Capítulo 42. Luke.

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La mujer pelirroja en mi cama muerde su labio inferior para no gemir, sus generosas tetas temblando con cada una de mis embestidas.

—Grita, mamita, no te contengas. Que todo el puto edificio se entere que volví.

Ella sonríe con su labio apretado entre sus dientes y gimiendo cada vez más alto. Solo para provocarla más, cambio el tiempo de mis embestidas para hacerla chillar.

—¡Luke! —chilla, no sé si porque le gusta o porque le disgusta—. ¡Dios, si!

Eso es una respuesta.

—Te dije que era bueno —hablo sin detenerme—. Te dije que la pasarías bien conmigo.

Mis brazos están extendidos a cada lado de su cabeza, así que no me pierdo ningún detalle de los cuando el cúmulo de placer explota y recorre todo su cuerpo.

Su cabeza cae contra el colchón, tan relajada y feliz que podría palmear mi propio hombro: bien hecho Luke, otra dama satisfecha. Es mi momento para terminar también, agradecido de tener mi reserva de condones a la mano.

—Becca —gimo por primera vez su nombre cuando el orgasmo me sacude.

Ambos estados agitados, cansados, sudorosos y felices.

—Ahora quiero dormir —me dejo caer a su lado, retirando el condón y lanzándolo en la papelera porque estoy muy cansado para ir al baño—. Ven aquí, mamita, déjame abrazarte.

Hago que se coloque de lado para pegar mi pecho a su espalda, el señor Sawyer feliz y protegido contra su culo desnudo. Cierro los ojos dejando que el sueño me lleve.

Debo estar dormido todavía cuando escucho el sonido del agua correr. Mi brazo está frío y la cama vacía, así que asumo que Becca está tomando una ducha.

Despierto algún tiempo después, sintiendo frío porque aparentemente Becca no regresó a la cama, ni me puso la cobija encima. La luz apenas entra por la ventana, y casi puedo jurar que está en la cocina por el olor a café recién hecho.

Me pongo solo los boxers y voy descalzo por el pasillo para reunirme con ella. Intento despabilar el suelo de mis ojos, pero me detengo en seco cuando escucho una segunda voz en mi departamento.

—Jamás corras detrás de un hombre, cariño. Si tienes qué hacerlo, ese hombre no es para ti. —esa es la voz de mi mamita.

—¿Y si me quedo sola?

No puede ser. Me pego contra la pared del pasillo como si estuviera bajo ataque, porque ¿qué carajos hace Penélope aquí?

—No te vas a quedar sola, ¿Por qué dices eso? —me asomo para verla recargada en la encimera frente a la intrusa—. Eres joven, no te presiones. Cuando sea el momento, llegará.

—¿Y sobre Luke? —mierda—. ¿Lo de ustedes es serio?

—Niña, no me hagas patearte el culo. Primera advertencia. —me asomo solo un poco para mirar a ambas mujeres—. ¿Escuchaste algo de lo que dije?

Penélope toma un ruidoso sorbo de su café y yo aprovecho el momento para volver a la habitación por pantalones de chandal y una camiseta.

Me revuelvo el pelo cuando voy de nuevo por el pasillo, asegurándome que mis pisadas me anuncien.

—Buenos días —le doy una mirada rápida a la vecina—. Mamita.

Beso su cuello cuando me detengo detrás de ella, con las manos a cada lado de la encimera para atraparla. No me pasa desapercibido que lleva puesta una de mis camisetas que sus grandes pechos extienden del frente.

Ella chilla bajito y eso hace que Penélope aparte la mirada de nosotros, bebe otro sorbo ruidoso antes de dejar la taza vacía en la encimera.

—Gracias por el café. —asiente rápidamente y sale del departamento sin mirarnos.

¿Cómo carajos hizo eso?

—Mamita, ¿Qué fue eso? —me invade la curiosidad. Ella gira para pasar sus brazos por mi cuello.

—La encontré merodeando en tu puerta. —señala—. Y te llamó un tal Carlos, dijo algo sobre asegurarse que no habías muerto.

Ese idiota.

—Es un amigo —no voy a entrar en detalles—. ¿Quieres desayunar aquí o vamos a la casa de mamá?

—De hecho me gustaría pasar por el bar un rato, no quiero dejar a Brandon y a Natalie solos, Dios sabe que esos dos son tan problemáticos como mis hijas.

—¿Quieres que hable con ellos? —ofrezco.

—No. Mejor vamos a desayunar.

Esto de ir y venir comienza a cansarme. Paramos en un restaurante por batidos y sandwiches antes de ir a la casa de ella para que pueda cambiarse.

—Déjame en casa de mi madre, cuidaré a las niñas mientras vas al bar.

—¿Estás seguro? —termina el sándwich cuando se para en el semáforo—. Puedes venir conmigo al bar, luego voy por las niñas.

Eso es malditamente confuso. Si mi pie estuviera mejor y ella tuviera un auto propio sería más sencillo. Y si dejara de ir de un lado a otro sería perfecto.

—Tienes razón, primero el bar, luego las niñas... Y necesitamos una niñera.

Tomo el móvil mientras Becca conduce y marco el número de mi madre, si envio un texto quedará en el olvido.

—¿Lucas? —responde como siempre.

—Hola mami, ¿Cómo estás? ¿Cómo están las niñas?

—Oh, ellas están bien cariño —escucho el ruido de la televisión al fondo—. Están jugando en el patio.

—Me alegro. Mamá, ¿Podríamos dejarte a las niñas un poco más mientras vamos al trabajo de Becca?

—¡Por supuesto! —el ruido metálico de las bandejas llega al teléfono—. Vamos a decorar galletas, nos tomará algunas horas.

—Entendido. Gracias mamá.

La pelirroja sigue lanzándome miradas preocupadas, así que le hago una seña de pulgar arriba para que sepa que todo va bien.

Tal y como lo dijo, las voces de Brandon y Natalie gritan por el pasillo que viene de la puerta de empleados. Ambos discuten sobre quién ha limpiado la barra más veces.

—¡Becca! —chilla la chica—. ¡Dile a Brandon que es su turno!

—¡Pero no lo es! —gruñe—. ¡Deja de mirar el móvil y mueve las manos!

Los gritos de ambos cesan cuando se dan cuenta que estoy detrás de Becca, las pequeñas cejas de Natalie se fruncen.

—Grace —la saludo.

—¡Imbécil! —golpea el suelo con su tacón y gira para alejarse de mí, con Brandon yendo detrás de ella todavía gritando.

Me doy cuenta que Becca me observa.

—¿Qué?

—Creí que sabías su nombre, puesto que tú y ella...

Entiendo lo que quiere decir, y no puedo creer que también lo sepa.

—Sé su nombre, pero prefiero que me odie. ¿Recuerdas lo que dije sobre no darles esperanzas?

—¿Y solo les cambias el nombre? —apoya las manos en la cadera, distrayéndome.

—Si —es bastante efectivo y me evito los jodidos dramas.

—¿Y por qué Grace? —sus cejas se fruncen ligeramente.

—Porque es un nombre fácil de recordar. Y si pienso en la única Grace que conozco, no querré tocarlas de nuevo. —antes de que pregunte, le doy la respuesta—. La madre de Christian.

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