Cuarto

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⌗⠀،،⠀𝙿𝚛𝚘𝚝𝚊𝚐𝚘𝚗𝚒𝚜𝚝𝚊𝚜 🫂⠀: ∷⠀੭⠀

—Casi me da un infarto —vocifera caminando, moviendo de más la pierna derecha, casi rengo—. Sigo sin entender qué es esto.

—Este es el ritual de bienvenida a nuestro grupo —Noel lo abraza por el hombro, y el otro se encoge un poquito—. Solemos hacer esto los viernes.

—¿Qué hacen exactamente?

—Creerse protagonistas de una película.

—Qué aguafiestas, Max —muestra la lengua y forma un ruido infantil a partir de una sacudida sobre su labio inferior, llenando de saliva el suelo que dejan atrás mediante sus pisadas. Aliz se voltea a ver a Quentin—. Vivimos una noche tal como a nuestros padres no les gustaría.

Enarca una ceja al límite de la duda.

Mira en dirección a Maxime con excusa de ver una casa, y nota que regresó las pupilas a sus pies caminantes hace tiempo.

—¿A dónde iremos ahora?

—A mi casa —comenta la chica.

—¡Oh y Noel! —vocea Quentin, recibiendo un apretón en el cuello, pues su brazo rodea toda su nuca y cada vez lo atrae más—. ¿Por qué faltaste?

—Tenía que cuidar de mi hermano pequeño.

—Y quería pasar tiempo con su novia —a lo lejos se ve el puente, y recuerda las palabras de Aliz respecto a la cercanía que tiene con todo.

Noel se queda callado, y Quentin siente que afloja el agarre. A su otro lado está Maxime, moribundo. Su capucha cae hasta que su cabello azabache se extingue y Quentin no tiene miedo de estar cerca suyo, pero le da timidez hacerlo.

No han caminado más de tres manzanas, el puente ahora se aprecia un poco más lejos por culpa de unas construcciones altas que impiden verlo. El grupo se detiene en una calle larga que se extermina en cualquier campo de visión a lo lejos.

—Hemos llegado.

Los tres chicos inspeccionan la casa.

En la máxima expresión de frialdad, Queque se queda estático. La morada en sí es enana, bajita, sin embargo cuenta con decorados que la hacen destacar. Las flores y el dorado color que posee en algunos bordes, la puerta de madera tallada, el buzón de correo bien estructurado y el balcón de granito.

El extranjero ya había visto ese hogar cuando llegó por primera vez al vecindario; le encantó a primera vista. Su padre de igual forma, se había enamorado de la misma.

Y que su amiga viva allí le ha hecho estremecer de regocijo.

—Es hermos-

—Sh.

Le pone el dedo en los labios.

Baja la cabeza para verla y frunce el entrecejo. Vaya niñata.

—Calla y síguenos.

Asiente indeciso y va tras los tres. Ve que Maxime de algún momento a otro desaparece en la oscuridad, y duda de hacia dónde Aliz lo está arrastrando.

Noel también se fuga de sus ojos, y él se hace cada vez más diminuto. Están más cerca de la muralla a la que ya no le llega la luz del alumbrado público, y entre pisadas, una de ellas toca el comienzo de la sombra abundante.

Cuando quiere traspasar esa espesa neblina oscura, choca otra vez la frente; y el dolor con la roca renace.

Escucha su femenina carcajada burlona. —Sube.

—¿Que suba?

Apenas se ven sus grandes ojos, más se captan que van hacia atrás, virando. —Sube los brazos.

Los alza al cielo, y siente dos manos rodear sus muñecas. Percibe que el suelo se hace ausente bajo él y casi chilla de pavor. Cae con las manos frente a su pecho, amortiguando el golpe de donde sea que esté. Sus rodillas se arrastran del dolor, por segunda o tercera vez en el día.

Levanta la vista, encontrándose con la cara divertida de Noel. Voltea a buscarlo, y Maxime ahora está alzando a la muchacha.

¿Maxime acaba de arrojarlo?

Se pone de pie, limpiándose los pantalones. Acercándose a Noel recalca en su cabeza que se siente más seguro a su lado.

—Oye Gran Pianista, asustaste al pobre —lo toma del brazo infantilmente—. No seas rudo.

El pelinegro se gira en sus pies y se encamina a los dos, dejando atrás a la chica. Se encoge de hombros y destapa la capucha.

—No quise tirarlo.

—Está bien —susurra Quentin al tenerlo frente a él. Noel le da al de rizo dos golpes en el hombro, y se aleja para ir junto a ella—. ¿Dónde estamos?

Al no poder soportar su mirada por mucho más; sigue los pies del moreno, evitando a Maxime. La luz sólo llega al borde del sitio por lo que todos sus amigos se ven como si tuviesen un manto nocturno por encima de ellos. Quentin no tarda en darse cuenta que algo estaba mal, pero no deja que su rostro delate esa sensación.

Las otras casas no parecen tan grandes, aunque siguen siendo más altas. Algunas mantienen las luces encendidas, y otras la apagan.

Es raro ver a los humanos ser humanos.

—En el techo.

—¿Y por qué no entramos a tu casa?

—Esta es mi casa —vuelve a responder Aliz—. Es bonita, ¿verdad?

—No estoy entendiendo —confiesa acercándose y sentándose a su lado cuando lo hace.

Un gato viene cruzando por un trozo de madera que conecta la otra punta de otra casa vecina. Pensar que bajo ellos está descansando una familia común y corriente, como la suya tal vez, lo hace cuestionarse de muchas cosas en poco tiempo. Se arruga las rodillas con las manos, exhalando.

—¡Marki! —exaspera Noel, el felino pasa por debajo de su palma—. Hace unos días no te veía.

—Está gordo —le sigue Aliz—. Lo están alimentando bien.

Ignorado, busca algún rastro de nube en el techo nocturno.

—Aliz no tiene casa —le habla Maxime al ver su curiosidad—. Vive en los techos planos.

Da un salto en su lugar, y por más que el pianista quiera reír por su susto, mantiene los labios alineados. Las orejas de Quentin se remueven, analizando si en verdad lo está hablando.

—¿Por qué? ¿Y sus padres?

—Mi madre está presa y papá no existe —exclama ella, adentrándose al tema. Señala detrás suyo—. Tengo siempre las mismas cosas.

Sigue con la mirada hacia el sitio señalado, hay una pequeña colchoneta, una almohada y una sábana fina. Por dentro, Jenkins hace una mueca.

—¿Y en los días de frío?

—Voy a una de sus casas. Me gusta más la de Noel.

—¿Duermes allí?

—En mi misma cama no —resalta el chico.

—¿Y dónde comes?

Se encoge de hombros. —Si los del orfanato me dan dinero lo hago en la cafetería del conservatorio. Mi escuela es pública si te preguntas, pero sí debes pagar el almuerzo.

—¿Orfanato? —cuestiona de vuelta.

Ella ríe despacio, percibiendo el pelaje del pequeño gato que fue a su encuentro. —¡Qué preguntón! —niega sonriente—. Cuando mamá fue a prisión, los vecinos que tenía en ese entonces denunciaron sobre mi "caso", según ellos. El orfanato de la ciudad me hospedó. Pasaron dos años y empecé a aburrirme, entonces cuando hubo la próxima salida, que era cuando los niños menores de doce años podían ir al parque, siempre acompañados, por supuesto, mentí que había visto a una tía allí.

—¿Y luego?

—Llego yo —comenta Noel.

—Espera —le da un golpe seco en la cabeza—. Volvimos a ir al parque y vi a Noel jugando en uno de los columpios. Corrí a él antes de que llegue la encargada de mi turno y a cambio de tres caramelos de miel le dije que me siguiera el juego. Llegó la señora y le dije que era mi primo. Obviamente no me creyó. Es decir, míranos.

Pusieron oreja y oreja juntas, demostrando la desigualdad que tienen en sus caras.

Maxime carcajeó por lo bajo.

—¿Y cómo lograste?

Noel alza el brazo, pidiendo hablar. —Yo le dije a la señora que traería a mi hermana, que en realidad era la amiga de mi hermana. Ella sí se parecía más a Aliz y había ido a cuidarme mientras que mi hermana se recuperaba de una gripe. Le soborné diciendo que yo limpiaría su patio por una semana. Dijo algo de que "nuestra madre" había ido a casa ahora pero que en verdad Aliz es una prima. Ya era mayor de edad. Pero no pudo firmar el papeleo de responsabilidad al menor.

Quentin siente al gato sobre su rodilla, y por inconsciencia lleva la mano a su cabecita.

—Continúa.

—La mujer accedió porque Noel en verdad estaba actuando muy bien. ¡Todo por unos tontos caramelos de miel!

—¡Son deliciosos! ¡No tontos!

—¡Silencio! —ella le da otro golpe seco—. Regresamos al orfanato y los dos me ayudaron a llevar mis cosas.

—¿A dónde?

—Al techo de mi casa —sonríe Noel.

—Hasta ahora nadie ha firmado el papeleo. Ya no les importa, supongo porque pronto seré mayor de edad. Al principio enviaban notas y cartas cada dos semanas, la madre de Noel descubrió una por primera vez una tarde y luego él empezó a destruirlas. Fueron tres veces a visitar la casa, y una vez más Noel mentía con que su madre fue a trabajar o la "hermana" los hacía pasar para mostrar la comodidad de la casa. Yo bajaba del techo cuando iban y la hermana verdadera de Noel guardó silencio. Su madre nunca se ha enterado de nada. De todas formas, las mujeres de ahí siguen consintiéndome. Si me encuentro con una de ellas, a diferencia de antes, me piden que pase por ahí a retirar comida o dinero.

—¿Desde qué edad...?

—Desde los diez años que no tengo casa.

El viento desordena sus cabellos, vaya situación. Tanto silencio incomoda, así que Quentin le sonríe cabizbajo.

—Vives en una película.

—Lo sé. Si soy famosa, vaya peli biográfica tendrán que hacer —ríe sin darle importancia de que su vida no es la mejor—. Cuando tenga una casa, los invitaré siempre.

Noel chasquea la lengua —Más te vale.

—¿Y dónde conseguiste ropa? ¿Dónde la lavas?

—A medida que fui creciendo, Noel me daba ropa que su hermana ya no usaba. Y la lavo en la lavandería pública. La colchoneta la robé de un techo que usé hace años.

—Oigan —interrumpe Maxime, cortando la
próxima pregunta que quería hacer Quentin—. ¿Ese es Calv?

Todos miran hacia abajo, y un chico bastante alto y con una apariencia que deja mucho que desear, sacude el brazo con fuerza. Apenas se le ve el cuerpo: toda su ropa es gigantesca y sus brazos quedan tan pequeños que sus huesos por poco sobresalen de la piel.

—Sí —Noel mira a la muchacha—. Vamos rápido, ¿tienes el dinero?

—Sí.

—Bien. Ya volvemos.

Los dos se levantan y corretean hasta el borde. Bajan de un salto y Quentin cae en cuenta de que hay una escalera. ¿Por qué no la había usado? No tiene idea.

—A Aliz le gusta que la alcen. Por eso no usa las escaleras.

Piensa que tal vez ese chico acaba de leer su mente, pero supone que le dijo aquello por su cabeza direccionada hacia ellos.

Ven que pronto, los tres que están abajo se acercan cada vez más, hasta que quedan en el medio de la calle, sin miedo de que un automóvil aparezca y lo arroje hasta la otra esquina.

—¿Cómo paga el conservatorio? ¿El violín?—interroga curioso, acercándose discreto a su amigo.

—El padre de su hermana.

—¿Tiene una hermana?

Maxime asiente. —Al parecer su madre quedó embarazada en prisión. El padre salió antes. Su mamá le comentó sobre Aliz y al conocerla quedó, según ella, encantado con su talento.

—¿No la crees?

—Creo que el hombre tuvo piedad y pena con ella.

Se miran un segundo, y vuelven a los chicos que intercambian palabras. Quentin en verdad tiene curiosidad, lo probable es que se destaque en eso. En tener tantas dudas que no suelen responder y en mover las casillas de otras personas.

Lleva la cabeza hacia un lado, esperando la atención del chico. Carraspea.

—¿Por qué no se quedó en el techo de Noel?

—Una vez casi la atrapan. Desde allí empezó a mudarse.

—¿Hace cuánto eres su amigo? ¿Cómo se conocieron?

—Larga historia —suspira observando la cara del de rizos, deseando su silencio. Sus cejas caídas e inexpresivas machacan a Quentin, pero quiere continuar.

—¿Y por qué su madre está en prisión?

—Sí que eres preguntón.

Presiona los labios y suelta el aire por la nariz. —Lo siento, aprenderé a callarme.

—Bien.

Coloca los brazos por detrás de su cuerpo, tendiendo de soporte. La arenilla del techo se mezcla en sus yemas.  La mirada de Maxime sigue en él, y el acercamiento de su pulgar lo aterroriza. Pasa el dedo sobre la punta de su nariz y le muestra la mancha

Sangre.

—Oh.

Las heridas hacen su efecto, y ante el desespero pasa las manos sobre la misma. Se esparce toda la sangre y polvo por el resto de su cara, y Maxime en silencio sólo desvía la mirada ante su torpeza.

El gato maulla buscando atención, Maxime lo atrapa y lo coloca sobre sus piernas.

Noel trepa por las escaleras al regresar y alza a su amiga con cuidado.

—Creo que tienes un poco de cara en tu sangre —se burla el baterista, suspirando al sentarse. Quentin ríe bajito—. Bien, capitana; a dónde iremos hoy.

—Pensaba en mudarme cerca del puente.

—No es mala idea —implica Noel—. Pero hay pocas opciones.

—La casa esa, la de la señora divorciada —propone ella, y busca algo en el bolsillo. Debe darle a Noel su teléfono para que lo cargue en su casa y se lo dé por la mañana.

—¿Qué les dijo Calv?

—Oh Maxime, ¿ahora desarrollaste dependencia?

—Calla —lo aniquila con la mirada, el chico estremeciéndose en su sitio.

—Cerca del quiosco nos dará, con la otra paga.

Quentin quiere preguntar, y le da tanto miedo hacerlo. Parecen hablar de algo tan ilegal que incluso prefiere no saber hasta que lo vea con los ojos.

—Bien —Maxime se levanta sin poder soportarlo—. La casa de la divorciada está cerca del quiosco, ¿no?

—Frente —le corrige—. Queque —el chico se eleva ante el apodo de Aliz y le tiende su cama. El gato se mete primero entre sus piernas y después va hacia Noel, aparentemente despidiéndose de él—. Lleva por mí la colchoneta, por favor.

—Claro.

Su susurro se escabulle entre el viento frívolo de otoño. Mira a su derecha al llegar al borde y pega un salto otra vez, cayendo y dejando de lado la casa de Aliz.

A Quentin le duelen los pies, el morder de sus labios lo delata. Oye que los otros cuerpos bajan y sin mirar hacia atrás va hacia la vereda, por fin teniendo luz.

—A la izquierda —y el chico camina a lado de ella. Ahora que sabe cómo se comporta fuera de unas notas musicales y haciendo cosas ilegales, no sabe cómo encontrarla.

Sus mejillas redondas y algo pálidas ya no lucen adorables ante él, más bien, se siente extrañado y no de una mala manera. Ellos se ven geniales siendo así, y tiene miedo de parecerse a ellos. Porque obedecer siempre al mayor, y hacer lo correcto nunca lo ha dejado de lado.

—Haremos algo —comenta Noel a la par que caminan. Él lleva el bolso con ropas de Aliz, y la misma su violín y mochila del conservatorio. Maxime su sábana y almohada de sofá, que de seguro, Noel se lo ha dado.

—Te escucho —indica ella.

Doblan por una esquina, el novato los acompaña más emocionado. Las luces y el camino vacío genera que sus narices se congelen un poco.

—Max y tú van a la casa de la divorciada. Llevan tus cosas, claro. Y Quentin y yo nos quedamos fuera del quiosco a esperar a Calv.

—Bien —aporta monosilábico el pelinegro—. En el bolsillo tengo mi aporte.

Los tres asienten, dos más sonrientes que otro. A la distancia Quentin percata, que más cerca del puente está el quiosco que tanto dicen ellos. Casi dice algo, y justo el grupo se divide. Maxime le da una señal con la cabeza y le tiende rápido la colchoneta. Noel le coloca sobre la espalda el bolso y le saca del bolsillo unos billetes. Pensando que caería por todo lo que tiene en su cuerpo, ve que camina de lo más normal.

Dirigiéndose al costado de la tienda que desde fuera se ve que la mujer del turno ya casi va durmiendo sobre el mostrador, Noel decide hablar al nuevo integrante.

El letrero del sitio se mueve de lado a lado, adelante y atrás, golpeándose con la brisa. A lado de un árbol, los dos se mantienen bajo sus ramas y bajo la luz de una farola que tiene de acompañante a un banco mirante del agua.

—¿Qué tal va la noche?

Noel está recostado sobre la baranda que da al río que corre por esa ciudad, en medio de casas y por debajo de los puentes. Sonríe avergonzado, acercándose y poniendo los codos sobre el frío metal.

—Me gusta.

—Te adaptarás pronto —asegura el chico, dándose la vuelta y mostrándole la espalda al reflejo de la luna en el agua—. Es un poco difícil seguro. No te esperabas eso de nosotros, ¿o sí?

—Para nada. Menos de Maxime.

Los dos carcajean al mismo tiempo. —Yo menos... Oh espera, —mira por detrás de su oreja— Calvin ha llegado.

El castaño mueve la cabeza hacia la dirección en la que Noel comienza a caminar. Iba a seguirlo, pero antes le dijo en un susurro "quédate aquí". Con las manos sudándole por la inexperiencia, se voltea a la calle. Ve que de la pared de la casa, por unas mismas escaleras que al parecer todos los edificios tienen —incluso el quiosco—, dos cuerpos ya vacíos en equipajes bajan.

Maxime se queda viéndolo hasta que se acerca lo suficiente y nota la ausencia de su otro amigo. Aliz esconde las manos en los bolsillos de su nueva chaqueta y sonríe a los dos una vez reunidos.

—Llegó Calv... in —exclama despacio, cabizbajo. La sombra de los árboles se enredan en el suelo, sobre sus pies.

—Por fin —Maxime alza la mano a saludar a la lejanía al chico que Quentin desconoce y previo de poder preguntar quién era, las pisadas ruidosas y veloces de Noel descolocó a los tres.

Viene apresurado, con los ojos haciéndose diminutos por la medialuna en sus labios; los dientes mostrando toda luminosidad que las estrellas no pueden dar esa noche.

Al llegar se toma de las rodillas, procurando que sus pulmones agarren confianza al aire otra vez. Se compone después de unos segundos silenciosos, y tiende una cajita al medio de ellos.

En la palma del moreno descansa un paquete de cigarrillos, y Aliz le despoja de la cajetilla, los dos sueltan quejidos. El sudor limpia algunos rastros de sangre en la cara de Quentin, como si fuera que él corrió, mientras admira que del bolsillo de la muchacha sale un mechero encendedor rosado.

Está... nervioso, por ver a otros jóvenes fumar.

Destapa, y la llama se menea hacia arriba. Con la mano libre abre la caja. Saca un cigarrillo y lo enciende antes de llevárselo a los labios.

Noel es el siguiente. Sonriendo, tapa con la mano el fuego bailante del viento. El humo no tarda en aparecer y Quentin se esfuerza para no hacer una mueca.

Él iba a negarse, más Noel con cierto falso fastidio le pone entre los dedos el cilindro. El silbido conquistador de Maxime desconcierta al herido de cabeza, y mira cómo el pianista sonríe al fuego.

«Ah... Acaba de coquetear con un cigarrillo»

—No sé cómo hacerlo.

—Aprenderás —exclama ella—. Vamos, o bueno, si no quieres tampoco te obligaremos.

El rostro iluminado por las llamas de Max se apaga al cerrar el mechero. Quentin pone sobre sus labios el cigarrillo, y estira la mano hacia el pálido en petición del encendedor. Maxime en cambio acerca su mano a la boca ajena y presiona su cigarrillo con el otro, prendiéndole.

Sus orbes casi salen de sí al estirar tanto los párpados hacia atrás, en sorpresa.

Intentando pasar su vergüenza por desapercibido, da una calada. Siente sus pulmones llenarse y al exhalar empieza a toser.

—¡Qué adorable! —ella sacude su cabello al estirar su brazo—. Me recuerda a Maxime al comienzo.

—Tsk —él reposa sobre el barandal, donde Noel estaba antes.

Lleva la cabeza hacia atrás, expulsando el humo hacia las hojas de los árboles. Su frente descubierta y blanquecina mostrándole a Quentin que la nieve puede congeniar con una persona.

—Inténtalo de nuevo.

Hace caso a Noel, que ya está a la mitad. Da un sorbo otra vez e intentando no fracasar saca más despacio el aire.

—Excelente —se burla de la maestra de ballet de esa tarde Aliz, y le estira la mejilla a Quentin—. Lo lograrás.

Nunca había mostrado tan confiado una sonrisa, y luego tosió en la cara de una chica muy bonita. Tres rieron y otro apartó la mirada en negación, besándose con la quemazón en sus pulmones.

Esa madrugada Quentin regresó a su casa con olor a cigarrillo, y subió por el balcón  menos inseguro. Se acostó en la cama después de lavar su cara y eliminando la sangre ya seca, recordando su dolor  corporal y su intento de sonrisa (inconsciente) en el espejo de su baño.

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