12. Sabiduría

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—Las prímulas, las caléndulas y los pensamientos nacen en mitad del jolgorio de la ajetreada primavera —le había dicho su madre en una ocasión—. Aún así, algunas son más tímidas y tardan algunas estaciones en germinar y mostrar su belleza. Es por ello que no debes afligirte si todavía no has encontrado la tuya, querido. Poco a poco, mientras no le eches cuenta, la flor que todos llevamos dentro crecerá lenta y sutilmente, abriéndose al mundo con todo su color.

En su momento no entendió una palabra de lo que aquel mensaje trataba de transmitirle. Ahora que lo idílico colmaba sus días, supo que el lirio que llevaba dentro se había convertido en un jardín.

Inevitablemente, los vestigios de los malos presagios y las preguntas a las que siempre les había temido todavía rondaban mente de vez en cuando, y entraban en su casa sin avisar. En tales casos se limitaba a dejar que la visión que le rodeaba nublase sus sentidos y le impidiese pensar.

—Nadie nunca ha muerto de verdad —le había dicho Savary, mientras paseaban por los jardines en una de sus lecciones al aire libre—. Toda buena quedará para siempre en algún lugar de este mundo, aunque nadie vuelva a recordarnos.

—Como mi padre —murmuró Sylvain.

—Como vuestro padre, por supuesto. Por muchos años que hayan pasado, su recuerdo sigue estando presentes entre nosotros.

—¿Le conocíais bien, señor? —inquirió Sylvain, curioso—. Madre nunca me habla de él, y lo poco que sé es lo que alguna vez me contásteis de pequeño.

Reprimiendo una sonrisa, su mentor echó hacia atrás la cabeza, recordando tiempos pasados.

—Sí que le conocía, Sylvain —respondió, como si le estuviese viendo en el cielo en ese justo instante—. Vuestro padre no es de esas personas que pasan por la tierra sin dejar huella.

—¿Y cómo era?

A pesar de la confianza que
mantenía con su tutor, dedujo a partir de su ahora amarga sonrisa que no debía de ser fácil para él recordarle. Si recapacitaba, todo lo que conocía hasta ese momento sobre Savary y los motivos de su permanente estancia entre los Lemierre seguía siendo un misterio. Siempre había sospechado que le faltaban muchos datos en aquella historia.

—Vuestro padre era... ¿Cómo decirlo sin que suene mal? —carraspeó antes de seguir— Era una persona bastante extrovertida, a decir verdad. Siempre tenía esa palabra soez que tanto hiere, aunque la dedicaba con sus mejores deseos. No entendía de clases y, si hubiese tenido la oportunidad de hablar con la mismísima Austríaca, no se habría cortado en decir lo que pensaba de ella.

—¿De veras? —inquirió Sylvain, sorprendido— Por eso, mi madre no me contaba apenas nada de él, ¿no?

—Es posible. Aunque la devoción que vuestra madre le tenía... En mi vida he visto a dos personas quererse tanto, a pesar incluso de la rebeldía de vuestro padre.

—¿Rebeldía? —repitió, confuso.

El señor Savary soltó una limpia carcajada al ver su cara de desconcierto. Se le debió de haber quedado una expresión bastante estúpida al oírlo.

—Mi joven Sylvain, hay tantísimas cosas que todavía desconocéis de vuestro mundo... Vuestro padre, al igual que Charles, era un fiel seguidor de las ideas de John Locke por aquel entonces, y que vuestra madre no me oiga decirlo. Sin embargo, era un hombre conocido por su prudencia y, a pesar de no cortarse al decir lo que pensaba, nunca exponía sus creencias si eso podía ponerlo en peligro. Lo que os dije de la Austríaca era una exageración, por supuesto, pero creo que ya lo sabéis.

—¿Y cómo le conocísteis? ¿Por entonces ya era el rebelde que describís?

Apoyando el entusiasmo del joven por sus ansias de saber, Alain lo premió con unas palmaditas en su hombro.

—Es una historia bastante enrevesada, pero os la contaré —dijo, clavando bien su bastón en la hierba.

—Os lo agradezco, señor. Pero si es demasiado difícil para vos recordarlo, no lo hagáis. No quiero que esto os suponga algo penoso.

—Oh, ni hablar, Sylvain. No os preocupéis por eso. Ese es uno de los mejores recuerdos que vuestro padre me brindó, y es por él por quien conocí hace muchos años a mi difunta esposa, a quien Dios tenga en su gloria.

Sobresaltado, Sylvain abrió los ojos como platos. ¿Esposa? ¿Acaso había estado casado alguna vez de verdad? ¿Cómo es que no sabía absolutamente nada?

—Vuestro padre era por entonces un joven estudiante y compañero mío en las clases que el viejo Moreau impartía en sus jardines, allá en Amiens, con un grupo formado por algunos muchachos acaudalados de nuestra edad —comenzó, tomando aire para ello—. Yo no era más que un chaval alocado y aficionado a la poesía cuando, casi por arte de magia, me encontré frente a frente con la muchacha más hermosa que mis ojos jamás hubiesen visto, en un baile que organizó uno de los amigos de Moreau.

»Todavía recuerdo aquel día a la perfección. Para empezar, he de decir que ni yo ni el señor Lemierre estábamos invitados a dicha fiesta. Cómo podréis imaginaros, no pensábamos quedarnos de brazos cruzados ante tal cantidad de exquisitos manjares y lujosos vestidos. Nos colamos en el baile haciéndonos pasar por viejos amigos de la familia y, milagrosamente, nuestros disfraces se ganaron la confianza de todo el mundo. Aquello no supuso más que una arriesgada travesura por nuestra parte, aunque aquella misma noche perdiese mi corazón para siempre a manos de aquella muchacha.

»El señor Lemierre ideó la forma de acercarse a la muchacha para entablar una animada conversación. Cuando se ganó su aprecio, pasó a presentarnos cordialmente, como cualquier perfecto caballero habría hecho en su lugar. Sin embargo, no todo fue tan maravilloso como os lo cuento, Sylvain. Apenas habiendo intercambiando dos palabras, el señor Moreau nos vislumbró entre la gente y avanzó hacia nosotros hecho una fiera. Como es evidente y para mi infortunio, fuimos expulsados del baile, y eso sin contar con la bronca que nos cayó por parte de nuestros padres, pero esa es otra historia.

»Sin haber podido conocer quién era aquella joven en realidad, traté de ocultar mi desconsuelo. A partir de ese momento, consideré a vuestro padre como un verdadero amigo, cuando él mismo me prometió no cesar en la búsqueda de aquella misteriosa joven. Aún hoy, sin saber cómo, Jean-Dennis consiguió dar con ella, y os podéis imaginar el resto.

»Creo que, desde que mi vida se vio completa, cuando me casé con mi querida Rennée, la amistad que había trabado con vuestro padre se afianzó. En numerosas ocasiones nos salvamos el pellejo mutuamente, y así fueron pasando los años hasta que, por caprichos del Todopoderoso, una fugaz tuberculosis se cobrase su vida de la noche a la mañana, dejándonos con una profunda sensación de abandono. Antes de que falleciese, me trasladé con mi esposa encinta junto con vuestra madre Anne-Marie, con intención de ayudarla en la costosa labor de vuestra crianza. Charles por entonces era un zagalillo que más o menos sabía valerse por sí mismo, pero vos no érais más que un recién nacido. Por desgracia, poco antes de que Rennée muriese con el pequeño al dar a luz en el parto, fue vuestro padre el primero en marcharse.

La congoja se había apoderado de Sylvain en cuanto finalizó su relato, y se permitió guardar silencio durante unos momentos. A su lado, Savary aún conservaba la sonrisa. Tal vez se alegraba de poder hablar de aquello con alguien, aunque fuese con el hijo de su mejor amigo.

—Disculpadme señor, pero no sabía absolutamente nada de la existencia de Rennée —dijo Sylvain.

—Eso es porque apenas estuvo unas semanas cuando ocurrió todo —respondió con serenidad—. Es normal, de todas formas. Érais muy pequeño entonces.

—No tenía ni idea... Siento muchísimo oírlo.

—No os preocupéis —Savary meneó la cabeza—. Sin embargo y a pesar de todo, me atrevo a decir que le debo la vida a vuestro padre. Fue gracias a él por el que conseguí adoptar una clara conciencia de mí mismo y de lo que me rodeaba, algo que tan sólo creía reservado para unos cuantos cerebritos afortunados. Ni siquiera os he contado un cuarto de todo lo que era vuestro padre, Sylvain, pero si de algo estoy seguro, es que sois vos quien ha heredado lo mejor. Podéis estar más que orgulloso por poseer ese apellido, pues dudo que jamás haya mejor persona en esta tierra como lo fue el joven Jean.

Concluyendo con un suspiro y con su alumno habiendo bebido de cada palabra encandilado, Savary se volvió levemente para mirarle de reojo, sonriente.

—Me alegra saber que fuisteis gran amigo de mi padre —dijo Sylvain—. Y os agradezco de corazón que permaneciéseis junto a él hasta el final.

—Eso es lo que hacen los amigos de verdad, Sylvain.

Con aquella frase dando vueltas en su cabeza, Sylvain intentó no perder el hilo de la conversación.

—Ahora que recuerdo, Sylvain —dijo Savary al cabo de un rato, cuando el silencio fue arrullado por el piar de un vencejo—. ¿No estábais interesado en el mito de Apolo y Jacinto hacía un tiempo?

¿Cómo no se olvidaba de esas cosas al igual que se olvidaba de qué día de la semana era? De pronto, el súbito temor de que Chrystelle le hubiese dicho algo al respecto de Jacques lo estremeció. No, no. Confiaba en ella. Le había dado su palabra.

—Sí, bueno, no exactamente —se apresuró a decir entre titubeos—. Tan sólo fue una duda sin importancia. Nada que me urja saber.

—Entonces, supongo que podréis explicarme lo que os traéis entre manos desde hace unos días, ¿no creéis?

—No sé de qué me habláis.

—No seáis tan ingenuo, jovencito. Sabéis que me refiero al hijo de los Chardin, a ese que dice ser aprendiz de sastre.

Por primera vez en mucho tiempo, creía volver a ver el rostro de Marianne frente a él, señalándole con un dedo acusador y una bandera en su otra mano.

—Jacques, sí. ¿Qué ocurre con él? —de pronto su voz sonó mucho más segura de sí misma, y sin saber por qué su mente evocó la imagen de Chrystelle de forma fugaz.

—¿No os lo ha dicho todavía? —replicó, asombrado por su respuesta— Me parece mentira que seáis tan amigos del alma y no os lo haya hecho saber.

—Me temo que así es, señor. ¿De qué os habló en mi ausencia?

—¡De vuestros queridos Apolo y Jacinto, nada más y nada menos! —dijo, como si fuese algo obvio— La otra noche nos profesó a vuestra madre y a mí el profundo amor que sentía por la mitología, y no pude evitar acordarme de vos. ¿No os habló del proyecto tiene en mente?

—Yo... No, no tengo ni idea.

—Tenía pensado escribir una adaptación teatral de ese mito. Ciertamente no pude evitar hallarlo algo provechoso, puesto que hoy día no muchos conocen el gran abanico de oportunidades que los griegos nos regalaron.

—Ya veo. Puede que sea un proyecto interesante.

Conociendo como escribía Jacques tendría al público a sus pies, pensó Sylvain. Aún así, dudaba de si realmente había utilizado aquello como una burda excusa para decir que se dedicaba a escribir, o si realmente tenía pensado hacerlo. De una forma u otra, no podía negar que le agradaba la idea, aunque ahora no habría nadie que pudiese sacarle a Savary la idea de que, ése en particular, era su mito favorito. Sabía que no lo hacía a maldad.

—Ese zagal... Me da la impresión de que todavía no conocemos mucho sobre él.

—Bueno, es cierto que ama escribir si os referís a eso, pero no cree que pueda ganarse la vida con ello —respondió Sylvain.

—Si llega a dominar ese arte le vaticino un gran éxito. Parece tener el carisma y el ingenio suficientes como para hacerlo.

Con un suspiro, Sylvain asintió en silencio, algo cansado. No obstante, creyó que sería conveniente cambiar de tema cuanto antes.

—Señor, hace bastante tiempo que no recibimos noticias de Charles. ¿Creéis que le podría haber pasado algo?

—En vano os preocupáis. Vuestro hermano es la criatura más astuta que jamás he conocido. Si se encuentra o se ha encontrado en peligro, me apuesto el bastón a que ha logrado salir ileso por sus propios medios.

—Eso espero, aunque ya han pasado más de seis años desde que se marchó.

—Si volviera, para vuestra madre supondría la cura de todos sus males. Aunque mucho me temo que pueda volver en los tiempos que corren.

—Tenéis razón —afirmó Sylvain—. Por ahora es demasiado peligroso pero, ahora que lo recuerdo, mi madre me comentó que, en caso de que no pudiera volver, podríamos encontrarnos en un punto medio.

—¿De qué punto habláis exactamente, Sylvain?

—De la casa de mi tío Boulard, en la Toscana.

—Italia, ¿eh? —canturreó el otro—. Ahora que lo mencionáis, Anne-Marie me comentó algo al respecto, pero no creo que llegue a hacer algo así. Ama demasiado esta tierra.

—No sabría qué deciros, señor... —murmuró Sylvain, indeciso—. Últimamente me habla de lo mucho que disfrutaría de un cambio de aires, al menos durante unos meses. La idea de poder vivir en el Mediterráneo parece entusiasmarla cada vez más.

—¿Y vos? ¿Estaríais dispuesto a trasladaros a la Toscana con ella?

Quiso decirle que no podía ni quería hacerlo, y la imagen de Jacques cruzó su mente. Si se marchaba, aunque tan sólo fuese por unos meses, dudaba que consiguiese resistir su ausencia. Se había malacostumbrado a verle a menudo. Sin embargo, si pensaba en su madre, ella era la única familiar más cercana que poseía y, muy a su pesar, no podría dejarla marchar sola. Siempre seguría siendo su madre y la amaba por ello. Sabía que acabaría sintiéndose terriblemente culpable si la abandonase a su suerte de aquella forma, justo cuando más le necesitaba. Además, siempre podría escribirse por carta con Jacques. No levantaría sospechas mientras nadie interceptase su correo, y sólo serían unos pocos meses.

—Acompañaría a mi madre si así lo requiriese, pero espero que no llegue a darse la situación en la que tenga que marcharme.

—Me alegra saber que pensáis eso, Sylvain. No obstante, permitidme deciros que...

—¡Monsieur Savary!

La apurada y acelerada voz de la joven Clementine captó la atención de ambos, quienes instantáneamente se volvieron hacia ella. La muchacha, con lo que parecía un papel en su mano, se aproximaba agarrándose las faldas y el delantal del vestido.

Asustado, Sylvain se temió lo peor, y supuso por la expresión grave de su tutor que no era el único.

—¿Qué ocurre, señorita Moulian? —inquirió Savary— ¿A qué se deben tantas prisas?

—Mi señor —tuvo que hacer una breve pausa para coger aire a bocanadas, a causa de su larga carrera desde la casa—. Se trata del señor Charles. Ha enviado una carta sobre él.

—¿Charles? —repitió Sylvain, fuera de sí— Esto debe se ser obra del destino. ¡Qué maravillosa noticia!

El rostro de la joven palideció todavía más y frunció los labios en una delgada línea, apagando por completo la euforia de Sylvain.

—No es maravillosa, monsieur —titubeó ésta, como si le temblase la voz al hablar— Les ruego que entren y se reúnan con la señora Lemierre. Se encuentra terriblemente mal, y dudo mucho que aguante sin desfallecer.

—¿Cómo? ¿Pero qué se supone que ha...?

—¡No hay tiempo! ¡Vuelvan pronto, es urgente! —exclamó la muchacha, meneando la cabeza, presa de los nervios.

Sin darles tiempo a responder, la fina estampa de la criada echó a correr en dirección contraria a ellos, rehaciendo sus pasos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro