revelación

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— ¿Puedo?— susurró.

Sana asintió, y la mayor avanzó para darle un beso. Todo lo contrario a lo que acababan de hacer, compartieron un dulce juego de labios, disfrutando del sabor de la otra. Momo tomó el control y la besó con la mayor ternura que pudo, con la esperanza de que su cuerpo transmita todo lo que estaba pasando por su mente y su corazón. Probar nuevamente a Sana se sentía como tocar el cielo, y se esforzó en ser lo más tierna posible, tanto como aquella vez que le robó un beso en la puerta de su casa antes de irse a Japón.

La falta de aire hizo que Sana retroceda. Se separó tan solo un par de centímetros, con nada de ganas de alejarse de Momo. Había movido todas sus emociones, justo como temía. Aunque en parte le pareció divertido hacerla rogar, había demorado tanto en regalarle el esperado beso porque tenía miedo. El último que compartieron antes de separarse le había hecho descubrir que en realidad estaba enamorada de ella, y que todo ese tiempo había forzado en encerrar sus sentimientos porque sabía que lo suyo tenía fecha de vencimiento, le guste o no. No pudo olvidar ese beso por semanas, las cuales se las pasó en su mayoría llorando y encerrada en su cuarto. A la mierda el sexo, no le importaba más. Estaba dispuesta a renunciar a eso de por vida si es que a cambio podía tener a Momo. Lo único quería era que ella la quisiera, y no haber sido solo una amiga para follar. El tiempo pasó y la herida sanó, pero el recuerdo de ese dulce beso de despedida nunca dejó su mente, y la duda de qué había motivado a Momo a hacerlo con pura ternura la última vez.

Es por eso que tenía miedo de besarla de nuevo. Ese día, apenas la vio, supo que a la mayor no le iba a resultar muy difícil tenerla nuevamente a sus pies. Cuando descubrió que era incluso más encantadora que antes, su corazón comenzó a acelerarse. Los sentimientos dormidos amenazaron con despertar, y Sana estaba segura de que si la besaba otra vez, se engancharía y no habría vuelta atrás. Tenía miedo de descubrir que en realidad Momo nunca la había querido de verdad, y volver a terminar con el corazón roto.

Ninguna de las dos dijo nada. Seguían con los ojos cerrados, respirando juntas. Momo aún estaba procesando que finalmente había vuelto a probar a Minatozaki Sana, y que sí se sentía como lo mejor que le había pasado en la vida, no era algo que su imaginación había creado. Cuando se despidió de ella con quiso decirle toda la verdad, pero al verla tan radiante, tan bonita y con todo el mundo por delante, no fue capaz de atarla de algún modo. Ella tenía que irse y no quería ser ninguna restricción para Sana. Se merecía conocer más cosas, experimentar, quizá enamorarse de alguien que pueda darle todo de si. Momo estaba más que dispuesta a hacerlo, pero desde pequeña supo que su madre quería que estudie la universidad en Japón, tenía una buena oportunidad ahí, y no tenía más opción. Es por eso que antes de decir adiós le robó un beso con el que intentó transmitirle todo lo que sentía por ella, y esperaba que aunque sea en lo más mínimo, Sana lo hubiera notado.

Con la intención de distraer su mente, llevó sus labios al cuello de la menor y comenzó a succionar como a ella le gustaba. A pesar del pequeño momento dulce, la calentura de ambas no había disminuido, y Momo pensaba que la humedad entre sus piernas estaba comenzando a ser incómoda. Intentó preparar a Sana para más, y sintió que lo estaba logrando al escuchar pequeños gemidos retenidos, pero a los pocos segundos fue interrumpida.

— Espera, espera— Sana tomó sus mejillas y dirigió su rostro para verla a los ojos. Se la veía desesperada y vulnerable. Sus labios estaban rojos por el contacto con los de Momo, y la mayor no podía creer la suerte que tenía de que se le permitiera verla en ese estado. Era evidente que Sana estaba luchando por decir algo, pero no sabía como iniciar la conversación. La miró a los ojos, suplicante, esperando no equivocarse con lo que estaba sucediendo y que sus sentimientos no fueran lastimados.

Momo hizo lo posible para transmitirle con su mirada todo lo que pasaba en su corazón. La verdad era que ella había estado enamorada de Sana desde los dieciséis años, pero siempre supo que tenía que dejar Corea para estudiar la universidad en Japón. En ese tiempo, Sana era una niña dulce y muy inocente, con el corazón más bueno que Momo jamás haya conocido, y no quería enamorarla para luego tener que dejarla sola. Intentó evadir sus sentimientos por ella todo lo que pudo, pero luego escuchó que tres chicos del salón habían apostado por quién lograba quitarle la virginidad, y sintió su interior arder con rabia. Sana se merecía a alguien que la cuide, la mime y la trate como merecía ser tratada. No quería que nadie la dañe, menos aún siendo ella tan bondadosa con todos. Fue entonces, tras escuchar esa conversación a escondidas, decidió que ella cuidaría personalmente de Sana. Tal vez no podía ofrecerle una relación estable, pero podía protegerla sin que ella lo supiera, podía asegurarse de que nadie intentaría lastimarla, y podía hacerla disfrutar siendo tratada como la princesa que (a los ojos de Momo) era. Si bien no podía entregarle todo lo que soñaba, al menos estaría ahí para que ella pueda experimentar con seguridad, con alguien que jamás le haría daño ni le rompería el corazón.

En un inicio nunca pensó que serían más que besos. Ella solo quería ser para Sana un lugar seguro para aprender, para conocer lo que le gusta y lo que no, para que pueda dejar fluir sus emociones sin ser juzgada ni estar atada a nadie. Sin embargo, ambas eran jóvenes y hormonales, y todo se salió de control rápidamente. Involucrarse sexualmente con Sana era lo mejor y lo peor que Momo había hecho en su vida. No podía creer que sea ella la afortunada de apreciarla en su estado más íntimo y vulnerable, y era feliz cada que podía ser la causante de su placer y la escogida para los besos y caricias que necesitaba después. Pero también sufría demasiado cada que llegaba la noche y estaba sola en su casa, y cuando estaban con más personas y actuaban como si nada pasara entre ambas. Estaba convencida de que los mejores días de su vida fueron cuando los padres de Sana salieron de la ciudad y ella la invitó a quedarse dos noches en su casa. Los días transcurrieron entre conversaciones profundas, bromas compartidas, cocinar juntas, ver películas abrazadas y hacer el amor. Era una conexión que nunca antes habían tenido, pero de la que no volvieron a hablar, Momo por miedo a que las cosas escalen antes de su inminente viaje; y Sana porque no quería romper la ilusión que se había creado, y temía no ser más que un pasatiempo.

Sana suspiró. Con su piel sensible presionada contra la de Momo se sentía como la chiquilla que se quedó parada en el umbral de su puerta, con el corazón roto y la sensación del beso más dulce que existe. Los ojos de Momo se veían más preciosos y profundos que nunca.

— Bésame— susurró—. Bésame, Momo. Por favor.

Esa fue la única orden que se alegró de cumplir en su vida. La besó con todo el amor que tenía para dar, aquel amor que estuvo escondido desde sus dieciséis años y que desde que la dejó había tratado de olvidar; aquel amor que había explotado como una tormenta desde el primer momento en el que la vio entrar a su cocina, con los ojos nerviosos y tan despistada como siempre. Acarició sus labios con suavidad, hasta que poco a poco sus cuerpos comenzaron a pedir más, y Sana separó los labios en una invitación que Momo fue incapaz de rechazar. Dejó que su lengua pase a jugar con la boca de la menor, provocándola y robándole gemidos. El fuego interior comenzó a reavivarse, y Momo aprovechó que Sana estaba concentrada en el beso para sutilmente acomodarse entre sus piernas y empujar su intimidad sobre la de ella.

La menor tiró la cabeza hacia atrás y gimió con placentera sorpresa. Sentía la humedad de Momo resbalarse sobre sus propios pliegues, y no podía creer que había logrado excitarla de tal modo. Al darse cuenta de que Sana ya no podía sostener un beso real, la pelinegra regresó a su cuello y se entretuvo mordiendo y lamiendo, callando sus propios gemidos contra la piel salada.

— Me encantas— susurró débilmente sobre su oído, y Sana la premió con otro gemido—. Eres tan hermosa.

— Momo...

— Shh. Déjame hacerte sentir bien.

Descendió un poco por su cuerpo y recibió un suspiro decepcionado, que pronto se convirtió en jadeos cuando sus labios alcanzaron ese lunar que tanto le gustaba. Esta vez no fue delicada, posó su boca alrededor de la zona y succionó con fuerza durante unos segundos, dejando una marca roja. Sonrió orgullosa ante su trabajo, y volvió a inclinarse para meterse uno de sus pezones a la boca y chupar con hambre. Sana llevó sus manos a su cabello y apretó, sus piernas temblaron y sus caderas empujaron hacia el frente por puro instinto. No había pasado más de unos minutos desde su orgasmo y ya se encontraba cegada por el placer nuevamente, a la espera de que Momo la lleve a lo más alto por segunda vez.

La mayor estaba concentrada en los deliciosos pechos en frente de ella. No dejó ni un centímetro libre de sus labios, y se encargó en especial de consentir a los sensibles pezones. Sabía que le gustaba que sea un poco ruda con ellos, que los jale suavemente con los dientes y la provoque solo con la punta de la lengua, y así lo hizo. Momo se volvía loca por esos pechos. Podía pasar casi una hora sin soltarlos, cosa que Sana encontraba entre excitante y adorable. La chica se ponía caprichosa si le negaba el acceso a esa parte de su cuerpo, y a veces perdía la noción del tiempo cuando le era permitido disfrutarlos con su boca.

Cuando sintió que no aguantaba más, se separó, salió de encima de Sana y la miró con coquetería.

— Abre las piernas para mí.

La menor obedeció automáticamente, con su labio inferior atrapado entre sus dientes y una expresión expectante en el rostro. Momo se acomodó nuevamente sobre ella, pasó una pierna por sobre las contrarias y bajó sus caderas. Esta vez sus pliegues mojados estaban totalmente unidos a los de Sana, y ambas gimieron ante esta nueva sensación. Momo se apoyó en la delgada cintura frente a ella y comenzó a mecerse con habilidad experta.

— Sí, sí— la menor suspiró y dejó caer su cabeza hacia un lado.

— No sabes lo mucho que te he necesitado— Momo llevó una de las manos de Sana hasta sus labios y le dio un beso en la palma. La castaña lloriqueó, abrumada por la ternura con la que estaba siendo tratada—. No solo para esto.

— Yo...— un gemido interrumpió sus palabras, así que sólo entrelazó sus dedos con los contrarios y apretó, con la esperanza de que el gesto transmita un poco lo que quería decir.

— Lo sé, lo sé.

Momo se balanceó mientras acariciaba el abdomen de Sana con su mano libre, como sabía que a ella le gustaba. Se puso rígida con placer cuando su clítoris se posó sobre el de ella, y mantuvo sus empujes pequeños pero firmes para evitar perder el contacto. Sana llevó su mano libre al trasero de su amante y dio un pequeño golpe, casi burlón. El fuerte gemido de sorpresa que se le escapó le indicó que algo había hecho bien, así que con mayor confianza levantó su mano y dio otra nalgada.

— Yo...— suspiró e intentó encontrar sus palabras— no voy a durar mucho.

Sana la admiró, se veía deliciosa, con el flequillo pegado a su frente por el sudor, su tonificado abdomen tenso por el movimiento, sus mejillas rojas, sus pezones durísimos, y sus labios entreabiertos rogando ser mordidos. Se moría por verla derrumbarse por el placer.

— Hazlo. Quiero ver cómo te corres sobre mí— contestó en un susurro, acariciando sus dedos unidos.

— Pero tú...

— Después. Tenemos toda la noche.

— Mm, Sana, no...— gimió desesperada.

— Córrete, preciosa. Quiero verte.

Momo perdió todo rastro de cordura y se movió con más ímpetu, sus caderas ganaron velocidad y molió su vagina sobre la de Sana. Todo su cuerpo estaba hiper sensible, el momento era perfecto, desde su clítoris siendo presionado sobre el de la mujer que la vuelve loca; hasta sus manos entrelazadas con infinita ternura. Cuando la mano de Sana se deslizó hasta su pecho y presionó suavemente un pezón, Momo no pudo más. Sus ojos se cerraron, su garganta liberó un agudo y femenino gemido, y su orgasmo se derramó entre ambas. Cayó derrumbada sobre el pecho de Sana, besando la piel a su alcance con lentitud.

— Sana... oh, Sana. 

La menor acarició su cabello mientras esperaba a que Momo se recupere.

— Lo hiciste tan bien...

Se fundieron unos minutos en lentas caricias y profundos besos. No rompieron el silencio, dejaron que la pasión hable por ellas. Sana estaba aún excitada, ver a Momo llegar de esa forma sólo la había encendido más, pero esperó pacientemente y disfrutó de cada gesto cariñoso que la otra chica le regaló. Dejó que la rodee entre sus brazos y le dé besos suaves en la cabeza. Se relajó al apoyar la cabeza en su pecho y sentir los latidos de su corazón, y dejó que su respiración tome el mismo ritmo.

Momo no podía creer que tenía a su amor de adolescencia nuevamente entre sus brazos. Era demasiado perfecto para ser real. Horas antes se había dado una seria charla a sí misma, y había decidido que intentaría acercarse a Sana y estaría feliz con lo que sea que ella decida. Si quería darle un beso, bien. Si sólo quería conversar, genial. Si quería acostarse con ella, encantada (había preparado especialmente la habitación de invitados con la esperanza de que se decante por esta última opción). Sin embargo, el lado más inocente de su corazón albergaba la ilusión de tener una oportunidad real con aquella chica. Estar compartiendo un momento tan íntimo con ella superaba con creces sus expectativas, no sólo en lo físico, sino en el nivel de confianza y conexión emocional que se habían demostrado con todos los juegos. Escuchó su respiración tranquila, y pensó que se había quedado dormida. Apretó los brazos que rodeaban el pequeño cuerpo con posesión, y posó sus labios sobre su cabeza.

— Te quiero, Sana. Desde el principio lo he hecho.





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