Trick 13: ¿una nueva rivalidad ha nacido? ¡El encuentro de Xian y Max!

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¡Aaaaay...! ¡Como me duele el estómago! Creo que no debí haber aceptado el reto del queso helado. Rayos, y yo que quería aprovechar este fin de semana para desestresarme y pasármela bien. ¡Definitivamente esta no ha sido mi semana!!

***

Max

–¡Niños, ustedes no deben decir esas cosas! –la señora Susan miró a su esposo en busca de apoyo. Pero en ese momento el señor Harold se encontraba durmiendo en su silla, con la cabeza echada hacia atrás.

–Ahora ya sé a quién ha salido tan vaga mi hija –la madre de Mandy frunció el ceño, y le lanzó un trozo de papaya a su marido. El trozo cayó justo en la boca abierta del señor Harold. Al poco rato él se puso morado. De un saltó se levantó de su asiento y con ambas manos se tomó el cuello.

–Ash, está bien. Aquí me tienen. He decidido bajar para honrarlos con mi presencia...

–¡Cof, cof, auxilio, que me ahogo!!! –con voz agonizante el señor Harold se quejaba.

–¡Escupe, escupe! –la señora Susan palmeaba con todas sus fuerzas en la espalda de su marido. Ella estaba desesperada.

–Mira, Tabata: papá se ha puesto morado como una uva –señaló Robin.

–Papá ahora se parece más a Mandy –Tabata rio.

–¡Toma, toma! –la señora Susan golpeó con más fuerza.

–¡Argh! –el señor Harold se llevó la mano a la espalda en gesto de dolor.

–¡Vaya familia de locos en la que me ha tocado vivir! –Mandy se sentó muy tranquila a comer su ensalada, pero cuando se estaba llevando a la boca el tenedor, un trozo de papaya le impactó entre los ojos y luego cayó a su tazón.

–¡Por todos los cielos, creí que me iba a morir! –jadeante, el señor Harold se tomó del cuello y cayó pesadamente sobre su asiento.

–Ya cariño, ya todo pasó –la señora Susan le sobó la espalda con suavidad a su esposo.

–¡Mandy, en tu tazón se cayó la papaya que se comió papá! –señaló Tabata.

–Papá ya no se parece a ti –observó Robin. En ese momento el señor Harold ya había recuperado su color.

–Se me acaba de quitar el apetito –Mandy hizo a un lado su tazón de frutas. Tenía el rostro muy serio.

–¡Dios mío, hija! ¿En serio el pedazo que escupió tu padre cayó en tu tazón? –ya en su lugar, la señora Susan le preguntó a Mandy.

–Mejor no digo nada –fue la lacónica respuesta de Mandy.

–¡Oh, cuanto lo siento, mi Mandisita! –se disculpó la señora Susan, aunque al poco rato ya no pudo más y estalló en carcajadas. El señor Harold y los pequeños, pronto se terminaron contagiando de las risas.

–¡Ejem! Yo y mi dolor de estómago nos retiramos a seguir sufriendo nuestras miserables existencias. Provecho con todos –Mandy se levantó de su asiento y se retiró de la cocina. Una vez se encamó nuevamente, siguió oyendo las risas provenientes desde la cocina por varios minutos más–. Payasos –Mandy soltó un gruñido, y se tapó la cara con su sabana.

Pasaron un par de horas.

–¡Jajaja! Que gracioso es este tío –Mandy se encontraba encamada y viendo un programa de humor en su celular.

–¡Hija, te buscan! –desde la planta de abajo le llegó a Mandy la voz de su mamá.

– ¡¿Quién es, mamá?!

–¡Tu amigo Max! ¡¿Le digo que suba nomás?!

–¡Sí, dile que suba!

Al poco rato a la habitación de Mandy llegó Max. Bajo el brazo derecho él llevaba su patineta.

–¡Hola, mi chica púrpura favorita! –Max la saludó con una amplia sonrisa. En ese momento él estaba mascando una goma de mascar.

–No estoy de humor para tus bromas, bobo.

–Pero Mandy, ¿qué fue lo que te pasó? Te estuve esperando junto con los demás en las rampas de patinaje y nunca te apareciste. Llamé y tu mamá me contó que estás mal del estómago. Por eso es que vine a verte.

–Lo que pasa es que ayer en la mañana...

–¡Mandy, te buscan! ¡Es Xian, el atento muchachito que ayer te trajo a la casa cuando estabas agonizando! –la señora Susan exclamó desde la primera planta.

–¡¿Estabas agonizando?! –Max se mostró sorprendido.

–¡Dile que suba, mamá!

Al poco rato en el umbral de la puerta de la habitación se apareció Xian. En la mano derecha él llevaba una bolsa.

–¡Buenos días, Mandy! ¿Cómo sigues del estómago? –la saludó Xian.

–Oye, oye, que yo también estoy aquí –Max se cruzó de brazos y le dirigió al recién llegado una mirada de pocos amigos.

–Cuanto lo siento. No te vi –Xian le dedicó a Max una sentida disculpa–. Buenos días, amigo de Mandy.

–¡Jajaja, Max te acaban de decir enano! –Mandy lo señaló en tanto se burlaba a mandíbula batiente.

–¡Que yo no soy enano, maldita sea! Simplemente aun no me ha tocado echarme el estirón –gruñó Max.

–¡Oye, Mandy, yo en ningún momento le he dicho eso! –se defendió Xian.

–Mejor voy a presentarlos –Mandy se sentó sobre el borde de su cama–. Xian, el enano es mi amigo de barrio llamado Max. Max, el chinito es mi compañero de clases y de entrenamientos llamado Xian.

–¿Compañero de entrenamientos? –Max observó a Xian con recelo.

–Mandy practica artes marciales en la escuela de mi familia –se apresuró a aclarar Xian.

–Se lo pregunté a Mandy, tonto sabelotodo –Max murmuró entre dientes.

–Ayer le pregunté a mi madre sobre algún remedio casero para aliviar el dolor de estómago. Verás, mi madre posee amplios conocimientos de la antigua medicina china con hierbas. Ella me recomendó traerte este preparado de hierbas para que te mejores –Xian levantó ligeramente la bolsa que traía.

–¡Gracias, Xian! ¡Eres el mejor! –Mandy cogió la bolsa y revisó su contenido–. ¡Puag, huele horrible!

–¡Ja!, ya me lo suponía –Max se acercó a la bolsa y la miró con repulsión–. Xian no eres más que un hablador.

–¡¿Pero qué estás diciendo, Max?! –Xian se mostró indignado.

–¡Que eres un embustero! Es más, te apuesto que esas hierbas las recogiste de algún parque...

–¿Estas insinuando que soy un mentiroso?

–Lo afirmo.

Xian y Max se fulminaron con la mirada.

–Tabata, Tabata, mira: el novio de Mandy está aquí –Robin señaló a Max.

–Robin, Robin, mira: también está aquí el otro novio de Mandy –Tabata señaló a Xian.

–¡Largo de aquí, par de engendros! –Mandy de pronto se ruborizó (o mejor dicho se purpurizó).

–¡Mamá, Mandy nos ha gritado! –Robin se alejó entre lágrimas de la habitación.

–¡Mamá, y también nos ha insultado! –Tabata fue detrás de su hermanito.

"Vaya par de fastidiosos que me han tocado por hermanos... Aunque, ahora que lo pienso bien, se nota que tanto Max como Xian se mueren por mí... ¡Oiii, que emoción! Dos chicos se están peleando por mí. ¡No hay duda de que soy irresistible!", pensó Mandy, y a continuación soltó una corta risita.

–¡Esos niños sí que hablan tonterías! ¿Cómo creen que yo me voy a fijar en una chica tan fastidiosa?! –exclamó Max.

–¡Eso digo yo, ¿Cómo creen que yo me voy a fijar en una chica tan problemática?! –hizo lo propio Xian.

–¡Oigan ustedes dos, ¿se les ha olvidado que yo sigo aquí?!!! –Mandy les gritó hecha una furia. Max y Xian sintieron que de un momento a otro Mandy se había vuelto gigante.

–Lo siento, Mandy –se disculpó Max–. Este tonto tiene la culpa por haberme dicho enano.

–¡Pero si yo en ningún momento te dije enano! –replicó Xian.

–Ya vez que eres mentiroso.

–¡Tú eres el mentiroso, y sordo encima!

"¡Grrr!", Xian y Max se volvieron a fulminar con la mirada.

Mandy se imaginó a sí misma vestida como una princesa medieval y observando desde un palco hacia la arena de un coliseo. Allí abajo Xian y Max estaban sobre sus respectivos caballos cada quien, y con las lanzas listas para batirse en duelo. "¡Bienvenidos, damas y caballeros! ¡Estos dos combatientes han pactado este duelo con la intención de decidir sobre quien se terminará casando con la princesa Mandy!", ella se imaginó a un pregonero real dirigiéndose a la multitud de las graderías. "¡Estás loco, pregonero, ¿Cómo crees que yo me voy a fijar en esa fastidiosa?!", Mandy se imaginó a Max reclamando desde su caballo. "¡Yo jamás me interesaría por una chica tan problemática!", esta vez se imaginó hablando a Xian. "Pues entonces, ¿por qué han pactado este duelo?", extrañado, les preguntó el pregonero. "¡Porque nos odiamos! ¡Y todo por culpa de Mandy!", respondieron ambos al unísono.

–¡¿Quieren dejar de pelearse de una buena vez?!! –Mandy estalló. Xian y Max la miraron desconcertados.

–Mandy, ¿Por qué de repente estás tan enojada? –Max le preguntó.

–Lo lamento, me dejé llevar –se disculpó Xian–. Iré a prepararte la medicina –agregó, y tomó la bolsa.

–Eso huele horrible, Mandy. Yo que tu no me tomaría esa porquería –señaló Max.

–¡No es ninguna porquería!

–¡Sí lo es!

–¡Eres un ignorante! ¿En serio piensas negar la sabiduría ancestral china de más de dos mil años que ha sido heredada a mi familia de generación en generación?

–¡Huele asqueroso!

–¡Eso no tiene nada que ver!

–¡Es una cochinada! Seguro que hasta un puñado de pasto cura más que esa cosa.

–¡Eres un burro!

–¡¿Qué me has dicho?!

Max y Xian se tomaron del cuello y levantaron el puño de su mano libre.

–¡YA BASTA!! –Mandy estalló–. ¡Quiero descansar y ustedes no me dejan, par de idiotas! ¡Entérense de una buena vez que estoy enferma!!

Max y Xian retrocedieron intimidados.

–Perdón, Mandy. Supongo que lo mejor será que nos vayamos –opinó Max.

–Sí, creo que será lo mejor. Te dejamos descansar, entonces –dijo Xian.

–¡¿Pues a qué están esperando?! –Mandy los observó cruzada de brazos cuando pasó cerca de un minuto y ninguno de los dos muchachos se había movido de su lugar.

–Lo siento, Mandy. Pero no puedo dejarte a solas con este chino chifero. Estoy seguro de que va a intentar convencerte para que te tomes la bazofia esa que te ha traído. No quiero que termines peor de lo que ya estás –respondió Max.

–Pues yo no puedo dejarte a solas con alguien tan ignorante como este orate –respondió Xian.

–¡¿Cómo que orate?!

–¡Tú comenzaste!

–¡LAAARGUENSE DE UNA VEZ, PAR DE TARADOS!! –Mandy les gritó a los dos hecha una fiera.

–¡Sí! ¡Sí! ¡No se diga más! –Max y Xian asintieron aterrados, y abandonaron corriendo la habitación.

Mandy se dejó caer sobre su cama. Con la mano derecha se tomó la frente. –Idiotas –ella dijo con voz cansada, y se tapó la cara con su almohada. 

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