los dientes. Percy me envió una mirada lateral, muy divertido. Me sonrojé.

—Y a Claire Moore, la Emisaria de la Luz, gracias. Sin cuya ayuda también habría sido muy difícil...

—¿Difícil? —repitió Poseidón con aire inocente.

—Imposible —dijo Zeus—. Imposible derrotar a Tifón.

Los demás dioses rompieron en murmullos de asentimiento y golpearon el suelo con sus armas en señal de aprobación. Pero no necesitaba su aprobación. Ver la mirada de orgullo en la cara de Percy era suficiente.

Apolo aclaró su garganta una vez más.

Zeus asintió, cabreado.

—Que sí, que sí. Da un paso al frente, Claire Moore.

Miré a mis amigos con nerviosismo, pero di un paso vacilante. Los ojos de los dioses estaban puestos en mí. Zeus estrechó su mirada, aún no se sentía satisfecho por haberme necesitado para ganar la batalla.

—En nuestra... gratitud por lo que has hecho —comenzó—, he optado por no matarte.

—Eh... gracias, señor...

Percy soltó otro bufido. Annabeth le dio un codazo en el costado.

—Además, por tu valentía, puedo ofrecerte un regalo. Pide lo que quieras y lo recibirás.

Me sorprendí.

—Espere... —me crucé de brazos—, ¿cualquier cosa?

Zeus suspiró, muy molesto en ese momento.

—Sí. Sí, cualquier cosa.

—Um... —no sabía qué pedir. De hecho, no quería nada, especialmente de los Dioses. Pero había alguien en el fondo de mi mente. Alguien que todavía se aferraba a duras penas a la vida en una cama sin un brazo—. Tengo un amigo llamado Cain Richards, hijo de Fobos. Eh, ha perdido el brazo...

—No puedo devolverle su brazo —dijo Zeus—. Por desgracia, lo ha perdido para siempre. Pero... —reflexionó, y asintió para sí mismo—. Haré que Hefesto le diseñe uno. Estará más que encantado de hacerlo para el semidiós que salvó la vida de sus hijos. Se le diseñará un brazo digno de un héroe.

—Gracias —dije. Y esta vez lo dije en serio.

Retrocedí sin decir nada más, sin esperar a que Zeus me diera permiso. Volví a ponerme al lado de Percy, sintiéndome mucho mejor por haber vuelto con mis amigos. El Rey de los Dioses se sobresaltó, quizá se ofendió un poco, pero había prometido no matarme (aproveché para echárselo en cara un poco).

—Dicho lo cual —continuó Zeus—, ya sólo nos queda dar las gracias a nuestros jóvenes héroes semidioses, que tan bien han defendido el Olimpo... más allá de que mi trono haya sufrido algún que otro desperfecto.

Primero llamó ante su presencia a Thalia, ya que era su hija, y le prometió que la ayudaría a cubrir las bajas que se habían producido en las filas de las cazadoras.

Artemisa sonrió.

—Te has portado muy bien, mi lugarteniente. Has logrado que me sintiera orgullosa. Y las cazadoras que han perecido a mi servicio jamás caerán en el olvido. Alcanzarán los Campos Elíseos, de eso estoy segura —le lanzó a Hades una mirada acerada y llena de intención.

Él se encogió de hombros.

—Es lo más probable.

Artemisa siguió mirándolo con ferocidad.

—Está bien —rezongó—. Agilizaré sus expedientes.

Thalia sonrió orgullosa a pesar de todo.

—Gracias, mi señora —hizo una reverencia a todos los dioses, incluido Hades, y cojeó hasta situarse al lado de Artemisa.

—¡Tyson, hijo de Poseidón! —tronó Zeus. Tyson parecía nervioso. Nos miró y le sonreímos, asintiendo. Avanzó hasta el centro del consejo y el dios soltó un gruñido—. Éste no se salta ni una comida, ¿eh? Tyson, por el valor demostrado en la batalla y por dirigir el ataque de los cíclopes, te nombramos general de los ejércitos del Olimpo. En adelante, comandarás a tus hermanos en la guerra siempre que los dioses lo requieran. Y te concedemos una nueva... hum... ¿Qué clase de arma te gusta? ¿La espada? ¿El hacha?

—¡La porra! —dijo Tyson, mostrando su porra rota.

—Muy bien —repuso Zeus—. Te concedemos una nueva, eh, porra. La mejor que pueda encontrarse.

Tyson gritó y los demás cíclopes estallaron en vítores y se pusieron a darle porrazos en la espalda en cuanto se reunió con ellos.

—¡Grover Underwood, de los sátiros! —llamó Dioniso.

Grover se adelantó, nervioso.

—Deja de mordisquearte la camisa —lo reprendió el Señor D—. En serio, no voy a fulminarte. Bien. Por tu bravura y sacrificio, bla, bla, bla, y dado que lamentablemente tenemos una vacante, los dioses hemos considerado oportuno nombrarte miembro del Consejo de los Sabios Ungulados.

Estallé en una sonrisa orgullosa. Grover se desmayó allí mismo.

—Fantástico —suspiró el Señor D, mientras varias náyades corrían a socorrer a Grover—. Bueno, cuando despierte, que alguien le explique que ya no está desterrado y que todos los sátiros, náyades y demás espíritus de la naturaleza lo tratarán en adelante como señor de la naturaleza, con todos los derechos, honores y privilegios, blah, blah, blah. Y ahora, por favor, sacadlo de aquí antes de que despierte y se ponga demasiado sumiso.

¡COMIDAAA! —gemía Grover mientras se lo llevaban. Annabeth sonrió.

—Annabeth Chase —llamó Atenea—, mi propia hija.

Annabeth me apretó el brazo, le dio un pequeño puñetazo a Percy y luego avanzó y se arrodilló a los pies de su madre.

—Ay... —susurró Percy.

—Shh —le dije, emocionada por mi mejor amiga.

Atenea sonrió.

—Tú, hija mía, has superado todas las expectativas. Has empleado tu inteligencia, tu fuerza y tu coraje para defender esta ciudad y la sede de nuestro poder. Nos han llegado noticias de que el Olimpo está... en fin, destrozado. El señor de los titanes ha causado graves daños que habrán de ser reparados. Podríamos reconstruirlo todo mágicamente, desde luego, y dejarlo tal como estaba. Pero los dioses creemos que la ciudad podría mejorarse. Vamos a tomarnos esta situación como una oportunidad. Y tú, hija mía, te encargarás de diseñar las mejoras.

Annabeth levantó la vista, totalmente pasmada.

—¿Mi... mi señora?

Su madre sonrió con ironía.

—Eres arquitecta, ¿no? Has estudiado las técnicas del mismísimo Dédalo. ¿Quién mejor para remodelar el Olimpo y convertirlo en un monumento que perdurará durante otro eón?

—Eso significa... ¿que puedo diseñar lo que quiera?

—Lo que te salga de dentro —contestó la diosa—. Construyenos una ciudad a la altura de los tiempos.

—Siempre que haya muchas estatuas mías —añadió Apolo.

—Y mías —asintió Afrodita.

—Eh, ¡y mías! —gritó Ares—. Grandes estatuas con enormes espadas mortíferas y...

—¡Muy bien! —cortó Atenea—. Ha captado el mensaje. Levántate, hija mía, arquitecta oficial del Olimpo.

Annabeth se puso de pie y caminó hacia nosotros prácticamente en trance. Yo sonreí. Percy le propinó un codazo.

—Enhorabuena —le dijo.

Por una vez, se había quedado sin palabras.

—Tendré... tendré que empezar a hacer planos... Papel de dibujo, hum, y lápices...

—¡Me toca, me toca! —anunció Apolo, aplaudiendo. Oh, aquí vamos— . ¡Mi hija, Claire Moore! ¡Adelante, mi heroína! Sí, sí, ¡otra vez!

Fruncí los labios y me acerqué a él. Le saludé con la mano.

—Por tu asombrosa valentía —me dijo orgulloso, con una mano en el corazón y la otra en la sala del trono—, ¡he compuesto un Haiku de tu intrépida aventura!

Oh, no.

Volví a mirar a Percy. Él me miró con las cejas fruncidas y yo entrecerré los ojos. Mi padre no se dio cuenta.

"Claire Moore derrotó a

Tifón, el peor de los monstruos.

Es la más maravillosa."

Fue terrible, pero sonreí.

Retrocediendo una vez más, por fin, llegó la hora de que el último fuera llamado.

—¡PERCY JACKSON! —tronó Poseidón. Los ecos de su nombre recorrieron la sala del trono.

Todos los murmullos se extinguieron. Se hizo el silencio y sólo se oía el chisporroteo de la hoguera. Percy se sorprendió un poco al tener los ojos de todos sobre él. Pero le envié una sonrisa alentadora. La tensión en sus hombros se disipó un poco y se dirigió al centro. Hestia sonrió también desde su lugar en la hoguera en forma de niña, irradiando calidez y confort.

Primero se inclinó ante Zeus. Luego se arrodilló ante su padre, como nosotros hicimos con los nuestros.

—Levántate, hijo mío —dijo Poseidón.

Se incorporó, vacilante.

—Un gran héroe debe ser recompensado —proclamó—. ¿Hay alguien aquí dispuesto a negar los méritos de mi hijo?

Ningún dios protestó. (Lo cuál fue una novedad.)

—El consejo está de acuerdo —dijo Zeus—. Percy Jackson, recibirás un don de los dioses.

Percy titubeó, casi como yo.

—¿Cualquier don?

Zeus asintió muy serio.

—Sé lo que vas a pedir. El mayor de todos los dones. Sí, si lo quieres, será tuyo. Los dioses no le han otorgado ese don a ningún héroe mortal desde hace muchos siglos. Sin embargo, Perseo Jackson, si tú lo deseas, te convertirás en un dios. Inmortal. Indestructible. Serás el lugarteniente de tu padre durante toda la eternidad.

Era como si alguien hubiera cogido mi corazón y lo hubiera sacado de mi garganta. Y lo hubieran colgado allí, fuera de mi alcance y riéndose en mi cara.

Me sentí muy egoísta, pero no pude evitarlo.

Creo que me puse pálida, anticipando la respuesta de Percy. Se quedó mirando a Zeus, atónito.

—¿Un dios?

Zeus puso los ojos en blanco.

—Un dios algo alelado, por lo visto. Pero sí. Con el consentimiento del consejo en pleno, puedo hacerte inmortal. Y luego habré de soportarte toda la eternidad.

No.

(Dioses, ¿cómo podía ser tan egoísta? Estaba ahí, a punto de recibir el mejor regalo de la historia. Una vida inmortal. Podría vivir para siempre, no tener que preocuparse nunca más por luchar contra los monstruos. Vivir su vida aquí, en el Olimpo, con su padre, como un Dios.)

(Y sin embargo, yo no podía ni siquiera soportar la idea...)

Me sentí mal. Quería decir algo, convencerle de que no. Pero mi voz no funcionaba, ¿y por qué iba a hacerlo? ¿Quién era yo para decirle que no? Si esta era la mejor opción para él, debería estar orgullosa.

Pero también significaba perderlo... para siempre.

Ya ni siquiera escuchaba a los dioses. Sus voces se confundían en el fondo de mi cabeza. Pero vi que Percy me devolvía la mirada y tuve que apartar la vista. Me quedé mirando el suelo, esperando que así fuera más fácil despedirme (por no decirlo). Sin embargo, alcancé la mano de Annabeth, agarrándola con tanta fuerza que las yemas de sus dedos se volvieron azules.

Y entonces...

Percy respiró profundamente, se dirigió a los dioses y dijo:

—No.

Mis ojos se alzaron de nuevo. Mi corazón volvió. Me quedé sorprendida. ¿Rechazó la inmortalidad? ¿Por qué?

El consejo enmudeció. Los dioses se miraban unos a otros frunciendo el entrecejo.

—¿No? —balbució Zeus—. ¿Estás... rechazando nuestro generoso regalo?

—Me siento muy honrado y tal —dijo Percy con cuidado, atento al límite de la voz del dios—. No vayáis a entenderme mal. Es sólo... que me queda aún mucho que vivir. Me parecería horrible haber alcanzado mi mejor momento en segundo de secundaria.

Volvió a mirar hacia atrás, encontrando mi mirada. Mi corazón era tan liviano, que creí que estaba flotando. No se marchará... No lo voy a perder.

—Quiero un don, sin embargo —prosiguió, volviendo la vista al frente—. ¿Prometéis concederme mi deseo?

Zeus reflexionó.

—Si está en nuestras manos...

—Lo está. Y ni siquiera es difícil. Pero quiero que lo prometáis por el río Estigio.

¿Qué? —gritó Dioniso—. ¿Acaso no te fías de nosotros?

—Alguien me explicó una vez —dijo Percy mirando a Hades— que siempre hay que asegurarse un juramento solemne.

Hades se encogió de hombros.

—Culpable.

—¡Muy bien! —gruñó Zeus—. En nombre del consejo, juramos por el río Estigio concederte tu razonable petición, siempre que esté en nuestro poder.

Los dioses asintieron con un murmullo. Estalló un trueno. Sacudió la sala del trono.

Percy lucía satisfecho.

—De ahora en adelante, quiero que reconozcáis como es debido a los hijos de los dioses. A todos los hijos... de todos los dioses.

Los olímpicos se removieron, incómodos.

—Percy —dijo Poseidón—, ¿a qué te refieres exactamente?

—Cronos no podría haberse rebelado sin la ayuda de un montón de semidioses que se sentían abandonados por sus padres —explicó—. Estaban furiosos, llenos de rencor, y tenían motivos.

Zeus parecía a punto de echar fuego por la nariz.

—Te atreves a acusar...

—Se acabaron los hijos no reconocidos —declaró Percy, sin miedo a su ira—. Quiero que prometáis que reconoceréis a vuestros hijos, a todos vuestros hijos semidioses, cuando cumplan los trece años. Ninguno será abandonado a su suerte en el mundo, ni dejado a merced de los monstruos. Quiero que sean reconocidos y llevados al campamento para recibir un entrenamiento adecuado y poder sobrevivir.

(Este chico.)

—A ver, un momentito —terció Apolo, pero no había acabado.

—Y los dioses menores: Némesis, Hécate, Morfeo, Jano, Hebe, todos ellos merecen una amnistía general y un lugar en el Campamento Mestizo. Sus hijos no deberían ser menospreciados. Calipso y los demás vástagos pacíficos de la estirpe de los titanes también merecen que se los perdone. Y Hades...

—¡¿Estás diciendo que soy un dios menor?!

—No, mi señor —se apresuró a responder—. Pero vuestros hijos no deberían ser dejados de lado. Deberían tener su propia cabaña en el campamento. La experiencia de Nico lo ha demostrado. Ya nunca más debiera haber semidioses no reconocidos apretujados en la cabaña de Hermes, preguntándose quiénes podrían ser sus padres. A partir de ahora tendrán sus propias cabañas, y las habrá para todos los dioses sin excepción. Y se acabó el pacto de los Tres Grandes. Tampoco funcionó, de todos modos. Debéis dejar de intentar libraros de los semidioses poderosos. Al contrario: serán aceptados y entrenados como corresponde. Todos los hijos de los dioses serán bienvenidos y tratados con respeto. Ése es mi deseo.

Creo que estaba sonriendo. ¿Sonreía? ¿Por eso me dolían las mejillas?

Zeus resopló.

—¿Nada más?

—Percy —dijo Poseidón—. Pides demasiado. Estás abusando.

—Debéis cumplir vuestro juramento —contestó Percy—. Todos.

° ° °

Rachel robó el pegaso de Percy. No sabía si estar enfadada o impresionada.

(Creo que me decanté por lo segundo.)

Corrimos de vuelta al Campamento Mestizo tan rápido como pudimos. Parecía que los eventos nunca terminaban. Estábamos cansados y doloridos, y definitivamente sólo queríamos una siesta y tiempo para llorar, pero no, por supuesto que no, ¡somos semidioses!

Nos pareció una eternidad montar en hipocampo hasta que vimos la playa del campamento. Les dimos las gracias y vimos que Argos nos estaba esperando con los brazos cruzados y bastante malhumorado.

—¿Está aquí? —preguntó Percy.

Asintió, muy serio.

—¿Va todo bien? —preguntó Annabeth.

Argos meneó la cabeza.

Fantástico —murmuré.

Lo seguimos por el sendero. Tras todo lo ocurrido, era un poco abrumador estar de vuelta en el campamento, pero había poco tiempo para concentrarse en eso, teníamos que correr tan rápido como pudiéramos para llegar a la Casa Grande. Algo iba rematadamente mal. La niebla verde revoloteaba por el patio. Mi yo más joven tuvo una chispa de miedo, sintiendo la misma energía que irradiaba May Castellan cuando la conocí... Oh, dioses, Rachel, ¿qué has hecho?

Quirón yacía en una camilla tamaño caballo junto a la pista de voleibol, rodeado de un corrillo de sátiros. Me tranquilizó verlo con vida. Blackjack galopó nerviosamente en la hierba. Percy suspiró, comprendiendo lo que decía.

Rachel Elizabeth Dare, en todo su esplendor de pelo rojo encrespado, estaba de pie en el porche con los brazos estirados, como si esperase que alguien lanzara algo. Como una pelota... pero no creo que fuera eso.

—¿Qué está haciendo? —quise saber, más preocupada que otra cosa—. ¿Y cómo habrá atravesado los límites de seguridad?

—Volando —dijo uno de los sátiros, echándole una mirada acusadora a Blackjack—. Ha pasado justo por encima del dragón y ha cruzado las fronteras mágicas.

—¡Rachel! —gritó Percy, pero los sátiros lo detuvieron.

—No, Percy —advirtió Quirón. Hizo una mueca al tratar de moverse. Tenía un brazo en cabestrillo, las patas traseras entablilladas y la cabeza vendada—. No puedes interrumpir.

—¡Creía que habías hablado con ella!

—Así es. Y la invité a venir aquí.

Percy lo miró, incrédulo.

—¡Dijiste que nunca permitirías que nadie volviera a intentarlo! Dijiste...

Percibí que ocurría. Abrí los ojos. Oh, cielos...

—Sé lo que dije. Pero me equivocaba. Rachel tuvo una visión sobre la maldición de Hades. Cree que tal vez haya sido levantada. Me ha convencido de que vale la pena intentarlo.

—¿Y si no ha sido levantada aún? ¡Como Hades no se haya ocupado de ello, se volverá loca!

La Niebla se arremolinó alrededor de Rachel. Temblaba como si fuera a entrar en shock.

Percy luchó contra los sátiros.

—¡Rachel! —gritó—. ¡Detente! —corrió hacia ella.

Se acercó a menos de tres metros y chocó con algo, una fuerza invisible que le hizo retroceder. Aterrizó en la hierba. Corrí hacia él, comprobando si estaba bien. Annabeth se puso a nuestro lado. Nos quedamos mirando, impactados, cómo Rachel abría los ojos y se giraba. Parecía como si fuera sonámbula, como si pudiera vernos, pero sólo en un sueño.

—Todo va bien —su voz sonaba remota; como si susurrara a través de una llanura de trigo—. Para eso he venido.

—¡Serás destruida!

Ella meneó la cabeza.

—Éste es mi sitio, Percy. Por fin comprendo por qué.

La Gran Casa retumbó, haciendo temblar el suelo. La puerta se abrió de golpe y un fulgor verde se extendió como si hubiera estado rogando que lo dejaran libre. La Niebla se retorció sinuosamente convertida en un centenar de serpientes, que se deslizaban por las columnas del porche y envolvían en sus anillos toda la casa. Entonces apareció el Oráculo en el umbral. Arrastró los pies hacia Rachel, que seguía extendiendo los brazos como si quisiera recibir un gran abrazo.

No parecía asustada.

—Llevas demasiado esperando —le dijo al Oráculo—. Pero aquí estoy por fin.

El sol brilló todavía con más ardor y apareció un hombre flotando en el aire. Rubio con toga blanca, gafas de sol y sonrisa engreída.

—Apolo —dijo Percy.

Nos guiñó un ojo, pero se llevó un dedo a los labios.

—Rachel Elizabeth Dare. Posees el don de la profecía. Pero también se trata de una maldición. ¿Estás totalmente decidida?

Asintió.

—Es mi destino.

—¿Aceptas los riesgos?

—Sí.

—Entonces, adelante.

Rachel cerró los ojos.

—Acepto esta misión. Me entrego a Apolo, dios de los Oráculos. Abro mis ojos al futuro y abrazo el pasado. Acepto al espíritu de Delfos, Voz de los Dioses, Portador de Enigmas, Vidente del Destino.

Nos quedamos atónitos, congelados e incapaces de movernos. Detrás de nosotros, Nico di Angelo parecía más pálido que de costumbre. La Niebla se espesó mientras hablaba. De la boca de la momia brotó entonces un serpenteante reguero verde, grueso como una pitón, que se deslizó por los escalones y empezó a enroscarse perezosamente por las piernas de Rachel. La momia del Oráculo se desmoronó y se fue deshaciendo hasta que sólo quedó un montón de polvo y un viejo vestido de colores. La niebla envolvió a Rachel, aceptando por fin la bienvenida que le brindaba.

Había tanta luz que no podíamos verla.

Y entonces el humo se despejó.

Ella se desplomó.

Percy, Annabeth, Nico y yo corrimos hacia ella, pero Apolo nos detuvo:

—¡Alto! Ahora viene la parte más delicada.

—¡¿Qué sucede?! —demandó Percy, furioso—. ¿A qué se refiere?

Mi padre estudió a Rachel con inquietud.

—El espíritu puede alojarse en su interior o no.

—¿Y si no lo hace? —preguntó Annabeth.

Ninguno quería saber la respuesta, pero mi padre respondió.

—Cinco sílabas —las contó con los dedos—. «Sería fatal.»

A pesar de la advertencia, Percy corrió y se arrodilló sobre Rachel. Annabeth, Nico y yo esperábamos con la respiración agitada.

De pronto se le abrieron los párpados. Se enfocó con dificultad.

—Percy.

—¿Te encuentras bien? —pregunté.

Intentó sentarse.

—Uf —se llevó las manos a las sienes.

Los demás nos acercamos. Me senté al otro lado de Rachel y le puse una mano en la espalda para ayudarla. Ella pareció sorprendida por el amable gesto.

—Rachel —dijo Nico—, tu aura vital se había desvanecido casi del todo. He visto cómo morías con mis propios ojos.

—Estoy bien —musitó—. Ayudadme a levantarme, por favor. Las visiones... me desorientan un poco.

Lo hice, sosteniéndola con fuerza. Percy ayudó.

—¡¿Seguro que estás bien?!

Apolo bajó flotando desde el porche.

—Damas y caballeros, es un placer presentarles al nuevo Oráculo de Delfos.

Annabeth dejó escapar una mueca de incredulidad, y una sonrisa comenzó a formarse en su rostro.

—Está de broma.

Rachel esbozó una leve sonrisa.

—También para mí resulta algo sorprendente, pero éste es mi destino. Lo vi al llegar a Nueva York. Ahora sé por qué nací con este don. Fui creada para convertirme en Oráculo.

Percy parpadeó.

—¿Estás diciendo que ahora mismo puedes predecir el futuro?

—No a todas horas. Pero hay visiones, imágenes y palabras en mi mente. Cuando alguien me hace una pregunta, yo... ¡Oh, no...!

—Ya empieza —anunció mi padre.

Rachel se dobló como si le hubieran dado un puñetazo. Percy y yo la soltamos sorprendidos cuando se levantó de golpe y sus ojos brillaron de un verde nebuloso.

La voz que salió de sus labios parecía triplicada:

Diez mestizos responderán a la llamada.

Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer.

Sólo el miedo puede guiar la armonía hacia la aceptación

o enfrentarse a la auténtica y caótica discrepancia.

Un juramento que mantener con un último aliento,

y los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte.

Al pronunciar la última palabra, Rachel cayó fulminada. Percy y yo nos apresuramos a sujetarla y la llevamos hacia el porche. Tenía un calor febril en la piel.

—Estoy bien —dijo, ya con su voz normal.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Percy.

Ella negó con la cabeza, desconcertada.

—¿El qué?

—Yo diría que acabamos de oír la siguiente Gran Profecía —comentó Apolo.

Fruncí.

—¿Cómo?

—¿Qué significa? —inquirió Percy.

Rachel frunció el entrecejo.

—Ni siquiera recuerdo qué he dicho.

—No —terció mi padre—. El espíritu sólo hablará a través de ti en ocasiones. El resto del tiempo, Rachel seguirá siendo la de siempre. No tiene sentido interrogarla, aunque acabe de pronunciar la nueva gran predicción sobre el futuro del mundo.

—¿Qué? —Percy intentaba comprenderlo—. Pero...

—Percy —atajó Apolo—, yo no me preocuparía demasiado. La última Gran Profecía sobre ti tardó casi setenta años en cumplirse. Esta quizá ni siquiera suceda durante el curso de tu vida.

Pero eso no cambió la mirada preocupada de Percy.

—Puede ser. Pero no sonaba demasiado bien.

—Ya —dijo mi padre jovialmente—. Nada bien. ¡Va a ser una Oráculo fantástica!

° ° °

Al terminar de cenar fui en busca de Percy. Habían sido un día y una noche muy largas. Nos despedimos de demasiadas personas, pero también celebramos sus vidas y las de los que sobrevivieron. Amigos se abrazaron, familias lloraron entre sí, Grover y Enebro salieron a pasear por la noche, Annabeth llevó comida a Cain en la enfermería.

Y Percy celebró su cumpleaños, solo, en la mesa de Poseidón. Creo que ni siquiera se acordaba.

(Menos mal que yo sí.)

—Eh —me senté junto a él en el banco. Me miró, y la luz de la luna le iluminó el pelo negro, volviéndolo plateado. Vi el mechón gris que tenía en la nuca. Sonreí. Le tendí la enorme magdalena deforme con glaseado azul—. Feliz cumpleaños, Niño Babeante.

Me miró.

—¿Qué?

Mi sonrisa creció. Tenía razón.

—Hoy es dieciocho de agosto. Tu cumpleaños, ¿no?

Se burló un poco, acordándose. Le di un codazo, un poco divertida. Intenté que el aire entre nosotros fuera ligero, a pesar de todo lo que había pasado en los últimos días. Lo necesitábamos.

—Pide un deseo —le dije.

—¿La has preparado tú?

—Annabeth y Tyson me han ayudado. Ninguno cocinamos bien.

—Ya entiendo por qué parece un ladrillo de chocolate —dijo Percy. Jadeé ofendida—. Con ración extra de cemento azul.

Lo empujé despreocupadamente y no pude evitar reírme. Él me sonrió, pensando un segundo antes de soplar la vela. No le pregunté que deseaba, en su lugar, la cortamos por la mitad y la compartimos, comiendo con con los dedos. Para ser un ladrillo, sabía muy bien.

Contemplamos juntos el océano.

—Has salvado el mundo —dije, cortando un poco de glaseado con mi dedo. Lo mordí con los dientes.

Hemos salvado al mundo.

Arqueé una ceja. Sus ojos verdes brillaban como el océano bajo la luz de la luna. Dioses, era tan guapo. Cogí más glaseado.

—Y Rachel es la nueva Oráculo —continué con indiferencia—, lo cual es una locura. ¿Pero sabes qué significa?

—No.

—No podrá salir con nadie —dije con alegría—. Ha jurado ser soltera. Es un juramento sagrado. Lo sé muy bien, naturalmente, por ser hija de Apolo.

—No pareces muy apenada —dijo Percy.

Me burlé, encogiéndome de hombros. Arrugando la nariz, intenté no encontrar su mirada. En su lugar, mordí la magdalena. Tragando, dije:

—Para ser sincera, me da igual. Excepto que ahora técnicamente también se lo he jurado, lo cual es genial.

—Oh-oh.

Me giré hacia él al escuchar el sarcasmo.

—¿Qué? —pregunté—. ¿Tienes algo que decirme, Cara de Percebe?

—Seguramente me darías una patada en el trasero, solecito.

—Tenlo por seguro.

Se quitó el pastel de las manos y sus labios se movieron hacia arriba. Terminé el resto de mi mitad.

—Cuando estaba en el río Estigio, volviéndome invulnerable... Nico me dijo que debía concentrarme en algo que me mantuviera anclado al mundo, algo que me diera ganas de seguir siendo mortal.

Mi corazón retumbó. Mi estómago se sacudió. Sabía que estaba muy roja, pero mantuve la mirada en el horizonte. Mi respiración se agitó.

—¿Sí?

—Luego, en el Olimpo —prosiguió, nervioso—, cuando quisieron convertirme en un dios y tal, yo no paraba de pensar...

—Ah, ¿querían convertirte en dios? No me había dado cuenta...

Me empujó y me reí.

—¡Hablo en serio!

—Uy, sí —sonreí. Me miró sin comprender y puse los ojos en blanco—. Continúa, tonto, te escucho.

Percy suspiró y volvió a hablar con nerviosismo.

—Bueno, quería aceptar la oferta. Pero no, porque pensaba... que no quería que las cosas siguieran igual toda la eternidad, porque las cosas siempre podrían mejorar. Y pensaba... —evitó mi mirada.

(Este chico.)

Quería burlarse de él, sólo un poco, para ver el rubor en sus mejillas.

—¡Lo sabía, pensabas en Annabeth!

Percy se congeló. Palideció al verme.

—¿Qué? No, Claire, ¡estaba pensando en ti!

Me reí. Inclinándome hacia delante, ahuecé sus mejillas.

—Me alegro de que no lo hicieras —le susurré—. Porque yo también pensaba en ti...

Inclinándose, nuestros labios se rozaron. Sabían a glaseado azul y a pastel, pero eran hechizantes. Percy sonrió en el beso, deslizando un brazo alrededor de mi cintura. Nos hemos dado unos cuantos besos, sin duda. Un beso de "mira, estoy a punto de sacrificarme" en el Laberinto. Un conjunto de besos "creo que me gustas" junto al lago. Un beso de despedida de "necesito tiempo para mí" en la mejilla. Pero esto... Dioses, esto era algo más.

Percy volvió a besarme y yo solté una risita, atrayéndolo. Podría quedarme así para siempre, estoy segura. Aquí, besándolo, a la luz de la luna...

—¡Bueno, ya era hora!

Me aparté, sobresaltada.

El pabellón estaba lleno de antorchas y campistas. El agarre de Percy alrededor de mi cintura cayó ligeramente, molesto al ver que Clarisse conducía a todo un grupo de fisgones hacia nosotros. Grité cuando nos subieron a sus hombros.

—Pero bueno —protestó Percy—. ¿Es que no hay un poco de intimidad?

—¡Los tortolitos necesitan agua fría! —dijo Clarisse con pitorreo.

Vi que Annabeth estaba entre ellos. Me quedé boquiabierta al verla. Traidora.

—¡Al lago de las canoas! —gritó.

—¿Qué? —grité—. No, no, no, al agua no, al agua no...

Entre vítores y aplausos nos llevaron cuesta abajo y nos arrojaron al agua.

Las burbujas cayeron en cascada a mi alrededor. Entrecerré los ojos a través de la oscuridad y vi a Percy nadando hacia mí. En este momento, no me importaba el hecho de que mi ropa estuviera mojada, o que no pudiera respirar, porque pronto dejó de importarme. Me acerqué a él y presionó sus labios en los míos.

(Fue sin duda el mejor beso submarino de todos los tiempos.)

° ° °

Diferente era una palabra que me gustaba usar en mí. Era una palabra que todo el que está en este campamento tenía presente. En el campamento Mestizo, todo era diferente. Nosotros somos distintos a la mayoría de la gente en este planeta. Para ser franca, somos los hijos de los dioses griegos. Mitad humanos, mitad dioses.

Pero para mí, la palabra tenía una definición totalmente distinta. Antes la sostenía con el significado de una maldición; una carga que me había dado mi padre en aquel callejón. Pero ahora, la veía como algo más. No era una maldición, no era una carga, no era algo que debía evitar o apartar. No. De hecho, era una parte de mí. No me hacía la heroína que mi yo de doce años soñaba con ser algún día. Pero llegué aquí por el camino difícil. A través de la traición, el dolor, la muerte (no sólo de otros, sino la mía también)... pero además a través de la amistad, de conocer a gente que nunca habría tenido la oportunidad de conocer y de salvar a tantos otros.

Honestamente, no soy diferente de ti. Todos tenemos nuestras dificultades y tribulaciones. Todos tenemos nuestros momentos en los que nos sentimos como si dijéramos, no, no puedo continuar, déjame ir... no puedo seguir, déjame ir... Pero lo que me hace una semidiosa, una heroína... y lo que puede hacerte a ti un héroe... es ponerte de pie, atravesar la situación y decir, sí, voy a continuar, y no hay nada que pueda detenerme. Porque soy fuerte, soy importante, soy yo, y es la cosa más espectacular, el superpoder más grandioso que tengo.

Somos distintos. Pero eso nos hacía especiales. Ser quienes somos. Ser héroes.

En cierto modo. Tú y yo, todos aquí...

Somos Emisarios de la Luz.

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