Capítulo 5. Luke.

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Me pongo el traje oscuro, acomodo la corbata y peino mi cabello con mucho gel para que quede impecable antes de conducir hacia la casa de mamá.

Apenas 20 minutos y estoy estacionando afuera del edificio, el olor de las galletas flotando en el aire me recuerda que no he desayunado, así que tomo mis llaves y abro la puerta sin tocar.

— ¡Mamá! ¡Ya llegué!

— En la cocina. — Responde. — Siéntate para darte el almuerzo.

Me acerco para besar su cabeza mientras remueve los sartenes y vuelvo a la barra para tomar algunas de las galletas glaseadas que se están enfriando.

— Ten cuidado, acabo de...

—¡Mierda! — Chillo soltando la galleta. — E emé a engua...

— Lucas Sawyer, ¿Qué te he dicho de decir palabrotas en mi casa?

— E e alo... — Balbuceo.

La lengua escaldada duele pero no más que mi estómago vacío de delicioso alimento.

— ¿Quieres agua?

Yo asiento. Cuando ella se da la vuelta para toma un vaso, empujo la galleta de vuelta a mi boca y mastico lo más rápido que puedo.

— ¡Te vas a enfermar! — Me golpea con el cucharón que usa para el sartén. — Ahora siéntate y come esto primero, que estás muy flaco.

— No estoy flaco, estoy en forma mami. A las mujeres les gustan los chicos con músculos que no se inflan con esteroides y se les encoge el pene. — Me sacudo con un escalofrío.

— Basta ya de hablar de pipis de otros chicos. — Deja el plato con huevos revueltos y salsa frente a mi. — ¿Cómo está Christian?

— Hablando de pipis. — Me río, mamá cree que todavía tengo 6 cuando llamaba Señor Pi a mi pene. — Él está bien, mamá. Te mandó saludos antes de regresar a casa con su esposita.

— Ay, esa chica es tan linda. Qué suerte tiene Christian de encontrar el amor tan joven.

— Si, una maldita suerte. — Gruño mordisqueando el huevo frito.

— Lucas, deja de maldecir. —Me golpea de nuevo con el cucharón. — ¿Cuándo piensas traer una chica a casa?

Encojo los hombros con indiferencia.

— Cuando necesites una ama de llaves. —Sonrío.— La contrataré y pagaré su sueldo, pero no esperes que me case con ella.

— Pero quiero nietos, Lucas. Quiero verte casado y formando una familia para irme en paz.

Mierda.

Golpea de nuevo mi cabeza con el cucharón.

— Estaré lista en un momento, y deja de comerte las galletas para mi instructora de baile.

Espero a que sus pasos se pierdan en la escalera antes de lanzar un par de galletas en mi bolsillo y otro más en mi boca, dejando el resto en la charola. Por supuesto que ella se da cuenta cuando regresa a la cocina y las pone dentro del contenedor.

— Andando niño, tengo mucho qué rezar por tu alma pecadora.

Presiono los labios para no maldecir de nuevo mientras la guío a mi auto.

— ¿Podemos pedir por Leila?

— ¿Por qué? —Me mira cuando me siento detrás del volante.

— Estoy preocupado por ella, ha estado muy triste.

— Eso es muy dulce de tu parte, Lucas. Por supuesto que podemos hacerlo.

Las galletas esperan en el auto y entramos a la iglesia, la mayoría de las personas aquí me vieron crecer y correr por la acera en calzoncillos, así que trato de lucir serio y reservado para no avergonzar a mamá.

El padre al frente comienza con la ceremonia, haciendo que todos guarden silencio mientras nos deslizamos en una banca lateral. Y a pesar del desayuno, mis tripas gruñen.

— Olvidé el móvil en el auto, no tardo. —Susurro.

— No. Quédate hasta que termine.

Carajo.

Bajo las manos a mi saco, mis hermosos dedos encontrando pequeños pedazos de cielo en forma de masa y glaseado dentro del bolsillo. Cuidando no ser observado, deslizo una galleta dentro de mi boca.

— ¿Qué fue eso? — Mamá frunce el ceño.

— ¿Hum? — Nuevo levemente, dejando de masticar.

Ella vuelve su atención al hombre al frente que habla sobre la importancia de ser buenas personas y miro a mi alrededor con las manos entrelazadas.

Cuando la oración continúa, vuelvo a masticar el resto de mi galleta en completo silencio. Las voces de los presentes vuelven a la oración siguiente y aprovecho el momento para meter la otra galleta en mi boca.

— ¿Por qué huele a...? ¡Lucas!

— ...arajo. — Gruño con pequeñas migajas saliendo de mi boca.

— Sal de aquí y no vuelvas hasta que estés arrepentido.

Bueno, eso es fácil.

Me muevo hasta la parte trasera con el móvil en la mano, fingiendo recibir una llamada importante que no puede ser enlazada. Mi pancita ya no gruñe, así que me quedo en la entrada escuchando lo que resta de la misa.

Espero junto a la puerta a qué mamá termine de saludar a sus amigas, aunque se hayan visto a mitad de semana para el café de los chismes y la llevo de vuelta al auto.

— ¿Tienes qué irte?

— No, solo Christian molestando como de costumbre. — Lo culpo.

— Bien, porque es una de las últimas sesiones en el club y no quiero perderlo.

— Estaremos ahí pronto para que puedas entregar las galletas de Vívian. — Fuerzo una gran sonrisa.

— ¿Vas a invitarla a salir? Ha preguntado por ti, igual que las otras chicas. Eres un chico con suerte, mi niño.

— Lo sé.

Estaciono el auto a tres calles de nuestra última parada para bajar en el estudio de baile, siguiendo a mi madre al interior. Las chicas ya se encuentran ahí con sus parejas, la mayoría son hermanitos y primos.

— ¡Vivían! ¡Te traje galletas! — Chilla mamá.

— ¿De verdad? Oh, cariño, no debiste molestarte.

La instructora me lanza una mirada tan intensa que me causa un escalofrío, que debo disimular mirando alrededor.

— Luke. — Me saluda ella antes de alejarse.

— Viv...

— ¿Le tienes miedo a Vivían? — Mamá golpea mi hombro. — ¿Por qué? Ella no muerde.

— No estés tan segura. — Otro jodido escalofrío. — Ella quiere comerme, lo sé.

Su ceño se frunce pero decide ignorarme por el bien de ambos, acomodándose al centro de la pista y junto a otras chicas cuyos rostros me son familiares, incluso con las miradas de muerte que me dedican.

Asiento a modo de saludo.

Kattia, Estefanía...

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