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CONCORD, MASSACHUSETTS. INVIERNO DE 1999.

Steve se levantó de la cama, se envolvió en la manta pesada y arrastró sus pies sobre el suelo frío ignorando el hecho de que estaban volviéndose cada vez más rígidos. El reloj de péndulo al final del pasillo marcaba la una de la madrugada, no muy tarde desde que se acostó hace apenas dos horas. Se suponía que su padre aún no había llegado, pero había ruido en su despacho. Se acercó y descubrió a la puerta semiabierta.

La duda se instaló en la punta de su lengua, la primera persona en la que pensó fue Miranda. Hace un mes que Miranda no volvía. Miranda, la niñera, era la única que tenía las llaves de casa solo en caso de emergencia. ¿Por qué volvería ahora? ¿Había tomado vacaciones y no lo sabía? ¿O solo era la escuela la que la mantuvo ocupada tanto tiempo? ¿Debería llamar a su padre? Quizá solo se trataba de él, o a lo mejor, su madre llegó temprano de su turno en el hospital; excepto que él no la dejaba entrar al despacho. No dejaba a nadie más acercarse al despacho. Su padre siempre permanecía ahí horas y horas los días que pasaba en casa cuando no estaba trabajando. Joseph ya casi no hablaba del trabajo, decía que no era un tema agradable del que hablar, que él estaba muy pequeño para entender.

Steve tomó un respiro hondo y estiró la mano hacia la puerta para poder echar un vistazo dentro, solo para descubrir que era ese siseo incesante y ese golpeteo sobre el suelo de madera. «No podía ser producto del viento».

Observó el pequeño espacio a su alcance con timidez y así logró divisar a una mano sosteniendo un clavo del tamaño de un alfiler. El hombre que estaba adentro arrastró la caja de herramientas y Steve escuchó el siseo otra vez; era el sonido de las cosas al arrastrarse sobre la madera. Luego, el hombre movió parte de la alfombra hacia un lado.

La manta que Steve sostenía contra su cuerpo cayó al suelo creando un sonido débil. No notó cuando dejó de sostenerla; más sí supo que había llamado la atención del hombre y estaba preparado para la huida.

—¡Alto ahí! Quédate donde estás...— la puerta se abrió de golpe con un tirón hacia atrás, la voz de su padre lo dejó de una pieza—. ¿Qué haces despierto a esta hora, amigo?

Su tono fue suave, logrando que Steve girara sobre sus talones y observara a Joseph con reticencia en sus ojos azules; tan fijamente buscando algo más, deseando atravesarlo para conocer sus pensamientos. Joseph era como un bloque de hielo, fue imposible.

—Tenía mucha sed, solo quería un vaso con agua, olvidé llevar uno antes de ir a la cama hace rato— pensó que esa era una mentira poco convincente y su padre de seguro estaba de acuerdo con ello, así que se armó de valor—. ¿Qué estabas haciendo tú? Oí ruido en tu despacho. Creí que irías al hospital hoy. ¿Viste a mamá?

—No, Steve, llevo prisa...Vuelve a la cama. Hablaremos por la mañana, ya debo irme.

La expresión de Joseph se ensombreció y resopló con algo que sonó a frustración. No parecía tener manera de explicarse, además, estaba tenso. Steve lo sintió cuando le extendió la manta y la colocó sobre su hombro, emitiendo una orden silenciosa que no daba pie a reclamos.

—¿Volverás al trabajo?

—Sabes que debo hacerlo, es importante que esté ahí ahora, solo vine a buscar algo que olvidé. Vuelve a la cama— repitió. Al ver que no se movía, acompañó a Steve a la habitación—. Tu madre y yo estaremos aquí por la mañana, ¿Bien? Eres un hombre, sabes que no podremos cuidarte todo el tiempo.

Steve quiso responder que para eso estaba Miranda, ella cuidaba de él... En su lugar asintió y se metió bajo las mantas, su padre lo cubrió con rapidez y encendió la luz de la lámpara de la mesita de noche. Joseph hizo una mueca y agitó las manos frente a Steve como si le estuviera preguntando con ironía: ¿Satisfecho?

—Debo irme, descansa.

—¿Podrías decirle a mamá que la...?

La puerta se cerró de golpe, los pasos apresurados de Joseph se oyeron en la escalera hasta que este salió de casa. Steve soltó un suspiro pesado. No se preguntó si lo había escuchado porque la respuesta era obvia; no lo había hecho.

Él apagó la luz de la lámpara y se puso de pie para acercarse a la ventana, oculto tras las cortinas. Su padre subió al auto y desapareció, dejando la marca de los neumáticos sobre la nieve.

No había mucho sentido en volver al despacho de su padre ahora que estaba libre y no había nadie en casa. No lo vio llevarse nada de allí cuando se fue, salió tan rápido que no le daría tiempo de ir hasta el despacho al otro lado del pasillo. De haberlo hecho habría escuchado su puerta, habría escuchado el pestillo y finalmente los pasos en la escalera. Había suficiente eco. Tan solo escuchó dos puertas cerrarse; la entrada principal y la del auto.

El cuerpo se le escarapeló una vez en el pasillo y, sorprendentemente, no había cerradura en la puerta del despacho. Se trataba de un descuido.

Se acercó a la alfombra y la levantó con rapidez, Joseph podría darse cuenta y volver a casa si recordaba haber olvidado algo.

Steve se cubrió con una expresión de desconcierto al no encontrar nada en absoluto más que una madera floja. Al aplastarla esta rechinaba. «¿Se tomaría su padre el tiempo de repararla llevando tanta prisa?» Casi ríe por su propio pensamiento, así que la levantó, astillándose un par de dedos en el proceso. Estaba algo atascada y con el clavo a medio colocar.

El rostro de Steve palideció y en su pecho se asentó un mal presentimiento.

Ahí, justo en el fondo, estaba el amuleto de la suerte de Miranda.


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Hola, sí, yo de irresponsable. Pueden leerlo si gustan :3 o bueno, continuarlo cuando suba el capítulo pronto. Este fue un escrito reduje a mil palabras y  que tomé de esta historia ( no sé si la recuerden o no) fue hace mucho, lo reparé y lo envié a un concurso; pero siempre llego tarde a todo así que bueno, por que no subirlo? me gusta la historia. Espero que a los nuevos y antiguos lectores igual. No soy muy buen en este genero, pero me gustó lo que escribí so...pido perdón. 
lxs quiere, Nick.   

pdt: Oh, sí, reparé la portada era un asco. 

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