La chica del vestido verde

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Héctor es un hombre de 76 años del sur de España.

Héctor me contó, que hace ya más de 52 años, cuando él contaba con la lozana edad de 24, experimentó algo que hasta el día de hoy, no ha podido olvidar.

Corría el año 1948, Héctor que por aquel entonces era un joven sano y fuerte, se fue a trabajar a la provincia de Jaén.
Era invierno y su trabajo consistía en recoger la aceituna de los centenarios olivos de una finca.
Llevaba una semana trabajando en aquel pequeño pueblo, acabó agotado después de su jornada, pero como en el pueblo eran fiestas; se aseó y se dispuso a salir a dar una vuelta con su amigo José.

El ambiente en el pueblo era festivo, Héctor no recuerda ya que festividad se celebraba, pero si que recuerda muy bien lo que pasó esa noche.

- Héctor, ¿te apetece un vinillo?- preguntó su amigo José, que lucia sus mejores galas para esa noche.

- Sólo uno José, y me tiene que durar toda la noche, porque no tengo mucho dinero.

- Yo te invito hombre- aseguró José, mientras hacía un gesto con la cabeza, para que Hector se fijase en dos muchachas que tenían en frente.

Los dos muchachos, se acercaron al pequeño bar del pueblo, y se sentaron en una de las mesas, que había puestas en un lado de la calle a modo de terraza.

A unos metros de ellos, sentadas también en una pequeña mesa había 3 muchachas jóvenes, que los miraban y se reían tímidamente.

- ¿Qué te parece si nos acercamos a ellas y les pedimos de bailar?- preguntó José entusiasmado, mientras sonreía a una de ellas sin quitarle ojo.

- Ve tú José, yo no sé bailar y no me apetece hacer el ridículo- contestó Héctor algo avergonzado.

- Bueno amigo mío, pues aquí te quedas.

José se alejó de la mesa mientras Héctor lo miraba con algo de envidia. ¿Por qué no habría aprendido a bailar?
Mientras miraba como su amigo José tomaba de la mano a una de ellas, maldijo en su fuero interno a sus dos pies izquierdos.

No dejaba de mirar como su amigo bailaba con la muchacha, al parecer, la chica se estaba arrimando demasiado y José mostraba una sonrisa de oreja a oreja.
Cuando volvió a levantar la vista, después de beber un pequeño sorbo del vaso de vino, no pudo ver a su amigo.
Una mujer joven le estaba tapando la vista, una mujer joven que hasta ahora, no había visto en el pueblo.

La chica vestía un vestido largo color verde botella, su pelo era largo hasta la cintura y muy liso. El brillo que desprendía se asemejaba al jaspe y el castaño de su pelo le recordó al café recién hecho por la mañana.
Su tez era blanca como la nieve, sus facciones suaves y delicadas, cuando centró la vista en sus ojos, Héctor, pudo darse cuenta de que la desconocida lo estaba mirando fijamente.

Intimidado por esa mirada tan penetrante, Héctor apartó la mirada y la dirigió a su vaso de vino. Cuando levantó la vista de nuevo, la muchacha estaba de pie justo a su lado.

- ¿Me permites sentarme contigo?- preguntó la muchacha con una delicada voz.

Héctor, totalmente avergonzado por haber sido tan descarado mirando a la chica, no pudo más que asentir con la cabeza.

- ¿ Cómo te llamas?- interrogó la chica, con una mueca divertida en su cara, debido seguramente a la tímida reacción de Héctor.

- Hector- contestó el muchacho mientras notaba como un calor intenso, se paseaba por su rostro.

- Yo me llamo Agueda, nunca te había visto por aquí.

- Sólo he venido a hacer la campaña de aceituna - contestó Héctor, ahora algo más relajado.

Héctor cuenta, que estuvo casi una hora hablando con ella, que Agueda era muy simpática y divertida, que lo hizo sentir cómodo y quedó prendado de ella.
Le llamó la atención lo largas que tenía las uñas, no era normal en aquella época, ver a una mujer con las uñas tan sumamente largas.

Pasado un rato, Agueda le dijo a Héctor que se tenía que ir, que era tarde y sus padres estarían preocupados.
El joven Héctor, se ofreció a acompañarla a su casa, pero Agueda se negó, alegando que no sería correcto, y que la gente empezaría a hablar.
Héctor entendió perfectamente su respuesta y aunque algo afligido le dijo, que le parecía bien.

- Aceptame por lo menos la chaqueta, hace mucho frío y te vas a quedar helada. - le ofreció Héctor a la chica, mientras se quitaba una gruesa chaqueta marrón de pana.

- Gracias, mañana te puedes pasar por mi casa y te la devuelvo- añadió Agueda agradeciendo el gesto.

Agueda le explicó a Héctor donde vivía, le dio las indicaciones necesarias para que no se confundirse de casa; y ambos quedaron en verse al día siguiente.

La noche pasó, sin que Héctor pudiera dormir tan solo un poco, las expectativas de la cita del día siguiente no le dejaban conciliar el sueño.

Cuando terminó su jornada y se aseó, fue a la casa de Agueda.
Cuando llamó a la puerta, una muchacha la abrió, no era Agueda si no su hermana.

Héctor contó a la hermana de Agueda que había quedado allí con ella para que le devolvise la chaqueta, al decir estas palabras, la expresión de la chica se tornó enfadada y preguntó al muchacho si aquella era una broma.

Héctor, sin entender la reacción de la chica, explicó que había conocido a Agueda el dia anterior, y que tras dejarle la chaqueta, quedaron ese mismo dia para verse de nuevo.

La hermana de Agueda, un poco enojada y un poco acongojada, le dijo al muchacho que su hermana Agueda había muerto hacia ya tres años, y que si él no era el responsable de la broma, alguien sin duda se la había gastado a él.

Héctor quedó totalmente sorprendido, dijo a la hermana de Agueda que eso no podía ser, que si Agueda se negaba a verlo, por lo menos le devolviera su chaqueta.

La triste hermana decía que eso no era posible y que si de verdad la habia visto, se la describiera o le diera más detalles.
Héctor, describió a la perfección a Agueda y su hermana, quedó extraordinariamente sorprendida.
Sin poder ponerse de acuerdo, la herma de Agueda, invitó a Héctor a que fuese al cementerio, él mismo podría comprobar que Agueda estaba allí, enterrada en un extremo del pequeño cementerio del pueblo.

Héctor sin dudarlo, y aún enfadado pensando que Agueda se había negado a verlo, se dirigió al cementerio y miró tumba por tumba para encontrar la supuesta lápida de la chica.

Cuando se dio la vuelta tras mirar una de las antiguas tumbas, pudo ver su chaqueta colgada en una gran cruz de mármol que adornaba una de las tumbas.
Atónito por lo que estaba viendo, se apresuró a la cruz y una vez allí, pudo leer en unas letras grabadas en la lápida, el nombre de Agueda, su fecha de nacimiento y el dia de su muerte.

Al año siguiente, cuando fue de nuevo a trabajar en la campaña de aceituna, pudo escuchar a dos trabajadoras hablando de un suceso ocurrido hacia poco.
Las mujeres contaban, que debido a que la familia de Agueda había construido una cripta para los difuntos de la familia, tuvieron que trasladar el cuerpo de Agueda. Cuando la familia sacó a la chica, su cuerpo seguía incorrupto, su pelo y sus uñas, lucían visiblemente mucho más largas; y que del cuerpo de la muchacha, se escapó un aterrador grito al cogerla para cambiarla de ataúd, debido seguramente, a los gases que el delgado cadaver acumulaba en su interior.

Héctor aún no sabe lo que pasó, sabe perfectamente que estuvo hablando con Agueda esa noche, de hecho, su amigo José le confirmó que el también pudo verlo hablando con una muchacha con vestido verde y pelo largo.

Han pasado los años, pero Héctor, no ha podido olvidar el rostro de aquella mujer. Ni siquiera después de haberse casado con su amada esposa Amalia, Héctor no pudo dejar de pensar en ella.

Le doy las gracias de todo corazón al señor Héctor, cuando me contó su historia, estaba notablemente afectado.

Si te ha gustado la historia, no olvides votar y comentar que te ha parecido y recuerda que si tienes alguna experiencia paranormal, puedes contactar conmigo y puede que la próxima historia que leas, sea la tuya.

Gracias por leer, un gran abrazo a todos y QUE NO OS JALEN DE LA PATA.

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