XI. Papitas

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—¿Qué comida tienen ustedes por aquí?

—Tenemos papitas.

—¿Qué? Por favor dime que estás bromeando.

—... Tenemos papitas.

—¿No hay nada que yo pueda cocinar?

—Puedes poner tus papitas en el microondas.

—No creo que entiendas qué tan imposible es ser romántico cuando todo con lo que puedes alimentar a tu novia es comida salida de paquetes de plástico.

—Puedes sacar las papitas del paquete y ponerlas en un plato.

—¿Es en serio?

—También puedes ponerlas en un tazón, pero solo tenemos dos tazones. Así que, de nuevo, tal vez no.

Pietro suspiró, pasándose una mano por el rostro.

—Bueno, ¿qué tipo de papitas tienen?

—Lays.

—¿Dónde están?

—Me acabo de comer la última bolsa.

A Pietro no le gustaba estar en El Bus. Los días se los pasaba discutiendo sin sentido, y las noches en completo silencio, pues todo el mundo ponía su tiempo y energía en realizarle pruebas a Ana. Él no podía quejarse de eso. Sin embargo, si hubieran hallado una manera de curarla, no se lo habían dicho a Wanda todavía. Se guardaban sus descubrimientos para ellos mismos.

Pietro sabía que Ana había pasado la mayor parte del día conectada a cables e intravenosas, siendo inyectada y toqueteada y cuestionada bruscamente. Sabía que volvería a su cuarto completamente exhausta y desganada. Esperaba hacerle algo especial cuando regresase.

Habían estado juntos por una semana ya. Era su aniversario de la primera semana. Pietro sabía que Ana no era ese tipo de chica, pero por, el bien de ella, él iba a ser ese tipo de chico. Cada segundo, casa día que pasaran juntos, todavía enamorados el uno del otro, era digno de celebrar para él, porque todo eso podría perderse en unos pocos momentos. Lo sabía ahora. Después de todos los accidentes, después de los meses que pasó solo, sin ella, pensando que había muerto, arrepintiéndose de todo lo que no había hecho por ella.

Pietro se conformó con una bolsa de palomitas.

Cuando hubo hecho el camino de regreso al cuarto que compartía con Ana (Wanda había insistido en quedarse con Skye, sin importar lo mucho que Pietro protestase), ella estaba recostada, con nuevas curitas ubicadas en sus lugares de siempre. El interior de ambos codos, la parte trasera del cuello, ambas muñecas. Su piel pálida aún tenía marcas rojas donde los electrodos se habían adherido a su frente. Su piel estaba llena de obvia frustración. Pietro lo entendía. Era frustrante para ambos.

Después de una semana, no tenían pistas sobre cómo curarla, y si las tenían, no las querían compartir. Ana estaba harta de sentir dolor, estar conectada a cables y ser pinchada y toqueteada. Pietro odiaba verla de esa forma.

Este quería sorprenderla con algo lindo, que podría subirle los ánimos tras un brutal día de pruebas. No estaba seguro de si las palomitas serían suficiente, cosa que lo ponía nervioso.

—Hola, princesa. —La saludó con vacilación.

Ana se incorporó un poco, sonriéndole a Pietro.

—Hola —respondió, presionando su espalda contra la pared. Su expresión hesitó cuando lo miró por completo—. ¿Qué te pasa? Te ves constipado.

Pietro bufó, antes de menear la cabeza.

—Nada, solo te traje algo.

Pietro sostuvo en alto la bolsa de palomitas, y nunca pensó que vería a Ana tan emocionada por algo tan pequeño.

—¡Gracias a Dios, estoy harta de las papitas! —admitió, sonriéndole a Pietro, quien se dejó caer en la cama junto a ella. Se sintió agradecido por el hecho de que Skye se hubiera comido las últimas.

Ana colocó la bolsa en el escritorio junto a la cama que ellos compartían, y se sumergió en el agarre de Pietro, riendo cuando ambos se cayeron. Ana descansó su cabeza en el pecho de Pietro, sintiéndose cálida, cómoda, segura y feliz.

—Me alegra estar aquí —murmuró Ana. Pietro frunció las cejas en confusión. Ana se quejó acerca de lo mucho que odiaba el Bus.

—¿En serio?

—Corrección. Desearía estar en cualquier otro sitio. Aquí es pequeño, la comida es inexistente, y cuando sí existe, es terrible. Hay un psicótico criminal de guerra encerrado en el sótano. Todo el mundo me ha apuñalado con una aguja por lo menos una vez. Pero aquí mismo, justo ahora, me alegra estar contigo.

Pietro le sonrió, antes de plantar un beso en su frente.

—También me alegra estar contigo. Pero tienes razón. Sí es terrible este sitio.

Ana se rió, y antes de responder, Fitz apareció en el umbral. Su rostro enrojeció cuando vio a Ana y Pietro juntos.

—¡P-Perdón por interrumpir! —tartamudeó nerviosamente—. P-Pero tengo... tengo... ¿Qué tengo?

—Tiene resultados —terminó Skye por él, sonriéndoles a Ana y Pietro—. Ana. Por fin hemos encontrado algo.

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¡Hola! Lamento la tardanza, tuve problemas con el internet y una semana muy larga.

¿Qué les pareció el capítulo? Es un poco corto, pero creo que nos ha dado algo superinteresante. A mí me encanta el hecho de que Fitz y Skye hayan aparecido :')

¡Nos leemos pronto!

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