Trick 15: ¿Qué tanto murmuran todos sobre mí? ¡Mandy vuelve a clases!

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¡Ah! Ya me encuentro mucho mejor (de hecho, ya me he curado del todo), aunque la sola idea de volver a clases después de haber estado tan a gusto por dos días en mi camita, viendo mis series y comiendo cuanto quería... ¡les juro que me pone fatal! No sé cómo mamá le hace para siempre descubrirme, pero nunca he podido engañarla cuando finjo estar indispuesta. ¡Rayos! Supongo que tendré que hacerme a la idea de regresar al colegio. Es un dolor de cabeza, pero que se le va a hacer... ¡Hora de volver a clases!

***

Desde que Mandy piso su salón de clases tuvo la impresión de que algo extraño estaba sucediendo. No supo precisar si se trataba de algo real o de simples imaginaciones suyas, pero la cuestión es que le pareció que todos hablaban a sus espaldas. Cada vez que oía murmullos de sus compañeros y dirigía la mirada hacia ellos, de pronto los chicos callaban sin más, y fingían estar escribiendo en sus cuadernos o explicándose algún ejercicio de la tarea del día anterior.

–Mmm... qué raro –Mandy se dijo, ya sentada en su carpeta. Ella apoyó las mejillas sobre las manos y miró hacia el techo. Soltó una exhalación de cansancio.

Al poco rato llegó la profesora de la primera hora, de modo que Mandy ya no tuvo tiempo para seguir dándole vueltas al asunto.

–¡Saquen sus cuadernos, que voy a revisar la tarea! ¡Rápido, que estamos atrasados y los exámenes de fin de bimestre ya están a la vuelta de la esquina! –ordenó la profesora apenas hizo su ingreso.

–¡Oh no, la tarea! –Mandy carraspeó–. Durante los días que me falté estaba tan a gusto que se me olvidó ponerme al día de las clases. ¡Mierda, creo que ya fui!

Apenas finalizaron las clases de las primeras horas, en medio de un caos ensordecedor de sillas arrastrándose, conversaciones y risas, los alumnos salieron al recreo.

–No puedo creer que hayan avanzado tanto en tan solo dos días –Mandy se quejó con sus amigas mientras bajaban las gradas rumbo a la cafetería–. Les juro que en toda la clase me sentí más perdida que adán en el día de la madre. ¡Que desgracia!

–¡Pero si tienes los apuntes de todas las clases! ¿Ya no te acuerdas que te los dejamos ayer cuando te fuimos a visitar a tu casa? –le recordó Roberta.

–¡Claro que me acuerdo! Solo que... me dio flojerita revisar los apuntes, ¡je je! –Mandy chocó las yemas de los índices de sus manos.

–Ósea, es por completo tu culpa –la acusó Estela.

–¿Será posible que seas tan vaga? –le increpó Bianca.

–¡Es el colmo! –exclamó Roberta.

–No saben lo mucho que me alegra el tenerlas como amigas. Siempre saben cómo animarme –Mandy les dijo en tono sarcástico.

En estas conversaciones estaban las chicas, cuando a la distancia divisaron a Xian.

–Mira quien viene por allí –Roberta codeó a Estela.

–Ese desvergonzado... –bufó Estela.

–¡Es Xian! –Mandy señaló–. Iré a agradecerle por haberme llevado las hierbas medicinales cuando me fue a visitar a mi casa –la joven púrpura agregó, y levantó la mano derecha–. ¡Hola Xian!! ¡Hey!! –exclamó ella, pero para su sorpresa, en vez de contestar a su saludo, Xian bajó la mirada, hundió las manos en los bolsillos y se desvió hacia la derecha a paso veloz–. ¿Qué le pasa? ¿Será que no me vio? Juraría que nos había visto –Mandy miró confundida a sus amigas. Ellas se limitaron a encogerse de hombros.

Las cuatro amigas llegaron a la cafetería. Tras comprarse algo de comer en el quiosco se sentaron alrededor de una de las mesas.

–Mandy, nos consideras tus amigas, ¿cierto? –Roberta le preguntó de buenas a primeras.

–Claro que sí. Aunque sean una banda de chismosas, entrometidas y fastidiosas, sí, las considero mis amigas. ¿Por qué lo preguntas? –Mandy contestó con la boca llena, pues en ese momento se encontraba dándole trámite al pan con palta que se había comprado.

–Mandy, no sé si lo sepas, pero cuando alguien considera como su amiga a otra persona, normalmente le tiene la confianza suficiente como para contarle sus cosas –señaló Estela.

–Es cierto, dices la pura verdad –añadió Bianca.

–No las entiendo... ¡Ay no, se me cayó un papita al hilo! –Mandy se apresuró a recoger la papita de la mesa y a metérsela en la boca. Continuó comiendo.

–¿Qué no entiendes? –le preguntó Estela.

–Pues que no entiendo a donde quieren llegar con sus indirectas... ¡Ñam, ñam!

–Diug, que asco: ¡aprende a comer con la boca cerrada! –le reclamó Roberta.

–¡Vamos, hablen!

–¿Por qué no nos dijiste que Xian y tú eran novios? –Estela decidió ir de una buena vez al grano.

¡PUFFF!! Mandy botó lo que estaba comiendo debido a la impresión que le provocó aquella pregunta. Ser tan directa le costó a Estela terminar con la cara cubierta de pedazos de pan, papitas al hilo y palta.

–Toma, límpiate con esto –haciendo el ademán de tener arcadas, Roberta le pasó a su amiga un pedazo de papel higiénico. Estela se limpió poniendo cara de asco.

–¡¿Se puede saber de dónde diablos han sacado una tontería así?! –Mandy chancó la mesa con los puños. Su rostro evidenciaba que se había puesto furiosa. Aunque también es verdad que se había ruborizado (purpurizado).

Roberta se persignó y Estela se apresuró en limpiarse la cara. Bianca por su parte miró en derredor avergonzada al percatarse de que las miradas de todos los demás comensales se habían clavado en su mesa.

–¿Qué? Entonces, este... recapitulemos, Mandy. ¿Dices que entre tú y Xian no hay nada de nada? –Roberta le preguntó con timidez.

–¡Por supuesto que no! Simplemente somos amigos –Mandy se cruzó de brazos–. En serio que no logro entender cómo es que se les ocurrió tamaña tontería.

–¡Glup! –Estela y las demás chicas se pusieron pálidas.

–Uy, creo que ya la cagamos –Roberta murmuró entre dientes.

–Si Mandy se entera de lo que hemos hecho nos matará –le respondió, también entre dientes, Estela.

–Y nosotras que creímos que nos lo iba a agradecer – Bianca no se lo podía creer.

–¡Oigan, ustedes tres! ¿Se puede saber que tanto están cuchicheándose? –Mandy les dirigió una mirada desconfiada.

–¡Nada! ¡Nada! –las tres chicas respondieron al unísono y agitando las palmas de las manos hacia los lados.

–¡Mandyyy!! –en eso a la mesa de las chicas llegó Lorenzo, con los brazos abiertos y dispuesto a lanzarse sobre el regazo de la joven púrpura.

¡PAF!! Mandy se hizo a un lado, de modo que Lorenzo se terminó estrellando de cara contra la mesa.

–Eso te pasa por confianzudo –Mandy le reprochó cuando, ya nuevamente de pie, Lorenzo se tomaba adolorido la nariz.

–No te preocupes, mi amor. No fue nada –mágicamente Lorenzo se recuperó, e hincado en una rodilla tomó las manos de Mandy con las suyas–. Me enteré que estuviste mal del estómago, linda. No sabes lo preocupado que estuve por ti –con voz y mirada de galán, Lorenzo habló. Mandy entornó los ojos y soltó un bufido–. Tranquila, mi chiquita, ya no sufras más, que tu galán ya está aquí para brindarte su calor –Lorenzo insistió. Para este momento su voz se hizo más grave y seductora.

–Lorenzo, ¿por una vez en tu vida puedes dejarte de tantas estupideces? –Mandy le increpó de mal humor.

–Lo sé, linda Mandy, lo sé. Entiendo que en estos momentos estas dolida por el amor que te falló, ya que...

¡PLAM!! Antes de que pudiera terminar de hablar, Lorenzo fue atropellado por las amigas de Mandy, quienes se abalanzaron sobre él cual si se tratasen de jugadoras de Rugby. Los cuatro terminaron en el suelo, aunque Lorenzo aplastado por las tres chicas.

–¡Ay! Una estampida de amor... mi sueño dorado se ha cumplido... aunque no creí que dolería tanto... ¡Ayayayy...!

–¡Cállate, imbécil! –le increparon las tres muchachas.

–Vamos, chicas, no se pongan así. Entiendo que el verme declarándole mi amor a Mandy les ha hecho enloquecer de los celos, pero ya les dije que mi corazón es muy grande, así que todavía hay espacio para ustedes tres, mis gatitas...

–¡Nos importa un bledo a quien te le declares, loro desplumado! –Roberta lo tomó del cuello de la camisa–. ¡La razón por la que te hemos aplastado es porque no queremos que le cuentes a Mandy nada de lo que sucedió ayer! ¡¿Entendido?!

–¿Nada de lo de ayer? ¿A qué se refieren? ¿A cuando ustedes tres me golpearon en la cabeza en el primer recreo?

–¡No, idiota!

–¿Entonces?

–A lo que anunciamos sobre la relación entre Mandy y Xian, ¿ahora sí lo captas? ¡No le cuentes nada de eso!!

–Ji ji ji...

–¿Qué tienes ahora, loro desplumado? ¿Por qué de pronto nos vienes con esa risita de retrasado? –le preguntó Estela.

–No le diré nada a Mandy, pero con una condición...

Las tres muchachas se miraron entre sí. Sudor helado les bajo por la frente.

–¡Habla, ¿Qué es lo que quieres a cambio de tu silencio?! –Roberta le preguntó nerviosa.

–Ji ji ji, no se preocupen, es algo sencillo. Quiero que las tres me den un besito...

–¡Oigan ustedes cuatro! ¡¿Se puede saber hasta qué hora van a seguir allí tirados en el piso?! –Mandy se levantó de su asiento y los miró con los brazos cruzados.

–¡Esta bien, aceptamos! Pero lo haremos a la salida, ahora no. Espéranos en el parque de al frente del colegio, en la banca más alejada de la entrada. Nos veremos allí –Roberta se apresuró en decirle. Al segundo los cuatro ya se habían puesto de pie.

–Loro desplumado, creo que unos chicos te están llamando allá afuera –Estela señaló hacia la ventana que daba a la cancha de fútbol.

–¿Ah? Qué raro, yo no he oído nada...

–¡Que te están llamando! –Estela le pisó el pie.

–La promesa, recuerda la promesa, idiota –Roberta le susurró al oído con desesperación.

–Ji ji ji, claro, la promesa –Lorenzo celebró en voz baja, y le guiñó el ojo–. ¡Es cierto, me están llamando unos amigos! ¡Seguro que quieren que me vaya a jugar futbol con ellos para deleitarlos con mis dotes de crack! ¡No los haré esperar más! ¡Allá voy, chicos!

–¡Pues no los hagas esperar más! –exasperada, Bianca le propinó un empujón que casi lo descalabra. Lorenzo abandonó la cafetería trastabillando.

–¡Fiuuu! –las tres muchachas se secaron el sudor de la frente.

–Mmm, las noto muy raras el día de hoy, chicas –Mandy observó a sus amigas con recelo.

–¿Qué? ¿Raras nosotras? ¡Estás loca, Mandy! –Roberta acompañó sus palabras con risitas fingidas.

–Mmm...

¡Riiii! Sonó el timbre que anunciaba el retorno a clases.

–¡Oh, no! Ya tocó el timbre. Vámonos, Mandy, o llegaremos tarde a clases –Roberta tomó del brazo a su amiga y a paso veloz se la llevó. Bianca y Estela las siguieron de cerca.

–¡Menos mal! Salvadas por la campana –Estela le comentó en voz baja a su amiga.

–Qué largo será este día. ¡Que laaargooo! –Bianca se lamentó.

Llegó la hora del segundo recreo. Mandy y sus amigas se encontraban caminando por el pasadizo del pabellón de afuera de su salón. Estela y Bianca iban adelante, en tanto unos pasos más atrás iban conversando Mandy y Roberta.

–¡Jajaja, pero si es Mandy, la negada! –de forma repentina, Dani subió las gradas y se apareció al otro extremo del pasadizo. Sin tiempo que perder, él enrumbó hacia las muchachas con toda la intención de burlarse de Mandy.

–¡Mira Mandy, una moneda! –Roberta señaló al piso. Instantes antes ella misma se encargó de arrojar con disimulo una de sus propias monedas.

–¡Qué bien, este es mi día de suerte! –Mandy se agachó a recoger la moneda. En tanto, Estela y Bianca se lanzaron sobre Dani, una lo cogió del cuello y la otra de las piernas. Así, lo levantaron en peso y junto con él se metieron por la puerta abierta del salón más cercano.

–¡Auxilio, me cogotean!! –la desesperada voz de Dani se llegó a oír antes de que Estela le tape la boca.

–¿Qué fue eso? Me pareció haber oído algo –Mandy se levantó del suelo tras recoger la moneda–. ¿Eh? ¿Dónde están Estela y Bianca? Hasta hace un instante habían estado delante de nosotras...

–¿Quién? ¡Ah, nuestras amigas! Me dijeron que irían al baño, pues ya no se aguantaban las ganas de hacer pipi –Roberta se apresuró a responder.

–¿Sí? Qué raro, en ningún momento las oí hablar.

–Me lo dijeron por señas. Estaban tan apuradas las pobres que solo les dio tiempo para eso, je je je –de reojo Roberta observó a Mandy, para corroborar si ella le estaba creyendo.

–Pues bueno, que le vamos a hacer –Mandy se encogió de hombros.

– Mejor nosotras también nos apuramos, ¿eh? Mira que ya va a tocar el timbre –sugirió Roberta.

–Como quieras –Mandy asintió indiferente.

Así, ambas amigas se alejaron rumbo a su salón. Desde su escondite Bianca y Estela las siguieron con la mirada hasta que las perdieron de vista. Para asegurarse de que Dani no se vaya de boca una vez lo suelten, tuvieron que ofrecerle dinero a cambio de su silencio.

–Esto nos está saliendo más caro de lo que creí –se quejó Estela una vez Dani se fue.

–No tenemos otra opción, amiga –dijo Bianca en tono resignado–. Mira que más caro nos saldrá la cuenta del hospital luego de que nos internen por culpa de la golpiza de Mandy.

–¡Rayos! Tienes razón...

Durante el tercer recreo las tres amigas llevaron a Mandy a la banca situada en el lugar más apartado del colegio. Se sentaron las cuatro. Estela, Roberta y Bianca habían comprado sándwiches de la cafetería (entre las cuatro le compraron uno a Mandy) y ya estaban listas para comer, cuando de improviso al lugar llegó Samara con un libro.

–¡¿Qué hacen ustedes aquí?! –Samara las interrogó nada más verlas.

–¡Eso deberíamos preguntarte nosotras! –le respondió Bianca.

–Yo siempre vengo por aquí cuando tengo que estudiar, ya que generalmente es un lugar tranquilo y solitario...

–Pues para tu mala suerte ahora estamos aquí –Roberta se encogió de hombros.

–¡No! ¡Paren todo! ¡Pero si es Mandy! –de un momento a otro, la boca de Samara se curvó en una malévola sonrisa– Ajá, ajá. Yo me pregunto... qué tan insoportable tiene que ser una chica para que su novio la niegue delante de tod...

Antes de que Samara pueda terminar de hablar, Roberta se apresuró a ponerse de pie y a embutirle en la boca su propio sándwich. –Creí que tenía hambre la pobre –Roberta justificó su actuar entre risitas nerviosas.

–¡Oye, ¿qué diablos te pasa?!! –Samara se sacó el sándwich de la boca con brusquedad.

–¡Está de muy mal humor! ¿No lo crees, Estela? –señaló Bianca.

–¡Eso significa que debe seguir con hambre! –respondió Estela. Dicho esto, las dos muchachas le embutieron sus respectivos sándwiches en la boca a Samara antes de que ella pueda agregar algo más.

–Oigan, amigas. Primero me han invitado un sándwich a mí, y luego le invitan de sus propios sándwiches a Samara... Esto es demasiado inusual. ¿Se sienten bien? ¿No estarán enfermas? Es que ustedes generalmente son tan egoístas y atorrantes que no me lo puedo creer: ¡es la primera vez que las veo tan generosas!

–¿Qué tonterías dices, Mandy? Si nosotras siempre somos generosas –replicó Roberta.

–¡Ya fue suficiente! –Samara exclamó tras escupir los dos sándwiches que tenía en la boca. Al mismo tiempo dejó caer al suelo el pan de Roberta, el cual aun tenía en la mano.

–¡Nuestra comida!! –cuando Bianca se percató de lo que estaba pasando, los sándwiches ya estaban tirados en el piso. Tanto ella como Estela los contemplaron a punto de llorar.

–Samara, ven un momento, por favor –algo menos afectada por la pérdida de su comida, Roberta guio a Samara hacia un apartado. Como ya se lo supuso, para hacer callar a Samara tuvo que comprarle su silencio dándole todo el dinero que le quedaba.

–¿Qué le dijiste a Sid el perezoso? –Mandy le preguntó a Roberta una vez ella regresó a la banca y Samara se hubo marchado.

–Nada, nada. Simplemente le pedí de favor que en la clase nos explique el ejercicio que dejó ayer el profesor de matemáticas. Ya sabes lo chancona que es esa mujer.

–¡Ah, ya! Así que por eso fue que las tres le invitaron de sus sándwiches. Ahora lo entiendo todo, ¡jajaja!

–Sí, eso pasó, nos descubriste –a punto de llorar, Bianca y Estela observaban a las hormigas que se iban amontonando alrededor de sus sándwiches regados en el piso.

Sonó el timbre de la salida. En el salón todos comenzaron a alistar sus cosas.

–Fue duro, pero felizmente hemos logramos evitar que Mandy se entere de nuestra metida de pata –Roberta le comentó en voz baja a sus dos amigas. En ese momento las tres se encontraban reunidas alrededor de la carpeta de Estela.

–Sí, aunque nos libramos por poquito –dijo Estela.

–¡Waaa, estoy en la bancarrota! –se quejó Bianca.

–¡Ah! Era eso o que Mandy se entere de nuestro pequeño desliz –se lamentó Roberta.

–¡Chicas, ¿Qué siguen haciendo aquí?! –Mandy, ya con su mochila colgada en la espalda, se acercó a donde sus amigas.

–Nada, solo estábamos aquí... ¡Esperándote, eso es! Jajaja –respondió Roberta.

–¿Nos vamos? –Estela cogió su mochila y se puso de pie.

–Chicas, esperen un momento, me olvidé de anotar las páginas de los ejercicios –de pronto Mandy señaló a la pizarra–. ¿Alguna de ustedes tiene papel y lapicero para que me preste? Es que ya guardé todas mis cosas y no quiero volver a sacar todo de nuevo. ¡Por fa!

–Eh...

–Haber...

–¡Aquí está! –Bianca sacó un lapicero y un papelito de uno de los bolsillos de su mochila–. Toma –ella le tendió ambos objetos a Mandy.

–¡Gracias! –Mandy se apresuró en anotar lo que estaba escrito en la pizarra. Ya se iba a guardar la hoja, cuando en eso vio que esta tenía escrito algo en el reverso. Por curiosidad le dio una leída.

–¿Y bien, Mandy? ¿Ya terminaste de copiar? –le preguntó Estela.

–¿Nos vamos ya? –preguntó Roberta.

–Ustedes tres... –de pronto Mandy estaba hirviendo de la rabia. Al verla, sus amigas se asustaron–. Se puede saber... se puede saber... ¡¡¿Qué carajos significa esto?!! –Mandy les mostró a las tres el papelito. Roberta lo cogió con mano temblorosa y lo leyó. Al terminar tragó saliva.

–¿Qué pasó? ¿Qué pasó? –le preguntó Bianca.

–Que ya nos jodimos. Eso pasó –Roberta contestó en tono resignado.

Estela tomó el papelito y también lo leyó. Se trataba de uno de los tantos que el día de ayer ellas habían repartido a diestra y siniestra para que sus compañeros se enteren de la relación de Mandy con Xian.

–¿Tienen algo que decir antes de morir? –con las manos crispadas y los dedos temblándole de la rabia, Mandy les preguntó a sus amigas.

–¿Nos creerías si te decimos que todo lo hicimos porque como tus amigas que somos nos preocupamos por ti? –con un hilo de voz, Roberta se atrevió a hablar.

–¡Prepárense para morir!! –Mandy se abalanzó sobre sus amigas. Estas últimas huyeron despavoridas.

Varios minutos después...

–¡Ah, ah, ah! Hasta que por fin pudimos librarnos de Mandy –Roberta se encontraba muy agitada. Las tres amigas tenían el pelo despeinado y los rostros sudorosos y enrojecidos debido al esfuerzo físico que habían tenido que realizar. En ese momento ellas estaban cerca del paradero de la avenida en donde tomaban el transporte colectivo. Apenas llegaron al paradero se dejaron caer sobre la banca de este.

–Esa Mandy sí que es persistente –Bianca a duras penas podía hablar.

–De la que nos salvamos –exhaló Estela.

–¡Bianca, eres una torpe! ¡¿Cómo se te ocurre darle precisamente ese papel?! –Roberta le reprochó a su amiga.

–¡Es cierto! ¡Te pasaste de estúpida, Bianca! –Estela hizo lo propio–. ¡Por tu culpa todos nuestros esfuerzos se fueron al tacho! ¡Waaa, de solo pensarlo me dan ganas de llorar!

Sorry, chicas. En serio, les juro que no me di cuenta...

–¡Pues para la otra fíjate bien!! –sus dos amigas le reclamaron al unísono.

–Basta ya, chicas ¡supérenlo! Además, tarde o temprano Mandy se iba a terminar enterando de la verdad. Mejor que lo haya sabido pronto, pues de haber seguido con esto: ¿se imaginan cuanto habríamos tenido que gastar en estar comprando el silencio de todos los que saben lo que pasó?

–Bueno, en eso sí tienes razón... –Roberta se echó hacia atrás, hasta que su cabeza se apoyó en el panel de publicidad que estaba justo detrás de la banca. Ella soltó un prolongado suspiro de cansancio.

–Oigan, chicas... mmm, no sé porque, pero tengo la sensación de que nos estamos olvidando de algo –comentó Bianca.

–Por lo que más quieras, Bianca, no me preguntes nada ahora; estoy tan cansada que lo único que quiero es llegar a mi casa, ducharme, almorzar y echarme una buena siesta –dijo Estela–. Además, si no te acuerdas es porque seguramente es algo sin importancia.

–Sí... supongo que tienes razón –Bianca apoyó el mentón sobre su mano derecha. Ella también soltó un largo suspiro de cansancio.

Mientras tanto, en el parque que quedaba frente al colegio, Lorenzo una vez más consultó la hora en su celular. –Qué extraño. ¿Por qué no vendrán mis mininas? No me queda otra, tendré que llamarlas –Lorenzo se dijo. Intentó llamar, pero la voz de la operadora le recordó que no contaba con saldo disponible–. Que mala suerte. Supongo que tendré que seguir esperando... –tras decir estas palabras, Lorenzo se imaginó a sí mismo vestido de sultán y echado sobre un conjunto de cojines de la más fina calidad. En tanto, Estela, Roberta y Bianca, las tres vestidas de odaliscas, le hacían aire las dos primeras mientras que la tercera le daba a la boca uvas lustrosas y apetitosas. En eso llegó Mandy al salón del trono trayendo una bandeja que contenía una copa y una botella de vino de la mejor calidad.

–Permítame el honor de servirle una copa de su vino favorito, su majestad –Mandy, también vestida de odalisca, le ofreció con voz sensual.

–¡Ji ji ji! ¡Por supuesto, sírveme todo lo que quieras, preciosa! –Lorenzo respondió muy emocionado. Mandy cogió la botella de vino, llenó la copa, y a continuación se la pasó a Lorenzo. Sin embargo, justo cuando él la iba a coger, Mandy se tropezó y la copa con su contenido le cayeron sobre la pantorrilla derecha.

–¡No te preocupes por esto, linda! No es nada –Lorenzo se llevó la mano a la pantorrilla mojada para sacudirse el vino. Sin embargo, el palpar la humedad lo sacó de su sueño y lo devolvió a la realidad. Lorenzo se miró la pantorrilla. Un perro callejero se la estaba orinando.

–¡Mierda! ¡Shu, shu! ¡Perro malo! –muy enojado, Lorenzo le propinó un coscorrón al can. El perro se alejó lloriqueando–. Te lo mereces, perro estúpido... ¡Ay no! Ahora mi pantalón huele a meado de perro, ¡maldita sea! –Lorenzo se lamentó.

¡Guau! ¡Guau! De pronto se oyeron varios ladridos. Lorenzo dirigió la mirada hacia adelante. El perro al que le había propinado el coscorrón estaba de vuelta, aunque esta vez rodeado por una jauría de compañeros que no paraban de gruñir.

–Perrito, ji ji, solo estaba jugando, vamos, no seas así... ¡IIIAAAA!! –Lorenzo grito cual una dama en apuros, y acto seguido huyó despavorido. Por su parte los perros lo persiguieron en medio de un pandemonio de ladridos y gruñidos–. ¡Diosito, ¿Por qué me tienen que pasar estas cosas a mí que soy tan bueno?! ¡¿Por qué?!!!

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