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🏹🦊


Una Umiko de siete años se levantaba de su cama en silencio. La puerta y la ventana de su habitación estaban cerradas pero sabía que aún no se asomaban los primeros rayos del sol. Deslizó la puerta de su armario con mucha lentitud para tratar de mantener el tenebroso silencio de la madrugada. Cuando lo logró, tomó la katana que su padre le había obsequiado en su último cumpleaños. Había sido hecho a la medida sólo para ella. Fue el mejor cumpleaños para Umiko.

La niña salió de la habitación dando suaves pasos para evitar que alguien se despertara. Sin embargo, el piso de madera era muy traicionero pero al menos ya sabía la mejor ruta hacia el dojo.

Estaba a unos metros de su destino pero se detuvo antes de dar la vuelta al pasillo al notar que la luz del dojo estaba encendida.

Apretó la katana contra su pecho. Sabía que debía regresar a su habitación antes de que alguien se diera cuenta de que no estaba durmiendo. Pero era mayor su curiosidad y antes de que su cerebro pudiera reflexionar sobre sus acciones, ella ya estaba caminado tan sigilosamente como le era posible.

La puerta corrediza estaba apenas un poco abierta pero era suficiente para ver lo que ocurría en el interior. El dojo, que normalmente se encuentra vacío para entrenamientos, esta vez estaba lleno de hombres que usaban máscaras kitsune. Eso significaba que todos eran subordinados de su padre. Masaru, el padre de Umiko, estaba frente a todos, también usaba una máscara pero sus ropas delataban que era él quien tenía el mayor rango en esa habitación. Umiko lo podía ver de frente, los demás hombres le daban la espalda a la puerta.

Se sentó de rodillas mirando a través de la pequeña ranura. Su padre se veía grande a comparación de los demás hombres que también estaban sentados sobre sus pantorrillas.

—La buena noticia —escuchó la fuerte voz de su padre— es que los Yakuza del sur han decidido rendirse, la mala noticia es que decidieron cambiar de prefectura. Aún no estoy seguro de cuál pero he avisado a los clanes cercanos.

Parecía que era una reunión de rutina. Umiko nunca había presenciado una pues no se le permitía al ser sólo una niña. 

—Nuestro siguiente movimiento es reforzar la zona este donde están las costas. Los Yakuza tienen más poder que nosotros en esa área debido a las embarcaciones que poseen. Debemos...—

Umiko no alcanzó a escuchar lo siguiente cuando sintió que la jalaban del brazo con mucha fuerza y la arrastraban por el pasillo. Al levantar la mirada se encontró con Aoko, la bruja de su cuidadora.

Llegaron a la cocina en un momento y fue entonces que la mujer comenzó a reprenderla.

—¿Cuantas veces te he dicho que no estes husmeando en los asuntos de tu padre? Eres una niña —le arrebató la katana que seguía pegada contra su pecho— extiende las manos.

Umiko sintió que los ojos le comenzaban a arder pero levantó la mirada y extendió las manos con las palmas hacia arriba.

—No estaba husmeando a propósito —murmuró la niña.

Aoko sacó una vara de uno de los estantes y le dio un fuerte golpe en las manos. Umiko lo resistió lo mejor que pudo. No se quejó por el dolor, no quitó las manos y permaneció con la mirada en alto.

—Le dije a tu padre que era una idea terrible darte un arma. Mucho menos cuando no sabes preparar un té decente. ¿Cómo piensas atender a tu marido el día que te cases?

—No pienso casarme nunca —respondió con molestia.

Otro golpe y uno más enseguida. Las manos le picaban por el ardor pero se mantuvo firme.

—Eres una señorita, Umiko. Tu lugar no es con esos hombres. Es aquí, en la cocina con tu madre y tu abuela —le dio un golpe más— te irás a cambiar de ropa y regresaras aquí. Te enseñaré a preparar arroz y en la tarde tendrás tu lección de bordado y de pintura.

Umiko no contestó nada. Un par de lágrimas se habían escapado de sus ojos pero ella permaneció con la mirada en alto. La mujer le dio un último golpe en las manos.

—Vete y no quiero que tardes más de cuarenta minutos o te traeré de la oreja.

Umiko agarró su katana y se fue corriendo a su habitación mientras limpiaba sus ojos. Las manos le ardían pero el dolor se alivió un poco cuando las puso bajo la llave del agua.

Soltó débiles sollozos, evitando llorar mientras lavaba sus manos para bajar el ardor.

—Eso no habría pasado si hubieras estado atenta a tu entorno —escuchó la voz de su padre a sus espaldas pero no volteó a mirarlo.

—Lo sé. Fue mi error —murmuró.

El hombre se adentró al pequeño baño y abrió un estante de donde sacó un ungüento y un par de vendas. Cerró la llave y cargó a su hija para que se sentara en el mueble de lavadero. Secó sus manos con una toalla suave y comenzó a aplicarle el remedio en las palmas de la manos. Ambos permanecieron en silencio. Umiko miraba a su padre atentamente.

El hombre le hizo el vendaje y la niña miró al suelo liberando un suspiro.

—No me gusta Aoko —murmuró la niña.

El hombre sonrió con cierta tristeza.

—Lo sé. Pero también fue la niñera de tu madre y ella le tiene mucho cariño. No es tan mala como parece, quiere lo mejor para ti.

—Pero ella no me deja entrenar.

Masaru suspiró llevando una mano a la cabeza de su hija.

—Hablaré con ella. Le diré que seguirás tomando sus lecciones de buena gana. A cambio, antes de la cena entrenarás conmigo en el dojo. ¿Te parece bien?

Umiko miró a su padre. Era mejor que nada y aunque no le encantaba la idea de seguir junto a Aoko y sus aburridas lecciones, ya no la reprendería por querer ir a entrenar.

—Bien —dijo por fin.

—Pero tendrás que esperar una semana. Mañana debo salir de viaje a Londres —Umiko hizo una mueca— lo compensaré, lo prometo.

El hombre extendió una cajita que Umiko recibió con gusto y se apresuró a abrirla. Sonrió al ver un pequeño collar con la cabeza de un zorro. El zorro era el animal que representaba a su clan y estaba en todos sus escudos.

—Gracias, papá —lo abrazó por el cuello— prometo comportarme.

—De acuerdo —sacudió el cabello de la niña y comenzó a salir pero se detuvo en el marco de la puerta— la próxima vez espero que logres escabullirte mejor. Incluso yo me percaté de que estabas de fisgona.

Umiko sonrió.

—La próxima vez nadie se dará cuenta.

El hombre sonrió y finalmente se marchó. Umiko miró de nuevo el collar y se apresuró a colocárselo. Suspiró antes de bajar de su lugar para cambiarse de ropa e ir con Aoko. No quería que la jalara de la oreja por toda la casa.





nova wayne ┊ 2024 edition

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