xii. Lotus Casino

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chapter xii.
( the lightning thief )
❝ lotus casino ❞

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PERCY ESTUVO FURIOSO TODO EL CAMINO de vuelta a la cafetería. Traté de mantener la distancia, temiendo que la tormenta en sus ojos hiciera que un tsunami me invadiera personalmente. Sabía que no estaba enojado conmigo, pero era tan aterrador que me hizo retorcerme en mi lugar y acercarme más a Annabeth con la esperanza de que me trajera algo de consuelo. Resultó que estaba tan asustada como yo.

La hija de Atenea permanecía conmovida por las arañas, y no podía culparla. Yo misma me estremecía al pensar en esas cosas de metal trepando por mis brazos y piernas como mil uñas. Me di cuenta de que ella estaba avergonzada y se sentía estúpida por no haber hecho nada. Por quedarse petrificada y gritando. Yo quería darme una bofetada. Había sido muy débil e indefensa en esa situación. Tanto que Percy tuvo que salvarme otra vez.

Puede que no sea hija de Atenea, pero cuando tomé su mano en la mía, supe exactamente cómo se sentía.

Regresamos a la cafetería para ver a Ares esperándonos en el estacionamiento. Se apoyaba en su motocicleta y yo hice todo lo posible por no mirar el cuero de piel humana.

—Bueno, bueno —dijo al vernos—. No os han matado.

—Sabías que era una trampa —Percy entrecerró los ojos al dios y Ares le dio una sonrisa maliciosa.

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Das el pego en la tele, chaval.

Sentí que mi cara se ponía roja. Percy le arrojó su escudo.

—Eres un cretino.

Annabeth, Grover y yo contuvimos el aliento. Estuve a punto de pensar idiota, pero me detuve. Empezaba a acostumbrarme a las payasadas de Percy. Ares agarró el escudo y lo hizo girar en el aire casi como haría un chef con una masa de pizza. Cambió de forma y se convirtió en un chaleco antibalas. Se lo echó a la espalda antes de señalar un camión de dieciocho ruedas aparcado al otro lado de la calle.

—¿Ves ese camión de ahí? Es vuestro vehículo. Os conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas.

El camión llevaba un cartel en la parte trasera que decía «amabilidad internacional: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS. PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS.» La escritura en blanco sobre negro impresa al revés facilitó la lectura. Intercambié una mirada con Annabeth.

—Estás de broma —dijo Percy.

Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.

—Billete gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por hacer el trabajo —sacó una mochila de nailon azul del manillar y se la lanzó a Percy, quien la tomó en sus brazos. Miré por encima de su hombro para ver ropa limpia para los cuatro y una bolsa de Oreos con relleno doble en el interior. Percy lanzó una mirada en dirección a Ares.

—No quiero tus cutres...

Lo interrumpí, dándole una mirada a Percy.

—Gracias, Lord Ares. Muchas gracias —luego bajé la voz para que solo Percy pudiera oírme—. Puede que no te guste, Cara de Alga. Pero a menos que quieras terminar como un hurón por el resto de tu estúpida vida, te sugiero que aceptes el regalo —Percy apretó los dientes, pero se echó la mochila al hombro.

Eché un vistazo al restaurante, que ahora tenía un número reducido de clientes. La camarera que nos había servido la cena nos miraba nerviosa por la ventana, como si temiera que Ares fuera a hacernos daño. Sacó al cocinero de la cocina para que también mirase. Le dijo algo. Él asintió, levantó una cámara y nos sacó una foto. Maldije entre dientes, genial, súper genial.

—Me debes algo más —le dijo Percy a Ares—. Me prometiste información sobre mi madre.

—¿Estás seguro de que la soportarás? —arrancó la moto—. No está muerta.

Miré a Percy, que parecía que se iba a desmayar.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la apartaron de delante del Minotauro antes de que muriese. La convirtieron en un resplandor dorado, ¿no? Pues eso se llama metamorfosis. No muerte. Alguien la tiene.

—¿La tiene? ¿Qué quieres decir?

—Necesitas estudiar los métodos de la guerra, pringado —Ares se acomodó las gafas—. Rehenes... Secuestras a alguien para controlar a algún otro.

—Nadie me controla —Percy espetó.

Ares se rió.

—¿En serio? Mira alrededor, chaval.

Vi a Percy cerrar los puños, sus ojos mortales viendo al dios de la guerra.

—Sois bastante presuntuoso, Lord Ares, para ser un tipo que huye de estatuas de Cupido.

Tragué nerviosamente. Tras sus gafas de sol, el fuego ardió. El aire caliente a nuestro alrededor pareció calentarse aún más.

—Volveremos a vernos, Percy Jackson. La próxima vez que te pelees, no descuides tu espalda.

Aceleró la Harley y salió con un rugido por la calle Delancy. Annabeth volteó hacia Percy.

—Eso no ha sido muy inteligente, Percy.

—Me da igual —replicó. Apreté los labios.

—No quieras tener a un dios de enemigo —le dije—. Especialmente ese dios.

—Eh, chicos —intervino Grover—. Detesto interrumpiros, pero... —señaló al comedor. En la caja registradora, los dos últimos clientes pagaban la cuenta, dos hombres vestidos con idénticos monos negros, con un logo blanco en la espalda que coincidía con el del camión—. Si vamos a tomar el expreso del zoo, debemos darnos prisa.

El expreso olía a la caja de arena para gatos más grande del mundo. Tuve que cubrirme la nariz cuando entramos en la parte trasera del camión. Estaba oscuro hasta que Percy destapó su espada, la hoja arrojando una tenue luz de bronce sobre el lugar mientras la movía. Fue entonces cuando vimos las jaulas.

Estaban sucias. La paja estaba sucia por excrementos de animales y orina, y de repente comprendí el olor. Y apretados dentro estaban los animales más tristes que jamás había visto: un león albino, una cebra y uno de los muchos antílopes africanos diferentes de los que no podía pensar en el nombre. Alguien le había tirado al león un saco de nabos mientras que la cebra y el antílope tenían una bandeja de polispán de carne picada. Las crines de la cebra tenían chicles pegados, como si alguien se hubiera dedicado a escupírselos. Por su parte, el antílope tenía atado a uno de los cuernos un estúpido globo de cumpleaños plateado que ponía: ¡AL OTRO LADO DE LA COLINA! El león se removía inquieto sobre unas mantas raídas y sucias, entre jadeos provocados por el calor que hacía en el camión. Tenía moscas zumbando alrededor de los ojos enrojecidos, y los huesos se le marcaban.

Grover estaba furioso.

—¿Esto es amabilidad? —exclamó—. ¡¿Transporte zoológico humano?!

Seguro que habría salido otra vez a sacudirles a los camioneros con su flauta de juncos, y desde luego yo le habría ayudado, pero justo entonces el camión arrancó y el tráiler empezó a sacudirse, así que nos vimos obligados a sentarnos o caer al suelo.

Nos acurrucamos en una esquina junto a unos sacos de comida mohosos, intentando hacer caso omiso del hedor, el calor y las moscas. Creé una pequeña esfera que flotaba sin rumbo fijo como fuente de luz, pero mi mal humor y cansancio parecían haberse reflejado en mis poderes, ya que se apagaba y encendía de vez en cuando. Grover intentó hablar con los animales mediante una serie de balidos, pero se lo quedaron mirando con tristeza. Annabeth estaba a favor de abrir las jaulas y liberarlos al instante, pero Percy negó con la cabeza, señalando que no serviría de mucho hasta que el camión dejara de moverse y que al león le gustaría más la idea de nosotros que los nabos.

Encontré una jarra de agua y les llené los cuencos, Percy usó a Contracorriente para sacar la comida equivocada de sus jaulas. Le dio la carne al león y los nabos a la cebra y al antílope. Grover calmó al antílope, mientras Annabeth le cortaba el globo del cuerno con su cuchillo. Quería también cortarle los chicles a la cebra, pero decidimos que sería demasiado arriesgado con los tumbos que daba el camión. Grover prometió a los animales que seguiríamos ayudándolos por la mañana, después nos preparamos para pasar la noche.

Grover se acurrucó junto a un saco de nabos; Annabeth abrió una caja de nuestras Oreos con relleno doble y mordisqueó una sin ganas; Percy se sentó junto a mí, mirando las puertas pensativo mientras yo hacía pequeños trucos con la luz para mantenerme ocupada. El león miraba la luz con ojos brillantes, y fue cuando parecía listo para saltar que me detuve, no quería que el mamífero gigante se lastimara.

—Annabeth —le dije en voz baja—, ¿me pasas una oreo?

Me tiró uno y lo atrapé con una mano antes de darle un mordisco. El sabor me trajo de vuelta a casa en Miami, donde mamá me compraba Oreos para picar. Tenía recuerdos de cuando mi padre los comía conmigo, ayudándome a abrirlos, y yo siempre me reía cuando sacaba más crema y él se quejaba de que no tenía nada. Terminé la galleta con amargura, sabiendo que por mucho que quisiera, nunca estaba en casa, nunca lo había estado. Sentía nostalgia por algo que nunca pasó, por algo que era solo una mentira. El Campamento Mestizo era mi hogar, Hannah era mi hogar. Cielos, la echaba muchísimo de menos.

Annabeth de repente habló a Percy, sacándome de mis pensamientos.

—Oye, siento haber perdido los nervios en el parque acuático, Percy. Si hubiera agarrado mejor la red, tú y Claire podríais haber salido con más facilidad.

—No pasa nada —dijo él—. Además, no creo que ninguno hubiera mantenido la red abierta, incluso si somos tan fuertes como Hércules.

—Es que... —Annabeth se estremeció—. Las arañas...

—¿Por la historia de Aracne? —supuso Percy—. Acabó convertida en araña por desafiar a tu madre a ver quién tejía mejor, ¿verdad?

Annabeth asintió.

—Los hijos de Aracne llevan vengándose de los de Atenea desde entonces. Si hay una araña a un kilómetro a la redonda, me encontrará. Detesto a esos bichejos. De todos modos, te la debo.

—Yo igual —hablé, moviendo mi mano para que la pequeña esfera se hiciera más grande a medida que se oscurecía a nuestro alrededor—. Dos veces... por salvarme —no podía mirar a Percy a los ojos—. En el arco y con las arañas... En serio, tengo que agradecértelo.

Percy lucía un poquitín avergonzado.

—Somos un equipo, ¿recordáis? Además, el vuelo molón lo ha hecho Grover.

Pensaba que estaba dormido, pero desde la esquina murmuró:

—¿A que he estado total?

Percy, Annabeth y yo nos reímos.

Me entregó otra oreo, y no sintiéndome exactamente con ganas de comerme otra después de mis pensamientos, la partí por la mitad y le di una a Percy.

—Dime —rompí el pequeño silencio—, en el mensaje Iris... ¿de verdad Luke no dijo nada?

Percy le dio un mordisco a su oreo y Annabeth se acercó más a mí, queriendo escucharlo. La mirada de Percy después del mensaje Iris nos había molestado. Había pensado que Luke nos mencionaría, y si no... hizo que mi estómago se hundiera, y no podía imaginar a Annabeth, que estaba loca por el tipo.

—Luke me dijo que él y vosotras os conocéis desde hace mucho. También dijo que Grover no fallaría esta vez. Que nadie se convertiría en pino.

La luz se atenuó y me alegré de que así fuera, ya que a Percy le resultaba difícil leer mi expresión.

Grover baló lastimeramente.

—Debería haberte contado la verdad desde el principio —le tembló la voz—. Pensaba que si sabías lo bobo que era, no me querrías a tu lado.

—Eras el sátiro que intentó rescatar a Thalia, la hija de Zeus.

Asintió con tristeza.

—Y los otros tres mestizos de los que se hizo amiga Thalia, los que llegaron sanos y salvos al campamento... —Percy nos a Annabeth y a mí—. Erais vosotras y Luke, ¿verdad?

Dejé mi oreo sin comer. Annabeth frunció los labios y dijo:

—Una mestiza de siete años no habría llegado muy lejos sola. Atenea me guió hacia la ayuda. Thalia tenía doce; Luke, catorce; Claire mi edad. Todos tenían familias con problemas, dos habían huído de casa, como yo. Les pareció bien llevarme. Y como Claire tenía mi edad, nos llevamos bien muy rápido. Luke y Thalia eran... unos luchadores increíbles contra los monstruos, incluso sin entrenamiento. Habían estado viajando sin mí durante un año y medio, y viajamos hacia el norte desde Virginia, sin ningún plan real, evitando monstruos hasta que Grover nos encontró.

—Se suponía que tenía que escoltar a Thalia al campamento —dijo él entre sollozos—. Sólo a Thalia. Tenía órdenes estrictas de Quirón: no hagas nada que ralentice el rescate. sabíamos que Hades le iba detrás, pero no podíamos dejar a Luke, Annabeth y Claire solos. Especialmente cuando me enteré de los poderes de Claire. Pensé... que podría llevarlos a los tres sanos y salvos. Fue culpa mía que nos alcanzaran las Benévolas. Me quedé en el sitio. Me asusté de vuelta al campamento y me equivoqué de camino. Si hubiese sido un poquito más rápido...

—Basta —negué con la cabeza—. Nadie te culpa. Thalia tampoco te culpaba. Si alguno de nosotros estuviéramos en tu posición, hubiéramos hecho lo mismo.

—Se sacrificó para salvarnos —dijo miserablemente—. Murió por mi culpa. Así lo dijo el Consejo de los Sabios Ungulados.

—¿Porque no pensabas dejar a otros dos mestizos atrás? —dijo Percy—. Eso es injusto.

—Percy tiene razón —convino Annabeth—. Claire y yo no estaríamos aquí hoy de no ser por ti, Grover. Ni Luke. No nos importa lo que diga el Consejo.

—Son un montón de viejos podridos —terminé.

Grover siguió sollozando en la oscuridad.

—¡Menuda suerte tengo! Soy el sátiro más torpe de todos los tiempos y voy a dar con los dos mestizos más poderosos del siglo, Thalia y Percy.

Me alegré en silencio de que no me mencionara.

—No eres torpe —insistí—. Tienes más coraje que cualquier otro sátiro que haya conocido, y eso son todos los que hay en el Campamento Mestizo. Nómbrame alguno que se atreva a ir al inframundo. Seguro que Percy también se alegra de que estés aquí.

Le di una patada en la espinilla.

—Sí —Percy, y supe que me lanzó una mala mirada—. No fue la suertelo que hizo que nos encontraras a Thalia y a mí, Grover. Eres el sátiro con más buen corazón del mundo. Eres un buscador nato. Por eso serás el que encuentre a Pan.

Dio un profundo suspiro de satisfacción. Esperé que Grover dijera algo, pero sólo volvió más pesada su respiración. Cuando empezó a roncar, me di cuenta de que se había dormido. Sintiéndome cansada, me puse en una posición más cómoda y cerré los ojos, dejándome llevar por el golpe casual del camión contra la carretera.

*

SOÑABA CON DINOSAURIOS y cebras cuando Annabeth me despertó. Me empujó tan fuerte que salte alto y aterrizar de nuevo no fue lo mejor de mi gracia. La fulminé.

—¡¿Por qué has hecho eso?!

—El camión ha parado —me dijo Grover—. Creemos que vendrán a ver los animales.

—¡Escóndete! —susurró Annabeth.

Fue más fácil para ella, porque se puso la gorra de los Yankees y desapareció. Percy, Grover y yo tuvimos que escondernos detrás de unos sacos de comida y confiar en parecer nabos. La luz del sol y el calor se colaron cuando las puertas se abrieron. Tuve que entrecerrar los ojos ante el repentino cambio de luz.

—¡Qué asco! —rezongó uno de los camioneros mientras sacudía la mano por delante de su fea nariz—. Ojalá transportáramos electrodomésticos —subió y echó agua de una jarra en los platos de los animales—. ¿Tienes calor, chaval? —le preguntó al león, y le vació el resto del cubo directamente en la cara.

El león rugió, sacudió su melena y mostró sus grandes y amenazadores dientes. El hombre no parecía impresionado.

—Vale, vale, tranquilo —dijo.

Junto a Percy, bajo los sacos de nabos, Grover se tensó. Para ser un herbívoro amante de la paz, parecía bastante mortífero, y me alegré de no haber sido el receptor.

El camionero le lanzó al antílope una bolsa de Happy Meal aplastada. Le dedicó una sonrisita malévola a la cebra.

—¿Qué tal te va, Rayas? Al menos de ti nos deshacemos en esta parada. ¿Te gustan los espectáculos de magia? Éste te va a encantar. ¡Van a serrarte por la mitad!

Sentí que a estas alturas también coincidía bastante bien con la expresión de Grover.

De súbito, se oyeron unos fuertes golpes a un lado del camión.

El camionero con nosotros gritó:

—¿Qué quieres, Eddie?

Una voz desde fuera —sería la de Eddie—, gritó:

—¿Maurice? ¿Qué dices?

—¿Para qué das golpes?

Knock, knock, knock.

Desde fuera, Eddie gritó:

—¿Qué golpes?

Maurice puso los ojos en blanco y volvió fuera, maldiciendo a Eddie por ser tan imbécil. Un segundo más tarde, Annabeth apareció a mi lado, sorprendiéndome. Me tomó un momento darme cuenta de que ella había sido la que había dado golpes.

—Este negocio de transporte no puede ser legal —dijo.

—No me digas —contestó Grover. Se detuvo, como si estuviera escuchando—. ¡El león dice que estos tíos son contrabandistas de animales! ¡Tenemos que liberarlos!

Estuve de acuerdo con Grover, y al parecer, Annabeth también. Para los tres, todos buscamos a Percy como líder. Me sorprendió esta acción, porque nunca podría imaginarme considerándolo como alguien que nos guíe, alguien que me guíe a mí. Pero después de todo lo que hemos pasado en esta misión hasta ahora, confiaba en Percy mucho más de lo que jamás podría haber hecho antes. El hijo de Poseidón nos miró asombrado.

Pude ver sus ojos verde mar calculando, enfocándose en la cebra. Arrugó el entrecejo y frunció los labios. Fuera, Maurice y Eddie aún seguían gritándose, pero tenía la sensación de que volverían en cualquier momento. Fue entonces cuando Percy desenvainó la espada y cortó la cerradura de la jaula de cebra.

La cebra salió corriendo. Se volvió hacia Percy y se inclinó. Una sonrisa de incredulidad se grabó en mi rostro cuando lo entendí: Poseidón fue el creador de los equinos.

Grover levantó las manos y le dijo algo a la cebra en un lenguaje animal que no pude entender. Supuse que sería una especie de bendición.

Justo cuando Maurice volvía a meter la cabeza dentro para ver qué era aquel ruido, la cebra saltó por encima de él y salió a la calle. Se oyeron gritos y bocinas. Oí el chirrido de neumáticos y maldiciones, y el sonido distante de los clicks de las cámaras. Nos abalanzamos sobre las puertas del camión a tiempo de ver a la cebra galopar por un ancho bulevar lleno de hoteles, casinos y letreros de neón a cada lado. Acabábamos de soltar una cebra en Las Vegas.

No pude evitar reírme al verlo.

Maurice y Eddie corrieron detrás de ella, y a su vez unos cuantos policías detrás de ellos, que gritaban:

—¡Eh, para eso necesitan un permiso!

—Este sería un buen momento para marcharnos —dijo Annabeth. La miré.

¡¿Bromeas?! —salté—. ¡Si acaba de empezar! ¡¿Los atrapará la policía?! ¡¿La cebra regresará a la naturaleza sana y salva?! Descúbrelo en el próximo episodio de...

Percy me mandó un "cállate" mientras Grover "los otros animales primero."

Percy rompió los cerrojos de las jaulas con su espada. Grover levantó las manos y pronunció la misma bendición de antes. Percy les deseó "buena suerte" y el antílope y el león salieron de sus jaulas y se fueron juntos por las calles. Algunos turistas gritaron y huyeron, otros sólo se apartaron y sacaron vídeos y fotos, probablemente convencidos de que era algún espectáculo publicitario de los casinos.

—¿Estarán bien los animales? —le preguntó Percy a Grover—. Quiero decir, con el desierto y tal...

—No te preocupes —le contestó—. Les he puesto un santuario de sátiro.

—¿Que significa?

—Significa que llegarán a la espesura a salvo. Encontrarán agua, comida, sombra, todo lo que necesiten hasta hallar un lugar donde vivir a salvo.

—¿Por qué no nos echas una bendición de ésas a nosotros?

—Sólo funciona con animales salvajes.

Sentí una sonrisa formándose en mi rostro cuando dije:

—Así que sólo afectaría a Percy.

Sus ojos se dispararon hacia mí.

—¡Eh! —protestó.

—Es una broma —reí—. Vamos, salgamos de este sucio camión.

Salimos a trompicones a la tarde en el desierto. El sol nos fulminó con la mirada y el aire era seco y caliente. Seguramente parecíamos vagabundos refritos, pero todo el mundo estaba demasiado interesado en los animales salvajes para prestarnos atención o preocuparse. Pasamos junto al Monte Casio y el MGM. Dejamos atrás unas pirámides, un barco pirata y una réplica pequeña de la estatua de la Libertad.

No sabía a dónde íbamos ni qué estábamos buscando. Tal vez un lugar para salir del calor o para encontrar algo para comer o beber o, con suerte, hacer un nuevo plan para ir hacia el oeste. Debimos de girar en el lugar equivocado, porque de repente nos encontramos en un callejón sin salida, delante del Hotel Casino Loto. Una enorme flor de neón se cernía sobre la entrada, los pétalos parpadeaban de diferentes colores. Nadie entraba ni salía, pero las puertas cromadas estaban abiertas, mostrando una larga alfombra roja que derramaba aire acondicionado que olía a flores. Incluso sintiendo la corriente de frío quería entrar corriendo.

El portero nos sonrió y yo no pude evitar rehuir su brillante y blanca sonrisa.

—Ey, chicos. Parecéis cansados. ¿Queréis entrar y sentaros?

Mi respuesta fue un sí instantáneo. Sabía que no debía ser tan servicial como un mestizo, porque el peligro estaba en cada esquina. Crecí para sospechar de casi todas las personas que caminaban a mi lado. Pero este hombre, que no puedo evitar admitir que era muy guapo, no parecía un monstruo horrible. Con sus ojos azules y su elegante sonrisa y sus orejas apenas sobresaliendo de su cabello negro. Me di cuenta de que era normal. Parecía simpático con nosotros, algo que nadie más en esta misión había sentido por nosotros. Era un tipo normal y genuinamente agradable que quería ayudarnos, y ese reflejo de hacer algo con tanta voluntad era tan increíble y extraño de sentir.

Al entrar Grover exclamó:

—¡Whoa!

El recibidor entero era una sala de juegos gigante. No una corriente. Había un tobogán de agua que rodeaba el ascensor de cristal como una serpiente, de una altura de por lo menos cuarenta plantas. Había un muro de escalar a un lado del edificio, así como un puente desde el que hacer puenting. Había trajes de realidad virtual con pistolas láser que funcionaban y cientos de videojuegos, cada uno del tamaño de un televisor gigante. Y junto a la cafetería había todo un campo de tiro con arco, con una flecha dorada de Robin Hood que brillaba sobre la entrada. Solo había unos pocos niños jugando. No había colas. Parecía el cielo.

No pude evitar dejar escapar un suave chillido.

—¡Tiene que ser una broma!

—¡Eh! —dijo un botones. Llevaba una camisa hawaiana blanca y amarilla con dibujos de lotos, pantalones cortos y chanclas—. Bienvenidos al Casino Loto. Aquí tienen la llave de su habitación.

Le pasó a Annabeth una reluciente llave de oro con un llavero de loto colgando.

—Esto, pero... —masculló Percy.

—No, no —dijo sonriendo—. La cuenta está pagada. No tienen que pagar nada ni dar propinas. Sencillamente suban a la última planta, habitación cuatro mil uno. Si necesitan algo, como más burbujas para la bañera caliente, o platos en el campo de tiro, lo que sea, llamen a recepción. Aquí tienen sus tarjetas LotusCash. Funcionan en los restaurantes y en todos los juegos y atracciones.

Nos entregó a cada uno una tarjeta de crédito verde.

Percy le preguntó cuándo se acabaría el efectivo, pero el botones se rió y nos acompañó al ascensor. Nuestra habitación era una suite con tres dormitorios separados y un bar lleno de caramelos, refrescos y patatas. Línea directa con el servicio de habitaciones. Toallas mullidas, camas de agua y almohadas de plumas. Una gran pantalla de televisión por satélite e internet de alta velocidad. En el balcón había otra bañera de agua caliente y, como había dicho el botones, una máquina para disparar platos y una escopeta, así que se podían lanzar palomas de arcilla por encima del horizonte de Las Vegas y llenarlas de plomo. Parecía extraño que la habitación pareciera tener todo lo que queríamos, como si supiera que nosotros éramos los que residíamos en ella, pero sabía con certeza que no pensaba lo suficientemente claro como para importarme.

Inmediatamente fui a darme una ducha primero que se sentó fenomenal al poder quitarme la mugre y la suciedad de mi piel. Me lavé el pelo, probé el champú, el acondicionador y el jabón especiales LotusFlower y salí oliendo mucho mejor que cuando entré. Ahora vestida con un bonito pantalón corto de mezclilla y una camiseta azul lisa, regresé a la sala principal para ver la mochila de Ares en la papelera, Grover masticando patatas fritas y Annabeth cambiando de canal hasta que encontró el National Geographic. Percy no estaba, así que supuse que se había ido a cambiar a su habitación. Cogí unas patatas de Grover y abrí una lata de Coca-Cola antes de sentarme al lado de Annabeth y decidir ver el documental sobre volcanes. Cuando se dio cuenta de que salí de la ducha, dejó el sofá.

Cuando estuve segura de que se había ido, cogí el mando y cambié a algo más interesante.

Percy regresó y frunció a la televisión.

—El canal musical, ¿estás majara? —luego frunció el ceño—. ¿Por qué Elvis?

Entrecerré mis ojos hacia él mientras me volvía para mirarlo, apuntando el mando amenazadoramente.

—Ni se te ocurra odiar a Elvis. Es esto o Natural Geographic, Niño Acuático, tú eliges.

—Me siento bien —comentó Grover con la boca llena de patatas—. Me encanta este sitio.

—¿Y ahora qué? —decidí señalar—. ¿Dormimos? ¿Comemos? ¿Bailamos al ritmo de Elvis?

Percy y Grover se miraron y sonrieron, mostrando sus tarjetas LotusCash.

—Hora de jugar —dijo el hijo de Poseidón.

Una vez que Annabeth terminó su ducha y Grover tomó la suya, bajamos a la sala de juegos y esa fue la última vez que los vi. Annabeth fue a una mesa virtual en 3D donde podía construir lo que quisiera, Grover a los videojuegos y Percy al puenting mientras yo corría al campo de tiro con arco. Era la única y gané la flecha dorada al menos veinte veces antes de irme y probar el tobogán de agua, luego regresar al campo de tiro con arco, ganar diez flechas más, el salto en puenting, campo de tiro con arco, realidad virtual, campo de tiro con arco, campo de tiro con arco, campo de tiro con arco...

Cuando Percy me empujó, casi lo golpeo con mi arco. Lo miré.

—¡¿Y eso por qué?!

—Nos marchamos —dijo. Sus ojos estaban frenéticos, mirando a su alrededor como si temiera que alguien pudiera atacarnos o al menos escuchar la conversación.

Puse los ojos en blanco, levanté el arco una vez más y apunté hacia arriba.

—Te preocupas demasiado, no pasa nada. Han pasado como dos minutos. Venga, ¡que he ganado unas cincuenta flechas doradas! ¡Soy el nuevo Robin Hood!

Percy me quitó el arco.

—Claire, escúchame. ¡No puedes ganar cincuenta flechas doradas en dos minutos!

Le fruncí, un poco ofendida.

—¡Sí que puedo! ¡Lo he hecho! ¡Mírame! ¡¿Cómo puedes decirme eso?!

El Hijo de Poseidón parecía una mezcla de furia y desesperación al mismo tiempo. Cogió una copa en una mesa cercana y, antes de que me diera cuenta, me la tiró por la cara.

Agitó sus brazos alrededor de forma maniática.

¡Despierta!

Me alegré de que solo fuera agua, pero eso no detuvo el impulso de querer derribar a Percy.

—Tú pedazo de...

—¡Es una trampa! —me interrumpió—. ¡Estamos en una trampa!

Por primera vez esa noche, me asaltó un sentimiento horrible. Le fruncí.

—¿A qué te refieres?

Percy hizo un gesto a toda la sa.a

—¡Mira a tu alrededor! Hay niños con ropa del siglo XIX. Conocí a uno que pensó que era el año 1977 y dijo que solo lleva dos semanas.

Fue como si todo se hubiera desmoronado. Mi estómago, mi corazón, mis pulmones, me costaba creerlo.

—Oh, dioses, ¿cuánto tiempo llevamos...?

—Ni idea, pero tenemos que salir de aquí. ¿Dónde están Annabeth y Grover?

Encontramos a Annabeth en el juego de construcción en 3D, todavía trabajando en su ciudad.

—Annabeth, vamos, tenemos que irnos —le dije, y cuando no obtuve respuesta, lo intenté de nuevo—. ¿Annabeth?

Percy chasqueó los dedos en sus oídos y ella saltó. Miró hacia arriba, molesta.

—¿Qué?

—Tenemos que irnos.

—¿Irnos? ¿De qué estás hablando? Si acabo de construir las torres...

La interrumpí.

—Este sitio es una trampa.

Annabeth no respondió hasta que la sacudí.

¿Qué?

—Escucha. El Inframundo. La misión.

—Oh, chicos, sólo unos minutos más.

Percy levantó levemente la voz.

—Annabeth, aquí hay gente desde 1977. Niños que no han crecido más. Te inscribes y te quedas para siempre.

—¿Y qué? —replicó—. ¿Te imaginas un lugar mejor?

Empecé a molestarme.

—Tú lo has querido —la agarré por la muñeca y la saqué del juego. Me gritó y me golpeó, pero nadie me prestó atención. Estaban demasiado ocupados. La hice mirar directamente a los ojos y grité—: ¡Arañas! ¡Enormes arañas peludas!

Eso la estremeció y le aclaró la mirada, poniéndose pálida.

—Oh, santo Olimpo —musitó—. ¿Cuánto tiempo llevamos...?

—No lo sabemos —respondió Percy—, pero tenemos que encontrar a Grover.

Fuimos a buscar una vez más y encontramos a nuestro amigable sátiro jugando al cazador cazado virtual.

—¡Grover! —llamamos.

Él contestó:

—¡Muere, humano! ¡Muere, asquerosa y contaminante persona!

—¡Grover!

Se volvió con la pistola de plástico y siguió apretando el gatillo, como si sólo fuera otra imagen en la pantalla. Agité mi mano frente a su cara, pero al no funcionar, Annabeth, Percy y yo lo agarramos por los brazos y lo apartamos. Sus zapatos voladores desplegaron las alas y empezaron a tirar de sus piernas en la otra dirección mientras gritaba:

—¡No! ¡Acabo de pasar otro nivel! ¡No!

El botones del Loto se acercó presuroso.

—Bueno, bueno, ¿están listos para las tarjetas platino?

—Gracias —comencé.

—Pero nos vamos —acabó Percy.

—Qué lástima —lucía genuinamente triste de que nos fuéramos, y supe que si no estuviera en el estado de ánimo correcto, habría tomado la tarjeta por culpa—. Acabamos de abrir una sala nueva entera, llena de juegos para los poseedores de la tarjeta platino.

Nos tendió las tarjetas y me di cuenta de que quería una. Mi mano estaba ansiosa por agarrarla, pero sabía que si lo hacía, nunca podría irme. Annabeth apartó la mano de Grover de alcanzar la tarjeta y dijo:

—No, gracias.

Caminamos hacia la puerta y, a medida que nos acercábamos, el olor a comida y los sonidos de los videojuegos parecían más atractivos. Todas mis comidas favoritas se mezclaron en una, lo que me hizo querer girar sobre mis talones y volver corriendo. Pero negué con la cabeza y me obligué a seguir caminando, arrastrando a Grover conmigo.

Atravesamos las puertas y toda la tentación desapareció. Corrimos por la acera. Parecía que era por la tarde, aproximadamente la misma hora del día que habíamos entrado en el casino. Pero el clima había cambiado por completo. Había tormenta y el desierto rielaba por el calor. La mochila de Ares estaba una vez más colgada del hombro de Percy y estaba segura de que la había tirado a la basura, pero en ese momento, había cosas peores de las que preocuparse.

Percy corrió al quiosco de periódicos más cercano y leyó uno. Observé su rostro con anticipación. Pareció aliviado por un segundo antes de caer drásticamente. Nos miró y mostró la fecha: veinte de junio.

Llevábamos cinco días en el casino y solo nos quedaba uno hasta el solsticio de verano. Uno para terminar la misión.

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