Capítulo 22. Luke.

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—¡Te necesito! —chillo más fuerte.

—¡No voy a ir a limpiar vómito, Luke! Y considerate afortunado porque no estoy llamando a Becca justo ahora.

—¡Lay!

El pitido me indica que mi mejor amiga rubia grosera terminó la llamada, acabando con mis esperanzas.

—Mierda, ¿A quién debería llamar?

El ruido del agua corriendo desde el baño me recuerda que las niñas siguen ahí, demasiado asqueadas para quedarse en la habitación.

—¡Señor! ¡El olor llega hasta acá! —chilla, como si no lo supiera.

—¡Lo sé! ¡Puedo olerlo también! Mierda.

Me quito el saco y la corbata para mejorar la movilidad, arremango la camisa hasta los codos y tomo el rollo de servilletas de la cocina.

—Vamos, Luke. Puedes hacerlo, eres el mejor detective de todo el departamento, el mejor tirador con armas o mujeres.

Giro la cabeza para acomodar los músculos de mi cuello antes de entrar a la habitación. La alfombra tiene una jodida mancha de colores justo al centro.

—Mierda, voy a vom... —me alejo lo más rápido que puedo para tomar aire.

Esto es más difícil de lo que pensé. ¡Se acabaron los dulces para esas dos! Todo lo que no pueda permanecer en sus pequeños cuerpos sale de la jodida lista de comidas.

—¡Rojo! —las llamo.

—¿1 o 2? —grita.

—¡1! ¡Ven aquí y tráeme una blusa de tu madre!

La niña aparece con una prenda en color rosa que amarro en mi rostro a modo de mascarilla, el olor de su suavizante protegiendo mi delicada nariz.

—¿Qué haces?

—Cuida a tu hermana. No me tardo.

Esta vez no me acerco tanto y lanzo las servilletas hasta formar una alfombra de papel que absorbe todo. Usando bolsas de plástico para proteger mis manos, recojo todo y lo envuelvo lo mejor que puedo con los ojos cerrados.

—¡Listo! ¡Soy un puto genio! —me felicito cuando la mancha se nota menos—. Una pasadita con jabón y toallas, y quedará como nueva.

O lo mejor posible, esperando que seque rápido. Luego vuelvo a la sala donde ambas niñas están sentadas y esperando.

—¿Qué les dije de las golosinas? ¡Que no se ensuciaran! —respondo antes que ellas—. Ahora deben guardar el secreto de su madre.

La pequeña vomitona toma agua en un vaso y la otra me mira con las cejas fruncidas. Cruza los brazos sobre su pecho antes de mirarme.

—Quiero dinero.

¿Qué? ¿Está extorsionándome?

—Teniamos un trato, te di golosinas.

—¡Hicieron que mi hermana vomitara! ¿Querías enfermarnos?

—¡No! —chillo.

Maldita sea, ahora sé lo que siente Christian cuando me lleva al cine. Jodido karma. Busco en la billetera por uno de $5 y se lo entrego.

Le da el billete a su hermana y ambas miran de nuevo la pantalla del televisor, ignorándome. Regreso todas las cosas a su lugar, dejando solo la blusa sobre la encimera.

—Necesito whisky, o una cerveza —gruño para mí mismo—. Y una jodida niñera para las hijas del diablo.

Lo único decente que encuentro en el refrigerador para beber es una cerveza sin alcohol, así que me siento en la silla frente a la barra a beberla.

Casi una hora después, reconozco el precioso ronroneo de mi bebé estacionando afuera. Rojo 1 y Rojo 2 corren de vuelta a la habitación llevándose mi dinero.

Escucho la cerradura antes de que la cabeza rizada de Becca se asome, de nuevo suspirando de alivio.

—La casa sigue en pie, bien —se ríe—. ¿Un día difícil?

Si supiera.

—Nah, ya lo dije. Pan comido.

Lanza el bolso en el sofá y se acerca. La canción de alguna película infantil suena desde la habitación de las niñas, provocando que sonría.

—Creo que me preocupe por nada. —su vista baja a la blusa rosa sobre la encimera—. ¿Que es esto? Por favor dime qué no usaste mi ropa para tus fantasías sexuales, teniendo a mis hijas en la casa.

—No lo hice —la tranquilizo, bebiendo otro trago—. Pero deberías lavarla.

No voy a explicar ni a delatarme, y más les vale a esas pequeñas embaucadoras pelirrojas mantener el pico cerrado.

—Lo siento, mamita, es tarde y tengo sueño. —Y huelo a vómito—. Será mejor que me vaya.

Estoy completamente exhausto. Es mi turno de dejar un beso en su mejilla para tomar mi saco y mi corbata del sofá, demasiado cansado para intentar cualquier otra cosa.

Ni siquiera voy a despedirme de rojo 1 y Rojo 2, solo quiero salir de aquí. Giro la perilla de la puerta pero me detengo cuando Becca me llama.

—Olvidas las llaves —se ríe—. Gracias por cuidarlas.

Hago un pequeño saludo militar y subo a mi auto lo más rápido que puedo. Enciendo la radio y bajo las ventanillas para despejarme mientras conduzco a mi departamento.

Con las últimas fuerzas que me quedan, llamo a mi mejor amigo.

—¿Luke? —gruñe cuando responde—. ¿Qué quieres?

—Siempre tan amistoso, Christian. ¿Interrumpo algo?

—Si —escucho la voz de Ana al tiempo que 50 dice No.

—Estamos preparándonos para...

—¡Christian! —chilla—. Luke no tiene qué enterarse de lo que hacemos.

—Mierda. —susurra mi amigo—. Hey, tengo qué colgar.

—Lo sé, solo llamo para decir que te tomes con calma el tema de la descendencia, ¿Está bien? Los niños están llenos de cosas pegajosas y porquerías de colores, no estamos listos para todo eso.

—¿Estás ebrio?

—Aún no. Aunque debería, ¡Me lo merezco!

Casi puedo escucharlo reír.

—No sé qué mierda te pasa, pero diviértete Luke. Te veo mañana en el trabajo.

Termina la llamada justo a tiempo para que yo estacione afuera de mi edificio, fastidiado de mi día. Creí que los bebés eran fastidiosos, ¿Pero los niños? Nadie me advirtió de eso.

Arrastro los pies por el pasillo y luego por la escalera hasta mi piso. Olvidé comprar la puta cerveza pero debería tener reserva de algún vino en el refrigerador.

Casi llego a la puerta cuando Penélope sale de su departamento con unos shorts pequeños y una camiseta de tirantes.

—Hola Luke, ¿Cómo estás?

—Cansado y hambriento. —respondo sin mirarla, buscando mis llaves.

—¿Quieres venir a mi casa? Hice lasaña.

—Mierda, si. —Giro para seguirla pero me detengo cuando la veo sonreír—. No, no, mala idea. Si voy a tu casa tendremos sexo.

—Okey —asiente.

—No estás escuchando, flaca. ¡No recogí vómito por nada! ¡No señor! No puedo joderlo cuando estoy tan cerca, —giro de nuevo para abrir mi puerta—. Mejor vete que ya me hiciste enojar.

😠

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