Prologue

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prologue
( pre lightning thief )
❝ claire moore ❞

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ELLA ESTABA SENTADA EN EL FRÍO, con su osito de peluche en una mano y su manta en la otra, pegada a su cuerpo helado. La niña de seis años lloraba en la noche, haciendo eco contra las paredes estrechas y los cubos de basura en el callejón turbio.

—Mami —soltó entre sollozos. Había estado gritando la misma palabra durante más de dos horas, pero nadie había acudido a su llamada.

Las oscuras calles de Miami, Florida, rodeaban a la pequeña como sombras amenazadoras, preparándose para envolverla en su oscuridad. Su cabello rubio claro parecía un gris fantasmal, y su rostro hinchado, rojo y con manchas se ensombrecía en el cielo nocturno.

Sus manos se curvaron con más fuerza alrededor de su manta rosa y su osito de peluche, y lloró más fuerte cuando un viento frío la golpeó, pellizcando su piel debajo de su fina chaqueta.

—¿Mami? —llamó de nuevo, pero seguía sin recibir respuesta.

El viento continuó y la niña se estremeció junto al contenedor amarillo. La gente pasaba por la calle principal, los coches, autobuses y taxis llenaban la calle. Nadie daba una mirada de reojo al callejón, nadie se preocupaba por escuchar los gritos de la niña.

Excepto por uno.

Él era guapo. Era el tipo de hombre por el que las chicas se desmayaban y caían de rodillas para adorarlo.

Al menos era lo que creía.

Observaba desde un lado del callejón, su cabello rubio decolorado por el sol emitía una luz cálida en la noche. Todo su cuerpo emanaba calor como si fuera un calentador ambulante o el mismo sol. Se acercó lentamente a la pequeña, quien miró los pasos.

Lo miró con grandes ojos color avellana. El hombre se agachó ante ella y le dedicó una pequeña y cálida sonrisa.

—¿Te has perdido, pequeña? —preguntó, y la niña asintió con la cabeza, sorbiendo.

—¿Dónde está mami? —quiso saber, y el hombre frunció los labios y con cuidado colocó una mano sobre su hombro.

—Mami tiene amigos que vendrán a recogerte por la mañana —dijo él vacilante.

—¿De verdad? —su voz sonó esperanzada y ligeramente emocionada.

El hombre asintió.

—Sí.

—¿Tendrán galletas?

Él sonrió.

—Montañas y montañas, además de pasta de dinosaurio.

Una sonrisa llena de dientes apareció en el rostro de la niña, sus lágrimas se detuvieron.

—¿Pasta de dinosaurio?

El hombre asintió y la niña se rió alegremente.

—Pero tendrás que esperar hasta que sea de día —continuó.

La niña frunció.

—¿Cuándo queda?

—Mucho.

—Ay —la niñita puso mala cara—, ¡pero hace frío!

El hombre inclinó la cabeza.

—¿Ah, sí?

La niña de seis años asintió, juntando más las rodillas.

—Quiero chocolate caliente.

—Bueno, tengo algo mejor que chocolate caliente —dijo el rubio, y los ojos de la joven se iluminaron.

—¿En serio?

—Sí. Mira —el hombre levantó las manos y chasqueó los dedos. Frente a la joven apareció una pequeña bola de luz. Su mandíbula se abrió y sus ojos se agrandaron. Miró la luz, asombrada. En un instante, comenzó a sentirse más cálida y su agarre en la manta disminuyó.

—Wow —dijo con una sonrisa de asombro en su rostro. Luego miró al hombre—. ¡¿Puedo aprender?!

—¿Quieres hacerlo?

Ella asintió con entusiasmo.

—¡Sí, sí, sí!

El hombre se rió entre dientes.

—Vale, vale. Dame tu mano.

La niña le dio la mano con los dedos extendidos. El hombre tomó su mano fría en las suyas cálidas y la niña miró su brazo mientras una luz dorada lo rodeaba como una cuerda. La calentó aún más y le hizo cosquillas en la piel. Se rió de la sensación, sus lágrimas ya olvidadas.

Finalmente, la luz desapareció y el hombre retiró las manos. La joven luego giró la suya para que su palma mirara hacia arriba, y antes de que se diera cuenta, una pequeña bola de luz muy parecida a la que el hombre conjuró flotaba.

Jadeó.

—¡Lo hice! ¡Lo hice! ¡Lo hice! —exclamó, sonriendo al hombre que le devolvió la sonrisa—. ¡¿Lo has visto?!

—Sí, lo he visto —asintió—. Ahora, te voy a enseñar algo más.

La de seis se movió con emoción hacia el hombre, con una amplia sonrisa en su cara.

Antes de que pudiera decir algo, él colocó sus dedos índices a ambos lados de sus sienes y sus ojos se inclinaron hacia atrás, antes de que se desplomara hacia un lado, dormida.

Con un suspiro, Apolo acostó a la niña, seguida de las dos bolas de luz. La arropó en su manta y se puso de pie.

—Si las profecías son correctas, serás increíble, Claire Moore —dijo antes de alejarse y desaparecer con un destello.

Llegó la mañana y Claire Moore abrió los ojos. Sonrió cuando vio las dos esferas frente a ella, que ahora se mezclaban con la luz del sol de Miami. Luego se sentó rápidamente y miró a su alrededor en busca del hombre que había conocido la noche anterior, pero frunció al no ver a nadie.

En cambio, a su lado, había una bolsa de lona amarilla. Una sonrisa se formó en sus labios. No lo sabía entonces, pero ese hombre le parecía muy familiar. Pensar en él hacía que su corazón se encogiera cálidamente y se le erizara el vello de los brazos.

Lo único que reconoció en la bolsa fue una caja de zumo, un paquete de galletas de chocolate y otro de pasta de dinosaurio. Todo lo demás le resultaba extraño, pero un pensamiento le dijo que los necesitaba.

Fue entonces cuando escuchó una voz.

—¡Mira, Thalia!

Claire miró hacia arriba para ver dos figuras al comienzo del callejón. Ambos eran mayores, una de ellas era un chico de unos catorce años, mientras que la otra una chica de unos doce.

El chico tenía el pelo rubio arenoso, cejas y nariz hacia arriba, además de una sonrisa torcida. Pero sus ojos azules no solo tenían picardía, sino también amabilidad.

La chica tenía el pelo negro, corto y puntiagudo y una mirada azul penetrante. Vestía de negro.

Ambos portaban armas. El chico tenía una espada atada al cinturón mientras que la chica tenía una lanza en la mano. Al ver las armas, Claire se tapó la cabeza con la manta, esperando que no la vieran.

—¡Eh, espera! —dijo el chico, y escuchó pasos corriendo hacia ella—. No pasa nada.

Sintió a los dos arrodillarse frente a ella.

—No estoy —dijo Claire, esperando que se fueran. En cambio, escuchó al chico reír.

Lentamente, la curiosidad se apoderó de ella y se asomó por la manta.

—Tranquila, no te haremos daño —dijo el chico con una cálida sonrisa. Colocó una mano sobre el hombro de Claire—. Esta es Thalia —asintió con la cabeza a la chica a su lado, quien le dio a Claire una sonrisa.

El chico la miró.

—Y yo soy Luke.

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