Capítulo 4: Visitantes. Parte 1

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Entro a la radio con veinte minutos de retraso y ficho en el aparato. Dormí demás y me atrasé en arreglarme para venir al trabajo. Me está costando volver a adaptarme al horario de madrugada, después de haber trabajado como movilero a la tarde por quince días. Camino rápido hasta la oficina del informativo y una vez adentro pido disculpas, esperando que mi jefe me reproche, pero todos me cargan y me dicen que me relaje.

Me pongo a redactar, después leo con Omar unos informativos. Hasta ahora, no me tocó leer con Gustavo. Él tiene la voz muy grave y potente, no sé cómo saldríamos al aire, porque la mía suena más tierna y relajada. Quizás es un lindo contraste.

Trabajamosa full; justo hay un incendio en Parque Patricios, pero cerca de las tres de la mañana los bomberos lo controlan y todo se calma. Como tengo un rato libre, me voy a tomar un café con Sara al piso nueve y chusmeamos, pero al rato Gustavo me llama por mensaje de texto y vuelvo a bajar.

Cuando atravieso la puerta del informativo, encuentro a todos reunidos en ronda. Giran hacia mí.

—¿Pasó algo?

—Se cortó el agua en la radio —informa Gustavo, cruzado de brazos—. No hay en los baños, en la cocina, en ningún lado.

—¿Qué? —Me sorprendo—. Estaba con Sara y ella no sabía nada.

—Fue recién. Ya hablé con su jefe. Seguro ahora le va a avisar.

—¿Es solo en la radio?

—No, es en todo el edificio.

—¿Y qué hacemos si tenemos que ir al baño? ¿Vamos afuera, pedimos permiso en un restaurante? ¿Hay alguno abierto a esta hora?

Los chicos se ríen.

—Cuando pasa esto, hay guardia mínima. Solo quedo yo con uno de ustedes, con quien redactamos menos noticias y nos turnamos para leer. El resto se va —explica Gus—. Lo mismo en las otras áreas de la radio.

—¿Quién se queda? Yo digo que Tobías, por llegar tarde —sugiere David.

—Bueno... —concedo.

—Naah, lo dije en joda. —Se ríe—. Me quedo yo, que vivo más cerca.

—No. Que se quede Tobías —dice Gustavo y todos lo miramos. Le habla a David, serio—. Vos y Omar están cerca, es verdad, pero son las tres de la mañana. Pueden tomarse un taxi y llegar rápido a sus casas. Tobías vive muy lejos. Me imagino que no hay nada que te deje a esta hora, ¿no?

—N-no, tenés razón. En realidad, los colectivos pasan con menos frecuencia. Y el subte está cerrado. Para llegar a mi casa tendría que tomarme dos colectivos y si salgo ahora puedo llegar a estar esperando en cada parada por varias horas. Voy a terminar llegando re tarde. Así que es al pedo que me vaya. Es mejor que salga a las seis de la mañana, como siempre, cuando abra el subte y se reanude la frecuencia normal del transporte.

—Tranqui. Yo vine con el auto. Una vez que salgamos, te alcanzo hasta tu casa —sugiere Gustavo.

—Bueno.

—Nos vamos... suerte, pásenlo lindo —dice Omar, yéndose con la mochila al hombro.

Lo sigue David, que me guiña un ojo.

—Hacemos dos noticias y una bajada en cada boletín, nomás —me indica Gus—. Si no, no llegamos.

—Sí, señor... —contesto y sonríe.

Me suena el celular y reviso los mensajes.

Sara: Zorra! Se cortó el agua, te enteraste? Nos vamos antes! Acá se queda Guadalupe nada más.

Tobi: Yo sigo laburando. Qué verga. Me lo pidió Gustavo.

Sara: Ahhh! Los dos solitos <3. Qué romántico.

Tobi: Basta, boluda.

Sara: Seguro él pidió que vos te quedaras, no? Esta noche te toca. Pasalo lindo.

Tobi: Dejá de delirar, querés?? Trola.

Levanto la mirada hacia Gus. Está en su escritorio, concentrado en tipear. Tengo que ponerme a trabajar, así llegamos a escribir los boletines de toda la jornada. Aunque sean reducidos, somos solo dos.

Tobi: Me voy a laburar. Beso.

Sara: Que te la chupen lindo.

Me pongo los auriculares, clickeo en un tema de Britney y empiezo a redactar, preparando de antemano los boletines. A menos que salga otra noticia de último momento, como la del incendio, van a servir, porque a la madrugada no suele pasar nada y repetimos lo que sucedió durante el día. Logro hacer un par. Se acerca la hora de salir con el siguiente informativo, que redactó mi jefe.

—Voy a llevar las copias a la FM —dice Gus, sacando unos boletines que acaba de imprimir, y sale de la oficina. Vuelve unos minutos después y me pone una mano en el hombro. Giro hacia él—. ¿Leés conmigo en AM?

—Dale... Arrancá vos, así me pego a tu tono.

—No te preocupes por eso. Somos compatibles. —Una ola de calor me recorre al escucharlo—. Quiero decir, nuestras voces se complementan bien —aclara después—. Puedo darme cuenta de eso. Son años de experiencia. —Me guiña un ojo—. Arrancá vos.

Vamos a la cabina y, en cuanto se prende la luzde aire, empezamos a leer. Me sorprendo al notar que armonizamos y sonamos muy bien juntos: su voz es grave y madura, la mía dulce y juvenil. Gustavo tenía razón. Cuando salimos, vuelvo a mi escritorio y tengo tanta energía que hago enseguida los boletines que me quedaban.

—¿Ya terminaste?

—Sí.

—Sos rápido escribiendo.

—Por eso me elegiste en el casting. —Sonrío.

—Por eso y por tu excelente dicción. Qué lindo que nos quedemos solos, ¿no? —dice, llevándose una mano a la nuca y me sonríe.

—Sí, qué lindo —le contesto, un poco inquieto, y fijo la mirada en la pantalla de la computadora.

—La radio está casi vacía. En este piso no quedó nadie, excepto nosotros... —se mantiene en silencio por unos instantes. No giro hacia él, pero lo observo de reojo y siento la presión de sus ojos brillantes sobre mí—. Quiero decir, así estamos más tranquilos —agrega.

—Es verdad... —le contesto, con la garganta seca. El calor que me invade es tan fuerte... Trato de disimular lo que me pasa, hasta que ya no lo aguanto—. Voy al baño —le aviso.

Salgo de la oficina, entro al baño y me encierro en uno de los cubículos. Bajo la tapa del inodoro, me siento sobre ella y respiro, tratando de calmarme. No puede ser que esté pasando esto. Seguro soy yo; estoy tan caliente con él que pienso que todo lo que hace es para tirarme onda. ¿Qué me pasa? ¿Por qué tengo estos sentimientos tan adolescentes? Necesito tranquilizarme y salir de acá, actuando con normalidad... Cuando me incorporo y abro la puerta, encuentro una figura de fuego transparente, parada en medio del baño.

¡Un espíritu! Durante un instante, recuerdo al arcángel Rafael, que se presentó con esta forma en mi meditación, antes de cambiar, aunque era grande como un gigante. Este tiene un tamaño normal. ¿Será él? Percibo una energía distinta. Debe ser otro ángel. Decido enfrentarlo.

—¿Quién sos? ¿Qué carajo querés? Decime lo que tengas para decir o rajá de acá, que bastante rayado estoy como para lidiar con ustedes.

Se abre la puerta del baño y entra Gustavo. El ángel gira hacia él, lo señala y desaparece. Mi jefe pestañea varias veces, observando el lugar donde estaba el espíritu. ¡Él también lo vio! De pronto, me clava la mirada.

Pienso en lo que me contó el movilero de la otra radio, Javier. Gustavo sabe más de lo que dice, eso es seguro. Lo examino de arriba a abajo, sopesando cómo sacarle el tema sin que me crea un loco.

—¿Me vas a dejar pasar a los mingitorios? ¿O vas a quedarte a espiarme? —comenta, sonriendo y cruzándose de brazos.

—¡Ah! Sí, disculpame...

Dios, debe estar pensando cualquier cosa... Salgo rápido del baño. Vuelve a mi mente la imagen de la presencia de fuego... qué ángel hinchapelotas, justo en ese lugar se vino a aparecer. Regreso a la oficina y me pongo a escuchar música en la computadora.

Al menos, el susto que me pegó ese espíritu sirvió para distraerme de lo que siento por Gustavo. Si mi jefe me seguía al baño un rato antes, cuando yo estaba tan caliente, no sé qué hubiera pasado.

Entonces, termino de caer en lo que pasó: me siguió. Gustavo me siguió.

«Te lo estás imaginando», me digo. «Lo que te pasa con Gus, lo de los espíritus, todo está en tu cabeza».

No. A esta altura ya no puedo dudar de mis visiones. El ser de fuego señaló a Gustavo. ¿Por qué? ¿Me estaba advirtiendo algo? O quizás me quiso decir que tengo una conexión especial con él...

Gustavo vuelve a la oficina y vamos leyendo los boletines a medida que pasa el resto de la trasnoche. Locutamos juntos los de la hora en punto y nos turnamos para los de hora y media. Por suerte el tiempo se pasa rápido y me distraigo, olvidándome de todo el rollo de antes. Vemos el sol asomando por la ventana, señal de que terminamos la jornada. Guardo mis cosas en la mochila y estoy por saludarlo para irme.

—Te acordás de que te llevo, ¿no? —me pregunta, sonriendo.

—Eh... sí, pero no quiero molestarte. A esta hora ya anda el subte y vienen los bondis en horario normal.

—No es molestia. Dale, después de que te quedaste es lo mínimo que puedo hacer —afirma, inclinando un poco la cabeza hacia un lado.

—Está bien...

Hablamos de pavadas camino al ascensor y, cuando bajamos, lo observo de reojo. Tiene la mirada fija en el celular y pasa las aplicaciones rápido, manteniéndose inexpresivo. ¿Está disimulando los nervios, como yo, o no le pasa nada?

Una vez que pisamos la vereda, el calor de la primavera me golpea como una masa pegajosa. Cierro los ojos, cegado por la luz. Nunca termino de acostumbrarme a esto. Debería haberme comprado unos lentes oscuros, como me aconsejó Gustavo.

De pronto, veo la mano de mi jefe frente a mí, pasándome sus gafas.

—No, no, ponételos vos.

—Te dije que ya estoy acostumbrado a encandilarme. Dale.

—Bueno.... Pero solo un ratito.

Me pongo los lentes y lo sigo hasta un auto medio pelo en el que se sube enseguida. Abro la puerta y me siento a su lado. Le paso la dirección, la busca en Google Maps y arranca.

Camino a casa, se la pasa contándome anécdotas de sus comienzos en la radio y chusmeríos sobre nuestros compañeros, en especial de los que trabajan hace años, como él. Me entero de que una vez encontró a David fumando porro a escondidas y de que Omar salió con una conductora de televisión famosa. Incluso que Sara, en una fiesta, le dio un beso borracha a un productor. ¡La muy zorra nunca me lo contó!

Elviaje se pasa rápido y al llegar a mi cuadra, le indico cuál es el edificio donde vivo. Estaciona. Estoy listo para que me salude e irme, pero me habla de nuevo.

—Fue un día raro, pero estuvo divertido, ¿no? Para salir de la rutina...

—Sí...

—Aunque sea no tuvimos que aguantarnos los debates de Omar y David sobre mujeres y fútbol.

—Menos mal. —Me rio—. Tenés razón: lo pasamos bien solos.

Silencio.

—Tus lentes... —Me los saco y se lospaso.

No puedo evitar quedarme mirando sus ojos, que ahora me parecen verdes. Es como si cambiaran de color de acuerdo a la forma en la que les pega la luz. Gustavo gira un poco más hacia mí y quedamos frente a frente... Tiene la camisa leñadora roja abierta hasta la mitad del pecho y veo todo su pelo asomando. Trago saliva.

Necesito que se me tire encima. Ya. Quiero besarlo, morderle el cuello. Me veo sentándome sobre él, arrancándole la camisa para pasar mis manos por sus pechos y luego deslizarlas hacia la panza. Lo acariciaría, lo pellizcaría con una mezcla de ternura y desesperación, antes de seguir bajando.

Vuelvo a la realidad, donde Gustavo se queda quieto, sin hacer nada.

—Bueno...

—Bueno... —repito—. Gracias por traerme, en serio. Ufa, no quiero subir.

En cuanto me escucho, me arrepiento de lo que dije. Las palabras escaparon solas de mi boca.

—¿En serio? —Gustavosonríe—. ¿Por qué?

—Eh... el depto donde vivo es muy encerrado y se me rompió el ventilador de techo. No tengo aire acondicionado y con este calor es como un sauna ahí arriba.

—¿Por qué no lo arreglás?

—Porque no sé hacerlo... y durmiendo al revés me costó coordinar con un técnico. Mevoy, que no doy más del sueño. —Lo saludo rápido y me bajo del auto.

—¿En qué piso vivís? —me pregunta.

—¿Qué?

—¿En qué piso vivís? —repite.

—En el segundo ce. ¿Por?

—Curiosidad. —Se encoge de hombros—. Que duermas bien.

—Okey. Hasta mañana... o hasta hoy a las doce de la noche.

—Hasta dentro de un rato...

Espera a que entre al edificio y recién entonces arranca el auto.

***

La figura hecha de luz violeta está a los pies de mi cama. Escucho un siseo lejano y poco a poco comienza a volverse sólida. Algunas partes de su cuerpo, como su rostro y su pecho, están cubiertas por las sombras. Avanza sobre la cama hacia mí y veo su cuerpo más de cerca. Su piel violeta tiene unas protuberancias y una especie de patrón. ¡Son escamas!

Ya casi está encima de mí y no puedo moverme ni gritar. Debería invadirme el horror, pero tengo una erección en cuanto se sienta sobre mi entrepierna. Mis brazos se liberan. Puedo acariciar la piel sedosa de su pecho y siento un estremecimiento tibio en el cuerpo. Toma mis piernas y las levanta, poniéndolas sobre sus hombros. Ya no tengo ropa interior. Lo percibo debajo, presionándose contra mí y un calor sube desde mis entrañas hasta mi rostro. Sigo acariciándolo, poseído por una excitación hasta ahora desconocida. Cuando llego a su espalda, mis dedos sienten algo, como unas prominencias siguiendo la línea de su columna... son crestas. Sinembargo, no temo. Me aferro a ellas y un escalofrío ardiente hace que se ericen los pelos de mi cuerpo.

Se acomoda sobre mí, listo. Está por entrar...

Su cara es la única parte de su cuerpo de piel violeta que quedó envuelta en las penumbras. En cuanto se despeja, hallo un rostro con escamas, colmillos y ojos verdes de pupilas verticales. ¡Es un monstruo! Pego un grito ensordecedor.

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