XVIII. Amigos en galaxias distintas

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El corazón de Thor se aceleró en su pecho, golpeando contra sus costillas de una manera demasiado humana para su gusto.

—¿Llamaste, Heimdall?

—¿Problemas en el cuarto reino, Hijo de Odín?

Su corazón rebotó una vez más en las paredes de su pecho. Thor frunció las cejas, agrandando los ojos con confusión. Sus puños se apretaron ante el pensamiento de que algún conocido en su Tierra corriera terrible peligro.

—¿De quién es que hablas? ¿En Midgard? ¿Jane está bien?

—Tu Jane está bien. Es el destino de la Gema Mente el que permanece desventurado.

—¿Dónde está? Debo recuperarla —respondió Thor, sintiéndose determinado y ligeramente aliviado de que ninguno de sus humanos estuviera en apuros.

—Yace dentro de tu querida Anastazya Dmitriev —declaró Heimdall, sus rasgos faciales se tornaron sombrías—. Es ella quien se encuentra en grave riesgo.

El corazón de Thor golpeó con más fuerza, temía que llegase a explotar.

—¿Mi Lady Anastazya está en peligro? ¡Llévame con ella ahora! —exigió, invocando su martillo por la habitación y dejándolo golpear sus palmas callosas. Inyectado en su torrente sanguíneo, un coctel preparado con una mitad de ansiedad y la otra hasta el tope con adrenalina agudizó todos sus sentidos.

—Si bien siento empatía por el disturbio que está experimentando tu amiga, su destino no me importa. Solo me importa el bienestar de la gema, es esencial para el equilibrio del universo. Solo porque aquellos dos destinos estén entrelazados, es la razón por la que te permitiré que la traigas a Asgard una vez que la recuperes. ¿Entiendes?

Thor estaba humeando, impaciente e inmediatamente deseando arremeter contra Heimdall ante su falta de compasión.

Pero entonces, ¿cuándo fue compasivo alguna vez?

—Entiendo. Ahora llévame con Anastazya.

Anastazya estaba empapada con las gotas de lluvia mientras caminaba con dificultad sobre la acera de un área más sospechosa de la ciudad, un área salpicada de personas vestidas con capuchas, luciendo sorprendentemente similares a ella.

Quizás aquí era donde todos los marginados venían a esconderse de sí mismos.

A caer en el anonimato, a olvidar quiénes eran, solo por unos instantes. Unas horas cuando mucho. Pero si eras habilidoso (o tenías acceso a drogas, como lo tenía mucha de la gente de esta zona), podías adormecer tu identidad hasta volverla nada, hasta que olvides tu propio reflejo. Este era un arte que Anastazya moría por perfeccionar.

Quizás si olvidaba quién era, Pietro podría olvidar lo que ella hizo. Quizá así dejaría de temerle y empezaría a amarla otra vez.

Pero eso no sucedería. Él nunca podría olvidar lo que hizo y ella nunca podría olvidar la mirada en sus ojos cuando lo hizo.

Su corazón se sentía vacío y hueco, sus pensamientos eran superficiales e inútiles. Su cuerpo se sentía adormecido. Lo único que le recordaba que estaba viva era la sangre que goteaba de su barbilla por estar royendo su labio ya maltratado.

Ana dejó de caminar, sus miembros se dispusieron a detenerse como si tuvieran mentes y opiniones propias. Le rogaban que se sentara, se recostase y durmiera. Sin embargo, ella sabía que no se levantaría si lo hiciera, y simplemente moriría en el lugar donde se echó.

Así que continuó moviéndose. No sabía por qué cada célula de su cuerpo pedía a gritos una liberación. Sus pensamientos golpeaban las paredes de su cráneo para ser libres. Un sollozo seco trepó por su garganta, pero solo salió como una tos resollante con un pequeño quejido. Ana podía sentir los ojos de alguien sobre ella. Con lentitud miró por encima de su hombro, deseando en secreto que fuera un agente de HYDRA. Esperando que pudieran llevársela lejos.

Esperando que pudiera morir sin que fuera su culpa.

Pero no lo era. El rostro frente a ella no era familiar, pero se veía como si la conociera. Su piel era dorada, su oscuro cabello rizado le enmarcaba el semblante y sus igualmente oscuros ojos perforaban lo suyos. Tenía los labios muy rosados, y formaban una O al mirarla. Él también tenía su capucha puesta.

—¿E... Elementa? —tartamudeó, antes de carraspear y sacudir la cabeza, como si al haberla llamado por su alias de superheroína hubiera cometido un error—. Quiero decir, Anastazya, ¿no eres Anastazya Dmitriev?

La presa de emociones se rompió, y Ana no supo qué ocurrió primero. Si las lágrimas, los gritos, o la gravilla de la calle clavando sus palmas cuando colapsó en el suelo. ¿Lo era? ¿Era Elementa? ¿La superheroína que todas las niñas habían pegado en sus paredes? ¿A quien la gente agradecía cuando pasaba por la calle? No. Ya no, no era una heroína.

¿Siquiera era Anastazya Dmitriev? ¿Quién era ella?

Era una asesina. Antes, la palabra «héroe» era una versión menos infame que «asesino». Los superhéroes podían matar,  y siempre que estuviera justificado todo el mundo les creería. Dirían que fue todo por el bien mayor. Pero Ana no podía creerse esa basura sin importar cuánto lo intentara. Ella era una asesina. Natasha era una asesina. Steve era un asesino. Tony era un asesino. Wanda era una asesina.

Pietro era un asesino.

Sin embargo, solo cuando se ciñó a la verdadera naturaleza de cómo un «héroe» actuaba, la hicieron a un lado. Todos eran asesinos.

Ella era una asesina.

Y Pietro le tenía miedo.

Ana se sintió apagándose.

—¡Oye! N... N... No, no, no, no. ¡Por favor no llores! U... Um... Ah... —El chico se fue apagando, sus ojos miraban a todos lados de manera frenética, dándose cuenta de que los dos estaban llamando la atención de personas de quienes no querían llamar. Tomó a Anastazya por la parte inferior de sus brazos y la colocó de nuevo sobre sus pies—. No es seguro estar aquí afuera ahora mismo, pero mi apartamento está solo a una cuadra —le dijo, sabiendo que, por la mirada en sus ojos, ella lo oía pero no estaba escuchando. Suspiró, evitando las miradas de toda la gente de su calle, desplomadas frente a sus puertas.

Condujo a una Anastazya casi ida por la calle, doblando en una esquina hacia un pequeño edificio de ladrillo de dos plantas, similar en encanto a una casa adosada, pero no lo bastante costosa para ser llamado así. Otro chico de su edad estaba sentado en la entrada, con los ojos rojos y cansados, cuyo cabello negro estaba enredado y sus ojos verdes centellaban con la luz de la luna. La lluvia se había detenido una hora atrás, pero él aún se veía empapado.

—¿Kian? ¿Qué demonios, hombre? ¡Te llamé hace una hora! —espetó, poniéndose de pie y sacudiéndose los vaqueros—. ¿Quién coño es esta?

El chico, Kian, empujó a su amigo.

—Te lo diré en un segundo, solo abre la maldita puerta, ¿quieres?

Antes de saberlo, Anastazya estaba sentada en un sofá que olía a cigarrillos y comida mexicana, en una sala de estar repleta de latas de cerveza, paquetes de ramen medio abiertos y ropa interior. Todo eso lo estaba barriendo Kian hacia un cuarto vacío junto a su diminuta cocina. Su amigo lo observaba desde la esquina, con una sonrisa petulante en el rostro.

—Amigo, ¿te molesta ayudar? —preguntó un Kian sin aliento, incorporándose luego de estar de cuclillas.

—No, me empujaste.

Kian rodó los ojos, dejando la escoba cuando decidió que el cuarto estaba lo suficientemente presentable. Anastazya intentó ignorar el débil chillido de una rata desde el cuarto hacia donde toda la basura fue barrida. Kian se sentó en el sofá junto a Anastazya, observándola cuidado mientras ella miraba sus zapatos... oh, espera. No tenía ningunos.

—Soy Kian, por si no lo escuchaste ya —dijo, antes de disparle una mirada irritada a su amigo—. Él es Brady. Todos lo llaman Buzz.

Anastazya lo miró de manera breve, y él levantó una ceja. Ana asumió que era una forma de saludo.

Hubo un momento de tenso silencio antes de que Buzz hablara.

—Entonces... ¿Qué te pasó? —Soltó, y Kian se veía como si estuviera a punto de matarlo. Pero no retiró la pregunta. Obviamente también tenía curiosidad.

—Yo... —Anastazya comenzó, antes de cerrar la boca. Ni siquiera ella sabía lo que le había pasado, o cómo explicarlo sin que sonara loco. ¿Qué diría?

«Oh, tuve un arrebato de superheroína loca y le disparé un rayo a alguien y lo hice volar, y en el proceso maté del susto a mi familia de superhéroes y mi novio superhéroe y me tuvieron tanto miedo que me encerraron y escapé y ahora estoy aquí

La mandíbula de Buzz cayó abierta y Kian hizo un pequeño sonido de estar ahogándose.

—Espera —dijo con voz ronca, levantando la mirada hacia ellos—. ¿Lo dije en voz alta?

Kian asintió con lentitud, con gentileza sostuvo la capucha de Ana y la retiró de su cabeza. Este hizo una mueca cuando reveló los cortes y moretones de su rostro, la sangre seca en su mandíbula. La sangre en su camisa, debajo de su chaqueta. Buzz continuó palideciendo y luciendo mortificado desde su esquina.

—¿Sabes? —Comenzó Kian, dejando caer las manos sobre su regazo—. No sé lo que recuerdes de ese día, la mayor parte Brady y yo la hemos bloqueado. Pero ese día en Nueva York, te recuerdo. Salvaste nuestras vidas.

Ana levantó la vista con brusquedad, intentando hallar algunos rasgos reconocibles pero sin encontrar ninguno. Buzz intervino.

—Sí, esos malditos aliens tenía un grupo de nosotros acorralado en un banco. Estaban a punto de matarnos a todos. Entraste y fueron como tres segundos antes de que acabaran en pedazos. —Recordó Buzz—. Eres una chica tremenda. Una verdadera heroína.

Ana sacudió la cabeza de inmediato.

—No soy una heroína. No después de todo lo que he hecho —respondió, ahogándose otra vez. Destellos de relámpagos  y recuerdos de calor la atravesaron otra vez, y se sobresaltó.

Kian puso una mano vacilante sobre el hombro de Ana.

—¿Qué harían ellos si te encontrasen?

Ella se encogió de hombros. ¿Qué harían? ¿Encerrarla de nuevo? ¿Rogarle que regresara a casa? No quería arriesgarse con la última.

—Entonces puedes quedarte aquí —anunció Kian. Ana meneó la cabeza con rapidez.

—N... Ni siquiera los conozco. ¿Quién sabe lo que podría sucederles si me quedo por más tiempo? —siseó, incorporándose. Podía imaginar a HYDRA rastreando su ubicación ahora mismo, Buzz y Kian serían solo daño colateral.

—No me conocías, me salvaste. Me parece solo justo —le dijo Kian, mirando a Buzz para que lo apoyara.

—Sí, este lugar es un completo agujero del infierno. Nadie te encontrará aquí, puedes... No lo sé. ¿Empezar otra vez? —Buzz añadió de manera forzosa, esforzándose por sonar compasivo.

—Te lo debemos. Y no soy bueno en el negocio de estar en deuda —declaró Kian, con una sonrisa alentadora en el rostro.

Las manos de Ana temblaban mientras intentaba evitar las lágrimas de sus ojos. El silencioso alivio era abrumador.

Ellos sabían lo que hizo, ¿y no estaban asustados?

Eso era más de lo que podría pedir a su propia familia, sin mencionar dos extraños, quienes estaban listos para recibirla con brazos abiertos. Era como si estuviera en un mundo nuevo. Una galaxia distinta. No se quedaría por mucho tiempo.

Pero se quedaría.

—De acuerdo —murmuró, viendo la sonrisa en el rostro de Kian. Buzz celebró, colgando su brazo alrededor del hombro de Ana. 

—¡Demonios, sí! Ahora, ¿sabes cómo congelar una cerveza sin hacerla explotar? Nuestro refrigerador está dañado y me vendría muy bien una bebida ahora mismo.

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Diego Boneta como Kian Martínez

Cole Sprouse como Brady "Buzz" Brown

¡Recién traducido! Acabo de salir de la semana de parciales, no saben lo hermoso que es un fin de semana libre. Con dos días me alcanzó para todo, vaya. Pero, bueno, que no les interesa jaja.

Hablemos del capítulo. En lo personal me gusta que siempre podamos saber lo que piensa Anastazya. Y la narrativa me encantó, espero haberle hecho justicia y no haber arruinado su esencia.

¿Qué opinan ustedes? Déjenme sus comentarios :')

Mis amores, ya saben que me esfuerzo por ser constante con las actualizaciones, pero siempre estoy al tope con trabajos y tareas, espero que puedan entenderlo.

¡Nos leemos pronto!

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