Eres ese amor que se deslizó entre mis dedos como arena fina. Un destello de luz que iluminó mi vida, pero que se esfumó en la oscuridad. Por más que luches, sé que nunca volveré a encontrarlo, porque el destino nos separó con crueldad.

No significa que no ame ni que no me amen otras personas. El corazón es un órgano resiliente, capaz de latir incluso cuando está roto. Pero existen corazones irremplazables, tesoros que el tiempo no puede borrar. Tu nombre está grabado en el mío, como una melodía que se repite en el silencio de las noches solitarias.

Los días se suceden como páginas de un libro desgastado. Los años pasan, y aún siento la herida que dejaste. Es una cicatriz invisible, pero siempre presente. He comprendido que no sanará nunca, que la ausencia es un fantasma que me acompaña en cada paso.

Así que aquí estoy, tratando de no dejar que la tristeza me consuma. A veces, cierro los ojos y me imagino que nos encontramos en algún rincón del universo. Quizás en una estrella lejana o en el suspiro de una brisa. Con algo de suerte, quizás, solo quizás, nos volvamos a encontrar.

Porque aunque el tiempo nos haya arrebatado, el amor sigue vibrando en el eco de nuestras memorias. Y mientras el mundo gira, yo sigo buscando señales, esperando que algún día, en algún lugar, nuestras almas se crucen de nuevo.