Capítulo 31. Luke.

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Estaciono en una tienda de víveres a medio camino con un solo objetivo en mente: compensar a Becca por mi estupidez y demostrar que lo tomaba en serio.

Saludo al hombre mayor detrás del mostrador y tomo del aparador de revistas dos libros de colorear con princesas. Voy al otro pasillo por una caja de chocolates y finalmente al refrigerador del fondo con licores.

—Vino blanco... Vino de frutas... Vino tinto... ¿6 dólares? —levanto la botella para revisar la etiqueta—. No puedo darle a mi mamita vino barato.

Dejo los libros y los chocolates en uno de los estantes para revisar mejor las botellas, esperando encontrar algo de calidad. Tal vez no un Sirah, pero algo decente.

—Mierda, ¿Cómo se supone que sepa a qué saben? —las botellas de cerveza fría me observan desde el refrigerador de al lado—. ¿Y si llevo cerveza? Becca ama la cerveza.

Podría funcionar.

Pero entonces tendría que dejar los chocolates y elegir frituras y botana. ¿Alitas picositas? ¿Costillitas en BBQ? Mi estómago gruñe aprobando la idea.

—Libros para colorear, chocolates y vino barato —tomo una botella de etiqueta bonita—. Pediré las costillitas por teléfono.

Cargo todo en mis brazos y giro por el pasillo viendo al dueño de la tienda hacer gestos, su cabeza señala algo a su izquierda.

—¿Qué? —balbuceo.

El hombre vuelve a mover su cabeza. Camino un par de pasos más para acercarme cuando escucho las voces de dos chicos. Pasamontañas, lentes oscuros y apuntando su arma hacia el señor.

—¡Todo el dinero, dije! —lo apuran.

—¡Si! —chilla, mirándome de nuevo.

Esto debe ser una puta broma.

Uno de los chiquillos brinca detrás del mostrador para empujarlo y tomar el dinero, así que me escondo detrás del estante del pasillo con la mercancía en mis manos.

—Mierda, mierda —miro la hora en mi reloj. Si espero a que se vayan y reporto el robo podría llegar a tiempo.

—¡Al suelo, anciano! —grita uno de los asaltantes.

Maldita suerte la mía.

Dejo las compras con cuidado en el estante para no hacer ruido, luego busco el contacto de Christian en mi teléfono y le escribo un mensaje.

*Robo en progreso, sujetos armados, trae refuerzos*

Sé que Christian hará rastrear mi móvil, ahora tengo que intentar detenerlos. Son dos idiotas, puedo hacerlo si derribo primero al que sostiene la pistola.

Saco mi arma de la pechera, quito el seguro y me muevo entre los pasillos. Los chicos terminaron de saquear la caja registradora y ahora llevan cigarros y frituras como botín.

—¡Vámonos! —el de la puerta grita—. ¡Dispárale al viejo!

Carajo.

Sin pensarlo más, me inclino y apunto al que sostiene al señor en el piso y disparo, sabiendo que el sonido alertará al otro. El tiro alcanza su hombro.

—¡Ay! ¡Mierda! —se tambalea hasta que se recarga en la pared—. ¡Ese bastardo me dió!

El otro chico me mira por un momento, como si fuera a saltarme encima. Después de un segundo, corre a la calle.

—¡Policía de Seattle! ¡Manos en alto!

Tengo que detener al que escapó, pero este sigue armado. Me acerco con la pistola en alto apuntando directo a su cara.

—¡Policía! ¡Suelta el arma! —grito de nuevo. Mierda, el otro está afuera intentando arrancar su moto.

El chico sonríe sosteniendo su hombro. Justo cuando creo que se va a rendir, el cabrón suelta un tiro al tiempo que baja el brazo con la pistola.

—¡Ah! ¡Hijo de puta! —chillo de dolor. Mi pie me duele—. ¿Muy listo, no? ¡Pequeña mierda!

Luchando con mis ganas de darle otro tiro, me arrastro cerca y lo golpeo con la culata de mi arma de cargo.

—Levántese y tome el arma, apunte al imbécil y si se mueve dispara —ordeno al dueño del establecimiento.

El otro chico aún está afuera, siendo presa del pánico cuando su jodida moto no enciende. Cuando me acerco arrastrando mi pie sangrante, se baja y comienza a correr.

—¿A dónde vas, imbécil? ¿Te vas tan pronto? —sujeto mi arma con ambas manos, concentrándome en un solo tiro perfecto—. Te tengo.

El chiquillo idiota cae del otro lado del estacionamiento, sujetando su pantorrilla donde apunté. No voy tras de él porque el sonido de los autos patrulla se acercan.

Oh, mierda.

Es tarde.

Cojeo de vuelta a la tienda, por el pasillo hacia el fondo y sostengo mis compras. Luego vuelvo al mostrador de la entrada.

—Necesito que me cobre esto, rápido —le digo al hombre que aún apunta con el arma al chico.

—¿Señor? —balbucea confundido, señalando con la cabeza al chico.

Carajo.

Tres patrullas se detienen en el estacionamiento, una cerca del chico al que rápidamente esposa. Alguien cerca el perímetro y la jodida cara de Christian aparece en mi línea de visión.

—¿Luke? ¿Estás bien?

—Si.

Su esposa entra detrás de él llevando todavía su uniforme azúl. Sus cejas se fruncen cuando mira el pantalón de vestir manchado de sangre, y gira hacia el dueño.

—Deme el arma, me llevaré al chico. —la toma y la entrega a Christian para esposar al imbécil.

Más azules entran para interrogar al dueño, llevarse al chico y pedir una ambulancia para él. Y como es obvio que nadie va a cobrar mis putas compras, las dejo sobre el mostrador.

—¿Luke? —gruñe Christian—. ¿A dónde jodidos vas?

No me detengo mientras sigo cojeando hacia mi auto.

—Tengo que ver a Becca, prometí...

—Estás herido —dice el puto genio.

—¿No me digas? —chillo—. Es solo un rasguño... Que duele como el infierno.

—Te dieron, debes ir al hospital.

—No.

Antes de que pueda llegar a mi auto la cosita sexy se atraviesa en la puerta para que no pueda abrirla.

—Esposa... Ex esposa... Mierda, eso sonó peor —intento de nuevo—Ana, estoy bien.

—No lo estás —sus cejas se fruncen de nuevo—. Dudo que te desangres, pero eso ahí va a causar una infección. Tendrán que cortar el pie, o la pierna por la gangrena. Y si sigue subiendo, ¿Quién sabe? Podrían cortar tu pene.

Jodida mierda.

El pensamiento de eso provoca que me encorve protegiendo al señor Sawyer.

—Bien, entendí —chillo—. Solo tengo que llamar a Becca, pero... Ella no va a creerme. ¡Lo jodí de nuevo!

Christian empuja mis hombros a la otra ambulancia que estaciona cerca de la puerta. Las primeras ya están cargando a los idiotas.

—Yo la llamaré, la llamará Ana. Incluso Leila si eso te hace sentir mejor, pero tienes que ir al hospital Luke.

—Agh, bien. —no puedo subir a la ambulancia, así que tienen que subirme a la camilla para moverme—. Dile que soy un puto héroe, me enfrenté a 10 cabrones yo solo, todos de algún maldito cartel Mexicano armados hasta los dientes.

—Si, Luke, si —escucho la risa en su voz—. Eres el jodido Ojo de Halcón.

—¿Ya está alucinando? —su Cerecita agrega—. Dios, seguramente también golpearon su cabeza.

—Nop —Christian cierra las puertas de la ambulancia— Ese es el jodido Luke, cien por ciento él.

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